Martín Rodríguez
Conti-Santoro
Finalmente, las elecciones trascurrieron sin mayores sorpresas. Cambiemos dejará la presidencia y el peronismo retornará en diciembre. A pesar de los resultados, el macrismo no está muerto. Aún controla algunas provincias y varias intendencias de Buenos Aires. El triunfo del Frente de Todos genera expectativas en algunos sectores de la clase trabajadora. Lógicamente, las ilusiones no dejan de ser meros espejismos. Alberto tendrá que enfrentar un país al borde de la quiebra, sin la posibilidad de contar con la renta extraordinaria de la soja, ni la deuda. En este contexto, la profundización del ajuste es inevitable. Por ese motivo, Alberto busca alinear a toda la tropa y tener sus cien días en paz. Las reuniones con los sindicatos y empresarios afines son una expresión de ello. Tampoco es un dato menor el encuentro con Macri luego de las elecciones. Ambos saben que la situación es delicada y buscan una transición ordenada. A ningún sector de la burguesía le conviene que esto estalle y se ponga en juego su dominio.
Los docentes debemos pensar, entonces, como esa transición política impacta en el campo pedagógico. Finalizado el mandato de Cambiemos, debemos realizar un balance serio del legado macrista. Sin lugar a dudas, Macri reforzó la degradación del sistema educativo en estos cuatro años. La caída histórica del salario se profundizó y las condiciones pedagógicas también continuaron deteriorándose. Su reforma, el Plan Maestro, terminó implementándose sin mayores dificultades adaptándose a las especificidades de cada provincia: la Nueva Escuela Secundaria de Rio Negro (ESRN), la Secundaria Rural 2030 en Misiones, la reforma en la rama de adultos en Bs.As, la NES en CABA y así podríamos seguir. Todas estas modificaciones no hacen más que continuar la herencia kirchnerista tomando como base y referencia a la Ley de Educación Nacional y los decretos sancionados en esos doce años. Si hablamos de transición, Alberto recibirá un sistema educativo mucho más fragmentado y degradado. Con Macri, todo el aparato educativo paraestatal cuyo laboratorio fue el Plan Fines II, se regularizó tomando lo peor: devaluación del Curriculum, descentralización, precarización laboral, etc. Si el kirchnerismo puso el primer mojón, la gestión de Macri continuó blanqueando el sistema paraestatal. Toda la cuestión reside en ver si Alberto Fernández continúa las tareas que Macri dejó a medias. Sabiendo lo que hizo el kirchnerismo, es evidente que así será.
Mientras tanto, el conflicto en Chubut finalmente se cerró. Si bien la mayoría de las organizaciones se extasía con las insurrecciones en América Latina, parecen olvidar lo que sucede en Argentina en tiempos de transición. Lo sucedido en Chubut muestra cómo actúa la burguesía cuando se encuentra en crisis. Si una provincia quiebra, los primeros en sentirlo son los trabajadores que dependen del Estado. Así la irregularidad en el cobro de su salario, los descuentos masivos y la represión en manos de las fuerzas de seguridad y las patotas son moneda corriente. Además, la crisis provocó la muerte de dos compañeras: María Cristina Aguilar y Jorgelina Ruiz. Lo sucedido en Chubut grafica de cuerpo entero el futuro bajo la burguesía y el peronismo: degradación general de la vida, precarización y represión.
Si el ajuste es inevitable, debemos estar dispuestos a enfrentarlo. A esta altura de la historia parece mentira tener que insistir con la necesidad de actuar independientemente. Sin embargo, muchas agrupaciones clasistas y compañeras siguen depositando sus reclamos en la burocracia sindical ¿Hace falta gastar caracteres en ejemplificar una y otra vez los motivos por los cuales no podemos reposar en la simple exigencia a la burocracia? ¿Debemos respetar la transición? Si Yasky y compañía no descartan un congelamiento salarial ¿Que más entonces? Las agrupaciones que pertenecemos al clasismo debemos retomar la iniciativa. No podemos darle un segundo al gobierno que se va, Macri, y al que viene, Fernández. De lo contrario, la transición será un suplicio. Tenemos que convocar un plenario de delegados multicolores, elaborar un programa independiente y militarlo en cada una de las escuelas. Ese debe ser el primer paso en la convocatoria de un Congreso Educativo capaz de enfrentar la degradación educativa a la que nos condujo la burguesía.