¿Hacia dónde? La lucha de clases en América Latina

en Aromo/El Aromo n° 118/Novedades

Entre fines del siglo XX y comienzo del siglo XXI, la región se vio fuertemente sacudida por la aparición de rebeliones de masas por parte de la clase obrera. Esta irrupción insurreccional de la clase obrera, puso en crisis a la mayoría de los gobiernos burgueses de la región. Ahora, cuando pasaron más de 20 años desde entonces, la situación presenta muchas similitudes, principalmente en lo que respecta a la crisis económica, el rechazo a los políticos burgueses, la tendencia a la insurrección, pero también la falta de una dirección revolucionaria.

Nicolás Grimaldi
Grupo de Análisis Internacional

Entre fines del siglo XX y comienzo del siglo XXI, la región se vio fuertemente sacudida por la aparición de rebeliones de masas por parte de la clase obrera. Esta irrupción insurreccional de la clase obrera, puso en crisis a la mayoría de los gobiernos burgueses de la región. Ahora, cuando pasaron más de 20 años desde entonces, la situación presenta muchas similitudes, principalmente en lo que respecta a la crisis económica, el rechazo a los políticos burgueses, la tendencia a la insurrección, pero también la falta de una dirección revolucionaria.

Veinte años de historia

A comienzos del siglo XXI, diferentes insurrecciones dieron la sensación de que estábamos frente a un rojo amanecer. No era para menos, las capas obreras más pauperizadas de la región, salieron a las calles poniendo en jaque a varios gobiernos, tirando a algunos de ellos inclusive. El elemento central de aquel proceso, fue que ninguno de estos movimientos consiguió desarrollar una alternativa propia. Su fuerza alcanzo sin embargo para poner un freno al ajuste, marcando que las cosas no podían seguir como hasta entonces. Surgen así los regímenes bonapartistas, que marcaron una orientación en la región, donde aparecieron también gobiernos reformistas, aunque también aquellos que se mostraron ajenos a esta corriente como los gobiernos de Chile o Colombia, copiaron algunas recetas, fundamentalmente en lo que respecta a la expansión del gasto público. La base material de este proceso fue el alto precio de los commodities a partir de la demanda china, que se extendió durante una década. Pasado ese “veranito”, asistimos a un proceso generalizado de ajuste en la región. Más o menos violento, con distintas velocidades, pero el ajuste comenzó y la clase obrera volvió a sacudir las calles. Algunos gobiernos cayeron, como el PT, otros perdieron elecciones, como el kirchnerismo, otros se convirtieron en un régimen dictatorial, como el chavismo. Sin embargo, a pesar de la caída de algunos y el ascenso de otros, que en muchos casos ya son pasado como por ejemplo Añez en Bolivia, el ajuste continúa, dando cuenta de que estamos frente a un problema estructural.

En la coyuntura actual, vemos en la región un panorama similar al que teníamos hace poco más de 20 años atrás. Miremos donde miremos nos vamos a encontrar con un panorama más o menos idéntico. Comencemos por Brasil, donde nos encontramos con que la crisis política que se llevó por delante a Eduardo Cunha, a Dilma, a Lula, y a Michel Temer, y dio origen a Jair Bolsonaro, amenaza también con llevarse puesto a este último. Su estrategia para resolver la crisis económica, pasaba por llevar adelante ciertas reformas como la laboral, la previsional, la privatización de varios activos del Estado, con el fin de achicar el déficit fiscal y mejorar las condiciones de acumulación de capital. Dicho de otra forma, la función de Bolsonaro era hacer pasar el ajuste que ni Dilma ni Lula pudieron hacer. A pesar de las reformas implementadas, algunas incluso comenzadas por el gobierno del PT/PMDB, la economía no mostró grandes signos de mejoras. Durante su primer año de gobierno, 2019, el PBI creció 1.4 cuando el año anterior había crecido 1.7. El desempleo oficial, que ya sabemos que siempre es un subregistro del problema, pasó de 12.3% en 2018 a 11.9% en 2019, o sea una reducción mínima que implica tener a 12.6 millones de obreros en la desocupación abierta. La informalidad, que no es otra cosa que una desocupación encubierta, alcanzó al 36,9% de la población, o sea 30.800.000 de trabajadores. Con el advenimiento de la pandemia, la situación empeoró. El PBI cayó alrededor de 4 puntos y el desempleo abierto trepó al 13.5%, siempre refiriéndonos al subregistro del desempleo oficial. Ante este contexto, la pobreza oficial alcanza al 27% de la población, cerca de 58 millones de obreros.

Si Bolsonaro fue el ejemplo de elegir la economía por sobre la salud y tuvo esos resultados económicos, ya sabemos los resultados que tuvo la pandemia en el país. Casi 20 millones de casos, más de 90 mil casos por millón de habitantes acumulados, más de 500 mil muertos, más de 2.500 muertos por millón de habitantes, cuadruplicando la media mundial. A su vez, solo vacunó al 15% de su población con las dos dosis y al 27% con una sola dosis. Lógicamente, sin poder conseguir recuperar la economía, ni tampoco manejar coherentemente la pandemia, Bolsonaro fue el gran perdedor de las últimas elecciones municipales, donde de los 13 aspirantes a alcaldes a los cuales les dio su apoyo, 11 fueron derrotados. Vale aclarar que Bolsonaro hoy carece de un respaldo político estructurado ya que rompió con el PSL en 2019. Ante este contexto, el proceso movilizatorio volvió a tener un impulso el último 29 de mayo, cuando en los 24 estados y en 180 ciudades, millones salieron a las calles a exigir “impeachment JA”, “Fora Bolsonaro” y “Vacunas JA”. El PT aparece hoy con la intención de capitalizar esos votos, aunque hay que recordar que también viene de una profunda crisis.

Si tomamos el caso de Perú, veremos que durante las últimas dos décadas, entre el 30 y el 50% de la población, vivió en la pobreza, sin elementos para cocinar, para refrigerar alimentos, sin conexión a internet, con suelo de tierra, viviendo en casas construidas sobre las laderas de los cerros, con una informalidad que hoy supera el 90% y que promedia un 70% en los últimos años, alta prevalencia de enfermedades asociadas a la pobreza como el paludismo o la tuberculosis. La pandemia a su vez, también hizo estragos con la clase obrera peruana. Dos millones de casos totales, 63 mil casos por millón de habitantes que triplican la media mundial, casi doscientas mil muertes, con un promedio de casi 6 mil muertes por millón de habitantes, duplicando la media de Sudamérica y multiplicando por 10 la media mundial. En términos de vacunación, solamente el 11% recibió una dosis y el 7.1% el esquema completo. Lógicamente, todo esto solo sirvió para fracturar aún más a la política burguesa. La movilización masiva que exigió la salida de Kuczinsky primero, de Vizcarra después, y finalmente de Merino, es la expresión de esta crisis. El ascenso de Pedro Castillo, un maestro relativamente nuevo en la política, con ideas conservadoras y nacionalistas, es parte de ese proceso. Sin embargo, en la primera vuelta entre votos nulos, blancos y abstención, solo sacó un 7%, mientras que en el ballotage contra Keiko solo alcanzó el 35%. Es decir, vemos como ni siquiera la experiencia más “a la izquierda” que la burguesía peruana puede ofrecer consigue atraer a las masas.

Otro de los países que mostró movimiento de masas en el último tiempo, fue Colombia. Para 2020, con la pandemia, el déficit fiscal alcanzó el 7,8% del PBI, y en 2019 había sido del 4%. Frente a una caída mundial del 5% en 2020, Colombia cayó un 6,8%, con una deuda que alcanza el 64,8% de su PBI. La desocupación oficial alcanzó al 17% y volvió a tener inflación después de muchos años. La pandemia, como en el resto del continente también hizo su papel. 4.5 millones de casos totales, 89 mil casos cada millón de habitantes, custro veces más que la media mundial, 114 mil muertes, 2.200 muertos por millón de habitantes, que también cuadruplican la media mundial. En términos de vacunas, 18% de la población con una dosis y 9% con el esquema completo. Además de esta situación, en Colombia viene gestándose una crisis política, que se viene expresando en abstención electoral (67% en las elecciones del 2018), la “Marcha de las Linternas” en el 2019 que exigió la salida del Fiscal General de la Nación por corrupción, y las recientes movilizaciones contra el paquete de ajuste de Duque. Todo este proceso muestra la necesidad de la burguesía de avanzar en ajuste generalizado contra la clase obrera, pero también muestra la predisposición de esta última a poner un freno.

Tomemos el último ejemplo, Chile, quien fue mostrado muchas veces como el ejemplo exitoso del “liberalismo”. Este “modelo exitoso” escondía en realidad a la mitad de la población con salarios por debajo de la línea de pobreza, y entre el 30% y el 40% viviendo de la asistencia social. Notamos también el problema de la burguesía para establecer un vínculo estable con las masas. En efecto, los últimos tres comicios presidenciales contaron con la participación de la mitad del electorado. Y si se leen atentamente los datos de las últimas elecciones, se advierte que Piñera llegó a la presidencia con el apoyo de solo el 17% de la población votante. Lo mismo vale para el caso de Michelle Bachelet, quien en el año 2013 se consagró con los votos 23% del electorado. En términos económicos, el PBI pasó de crecer 6 puntos en 2011 a crecer 0.9 en 2019. Para ese año también notamos que el déficit fiscal alcanzó los 2 puntos mientras que la deuda pública ascendía al 28% del PBI. Ante este contexto, el gobierno de Piñera reaccionó como lo hace cualquier gobierno burgués, o sea con ajuste. En este caso, fue el aumento del precio del transporte público. Esta situación funcionó como caldo de cultivo para un estallido social en 2019 con las grandes movilizaciones que paralizaron al país durante más de dos meses, donde llegó incluso a aparecer el reclamo por el “Fuera Piñera”. Este proceso terminó en una elección para la reforma de la Constitución, que parece ser capitalizado por el “kirchnerismo” chileno y el “posmodernismo” progresista.

Lo que podemos ver a partir de los casos tomados como ejemplo, pero a los cuales podemos sumar otros como Argentina, Venezuela, o Ecuador, es una serie de elementos comunes. Primero, una situación de crisis económica de larga data en la mayoría de ellos. Esta situación se manifiesta en las bajas en las tasas de crecimiento del PBI en la región sudamericana. Entre 2005 y 2010, fue de 4,6%, entre 2011 y 2015 fue del 3,3%, y si tomamos 2016-2019, nos da una caída del 0,3%. Esto hizo profundizar los recortes a la asistencia social, así como también recortes en subsidios a la burguesía, principalmente a las fracciones más débiles, y aumento de tarifas.

Este proceso de pauperización consolidada en la región, en realidad es la expresión de uno más general, que tiene que ver con la profundización de los vínculos con China. El alineamiento con la potencia asiática se sostiene sobre la base de la venta de materias primas y convertir lentamente a la región en un reservorio de mano de obra barata para los capitales chinos que vienen viendo erosionar su capacidad competitiva debido al descenso de su clase obrera rural y a las subas de salarios. América Latina aparece como la región candidata a proporcionar este elemento, además de las materias primas. Esto tiene sus consecuencias políticas locales. Por un lado, las fuerzas de estirpe más liberal, que apuntan a garantizar que esta pauperización se dé libremente, sin interrupciones. Por el otro lado, aparecen las fuerzas progresistas, que buscan el control social de ese proceso.

Sin embargo, tanto unos como otros empiezan a encontrar dificultades para mantener la situación dentro de los marcos institucionales. Así vemos el crecimiento no solo de la acción directa de las masas, sino también del abstencionismo electoral, del voto blanco o nulo, el ascenso fugaz de figuras para el recambio político, y la aparición de políticos que se ubican en los márgenes de la democracia burguesa. Como dijimos varias veces, la ausencia de grandes partidos burgueses de masas a lo largo del continente como también la baja sindicalización producto de la alta informalidad, hace que sea difícil para los gobiernos manipular a la clase obrera, salvo que esté disponible una masa importante de recursos como sucedió en la “década ganada”.

¿El futuro es Venezuela?

La crisis del continente está irresuelta en términos económicos y políticos. En el primero de los casos, las subas de este año en algunas commodities como el petróleo o la soja, parecen responder más a elementos coyunturales, algún ajuste de precio, o alguna cuestión pasajera, que a un proceso de mayor durabilidad. Esto da cuenta que ninguno de los gobiernos actuales tiene ni tendrá en el corto plazo algo para mostrar, ya que no hay ninguna base material sobre la cual asentarse. No solo hay pocas perspectivas de un ingreso importante de renta, sino también que aparece dificultosa el ingreso vía deuda. De los países de la región, 6 tienen más del 50% de relación entre deuda y PBI, mientras que 3 tiene una relación de entre 35 y 39%, por lo que hay poco margen para apelar a esta instancia.

En términos políticos, lo que vemos es que el recambio del personal y las estrategias de la burguesía para contener este descontento son sumamente débiles. Macri reemplaza a Cristina quien se va rechazada en las urnas. Macri no logra renovar el mandato, pero a los dos años Cambiemos vuelve a aparecer como reemplazo para Alberto. Pensemos lo mismo para Brasil, con la caída del PT, el ascenso de Bolsonaro, y ahora el crecimiento de la figura de Lula. Lo mismo Bolivia con la reciente derrota de Arce que constituyó la peor elección del MAS luego de haber aplastado a Añez en las urnas. Ni hablar de las fugaces figuras políticas en Perú, y así podemos seguir mostrando ejemplos. O sea, son figuras que ascienden y se agotan rápidamente. De allí que lo que prima en la región es una tendencia al empate social. La clase obrera sale, desorganizadamente a la calle a poner un freno al ajuste, pero no logra constituir una alternativa propia. La burguesía, por ahora, a los tumbos, logra contener la crisis en su campo.

En realidad, el fondo de la cuestión es que la burguesía, a nivel regional, no logra estructurar un proyecto nacional que encolumne a la clase obrera detrás suyo. No lo hace, por la sencilla razón que no tiene nada que ofrecer. Como dijimos más arriba, las burguesías de la región, mayoritariamente, solo pueden sostenerse de dos formas. Una, la que primó hasta el 2012 que es a través de la asistencia social sostenida por precios altos de las commodities. Esto implicó una protección y una asistencia social generalizada a la burguesía y a la clase obrera. La otra, llevando adelante un ajuste sobre la clase obrera y fracciones de la burguesía más débil. El chavismo en Venezuela es la muestra más cabal de ambas etapas. Fue una maquinaria asistencia con el barril de petróleo a 100 dólares, mientras que se reconvirtió en una dictadura que eliminó los derechos obreros, condenó al hambre y a la muerte a una masa gigantesca de la población, y convirtió a su clase obrera en mano de obra barata para el capital mundial. En concreto, la mayoría de las burguesías nacionales solo pueden ofrecer recorrer ese camino, convirtiendo a la región en el nuevo sudeste asiático. Obviamente, este “ir hacia Venezuela” en lo económico no puede hacerse sin una “chavización” de la política, aunque ese es un camino difícil de tomar. La clase obrera se opone a una pauperización de ese nivel, mientras que ningún burgués desea una autonomización tan grande por parte del Estado. Debemos recordar que para instalar salario de dos dólares, el chavismo debió asesinar a más de 1.000 obreros entre manifestaciones y sicariato, crear un organismo específico para desarrollar el terror de manera molecular como son las FAES con más de 2 mil casos de gatillo fácil en dos años, y meter presa a media oposición. El gran denominador común de todas estas movilizaciones, es que se tratan de fracciones obreras que se niegan a ocupar el lugar de reservorio de mano de obra barata que la pelea imperialista mundial quieren imponerle. Lógicamente, hay fracciones de la burguesía nacional que quieren ocupar otra posición también e intervienen en el proceso buscando darle su orientación, como sucedió recientemente en Chile con el crecimiento de una especie de “kirchnerismo chileno” o Petro en Colombia. Este elemento es contra el que hay que pelear. Es fundamental plantear “socialismo o barbarie” como consigna para toda la región, para mostrar que hay otro futuro posible a ser criadores de chanchos o centros turísticos. Pero también, es fundamental indicar quienes tienen que ser parte de la construcción de ese futuro. De allí la necesidad de apoyar las rebeliones que vienen dándose en la región, independientemente del signo político del gobierno, señalando quienes sobran y quienes no. Que se vayan todos y que gobierne la clase obrera en América Latina.

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1 Comentario

  1. tarde un rato en contestar, por que?,,, por que el tema es muy complicado,pienso que aqui hay ademas de la problematica interna de cada pais, la cuestion internacional, los tres imperios estan tratando de acomodar sus fichas en el continente, una cuestion, otra cuestion es que el sistema tradicional depediente de usa en lo economico, quiza con una inercia inicial en la pos pandemia, casi seguro inexorablemente va a caer en otra crisis de magnitud, ademas en nuestro caso la deuda es inpagable, la salida la veo por el lado de la izquierda, que en nuestro caso esta muy atomizada….las potencias no piden permiso, si es con un estado fuerte arreglaran, pero si es con una burguesia que logra reacomodar sus fichas tambien negociaran, es decir el futuro depende de la clase trabajadora nacional…..la gran duda es se lograra esa unidad y sera lo mas pacificamente posible…… asi sea por el bien de todos

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