Roberto Muñoz
TES – CEICS
Formalmente, Argentina adhiere a la legislación internacional impulsada por la Organización Internacional del Trabajo que prohíbe el trabajo infantil. La legislación vigente establece la edad mínima de admisión al empleo en los 16 años, prohibiendo el trabajo de las personas menores de esa edad en todas sus formas, exista o no relación de empleo contractual y sea el empleo remunerado o no. La ley prescribe también un máximo de 3 horas para la jornada laboral y 15 horas semanales, en el caso de los mayores de 14 años y menores de 16 que realicen tareas en empresas de la familia y siempre que no se trate de tareas penosas, peligrosas y/o insalubres, y que cumplan con la asistencia a la escuela. A su vez, prohíbe el trabajo de menores de 18 años en jornadas nocturnas. De todas formas, a nadie sorprenderá si decimos que en no pocas actividades -y de manera más marcada en los espacios rurales de nuestro país- se trata de letra muerta, como veremos en el caso de Misiones. Pero la cuestión no se termina ahí. Existe una corriente política y teórica para la cual problema no radica en la impotencia de la legislación. Por el contrario, su preocupación está puesta en que la misma resulta extremadamente restrictiva, obturando las potencialidades del trabajo entre los niños.
Niños tareferos
Según la última Encuesta de Actividades de Niñas, Niños y Adolescentes, en Argentina cerca de 764 mil niñas y niños de entre 5 y 15 años habían realizado al menos una actividad productiva (entendiendo por ello, actividades remuneradas para terceros, trabajo doméstico o bien tareas de autoconsumo) en las semanas en que se efectuó el relevamiento, durante octubre de 2016 y septiembre de 2017. Esto representa al 10% de los niños y niñas del país. Más allá de que esta metodología implica un subregistro la fuente indica que en cuanto al ámbito de residencia urbana o rural, cerca de 207 mil niños que trabajan viven en zonas rurales, mientras que 557 mil viven en zonas urbanas, lo que implica tasas de incidencia de 19,8% y 8,4%, respectivamente. Si bien la incidencia es mayor en las zonas rurales, la mayoría de los niños que trabajan (73%) lo hacen en zonas urbanas, a causa de la alta concentración de la población en dichas zonas.
En la región del NEA trabajan en el sector rural un 25,8% de niñas y niños de 5 a 15 años. Este porcentaje es el más alto de todo el país. En el caso de Misiones, la cosecha de yerba mate es la actividad rural de mayor incidencia del trabajo infantil, aunque es una realidad que atraviesa a un variado grupo de actividades que se desarrollan en la provincia, tales como la producción tabacalera, horticultura, industria forestal, así como también actividad turística. En la cosecha de yerba mate, la jornada comienza cuando pasa el contratista con un camión a buscar a los obreros en su domicilio, entre las 4 y 5 de la mañana y el tiempo de trabajo por día varía de 10, 12 e incluso 14 horas. Históricamente ha sido una práctica frecuente que el tarefero (como se denomina a los obreros ocupados en la cosecha) se emplee junto a su familia –niños, adolescentes y adultos- para cosechar en menor tiempo la mayor cantidad posible. Precisamente, este cultivo presenta las características generales que se señalan como factores principales que favorecen la incorporación de menores en actividades agrarias a nivel mundial: producciones no mecanizadas que demandan gran cantidad de fuerza de trabajo y escasa calificación que requieren esas actividades. A lo que se agrega, acentuando esa tendencia, ciertas formas de contratación precarias muy extendidas en las zonas rurales, particularmente el pago a destajo de obreros transitorios. Si se trata de un yerbal alejado, la familia tarefera se instala entre 15 y 20 días en los yerbales a la intemperie o bajo carpas de polietileno, sin baños. Según diversas fuentes, la mayoría de los niños comienza a trabajar entre los 4 y los 10 años. Ellos son contratados bajo dos posibles modalidades: en forma individual o como parte del grupo familiar, siendo más frecuente esta segunda modalidad. Así, la contratación del niño se realiza en forma indirecta a través de la contratación de una sola persona -el padre de familia-, quien incorpora a la mayor parte de los miembros de su familia para llevar a cabo las tareas en la cosecha. Es el padre la única persona del grupo familiar que puede encontrarse registrada en el Registro de Trabajadores Rurales (RENATRE). En este proceso, la participación de menores resulta especialmente interesante para la burguesía yerbatera por representar una ventaja comparativa para el empleador en relación a la contratación de trabajadores adultos con habilidades previas adquiridas, ya que significa un costo laboral menor y un grado de conflictividad nulo. Las consecuencias más nocivas para los niños se relacionan con accidentes por manipulación de elementos cortantes, uso de agroquímicos sin los cuidados necesarios, caídas por trasladarse en la parte superior de los camiones sobre la yerba cosechada (la prensa provincial registra regularmente muertos y heridos en accidentes de tránsito protagonizados por los camiones que trasladan a los tareferos). A ello se agrega un alto ausentismo escolar.
Estamos hablando de familias severamente pauperizadas, con un alto índice de niños desnutridos.i El reviro se ha constituido en la base alimentaria de los cosecheros. Consiste en un engrudo hecho de harina, agua, aceite y sal. Una inmundicia engañosa, que llena la panza pero carece de nutrientes, conduciendo inevitablemente a la desnutrición. Las condiciones de vida de las familias que directamente se instalan en los yerbales son aún peores: «los chicos están pelados [desnudos] por uno o dos días mientras la ropita se les seca en el yerbal, porque no tienen otra cosa que ponerse, plata para comprar una muda para poder cambiarse nunca hay”, declaraba una madre tarefera.ii A su vez, aisladas en los predios, sufren el abuso de los comerciantes que se acercan a venderles comida hasta un 40 % más caro de lo que la pagarían en cualquier almacén del barrio. Finalizado el período de cosecha, la situación se agrava aún más. Sobreviene la desocupación. Los pocos obreros legalmente registrados, podrán recibir el miserable subsidio interzafra. La inmensa mayoría que trabaja en negro subsiste con changas o tareas de autoconsumo, que también requieren el trabajo de los niños.
Miseria de la teoría
A pesar de este panorama, los estudios en torno al trabajo infantil a nivel mundial han considerado necesario embarcarse en una batalla cínica. Unos sostienen que el trabajo infantil es nocivo y vulnera los derechos consagrados al respecto, argumentando que afecta negativamente la educación, la salud y la seguridad personal de los niños y niñas. Dentro de esta posición, encontramos principalmente a los organismos internacionales que han fijado la normativa que nuestro país ha ratificado: OIT, UNICEF, agencias de desarrollo internacional y algunas ONGs, que abogan por la erradicación del trabajo infantil y la protección del empleo juvenil. Siendo ellos los principales voceros, no extraña que el abordaje del problema sea fundamentalmente cultural. Si bien apelan a argumentos de orden más estructural (pobreza, bajos ingresos), la clave del asunto estaría vinculada con las pautas de vida y costumbres de los sujetos y elaboran interpretaciones propias de la “teoría de la cultura de la pobreza”. La culpa es de los chicos o, para no ser tan injustos, de sus padres. Educar es la salida. Además, por fuera de la grandilocuencia normativa, el asunto finalmente suele focalizarse en “las peores formas de trabajo infantil”iii -relacionadas con la prostitución, el narcotráfico, entre otras-.
Con espíritu aún más miserable, nos encontramos con un enfoque “proteccionista” o regulacionista, que generalmente parte de los mismos supuestos pero para idealizarlos. Pretende destacar los aspectos positivos del trabajo infantil, tratando de recuperar las potencialidades de una experiencia laboral que formaría parte integrante del proceso socializador. Desde esta posición se considera que el trabajo no es en sí mismo negativo, sino que está en función de sus características y de su desempeño. Parte central de esta maniobra implica entender la explotación como una perspectiva propia de la moral burguesa, en tanto “abuso”, y no como un concepto propio de la economía, intrínseco al funcionamiento del proceso de producción capitalista. De lo que se trata es de propiciar el “trabajo digno”. Por eso, hacen una defensa del derecho de los niños y las niñas a trabajar, organizarse, opinar y proponen la regulación de la actividad laboral, mejorando las condiciones de trabajo. La expresión política más contundente de esta posición la encontramos en el Movimiento Latinoamericano y del Caribe de Niños/as y Adolescentes Trabajadores, integrado por entidades de alcance nacional, entre las que destacan la Unión Nacional de Niños/as y Adolescentes Trabajadores de Bolivia (UNATSBO), el Movimiento de Niñas/os y Adolescentes Organizados del Perú (MNNATSOP) y Organización de Niñas/os y Adolescentes Trabajadores de Colombia (ONATSCOL). Muchas de sus propuestas han sido adoptadas por los gobiernos de estos respectivos países. La Bolivia de Evo Morales es el ejemplo paradigmático de ello.
En Argentina no existen armados gremiales de este tipo, pero en los últimos años encontramos una abundante producción académica que defiende la posición regulacionista. En Misiones, en particular, encontramos trabajos que se inscriben dentro de este enfoque.iv En buena parte de esta literatura predomina un enfoque de corte etnográfico, que insiste en explorar las «historias de vida» de los niños trabajadores, descuidando o simplemente ignorando los elementos estructurales que abruman a dichas «historias de vida». Parten de una constatación superficial: el trabajo infantil en Misiones es visto como positivo tanto por asalariados como por “campesinos”, siempre que no corra peligro su integridad física. Tal es así, que pocos trabajadores rurales tendrían conciencia de que el trabajo infantil no está permitido por la ley. Afirman que tanto la familia como el niño consideran que el trabajo de menores en la zafra de yerba mate es un hábito normal, natural y positivo, que permite al niño aprender un oficio. Como es sabido, la perspectiva dominante en las ciencias sociales considera que cuestionar el sentido común es irrespetuoso, cuando no autoritario. Dicho esto, suelen distinguir entre trabajo asalariado para terceros y el trabajo que realizan los niños en el interior del predio familiar, para señalar que las formas de trabajo no asalariadas -tales como las que los niños y jóvenes emprenden en los predios familiares-, pueden constituirse en espacios de realización autónoma y colectiva y que por lo tanto sería un error universalizar los disposiciones internacionales de erradicación del trabajo infantil.v Pero también defienden la posibilidad de que los niños trabajen para terceros por un salario. Si bien algunos consideran a la normativa vigente como “de avanzada”, entienden que su clara postura abolicionista es percibida por la sociedad como un elemento castrador de determinadas prácticas y, como no pueden concebir nada por fuera de los límites del capital, agregan que al no existir la figura del niño trabajador, el trabajo de los niños, niñas y jóvenes solamente es posible en forma no registrada.vi De manera similar, argumentan que desde que está en vigencia la legislación de prohibición del trabajo infantil, muchos jóvenes se ven obligados a trabajar en negro debido a que resultan menores de edad para la legislación, mientras que sus aportes en las estrategias de reproducción familiar son similares a los de los adultos y fundamentales para la reproducción de las familias.vii
En definitiva, estamos en presencia de un debate perverso. Mientras unos se contentan con plasmar una indignación moral abstracta, que se activa de a ratos ante situaciones caracterizadas como de excesos, otros, que se pretenden “decoloniales”, impugnadores de las pretensiones imperialistas de los organismos internacionales y sus políticas universales, idealizan las formas más absurdas de trabajo –como casi todas las que pueden ocurrir en un predio rural-, dando por inamovible la supuesta “identidad tarefera”, un ser tarefero que marcaría la vida de una importe porción de la clase obrera misionera. Todo para defender la idea de que el trabajo infantil no sólo es imprescindible para la sobrevivencia, sino que además sería un factor fundamental de construcción y afirmación del niño como sujeto social.
Ambos bandos ocultan la causa central que determina la existencia del fenómeno: el capitalismo. El trabajo infantil existe porque el capital lo necesita. Hemos señalado algunas de las ventajas para los capitalistas del empleo de niños, tales como ser una fuerza de trabajo barata y fácilmente explotable, particularmente deseable para reducir los costos en actividades en donde, por su baja tecnificación, la fuerza de trabajo requerida es abundante. “Abolicionistas” y “regulacionistas” asumen que el mercado laboral se estructura a partir de las estrategias familiares de la clase obrera. Así, encerrados en abordar sus efectos pero dejando intacta la causa, no tienen para ofrecer como solución más que una vida degradada, al servicio del capital. Una verdadera solución, realista, requiere la expropiación y concentración de los medios de producción, que permita aumentar la escala y sobre esa base avanzar en tecnificar la producción incrementando la productividad del trabajo. Esto nos permitiría trabajar menos y vivir más (y mejor) en vez de sostener a parásitos ineficientes.
Notas
i Véase Roberto Muñoz (2015) “Cuando la yerba mata. Desnutrición y muerte entre los obreros rurales de Misiones”, en El Aromo N° 58.
ii https://www.lanacion.com.ar/sociedad/como-es-el-trabajo-infantil-en-la-cosecha-de-yerba-mate-nid1866107
iii Convenio N° 182 de la OIT.
iv No se trata de una particularidad misionera, sino que es una corriente de pensamiento que podemos encontrar en estudios de caso a lo largo del país y no solo circunscriptos a espacios rurales. Una referente especialmente recalcitrante es Noceti, que dedicó parte de su trabajo a tratar de explicar cómo el trabajo estimula en los niños, niñas y jóvenes responsabilidad y los prepara para el futuro, pero también genera identidad. Para Noceti, después de años de trabajar en el reciclado de desechos urbanos, las familias adquieren un sentimiento de pertenencia, una revalorización de este tipo de prácticas y pasan a tener una identidad vinculada directamente a la situación de trabajo, el ser cartonero. Veáse al respecto Noceti, M. B. (2009) “El trabajo infantil como estrategia de sostén de las familias pobres en la Argentina, la necesidad de rediseñar el objeto de las políticas públicas”, en Acciones e Investigaciones Sociales. Universidad de Zaragoza, España; Lugar: Zaragoza, p. 171 – 194.
v Véase Frasco Zuker, L. (2016) “El valor social del trabajo infantil. Reflexiones a partir de una etnografía en Misiones”. IX Jornadas de Sociología de la UNLP, 5 al 7 de diciembre de 2016, Ensenada, Argentina, y Padawer, A. (2013) “Mis hijos caen cualquier día en una chacra y no van a pasar hambre, porque ellos saben”, en Revista Trabajo y Sociedad, 87-101.
vi Re, D. (2015) La «ayuda» infantil en la tarefa de yerba mate: cultura, mercado y legislación; Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigaciones Gino Germani; Conflicto Social; 8; 14; 221-242.
vii Roa, M. L. (2013) “Sufriendo en el yerbal… Los procesos de self en jóvenes de familias tareferas”, en Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 171-184