El revolucionario Víctor Serge pintó en este libro la culminación “del proceso en que una generación fue creada para cambiar el mundo” En su relato de primera mano podemos encontrar los aciertos, las dudas y vacilaciones, e incluso los errores, marchas y contramarchas de un proceso vivo, de una construcción humana (a pesar de magnitud titánica). También nos brinda las coordenadas para comprender la motivación específica, la relatividad histórica y la enseñanzas posibles de los hechos pasados comparados con los presentes. Reproducimos algunas de las páginas que describen la relación del partido Bolchevique y la convocatoria a la Asamblea Constituyente
Sólo el partido socialista-revolucionario aguardaba la Asamblea Constituyente con una esperanza que rayaba en el misticismo. Este partido, renunciando a sus tradiciones revolucionarias, vivía desde muchos meses atrás en una especie de éxtasis democrático. El partido socialista-revolucionario, firme con el sufragio de millones de campesinos, de los intelectuales, de las clases medias de las ciudades y hasta de algunos elementos radicales de la burguesía, alentado por el socialismo internacional y por los gobiernos aliados, seguros de obtener una copiosa mayoría en la próxima Asamblea Constituyente -¡a la que seguiría, sin duda, una asamblea legislativa!-, creíase el gran partido parlamentario y gubernamental del mañana. ¿Podía ser de otro modo? Los bolcheviques se hallaban algo embarazados, previendo el éxito electoral de los socialistas-revolucionarios. Lenin habría querido modificar la ley electoral, concediendo el voto a los jóvenes de dieciocho años decretando la revocabilidad de los candidatos y de los elegidos, negando el derecho del voto a los cadetes y a los contrarrevolucionarios. Pero los bolcheviques mismos habían exigido durante el gobierno provisional la convocatoria de la Asamblea Constituyente, que en aquel entonces suponía un progreso. Y en las provincias esperaban la Asamblea. “¡Mucho camino habremos andado si la Asamblea se compone de cadetes, mencheviques y socialistas-revolucionarios!” Pero se le contestaba: “Para cuando se reúna seremos mucho más fuertes que ahora”. Lenin se inclinó ante la mayoría, no sin expresar su recelo de que “no fuese a costar aquel error la cabeza a la revolución”. Concretó su criterio sobre la Asamblea Constituyente en las tesis publicadas por Pravda a principios de diciembre. Repasémoslas. En el programa de la socialdemocracia ocupaba un lugar legítimo la Asamblea Constituyente, porque venía a realizar la más alta forma de democracia dentro de una república burguesa. Pero los Soviets constituyen una forma de democracia superior, la única que es capaz de asegurar el paso al socialismo con el menor dolor posible. El actual escrutinio está falseado porque se realiza por las listas electorales caducadas, anteriores a las grandes transformaciones que han tenido lugar en el país. El partido que goza de mayor popularidad entre los campesinos, el socialista-revolucionario, se presenta ante los electores con listas únicas, cuando todos sabemos que se encuentra escindido. La mayoría del pueblo no ha tenido todavía tiempo de darse cuenta del alcance de la revolución soviética; los resultados de las reelecciones de los comités del ejército, de los comités de provincias, etc., demuestran en qué forma se están reagrupando los elementos políticos. Por otra parte, los contrarrevolucionarios han dado comienzo a la guerra civil en el sur y en Finlandia, “suprimiendo así toda posibilidad de arreglar por los procedimientos formales de la democracia las cuestiones más urgentes”.
Estos conflictos no pueden solucionarse sino mediante la victoria completa de los obreros y de los campesinos, por la “represión implacable del levantamiento de los esclavizadores”. Encarar el problema de la Asamblea Constituyente con independencia de la lucha de clases y de la guerra civil es colocarse en el punto de vista de la burguesía. Si la Asamblea Constituyente “se colocase en desacuerdo con el poder de los Soviets, estaría condenada a una muerte política fatal”. “Los intereses de la revolución están por encima de los derechos formales de la Asamblea Constituyente”. (…)
La defensa de la Asamblea Constituyente
Nada, en efecto, permitía prever una impotencia tan completa de la democracia pequeñoburguesa.
Un militante socialista-revolucionario nos ha dejado un relato detallado de la defensa y de la preparación de los trabajos de la Constituyente. El documento es de lo más interesante.
Pone de relieve el autor el hecho de que la idea de la Asamblea Constituyente fue por excelencia la idea del partido socialistarevolucionario, partido de la democracia; el pueblo permanecía más bien reacio a ella, pues prefería los Soviets a la Constituyente, porque los comprendía mejor. “¡Los Soviets son cosa nuestra!”, se decía. Los campesinos votaban con gusto al partido socialista-revolucionario; le llamaban “su partido”, ellos querían la tierra; no veían claro lo de la Constituyente y se la imaginaban más bien como un medio que como un fin.
Como el choque entre la mayoría socialista-revolucionaria de la Constituyente y los “bolcheviques usurpadores” era fatal, había que pensar en organizar su defensa y en armarse. Se formó un Comité de Defensa de la Constituyente, sin tapujos, desde luego, en un local muy frecuentado, en el centro mismo de la ciudad. Como lo reconoce el mismo B. Sokolov, fue aquél un comité de intelectuales sin contacto con los obreros y sin contacto con la guarnición…
La Organización Militar del partido socialista-revolucionario era, eso sí, una fuerza mucho más efectiva. Ejercía una influencia preponderante en dos de los regimientos de la guarnición, los de Semenovsky y Preobrajensky, en cuyas filas había colocado hasta seiscientos de sus afiliados. Contaba también con la compañía de automóviles blindados. Publicaba un diario antibolchevique, Capote Gris (Seraia Chinel). Se había hecho también que regresaran del frente algunas decenas de soldados socialistas-revolucionarios, y se les había agrupado en una titulada Universidad Popular de Soldados. Existía también la Organización de Combate (terrorista) del partido, dirigida por un tal Onipko, y que contaba con una treintena de hombres audaces.
Estas fuerzas eran bastante considerables. De haber sido bien empleadas habrían dado que hacer a los bolcheviques. Al permanecer en la inacción se desmoralizaron y se perdieron.
Parecía que los políticos socialistas-revolucionarios, dominados por una especie de psicosis parlamentaria, de que no conocemos ejemplo igual, habían perdido todo contacto con la realidad. El relato de Sokolov es más cómico que trágico. La fracción socialista- revolucionaria de la Constituyente, que ocupaba un inmueble situado cerca del palacio de Táuride, se dedicaba a grandes trabajos preparatorios, bajo la inspiración de los oráculos del partido, Chernov y Avksentiev. Comisiones, subcomisiones, comités, deliberaban todos los días extensamente, preparando proyectos de ley, haciendo estudios acerca de la futura constitución democrática; en una palabra, preparándose a legislar y a gobernar, sin prescindir de un bello ceremonial parlamentario al estilo occidental.
Absortos en sus actividades parlamentarias, no querían los diputados constituyentes ni oír hablar de resistir a la posible violencia de los bolcheviques. Su domicilio político se hallaba abierto a todo el mundo. Ni siquiera sospechaban que sus teléfonos estaban intervenidos. Dedicados de lleno a sus trabajos, no ponían el pie en los cuarteles ni en las fábricas, en donde sus colegas bolcheviques no se daban punto de reposo.
La Federación de Funcionarios y Empleados les ofreció apoyar su acción por medio de una huelga general. Declinaron el ofrecimiento. Les hablaban de defenderse. “¿Defendernos? ¿Es que no somos acaso los elegidos del pueblo soberano?” “Creíase que había un poder indefinido que protegía a la Asamblea Constituyente; que el gran pueblo ruso no permitiría que fuese profanada la idea más grande que había nacido de la revolución…” (B. Sokolov). Se llenaban la boca con estas palabras hueras, que no encerraban idea alguna.
Los jefes del partido socialista-revolucionario, en especial Chernov, participaban de esta psicosis parlamentaria, que tal vez tenía, su origen en la conciencia clara de su impotencia. “Los bolcheviques no se atreverán”, afirmaban.
Hay indicios de que Gotz tuvo un poco más de clarividencia. Participó muy activamente en los preparativos de la manifestación “pacífica” del 5 de enero, encaminada a buscar para la Asamblea, en el día de su apertura, el apoyo de la calle. ¿Pacífica? El Comité Central socialista-revolucionario decidió a último momento darle este carácter; pero todo estaba listo para transformarla en un golpe de mano. Trece autos blindados tenían la misión de atacar Smolny: los regimientos socialistas-revolucionarios habrían secundado el movimiento. Los diputados constituyentes condenaron, a último momento, esta acción.
El grupo terrorista socialista-revolucionario de Onipko preparaba el secuestro –o el asesinato- de Lenin y de Trotsky. Su gente había conseguido penetrar en Smolny; uno de los del grupo desempeñaba el cargo de chofer de Lenin; otro era portero de una casa a la que Lenin iba frecuentemente de visita. En torno a Trotsky se había urdido una trama tan hábil como ésta. El Comité Central del partido se negó, a última hora, a autorizar estos atentados. Motivo: la popularidad de los dos jefes de la revolución era muy grande; su desaparición habría provocado represalias terribles; y, también, porque la era del terrorismo había concluido. Se ve en ello una mezcla curiosa de buen sentido político y de pusilanimidad. (A pesar de todo, hubo dos terroristas que intentaron asesinar a Lenin, contra cuyo auto hicieron el 2 de enero, en el centro de la ciudad, varios disparos de revólver).
Los socialistas-revolucionarios que hicieron acto de presencia en las fábricas para predicar la lucha contra los bolcheviques, a cuya influencia estaban sometidos, tuvieron una acogida por demás expresiva. Les preguntaron “si no era mucho mejor ponerse de acuerdo con los bolcheviques, que se habían consagrado a defender la causa del pueblo”. Los comités de los regimientos de Semenovsky y de Preobrajensky, en los que dejaron sentir su acción los agitadores bolcheviques, acabaron por ceder.
La manifestación del día 5 se vio muy concurrida y fue lamentable. Acudió a ella en gran número la pequeña burguesía de la ciudad. La gente se apiñó en las calles centrales, pero bastaron algunos disparos hechos aquí y allá por los marinos para poner en dispersión a aquella multitud cobarde, desarmada y abandonada por unos jefes vacilantes. “Fue una cosa absurda y ridícula”, dice nuestro autor. Opina que los bolcheviques no habrían contado con fuerzas para resistir a una manifestación armada y conducida con energía. Pero en esto se engaña, sin duda, y con mucho. Pero no es menos cierto que la depresión nerviosa que sigue a las grandes acciones de las masas hace a veces difícil el reanudar éstas en un plazo muy corto. Es posible que la laxitud del proletariado de Petrogrado hubiese sido causa de que la situación fuese comprometida durante el primer día.
La Asamblea, que se reunió en aquella atmósfera de sublevación fallida, tuvo la sensación de que estaba condenada. De sus perdidas ilusiones sólo quedaba una mezcla de miedo, de resignación cívica y de “pose”. No les quedaba a los diputados constituyentes otra cosa ya que hacer sino acabar de una manera elegante: adoptar una postura ante la historia, pronunciar palabras memorables. Tal parece haber sido, en efecto, la preocupación dominante en el primer parlamento de la pequeña burguesía rusa, el más lamentable de los parlamentos…
“Muchos de nosotros, diputados, nos acercábamos a preguntar a nuestros líderes: ‘¿Qué haremos si los bolcheviques recurren a la violencia, si nos golpean, si llegan hasta matarnos?’ Y se nos contestaba de una manera clara, que define admirablemente la ideología de la fracción: ‘Recordemos que somos los elegidos del pueblo, y estemos listos al sacrificio de nuestras vidas.’ Los diputados resolvieron no separarse, en caso de que los acontecimientos tomaran un sesgo trágico. E hicieron provisión de… bocadillos y de velas, en previsión de que los bolcheviques les cortasen la electricidad y los abastecimientos”.
En una palabra, el partido socialista-revolucionario flaqueó, el día de la reunión de la Constituyente, en el momento de empeñar su batalla decisiva frente a la historia… Los sangrientos fracasos de la resistencia de Moscú contra la insurrección obrera, de la ruptura de hostilidades de los junkers y de la resistencia del GCG habían producido su efecto. Los políticos de la contrarrevolución democrática temblaban frente a las masas.