Dependentismo

en La Hoja Socialista 15/LHSIdeasNoTanDeIzquierda

En la izquierda suele escucharse una idea: aquella según la cual somos una nación (y un continente) “dependiente” de los países imperialistas. Así, nuestro capitalismo chico, los altos niveles de desigualdad y el peor nivel de vida de la clase obrera se explican por las trabas económicas o políticas impuestas por las potencias. La burguesía local, agradecida, porque se lava su responsabilidad.

En este esquema, América Latina vive sometida a un “intercambio desigual”, o sea, los países dependientes compran mercancías industriales a los países imperialistas por encima del precio internacional, mientras que sólo pueden venderles materias primas. Ocurre que para los “dependentistas”, hay un poder monopólico que hace que el valor fluya desde la periferia hacia el centro.

¿Cuál sería el programa para terminar con esto? La liberación nacional. Algunos dicen que solo puede hacerse en alianza con la burguesía (maoístas-estalinistas, como el Partido Comunista o el Partido Comunista Revolucionario), mientras otros dicen que solo la clase obrera y los campesinos, en un mismo movimiento, pueden completar las tareas nacionales y las tareas socialistas (los trotskistas, como los partidos del Frente de Izquierda).

Pero los que manejan la batuta con este programa son los peronistas y todos los bonapartismos recientes de América Latina, como el chavismo. Estos últimos dicen además que con el poder del Estado en manos de un modelo “Nac and Pop”, cambian las variables de la economía y listo, asunto solucionado: somos independientes. En concreto, todos apuntan a que tenemos un problema “nacional” y no a un problema del “capital”.

En realidad, este programa es ajeno a los intereses de los trabajadores y es una muestra de un gran desconocimiento sobre las leyes del capitalismo. Primero, porque no hay naciones “independientes” o “autosuficientes”. El mercado mundial vincula a todos los países de una u otra manera. Las deudas y recursos financieros fluyen entre países de todo tipo. Estados Unidos, por caso, es un país con una deuda externa gigante.

Segundo, porque en el capitalismo, las mercancías se compran y venden por su valor, que expresan el tiempo de trabajo que la sociedad necesita para producir algo. Es más, no hay ningún precio fijado que se haya sostenido en el tiempo: justamente la competencia para vender productos a distintos países –como Argentina- hace que los precios bajen, o por lo menos, no haya sobreprecios. Y cualquier análisis serio sabe que para abastecer economías, hay muchas empresas –a veces, hasta del mismo país- que pelean por los mercados.

Tercero, porque los capitalismos agrarios como el nuestro capturan un montón de riqueza que viene de la plusvalía que se genera en otros países. Eso se llama “renta diferencial” y se explica por las “mejores condiciones” para la producción agraria en Argentina. En un próximo número lo vamos a desarrollar mejor.

En realidad, el problema de la Argentina es que es capitalista. Y eso ya es toda una definición porque implica que es una sociedad de propiedad privada y explotación. Pero su problema no es cualitativo: no le falta desarrollar su capitalismo ni su nación. No es culpa de ninguna potencia extranjera que no nos quiere ver “despegar” o crecer”. El problema es responsabilidad de nuestra burguesía que solo puede dar vida a capitalismo chico, que pierde en la competencia entre capitalismos. Así necesita vivir de compensaciones como la renta o la deuda, con la que patea unos veranitos y después vuelve a la crisis. Ese es el escenario que hay que transformar de raíz. Para eso no hay que pedir auxilios a nuestros verdugos sino poner en pie una política de la clase obrera. No necesitamos ninguna liberación nacional, sino el socialismo.

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