El socialismo vota en blanco

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Pocas veces en la historia argentina un proceso institucional tuvo un carácter tan superficial, tan ajeno a la vida real, como estas elecciones. Mientras el país está por estallar, la clase obrera va, obedientemente, a votar a alguno de esos dos nombres de los responsables de la debacle (que se acusan de minucias y co-gobernaron estos cuatro años) y la “izquierda” se dedica a alimentar la ficción, en busca de alguna migaja de uno de los dueños del circo.

Que luego de diez años de ajuste ininterrumpido, de la impresionante devaluación del 2018, de una inflación del 50% y del “colchón” de 200.000 millones de dólares para “amortiguar” la caída (llevando la deuda al 90% del PBI), todos los economistas digan que estamos todavía en vísperas del ajuste, revela la envergadura de la crisis del capitalismo argentino, que ya es mayor que la que condujo al 2001. Después del feroz ajuste del 2002-2003 y, a pesar del récord histórico de la renta agraria, acá estamos. A pesar de la nueva crisis y devaluación del 2008, de la “sintonía fina”, del desguace de la ANSES y del vaciamiento del BCRA, bajo el kirchnerismo, la crisis se profundiza en lugar de disminuir. Todo el ajuste y la deuda macrista tampoco modificaron la tendencia, en absoluto. Al país le “sobran” más de 15 millones de personas (en un cálculo muy generoso). La conclusión es más que obvia: el problema es el capitalismo. La Argentina burguesa está agotada y no hay reforma posible.

Y, sin embargo, nadie está discutiendo estos problemas. Todo el mundo va a votar (o a hacerse votar) como si todo estuviese transcurriendo en la mayor de las normalidades. En todo caso, hay “algunos problemas”, de un lado y “una política económica (la de Macri)”, del otro, cuando han cogobernado en los últimos 15 años. Que los partidos burgueses no digan nada al respecto, es esperable. Que la izquierda baile en ese corso tan alegremente, que no ponga blanco sobre negro y explique que lo que se derrumba es un sistema social que debe ser reemplazado, es inaudito e irresponsable.

La crisis no es sólo económica, sino que alcanza a las propias estructuras políticas. Los partidos de masas burgueses ya no existen. El peronismo se distribuye en tres candidaturas. El sindicalismo burgués está quebrado y dividido en mil pedazos. Lo mismo puede decirse de los movimientos de desocupados, aunque confluyan circunstancialmente en torno a una candidatura. Ninguno de los dos candidatos tiene un aparato propio. Porque no tienen un partido estructurado y porque, además, no hay en la Argentina ningún “aparato” nacional. Dentro de un espectro en el que ningún dirigente suscita una adhesión masiva, la que dice ser la mayor figura popular no pudo presentarse en las elecciones provinciales, solo anunció su candidatura en los últimos días antes de la inscripción de listas y tuvo que ceder su lugar en la presidencia a quien no se cansó de criticarla. Alberto Fernández no es candidato a pesar de sus críticas a Cristina, sino por ellas. La elección se dirime en los términos que vaticinó Durán Barba: el miedo contra el descontento. Dicho de otro modo: la burguesía no puede estructurar a la clase obrera, ni institucionalmente, ni ideológicamente. Simplemente, se limita a renovar el vínculo una y otra vez, a partir de concesiones muy concretas. ¿Por qué es importante entender esto? Porque, si esto es así, un partido revolucionario, con cierto predicamento en las masas, tiene la oportunidad de dar un salto histórico. Un salto histórico como tal. Es decir, como una corriente revolucionaria en el seno de la clase obrera. Dicho de otra manera: como nunca antes, es la hora de una agitación socialista. Y la campaña electoral presidencial, donde se discute qué país queremos, el momento propicio.

Pero la izquierda argentina, el trotskismo, no hace nada de eso, ni antes, ni durante, ni después de las elecciones. Simplemente, porque se pasó al campo del reformismo. El programa que acepta el capitalismo como un hecho y se limita a pedir reformas (aumento de salarios y jubilaciones) y alianzas con el pequeño capital (denuncia solo al capital financiero y los grandes capitales), lo sitúa en el campo nacionalista (y el enemigo ya no es la burguesía, sino el FMI). O sea, abrazó el programa de su enemigo de clase como propio. En ese marco, el peronismo ya no es un enemigo, sino un espacio de “compañeros” al que hay que superar, profundizando su mismo programa. De allí que se lo acuse de “inconsecuente” (como si el peronismo fuera algo distinto de un instrumento de dominación de la clase obrera) y se eluda cualquier crítica frontal.

Los compañeros de estas agrupaciones, cuando son interpelados por este tipo de barbaridades claudicantes, exhiben un rosario de excusas, a cual peor: los obreros son idiotas, tenemos todo el tiempo del mundo y aquí no pasa nada. Y si pasa, todo se resolverá mágicamente. Como los obreros son idiotas, no pueden entender el socialismo. Entonces, hay que hablarle de cosas que puedan comprender, es decir, de peronismo. Por otra parte, la difusión de la propuesta socialista puede realizarse más adelante, cuando los obreros hayan alcanzado, por sus propios medios, la capacidad necesaria. No hay apuro. Entre otras cosas porque aquí no pasa nada hace 40 años. Como dice el PTS y acuerda el nuevo PO, se trata de construir el partido revolucionario en una era donde no hay revolución a la vista. Y si sucediera, la conciencia se desplegará automática e inmediatamente. Salta a la vista, entonces, que para estos compañeros el partido revolucionario es inútil. No tiene ninguna función más que “acompañar” y “estar cerca”. Y que el triunfo es inevitable, porque la conciencia necesaria estará allí cuando tenga que estar. Es evidente, también, que estos compañeros no recuerdan el problema básico del Argentinazo, el “que se vayan todos” entendido en su pura literalidad. El Argentinazo no construyó una dirección revolucionaria porque no expresó más que este rechazo generalizado, sin propuesta propia. La tarea necesaria de la izquierda revolucionaria era, y sigue siendo, darle una dirección a esas fuerzas que, no porque hayan sido contenidas y cooptadas por la burguesía, están muertas. Al revés, la izquierda le entregó esas masas sin programa al principal instrumento de contención y cooptación de la burguesía: el kirchnerismo. Confesó así su impotencia histórica, impotencia que pretende adjudicar a las masas al pretender que “aquí no pasa nada”, es decir, que el Argentinazo no existió y que las tensiones que vive la sociedad argentina no solo no son explosivas sino, por el contrario, de fácil resolución. No saben de dónde vienen ni dónde están parados.

Hasta el 2015, en el FIT predominaba la tendencia sindicalista y electoralista, que portaba un potencial reformismo de tipo laborista, pero mantenía el frente dentro de un horizonte de principios de clase. Se trata del período del predomino de la vieja dirección del PO sobre el frente. Las tendencias más abiertamente reformistas e incluso liberales (PTS y su influencia en el PO) crecían, pero quedaban aún relegadas. En 2015, y con el triunfo de un candidato puramente mediático, sin trayectoria política ni sindical, como expresión de un rumbo, el FIT se transforma en un frente abiertamente reformista, con proyección de un PODEMOS o Syriza local. La conquista de bancas parlamentarias reemplaza el trabajo sobre la conciencia del proletariado. Las demandas parciales, la transformación social. Los tiempos institucionales burgueses (campañas) se imponen a las necesidades de la lucha de clases. Los candidatos mediáticos, a los luchadores. El oportunismo ha llegado a tal límite que, para estas elecciones, buscan seducir al votante K, especulando con un corte de boleta, como si ambas propuestas fueran compatibles (y, para ello, ya se han pronunciado numerosos “intelectuales”). Es curioso, en 2014, ante la propuesta del MST de armar un Syriza, Gabriel Solano, el Stalin del “Nuevo PO” respondió indignado que eso era inadmisible. Hoy, el MST está dentro del frente y Solano encabeza la fracción que lleva al FIT a todo lo que parecía negar.

Eso no es todo. O, dicho de otra forma, eso sería lo menos grave, en vista de lo que hay. En relación a lo que han formado, un partido reformista con una fuerte y consecuente defensa de los intereses secundarios de la clase (un PT, el objetivo original del PO “Altamira”) podría haber sido un elemento progresivo, en el cual el proletariado encontrara un espacio de contención y unidad de acción con el partido revolucionario. Aunque esta no es nuestra perspectiva, hubiéramos apoyado algo así. De hecho, apoyamos al FIT porque algo parecido a eso fue lo mejor que parecía ofrecer a la clase. De allí nuestra propuesta de la unificación partidaria del frente en una organización con fracciones y tendencias. Pero no. Fueron más lejos: borraron a la clase obrera de la política. Abandonaron el clasismo (incluso en su nivel más bajo, la conciencia corporativa) por el posmodernismo queer. En lugar de apelar a la clase, dicen representar a los “jóvenes y las mujeres”. Su “sujeto” principal, las “diversidades”: desde trans a “nacionalidades indígenas”. En lugar de llamar a la unión de los trabajadores, los divide en individuos, según su “identidad” subjetiva. Liberalismo puro y duro. Ni siquiera progresismo. El NMAS ha extremado esa tendencia con una candidata, también sin trayectoria ninguna, que pide que la voten simplemente por ser mujer (no obrera, mujer) y joven (claro…), el colmo del asunto. Los grandes constructores son relegados por figuras que “miden bien”. El trotskismo ha pasado del socialismo al nacionalismo y, de allí, al liberalismo ramplón y a la chabacanería. No hay clases, cada uno es un ciudadano con sus particularidades que deben ser respetadas. El episodio más espantoso es el “recambio” de dirección dentro del PO, por el cual una camarilla liderada por un burócrata que nunca encabezó lucha alguna (Solano), persigue con métodos stalinistas y hasta apelando al estado burgués a la vieja dirección con el objetivo de liquidar lo que quedaba de clasismo en ese partido. Todo para ponerlo a tono con los tiempos. O sea, con el liberalismo del PTS y el NMAS y el electoralismo del MST. Sesenta años de lucha de clase, de militancia, de construcción de partidos, de trabajo en el movimiento obrero ocupado y desocupado, de presos, muertos y desaparecidos, están siendo tirados a la basura.

No vamos a permitirlo. Si no vamos a dar el voto a ningún personal burgués, tampoco vamos a construir esta alternativa menos que reformista, de corte liberal y posmoderno. La defensa del socialismo es incompatible con el apoyo a semejante dirección. Estas elecciones no definen nada. El socialismo no va a estar y las variantes burguesas ofrecen lo mismo. Contra todo eso, hay que salir a explicar por qué la necesidad del Socialismo. Hay que hacer de las elecciones una tribuna de propaganda socialista. A qué nos referimos con eso, cómo se construye, quiénes son nuestros enemigos, cómo se resuelven los grandes problemas y qué fuerza hace falta para ello. Porque el estallido va implicar una gran batalla, como la del 2001 y la de 1989. Si no queremos perder, tenemos que prepararnos.

¿Qué hacer entonces? Organizarse para lo que viene. ¿Cómo? Hay que construir una alternativa socialista, hay que levantar organizaciones fuertes y combatir la conciencia peronista y reformista de todo tipo. ¿Y en las elecciones? No darle apoyo a ninguno. No convalidemos con nuestro voto a una dirección claudicante. Votemos en blanco.

Por el voto en blanco.

Por la propaganda socialista.

Razón y Revolución

1 Comentario

  1. Ustedes hablan de construir el socialismo pero jamás dicen cómo hacerlo.
    Critican al FIT y jamás pudieron entrar por sectarios y soberbios, pero les encantaría estar adentro.
    La clase obrera no tiene interés por la revolución socialista. Son 100 años de reformismo desde Yrigoyen.
    Ayuden al FIT no solo con críticas sino luchando juntos.
    El FIT tiene sus limitaciones y errores pero ustedes se creen tener la verdad absoluta de como transformar la realidad, pero el socialismo se construye a partir del estado de conciencia de las masas.
    Dejen el ordenador y la vida pequeño burguesa de Palermo y vayan a las villas. Ahí la gente quiere laburo y vivienda digna. Después de que tengan eso empiecen a hablarle de socialismo.

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