Esta semana en cuatro distritos se reanudaron las clases presenciales. Para los gobiernos provinciales y para el nacional, es un triunfo. Pero lo cierto es que aún está abierta una enorme batalla. Una pelea cuyo objetivo, para los docentes, alumnos y familias es la defensa de la vida. Para los que gobiernan, seguir sosteniendo una ficción educativa a expensas de la salud de toda la población, a los efectos de quedar bien parados en un año electoral.
Lo primero que hay que decir es que las clases no vuelven, porque nunca se fueron. Los docentes no tuvieron un año sabático en 2020. Al contrario, se agotaron, junto con alumnos y familias, con la educación virtual. Lo hicieron, todo el mundo lo sabe, sin que el Estado garantizara absolutamente nada. Ni conectividad, ni computadoras, ni recursos. Lo único que garantizó fue salarios de miseria, como históricamente sucede.
En las declaraciones de las autoridades se confirma su total desconocimiento de lo que es una escuela. El Ministro Trotta (abogado, viejo asesor de Domingo Cavallo, con una vida completamente ajena al mundo escolar) afirma que el ciclo escolar comenzará con las y los chicos en el aula “por lo menos” tres días a la semana, en una jornada escolar “completa”, con protocolos, escalonamiento y alternación de presencialidad y educación remota. Lo cierto es que hoy Larreta y Kicillof apuestan a un retorno prácticamente completo, con los chicos todos los días en el aula.
Para ver por qué este esquema no es seguro, basta con analizar una escuela imaginaria mínima. Con una sola división por grado, y con un solo docente por curso, obtenemos promedio entre 110 y 120 personas, si la burbuja fuera de hasta 15 alumnos (solo de 1º a 7º grado). Si cada uno de esos estudiantes va a la escuela con un mayor, en la puerta del establecimiento vamos a tener arriba de 200 personas. Ya ni hablemos de si la idea es burbuja/grado completo, como propone Larreta, lo que duplica la circulación de gente.
Pensemos ahora este mismo esquema en la escuela secundaria, que cuenta con más divisiones por año y cantidad de docentes. En una sola burbuja, un alumno va a estar en contacto con su división, con sus doce profesores de forma directa (y de forma indirecta con los alumnos que cada uno de sus docentes tienen a lo largo de las cinco, seis o más escuelas en las que trabaja), más las burbujas en las que esté en contacto, por ejemplo, un hermanito (en una familia tipo) y las burbujas de sus padres (que, ojalá no sean docentes, porque elevaría la ecuación a la décima potencia). Si hacemos la cuenta, estamos hablando de estar en contacto indirecto con miles de personas. Cuando se preguntan por qué los supermercados sí, y las escuelas no, es por estas diferencias.
Por otro lado, en los protocolos se omite la realidad de las condiciones edilicias de las escuelas (y sus dimensiones para la distancia social), la calidad y cantidad de sus baños (y de sus servicios), pero también de la forma en la que todos van a llegar a ellas. Según los datos para CABA, el 40% de los chicos vive a un promedio de 2,5 kilómetros de distancia de la escuela y puede ir caminando (es decir, cerca de 25 cuadras, con una criatura, a las 7 de la mañana). Otro 35% va mayoritariamente en colectivo, que hoy la Ciudad reconoce que opera al 45% de su capacidad pre-pandemia. Otro dato: más de 450.000 alumnos que estudian en la Ciudad, viven en Provincia de Buenos Aires. Ya ni hablemos de que suponen que un cuarto irá en auto o micro, a un costo de cinco aumentos de la nafta en dos meses…
Por último, estudios recientes determinaron que son los niños y adolescentes menores de 20 años los que presentaron un 58% más de probabilidad de contagiar a otras personas, que los adultos mayores.No por nada Australia, Canadá, Israel y Reino Unido han cerrado las escuelas. Muchos de estos estudios reconocen que la información no es suficiente, pero que la única alternativa para conocer sería abrir las escuelas y ver qué pasa. La pregunta es con qué nivel de riesgo estamos dispuestos a vivir los argentinos, en una sociedad donde el 60% de los chicos es pobre, y se encuentra subalimentado.
Lo único que queda claro es que detrás de este “retorno” lo que opera es la presión de la economía capitalista. Esa que al obrero formal le recorta licencias por cuidado de personas, pero que también empuja a muchas familias pobres a salir desesperadamente a ganarse el mango. Las mismas que han llegado al hartazgo por una educación remota que las encontró sin recursos técnicos, ni culturales.
¿Burbujas? En burbujas viven quienes nos gobiernan, ajenos completamente a la realidad que dicen conocer. Por todo ello, nos oponemos a rifar la vida sin sentido. El problema se resuelve con recursos materiales para garantizar la virtualidad y acompañar a las familias, con contratación de más personal, con vacunación completa de la población. Hay que decirlo claramente. Para el retorno “seguro” la discusión es clara y sencilla y solo hay una condición: la vacunación masiva de toda la población. Esa tarea en la que Alberto viene fracasando estrepitosamente. Hay que ser claros: nuestra vida primero.
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