La izquierda y el “legado” del Kichnerismo en el campo de la lucha cultural
El relato K, la idea de que el país se debate en una derecha ajustadora y una izquierda nacional y popular, reproduce la vieja ideología peronista que partía en dos mitades el arco político, haciéndose titular de la mitad que debería disputar la izquierda. En general, la izquierda argentina ha capitulado ante esa descripción del escenario, intentando entrar, a hurtadillas, como actor de tercer orden en una obra que protagonizan otros.
Por Eduardo Sartelli (Director CEICS)
El campo de la lucha cultural es, probablemente, el que mejores resultados produjo al kirchnerismo. Habiendo tenido un nacimiento tardío (el grueso del aparato propagandístico se desarrolla después del 2008 y del conflicto con el campo), terminó transformado en el eje de la campaña electoral, cuando en pleno ballotage un desesperado Scioli apeló a la “campaña negativa” como última carta contra la debacle. En última instancia, fue el “relato” (el nombre de fantasía, peyorativo, impuesto por la oposición, para aquello que el gobierno K preferiría llamar su “épica” o, simplemente, la historia “verdadera”), es decir, la ideología kirchnerista, la que se impuso cuando las papas comenzaron a quemar, a la línea “Aire y sol”, como bautizó Jorge Asís al sciolismo. Todavía está pendiente un análisis detallado de la estructura ideológica kirchnerista, de todas sus aristas y variantes, de su personal intelectual y de su aparataje mediático. Aquí nos detendremos en la paradójica continuidad de aquello que parecía tener menos vida que los cambios relativamente módicos y de poco futuro a mediano plazo (la economía) o de lo que seguramente va a trascender al gobierno macrista porque, en sí mismo precede al kirchnerismo (los cambios sociales).
En efecto, uno hubiera esperado que el nuevo gobierno se hamacara uno o dos años para resolver el desaguisado lavagno-kicilofista que se inaugura con Duhalde y culmina en el disparate con Cristina, y que difícilmente pudiera desarmar una configuración social que vino para quedarse, que es hija de las transformaciones sociales de los últimos 40 años y que se expresa políticamente en el Argentinazo, es decir, la “nueva” cuestión social argentina (como vamos a ver en la última entrega de esta saga, en el próximo Aromo). A lo que le daba muy poca capacidad de sobrevida era al “relato”, a esa construcción amañada de macanazos a troche y moche, esa mala ideología que contenía demasiada mentira y poca verdad. No sólo porque los fenómenos ideológicos sufren rápidamente los impactos de las mutaciones políticas, sino porque como tal, el “relato” es decididamente insuficiente. Una buena ideología política siempre contiene dosis de verdad y mentira. Por eso es ideología y no ciencia. Pero cuanta mayor sea la carga de lo indemostrable o directamente falso, más endeble es. Que la provincia de Buenos Aires es el paraíso en la tierra, es algo imposible de sostener, salvo por el autismo del ex gobernador motonauta, que es capaz de recitar cualquier cosa sin ponerse colorado. Que la economía K es maravillosa, no resulta creíble ni siquiera del tosco y deshilvanado discurso del más cínico ministro de economía que se ha visto en años. El kirchnerismo perdió las elecciones por eso. Sorprendentemente, el “relato” mostró (y muestra) una salud impensada, sobre todo con la aparición de los kirchneristas de la última hora.
El “relato”
¿En qué consistía básicamente el discurso ideológico kirchnerista? En el retorno de los 70. Es decir, en la creencia, la convicción, real o pretendida, de que el país había cambiado de manos, que ahora se acababa el largo ciclo “neoliberal” y comenzaba a gobernar la “izquierda nacional y popular”. Los signos que remitían a ese simbolismo son conocidos por todos: “Cámpora” (por oposición al peronismo de derecha), los “desaparecidos” (por oposición a la dictadura), la “memoria” (la contracara de la impunidad), la “industrialización” (contra la “financiarización” neoliberal), el “proteccionismo” (la receta anti-neoliberal), el “intervencionismo estatal” (otra vez, el neoliberalismo como enemigo), el “poder del pueblo” frente a las instituciones (así, la necesaria “democratización” de la justicia y otras corporaciones), la lucha contra los “monopolios” (en particular, la ley de medios anti-Clarín), la “generización” de la política (desde el supuesto “feminismo” de Cristina –que ella misma se empeñaba en negar- a la ley de matrimonio igualitario), la “redistribución de la riqueza” (contra la concentración “menemista”), y varios etc. más. Coronaba el edificio una nueva lectura de la historia, una vulgarización de una lectura ya suficientemente vulgar, la de Felipe Pigna, con nuevos héroes y heroínas, que, lógicamente, ilustraba la larga batalla entre el bien y el mal, que desde la Colonia a nuestros días, tenía su punto final en el arribo al Sillón de Rivadavia (malo entre los malos) de “él” primero y “ella” después.
Si observamos con cuidado cada uno de estos temas, todos ellos emergen del 2001. No importa cuál haya sido el pasado del matrimonio presidencial, su agenda política se construyó con una presión que se impuso sola y que representaba el empuje de sectores de pequeña burguesía urbana, de la burguesía mercado-internista (tanto nacional como extranjera), de la burguesía agraria endeudada, de la clase obrera desocupada, de los empleados estatales, de los obreros industriales, es decir, de casi todos. Finalmente, era una exigencia generalizada por la recomposición de la sociedad. Que esa presión debía desembocar en una recomposición capitalista, es algo que no estaba determinado de antemano, todo dependía de la evolución de la economía, pero también de la habilidad de los componentes de ese universo en ebullición para organizar una salida propia. Siempre la ventaja, en una situación de ese tipo, la tiene la burguesía, razón por la cual el resultado inmediato del 2001 no es sorprendente. Fue la burguesía mercado-internista, Duhalde y de Mendiguren mediante, la que encabezó la salida de la crisis. Decir “burguesía mercado-internista” en Argentina es casi decir “burguesía” lisa y llanamente, casi con la única exclusión de la burguesía agraria. Apurada por las deudas acumuladas con los bancos estatales que son la base de la financiación chacarera, hasta ésta última aceptó las retenciones, no sólo porque la devaluación creaba un colchón enorme de rentabilidad, sino porque el freno a los remates de campos se puso a la orden del día.
Ese “relato” tuvo la fuerza que le otorgó la economía. Eso es lo que sucede siempre. Obviamente, también la política, incluso cuando la economía anda mal: una gran victoria en la lucha de clases suele permitir sortear los problemas económicos por mucho tiempo. En este caso, hasta que la economía no mostró tener algo que dar a cada uno de los componentes de la alianza bonapartista que se inaugura con Néstor y llega a su cenit con Cristina, la ideología matrimonial se desplegó tímidamente. Después del conflicto del campo, y motivado por él, la ideología K llega a su mayor intensidad. Me explico.
En el 2008 la alianza bonapartista que había cobijado bajo su ala a todo el mundo, sufre sus primeras defecciones. Lógicamente, primero que nada, el “campo”. Pasado el momento de la consolidación de deudas, agotado o en vías de hacerlo, el efecto devaluación, una no muy importante caída de los precios internacionales provocó una crisis cuya magnitud no fue prevista por nadie. El conflicto del campo hizo pasar a la oposición a la burguesía agraria, la garante financiera del armado bonapartista a través de las retenciones. La recomposición de la economía a partir del 2009 y por lo menos hasta el 2012 permitió rearmar las alianzas tambaleantes y relanzar el “relato”, que llegó a su paroxismo con Carta Abierta y el “54%”. En el camino se agotaron recursos y hubo que buscar otros, como en su momento el ANSES. Ahora era el impuesto a las ganancias. Ese, entre otros, resultó el punto de quiebre con la clase obrera ocupada, al menos con la fracción que maneja Moyano y, crecientemente, del resto. El cepo al dólar enajenó a la burguesía mercado-internista. Si no fuera por el universo de planes sociales y de la población sobrante que de ellos vive, Cristina habría llegado hasta el fin solo acompañada por la claque de intelectuales, artistas y “periodistas”, que vivió su primavera de la Ley de Medios en adelante.
En medio de esa creciente soledad, la ideología se hizo mucho más importante para sostener a Cristina y su gobierno. Y sobre todo, mucha ideología por su lado menos realista, más perverso. Desde el falseo de los instrumentos de medida, hasta la machacona afirmación permanente de verdades a medias cuando no mentiras completas, que rebotaban en el interior del holding de medios armado para rivalizar con La Nación y Clarín. Cuanto más mentirosa, menos eficiente, más necesidad de machaque: Tecnópolis, 6, 7, 8, Fútbol para todos, INCAA, Zamba, centro cultural, CONICET, blog, web, red social y un millón de etcéteras. Y cadena nacional, mucha cadena nacional. Dinero generoso aceitó semejante aparato, todo para repetir lo mismo: a nuestra izquierda, la pared; a la derecha, todo el mundo.
Los kirchneristas del post-kirchnerismo
En eso estaba todo cuando la primera vuelta sorprendió al kirchnerismo. No solo porque le entregaron el país (o sea, Capital Federal y provincia de Buenos Aires) al macrismo puro y duro, sino porque Macri le ganó a Scioli la pulseada con solo arrimar el bochín. En el lapso que medió entre ese domingo y la segunda vuelta, Scioli cambió, pero no para donde todo el mundo esperaba: la largamente ansiada confesión de anti-cristinismo. Todo lo contrario, el eterno turista esperanzado se volcó más que nunca hacia el relato. Se hizo un fanático y lo recitó con fervor. Y le enrostró a Macri el concentrar todo aquello que esa mentira devaluada definía como el mal de los males: la DERECHA. Esta súbita conversión belicosa de un pacifista cínico, pareció hundirlo en las encuestas. Pero cuando se auguraba un final catastrófico para el “relato” y su converso, las urnas mostraron que entre ambas etapas de la elección presidencial creció, desconocido, un nuevo kirchnerismo, el kirchnerismo del post-kirchnerismo. Y así fue que Scioli cosechó casi tanto como Macri.
En efecto, ese “neo-kirchnerismo” era el de todos aquellos que soñaban un kirchnerismo sin Boudou, sin Nisman, sin Jaimes ni De Vidos, sin Milani, sin todas esas miserias innecesarias a sus ojos, pero propias, indudablemente, de todo bonapartismo. Todos ellos corrieron hacia Scioli como ultima ratio, incluyendo todos los que, huyendo de aquellos terrores iniciales (que ahora estaban dispuestos a soportar antes de ver a Macri presidente), se habían creído más a la izquierda que la pared y habían encontrado en el jovencito con barba y su discurso trotsko-light una excusa para marcar su disidencia con el peso omnipresente de la Gran Mamá. Pero Macri asomó la cabeza y todos ellos volvieron a esconderse bajo las faldas de mamá, detrás de papá manco. Cuando dijimos que el voto del FIT, con ese programa que impuso el PTS y el PO copió rápidamente, tenía muy poco valor, nos referíamos a esto. El día después de la asunción de Macri, no solo las redes se llenaron de delirios místicos acerca de helicópteros y rápidos retornos, sino que el conjunto de la izquierda giró rápidamente hacia el kirchnerismo más agudo, al punto de plegarse al relato por omisión: ahora hay que hacer un frente anti-macrista (al que para endulzarlo para oídos trotskistas tanto la TPR y el PO llaman pomposamente “frente único”) que incluiría, por supuesto, a la Cámpora, a quien ya se le reconoce un arraigo popular y una tradición de combate que nadie le vio nunca. Obviamente, por esa vía, casi toda la izquierda corre detrás de Cristina: Macri es la DERECHA, luego “ella” es la IZQUIERDA. Detrás de esa maniobra, el relato se impone de nuevo: resulta que ahora se viene el ajuste, ahora se gobierna por decreto, ahora se devalúa…
Bajo la disciplina de la Generala Fernández…
El relato K, la idea de que el país se debate en una derecha ajustadora y una izquierda nacional y popular, reproduce la vieja ideología peronista que partía en dos mitades el arco político, haciéndose titular de la mitad que debería disputar la izquierda. En general, la izquierda argentina ha capitulado ante esa descripción del escenario, intentando entrar, a hurtadillas, como actor de tercer orden en una obra que protagonizan otros. Ya sea bajo la forma del “entrismo” o de la “herencia”, la izquierda argentina se ha inclinado reverente ante el peronismo ayer, ahora frente al kirchnerismo. Es triste ver a los compañeros del PTS rindiendo pleitesía en 6, 7, 8, acatando sin reservas la orden de “no bajar”, incluso la de no prestarse a la “parodia de diálogo” macrista (orden que se dieron el gusto de no acatar ni Scioli ni Alicia…), a costa de perder la oportunidad de consolidar el lugar del FIT como una referencia política nacional. El caso del PO es confuso: Solano, por un lado, se afilia al PTS (aunque parece que ahora lo obligaron a volver al redil); Altamira amaga, como siempre, con grandes planteos, para permanecer en el mismo lado, aunque nuestra tesis sobre la kirchnerización del PTS, tesis que hizo suya sin mención de copyright, terminó imponiéndose en la interna. Es obvio que la derrota de las PASO les pegó duro y que no atinan a retomar la iniciativa. De este modo, el FIT va a la deriva, al comando del PTS, que lo lleva hacia la Cámpora.
No se trata simplemente de una nueva claudicación ante el relato peronista. Se trata de una verdadera ceguera y de una estafa política. Ceguera porque si el “relato” peronista, como ideología, resultaba harto más eficiente que el kirchnerista, se debía a que su contenido de verdad era mucho más sustantivo. Por esa razón, el “movimiento” tenía una real carnadura en la clase obrera. Otorgarle ese poder a la Cámpora, un fenómeno puramente estatal, linda con la estupidez. Si el PTS cree que claudicando ante ella, heredará algo, está equivocado. Pero esa equivocación alcanza el nivel de estafa cuando toma este curso (en realidad, como ya lo dijimos hace rato, lo profundiza), a espaldas de los miles de militantes de su partido, de los otros partidos del Frente y de todos los agrupamientos y militantes independientes que contribuyeron a construir la imagen pública de “Del Caño Presidente”, aun sin estar de acuerdo. El PTS procede como cualquier partido burgués: ya me votaste, ahora hago lo que quiero.
Exigimos, una vez más, un congreso de militantes de todo el Frente, de todos los partidos y agrupamientos que lo sostienen y lo apoyan. Ese congreso de militantes tiene que fijar las orientaciones estratégicas para la etapa que se abre. Si el PTS insiste en usurpar un nombre que le queda grande para claudicar ante los enemigos del proletariado, y si el resto de los partidos del FIT no le pone un límite a esta estafa, habrá llegado la hora de pensar la utilidad de un agrupamiento tal y de su continuidad. De lo contrario, la herencia más peligrosa del kirchnerismo, la del relato, terminará imponiéndose, castrando por un largo período la capacidad de la izquierda para parir un verdadero movimiento socialista de masas.
Impecable Sartelli!
Estoy bastante de acuerdo con la nota. Creo que el PO está desorientado politicamente y no logra tomar la iniciativa- El FIT no existe, esa es la realidad.
creo que todo el morenismo se diluirá en un frente con el reformismo.
el PO no. con todos sus errores y limitaciones, no va a cruzar esa linea. Su «empirismo » lo mantendrá lejos de eso, pero la izquierda perderá todas sus posiciones ganadas en esta decada. Lo del PTS es criminal y punto. Es increible el grado de mezquindad y mediocridad politica de la izquierda argentina, y lo digo sabiendo que es de las mas desarrolladas de occidente!!! Estamos en el horno.
Saludos