La patria dibujada. La Revolución de Mayo en las historietas de Felipe Pigna

en El Aromo n° 45

Por Mariano Schlez – La clase dominante ha tomado nota de la particular afición de niños y jóvenes por los cómics y los ha transformado en otro de sus principales órganos de propaganda política. Ariel Dorfman y Armand Mattelart advirtieron este fenómeno y analizaron el discurso político del Pato Donald.1 Recientemente, Felipe Pigna ha incursionado en el cómic para difundir su visión de la historia. La historieta argentina, una serie de tomos dedicados al proceso revolucionario de Mayo, es la forma por la cual uno de los intelectuales más cercano al gobierno kirchnerista actualiza la vigencia del arte para la defensa de un programa (burgués, en este caso).

Métodos radicales

El trabajo de Pigna tiene la virtud de mostrar una serie de elementos, generalmente ocultados por la historiografía dominante: la existencia de enfrentamientos sociales, la necesidad de la organización política y la violenta radicalidad de los enfrentamientos. El relato muestra a Cisneros acuciado por dos “grupos económicos” que profundizaban su división: los “comerciantes monopolistas que vivían del contrabando” y los “ganaderos exportadores” que peleaban por el libre comercio, para negociar directamente con Inglaterra.2 Los textos también se explayan en la formación de las logias y agrupaciones organizadas por los revolucionarios. El relato nos lleva a la Librería de Don Tomás Valencia, a la Jabonería de Vieytes, a las logias masónicas y a la redacción del Telégrafo Mercantil. Las imágenes son más elocuentes aún al referirse a los combates en torno a la revolución. La virulencia de la defensa de Buenos Aires ante las invasiones inglesas se lleva una buena parte de la historieta que trata el tema. La represión a las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz se lanza luego de una orden tajante del Virrey Cisneros: “Mátenlos a todos. Torturen y descuarticen sin piedad”. El siguiente cuadro muestra la condena de los sublevados y a un sonriente sicario que sostiene la cabeza cortada del revolucionario Murillo.3

El cómic señala que la convocatoria al Cabildo Abierto de 1810 fue obtenida, literalmente, a los tiros, gracias a la movilización popular armada, dirigida por la “Legión Infernal”, de French y Berutti. “Escuche, miserable, no trajimos las armas para tenerlas de adorno”, le hace decir a uno de ellos. Pasado el 25, el papel de la violencia no desaparece: Liniers es fusilado y Mariano Moreno expone el programa revolucionario: “Deberíamos expropiar las riquezas de los españoles […] Y, por último, recomiendo seguir la conducta más cruel y sanguinaria con nuestros enemigos para lograr el objetivo final: la independencia absoluta”.4

Los mitos nacionalistas

A pesar de estos aciertos, los guionistas le hacen decir (y hacer) a los personajes cosas que desvirtúan la verdad histórica. En las historietas, la revolución viene de afuera: la invasión napoleónica a la Península dispara el espiral revolucionario americana. No hay aquí diferencias con la academia. Por otro lado, también los enemigos son extranjeros: españoles e ingleses se turnan como los villanos. En este punto, Pigna se inclina por una interpretación que unifica los intereses de ambos “invasores”, caracterizando que Martín de Álzaga, español monopolista, realizó un pacto con los invasores ingleses para independizar el territorio bajo el amparo de las armas británicas.5 En este sentido presenta un diálogo imaginario en el cual Liniers le dice a Álzaga: “Tenemos que asegurarnos de que los ingleses no volverán a invadirnos” a lo que el Alcalde responde: “Pero, a la vez, es bueno tenerlos como socios…”. El siguiente cuadro continúa con la entrevista entre Rodríguez Peña y el General Beresford, donde el revolucionario plantea al inglés que “el Alcalde le propone trabajar juntos por la emancipación americana […] A través del comercio y de la presencia en son de paz es que ustedes y nosotros tendremos los mejores beneficios…”. Para llevar adelante este pacto, Álzaga habría participado de la liberación del General inglés, prisionero desde la invasión de 1806.

Esta concepción, en primer lugar, es falsa históricamente. Si nos remitimos a los hechos, los comerciantes monopolistas fueron los más fervientes defensores del Río de la Plata ante el ataque inglés. Luego de la Reconquista de 1806, impulsaron una representación exigiendo la expulsión de los extranjeros, el fin del comercio con colonias extranjeras y el rechazo de las expediciones norteamericanas, que llegaban autorizadas por permisos reales.6 Por otro lado, las fuentes muestran que Álzaga no aceptó participar de la fuga de Beresford, ni de ningún plan independentista bajo el dominio invasor. En diciembre de 1807, el Alcalde Álzaga expresaba esta posición al Rey español: “El documento […] hará conocer a V. Majestad el buen éxito que tuvieron mis propuestos designios por el descubrimiento de un sistema de Independencia [que pretendía] establecer Beresford, […] que tenía ya sugeridas a corazones amantes de la novedad…”.7

Las acciones de los monopolistas confirman su antagonismo con los comerciantes británicos. Sólo por citar una, luego de la expulsión de los ingleses, los monopolistas interrumpieron toda comunicación con Montevideo, mientras los invasores permanecieran allí. Tampoco aceptaron el “cambalache de géneros y efectos” que éstos le ofrecieron a cambio de comida: “no admita en pago, por ningún motivo, mercancías inglesas, por el perjuicio que podrá ocasionar su expendio a este Comercio”.8 Los monopolistas prefirieron regalarle los víveres antes que aceptar la entrada de productos británicos.

Ocultan al verdadero enemigo

No es la primera vez que el peronismo “de izquierda” utiliza los cómics para cohesionar a los obreros con sus patrones ante enemigos externos. Más allá de sus límites, la publicación de historietas que legitiman la utilización de la violencia popular para imponer un determinado programa político expresa el nivel de virulencia que ha alcanzado la lucha de clases en la Argentina, tanto en la década del ‘70, como en la actualidad. A diferencia de su discurso “pre-Argentinazo” 9, Pigna se ve forzado a profundizar los aspectos más radicales de su relato, aunque sin descuidar el equilibrio entre los polos antagónicos de su propuesta: la insurrección y la legalidad. De allí que haga decir a los porteños insurrectos de 1807: “¡¡¡Que se vayan todos!!!” y explique en qué oportunidades debe esgrimirse semejante consigna: “Los ciudadanos de Buenos Aires, hoy aprendimos algo muy importante: los funcionarios corruptos, cobardes e ineficientes pueden ser removidos por el pueblo organizado”. 10 Pigna quiere convencernos que los males de la Argentina no se deben a las contradicciones intrínsecas de un sistema (sea feudal o capitalista), ni a la explotación del hombre por el hombre, sino a los ataques de enemigos externos y a la “corrupción” e “ineficiencia” de los traidores internos. Por eso otorga alas a una alianza hispano-inglesa de “invasores” que nunca existió, en oposición a la valentía y honestidad de los grandes próceres americanos. Sin embargo, como muy bien supieron distinguir los revolucionarios de Mayo, el enemigo no viene sólo de afuera. Los comerciantes monopolistas basaban su poder en el privilegio político otorgado por la Corona española, que les posibilitaba vender los efectos a precios tan altos como la coyuntura lo permitiera. Por eso defendían el monopolio, que les garantizaba capacidad para distorsionar la relación entre producción y precio. Esta prerrogativa los enfrentaba, directamente, a los intereses de comerciantes ingleses y hacendados rioplatenses, que buscaban valorizar sus mercancías. Es decir, que estamos ante un enfrentamiento de características clasistas: una nobleza feudal, que basa su poder en privilegios políticos se enfrenta a una burguesía comercial y productiva que intenta barrer con toda rémora que le impida su capacidad de acumular. De allí lo antagónico de sus intereses y la imposibilidad de toda alianza política que supere el corto plazo.

El cómic de Pigna, expresando su programa político más general, plantea que la Revolución de Mayo no pudo llevar adelante la totalidad de su programa, por haber sido cooptada por sectores que buscaban conservar elementos retrógrados, propios de la sociedad colonial. El principal dirigente de la Junta, Cornelio Saavedra, sería el representante de esta facción, encargada de liquidar a los verdaderos revolucionarios. Es así como, en la historieta, Saavedra encabeza la Junta “No porque él sea una personalidad brillante”, sino por ser “el jefe de los Patricios […] Sin el ejército a nuestro favor no hay manera de tener éxito”, reflexionan dos revolucionarios. Se desconoce que Cornelio Saavedra es la expresión de la clase revolucionaria. Burgués hacendado, luchó por la “libertad de trabajo” y por expandir la producción agraria. A diferencia de Moreno, nunca vaciló ni se puso al lado de Álzaga.

Los explotadores, mal que le pese a Pigna, poseen el poder en nuestro país desde 1810. Como clase, son los responsables de la situación en la que hoy nos encontramos. Diferenciar próceres buenos y malos; empresarios industriales y oligarcas especuladores; burgueses nacionales e imperialistas no hace otra cosa que fomentar, en la clase obrera, ideas extrañas a sus intereses.

Los revolucionarios no podemos pretender que los intelectuales de la fuerza social enemiga se pasen a nuestro bando o difundan nuestras ideas. Pero sí debiéramos notar la fortaleza de sus herramientas, que suelen ser menospreciadas en el campo de la izquierda clasista, como meros pasatiempos pequeño burgueses.


Notas

1Dorfman, Ariel y Mattelart, Armand: Para leer al pato Donald. Comunicación de masa y colonialismo, México, Siglo XXI, 1998.
2Pigna, Felipe; D’Aranno, Esteban y Leiva, Julio: La Historieta Argentina por Felipe Pigna. Revolución de Mayo, Buenos Aires, Planeta, 2008, p. 11.
3Pigna, Felipe; D’Aranno, Esteban y Leiva, Julio: op. cit., pp. 15-16.
4Ibidem, p. 43.
5El historiador que plantea que Martín de Álzaga fue el primer revolucionario rioplatense es un descendiente directo suyo, Enrique Williams Álzaga que, con sus investigaciones, intentó conciliar los elementos antagónicos de su prosapia. Ver de este autor Fuga del General Beresford, 1807, Buenos Aires, Emecé Editores, 1965 y Dos revoluciones. 1º de Enero 1809 – 25 de Mayo 1810, Buenos Aires, Emecé Editores, 1963.
6Álzaga, Martín de (1972): Cartas (1806-1807), Buenos Aires, Emecé Editores, pp. 28-29.
7Archivo General de Indias, Sevilla, Est. 124, Caj. 2, Legajo 4, Carta de don Martín de Álzaga, citado en Álzaga Williams, Enrique (1965): op. cit., pp. 333-353.
8Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (1806- 1807), 1927, p. 629.
9Ver la colección de videos documentales sobre Historia Argentina que realizó en el Colegio “Carlos Pellegrini”, donde las intervenciones de Luis Alberto Romero, Tulio Halperín Donghi e Hilda Sábato estructuran el relato.
10Pigna, Felipe, D’Aranno, Esteban y Leiva, Julio: La Historieta Argentina por Felipe Pigna. Invasiones Inglesas, Buenos Aires, Planeta, 2007, p. 40.

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