Arqueología del Socialismo Revolucionario (Parte II)

en Aromo/El Aromo n° 107

Ana Costilla
Grupo de Investigación de la Izquierda Argentina


El Movimiento de Izquierda Revolucionaria en los ‘70

En una nota anterior, comenzamos a mostrar cómo dentro de la izquierda argentina de los años ‘70, entre los diversos programas políticos que alzaban la bandera de la liberación nacional, se abrió paso una corriente con postulados diferentes: el socialismo revolucionario. Nos aproximamos, entonces, a los trabajos de uno de los intelectuales más influyentes dentro de ella, el “colorado Guzmán”.1 Exploramos allí los ejes principales de su crítica al grueso de la izquierda, que desmontaba las ideas del campesinismo, el nacionalismo, el antimonopolismo y la defensa del pequeño capital. En esta nota, continuamos con el abordaje de esta corriente particular que en los ‘70 postuló la revolución socialista sin etapas intermedias ni tareas democrático-burguesas pendientes. Lo hacemos reconstruyendo las líneas programáticas de una de las organizaciones políticas que la integraron: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, formado en 1971 a partir de un núcleo proveniente de una ruptura con el programa maoísta de Vanguardia Comunista. A su vez, el MIR sería luego uno de los afluentes principales que en 1975 constituyeron la Organización Comunista Poder Obrero, el partido más trascendente del socialismo revolucionario en la etapa.

A continuación, revisaremos los aportes que el MIR realizó a la discusión puntual sobre la cuestión nacional, a través de su periódico Venceremos!, el cual dedicaba un lugar importante al debate sobre las tareas revolucionarias. Una nota contenida en el segundo número se titulaba: “Polémica. Una discusión en las organizaciones revolucionarias ¿Debemos luchar por la liberación nacional?”.2 El hecho de que se planteara el debate recién inaugurado su órgano de prensa, da cuenta de la importancia que el MIR le otorgaba a la cuestión: “Se trata de saber si la clase obrera y el pueblo argentino deben luchar por la Liberación Nacional o por la Liberación Nacional y Social como ‘etapa’ previa al socialismo, o de lo contrario, si la revolución planteada en nuestro país para terminar con la explotación y opresión capitalistas es directamente socialista.” En este sentido, el MIR establecía que, lejos de tratarse de una “charla de café”, el problema resultaba clave desde el punto de vista del carácter y el ordenamiento de las tareas revolucionarias.

La “oligarquía” nacionalista

Principalmente, el MIR demostraba interés en debatir posiciones con el llamado “peronismo revolucionario”, y su diagnóstico de la Argentina como colonia del imperialismo, aliado con sus agentes nativos: la “oligarquía” local. Esta caracterización era la que fundamentaba la unión de todas las clases nacionales (incluyendo a los capitalistas) en un Frente de Liberación dirigido por Perón para destruir la dependencia “y marchar ininterrumpidamente al socialismo”. Para discutir esta lectura errada, el MIR realizaba un repaso por las características históricas de conformación del capitalismo argentino, de la mano de la burguesía terrateniente, atendiendo también a su vinculación con el capital inglés. La conclusión era que no había tareas democrático-burguesas pendientes: “La Argentina es un país donde una clase dominante controló desde 1810 el poder del Estado (primero provincial, luego estado nacional) desde donde se asoció con el imperialismo desde 1880 en función de comunes intereses y mutuos beneficios.”

Dos elementos se desprendían de la caracterización del MIR. El primero, era una aclaración respecto de la dominación colonial española y del capital comercial inglés, cuya participación en la economía hasta 1880 no revestía aun un carácter imperialista, en los términos modernos del concepto (exportación de capitales, asociaciones monopolistas, reparto de zonas de influencia, etc.). El MIR polemizaba así con aquellas corrientes que no visualizaban una ruptura con el fin del Virreynato, sino un pasaje inmediato de una dominación extranjera a otra. Por otro lado, el imperialismo había sido un factor promotor del desarrollo capitalista en Argentina, y no su traba. Para el MIR, ello fue así debido a que, a diferencia de países asiáticos y africanos, donde el capital imperialista tuvo que arrasar con formas atrasadas de producción, en “nuestro país, cuando llegó […] se encontró con que ya predominaba económica y políticamente la burguesía terrateniente argentina, con que ya existía el capitalismo.” Por tanto, el imperialismo solo colaboró con la expansión de sus relaciones sociales de producción. Con un Estado nacional “definitivamente consolidado hacia 1880”, la burguesía terrateniente estuvo interesada en atraer y preparar las mejores condiciones para recibir la inversión inglesa, gracias a la que luego se transformaría en una burguesía industrial. En suma, desde esta perspectiva, la clase dominante en ningún momento jugó un papel de “agente” del imperialismo, ni siguió sus “dictados”, sino que entabló una asociación de intereses con los capitales foráneos.

Todo ello distanciaba los problemas de la revolución en Argentina de las experiencias concretas de China, Vietnam y Argelia, donde no existía un Estado Nacional, y el imperialismo había consolidado a sus intermediarios directos en el poder en alianza con terratenientes semifeudales. Por tales motivos, sus burguesías habían tenido interés en participar de la realización de la revolución democrática, disputándole la dirección del proceso a la clase obrera y al campesinado. Mientras que en aquellas sociedades “la revolución planteada no era todavía la revolución social del proletariado”, en Argentina la revolución socialista sin etapas previas cobraba plena vigencia. El MIR fundamentaba así que “no puede haber unidad con ningún sector de quienes nos explotan.”

Por otra parte, reconocía que desde 1880 las distintas fracciones burguesas se habían sucedido en el poder y, aunque condicionadas por el imperialismo de turno, no dejaron de levantar “las banderas nacionalistas y antiimperialistas cuando la situación internacional les era favorable para renegociar la distribución de ganancias.” El MIR buscaba así precisar las implic ancias del vínculo trazado con el imperialismo, delimitándose al mismo tiempo del programa de liberación nacional:

“El Estado Nacional hegemonizado por la burguesía terrateniente, socia del imperialismo inglés, no fue un Estado colonial o semicolonial dominado directa o indirectamente por el imperialismo. La sociedad de intereses establecida entre la clase dominante nativa y el capital extranjero determinó que al enemigo principal no lo debemos buscar fuera sino dentro de las fronteras de nuestro país. […] A quien hay que liberar no es la nación, incluida la burguesía argentina (por ‘pequeñita’ que ella sea), sino que quien debe liberarse es el pueblo trabajador, contra nuestros capitalistas y el imperialismo.”3

De este modo, combatía las ideas que del peronismo al trotskismo señalaban el carácter semicolonial de la Argentina y llamaban a centrar el combate en un enemigo exterior, liberando de culpa y cargo a los verdaderos enemigos internos.

El imperio de las leyes del capitalismo

El MIR caracterizaba el desarrollo de un “capitalismo dependiente”, lo cual explicaba dos aspectos de la burguesía argentina: débil económicamente, y presionable políticamente. Sin embargo,

“Si bien la dependencia económica y su condicionamiento político, fueron obligados caminos por los que debió moverse la clase dominante argentina, la burguesía terrateniente fue siempre consciente de que mantener en sus manos los resortes del poder del Estado era su principal carta de negociaciones frente al poderoso capital inglés.”4

Desde esta óptica, las circunstancias que generaban una dependencia económica del capital internacional, no brotaban de una sumisión política al imperialismo, sino de sus propias limitaciones económicas. Por tanto, la denominada “oligarquía argentina”, nunca dudó en hacer frente, incluso de forma armada, y “en nombre de la nación”, a las agresiones británicas que pusieran en cuestión su poder durante el siglo XIX.

Por otra parte, el MIR discutía algunas de las ideas comunes a los defensores del programa de liberación nacional, que en términos históricos denunciaban una entrega del “patrimonio nacional” al imperialismo, por parte de la oligarquía. A ello, respondía que, efectivamente, “sometida a una determinada división internacional del trabajo, con escasas posibilidades de disputar mercados a los ‘grandes’ del comercio mundial”, la burguesía argentina se había visto en la necesidad de otorgar concesiones al capital imperialista. Básicamente, en pos de conservar sus beneficios. Por caso, mantener el aprovisionamiento de carne desde sus estancias al mercado inglés. Sin embargo, lo concedido por la burguesía no había sido un “saqueo”, y mucho menos del “patrimonio nacional”. En este sentido, el MIR observaba el problema desde una perspectiva de clase: “el ‘saqueo’, por el contrario, lo llevaban adelante burgueses locales y extranjeros, repartiéndose las ganancias que en conjunto y sociedad obtenían de la explotación y opresión sobre nuestra clase trabajadora.” En síntesis:

“la Argentina no es una colonia dominada por el imperialismo a través de la oligarquía, sino que la Argentina es un país capitalista dependiente, donde su clase dominante, la burguesía –ayer terrateniente, hoy esencialmente industrial- mantuvo en sus manos el poder del estado asociándose con determinadas potencias imperialistas para poder desarrollarse ella misma como clase. […] ningún sector de la burguesía tiene alguna tarea revolucionaria por cumplir. No ponemos en tela de juicio en este momento su mayor o menor capacidad de enfrentar al imperialismo […] es una cuestión de correlación de fuerzas entre los capitalistas. [Pero] existiendo un Estado Nacional, habiéndose unificado la nación ya hace mucho tiempo […] los sectores burgueses que se postulan para tomar el poder solo pueden reformarlo en ‘su’ beneficio.”

En sintonía, se revisaban las concepciones sobre los pequeños y grandes capitales. Como vimos en los trabajos de Guzmán, el socialismo revolucionario caracterizaba a los llamados “monopolios” como producto natural de las propias leyes de la competencia capitalista que tendían a la concentración y centralización del capital. Esto resultaba perjudicial para “las burguesías medianas y menores”, que el MIR identificaba nucleadas en la Confederación General Económica, las cuales veían reducirse su “participación en la explotación de la clase obrera.” La dinámica de concentración de capital, señalaba el MIR, era propia y válida “aquí y en cualquier otro país capitalista”. De esta forma, aquellos fenómenos (dependencia, monopolios) cuya causa el resto de la izquierda achacaba a factores extra-económicos de sometimiento al imperialismo y el gran capital, el MIR explicaba a partir del desenvolvimiento inherente a la dinámica capitalista de acumulación y competencia.

“Por eso pensamos que si ‘liberación nacional’ significa Argentina gran potencia capitalista, a costa de nuestra clase trabajadora […] este no puede ser nunca un objetivo de los revolucionarios. Si liberación nacional significa […] el triunfo sobre los explotadores y represores de todo pelaje y color, nosotros creemos que no puede conducir más que a un objetivo sin ‘etapas previas’: la revolución socialista. […] se trata de realizar la liberación de los explotados y oprimidos por el capitalismo y el imperialismo, y no la liberación de la Nación, la Segunda Independencia, etc., banderas que en este país en particular pertenecen a los sectores nacionalistas de la burguesía, interesados en utilizar a la clase obrera como base de maniobra para renegociar su situación frente al imperialismo, y alcanzar su aspiración de transformarse en capitalistas independientes.”

Estado y campo: a imagen y semejanza de la burguesía

Otro punto nodal de la discusión, para el MIR, era la cuestión del Estado. Este instrumento de dominación se sostenía sobre distintos pilares: la legalidad (la Constitución y demás leyes) que debía defender la propiedad privada de fábricas y tierras, y por tanto “justificar la explotación de los obreros por sus patrones”; luego, el ejército, así como la policía, encargados de garantizar que ese objetivo de explotación de la fuerza de trabajo se cumpliera en condiciones de paz y orden (reprimiendo la lucha obrera); y la educación burguesa, en tanto inculcaba “al pueblo que la división de clases es justa […] con un ‘hondo contenido nacional’”.5 Partiendo de esta base teórica, el MIR sostenía como necesario “analizar y descubrir qué clases representan los distintos Estados, el argentino inclusive”. En ese examen, la organización encontraba que las tareas históricas de la burguesía en el país se habían completado, aunque cobijara al mismo tiempo los intereses del capital extranjero. Como ya vimos en el punto anterior, un aspecto no iba en desmedro del otro:

“Nosotros entendemos que el Estado argentino, constituido nacionalmente hacia 1880, expresa la dominación de la burguesía nativa, asociada […] con las potencias imperialistas, sobre el proletariado y demás sectores oprimidos por el capital. Con una economía nacional basada en relaciones capitalistas de producción, con una legalidad aplicable a ‘todos por igual’ en un territorio delimitado, con una determinada forma de organización del Estado, con la existencia de un ejército nacional, etc., quedaba constituido hacia 1880 el estado nacional bajo la hegemonía de la burguesía terrateniente y comercial porteña, la clase más poderosa de la época. A partir de allí este estado nacional garantizó la explotación y opresión sobre las masas trabajadoras obreras y campesinas […].”

De modo que la principal tarea de la burguesía argentina, que era conformar un espacio de acumulación propio, se había concretado durante el proceso que culminó en 1880. Por esa razón, el gobierno podría caer en manos de tal o cual fracción de capital, pero siempre era el Estado de la burguesía argentina, que cumplía sus intereses históricos: garantizar la dominación sobre la clase obrera. De allí que el MIR apuntara contra las consignas que reclamaban “expropiaciones y estatizaciones”. La organización señalaba que, con el Estado en manos de la burguesía, por más que lo que se expropiara fueran monopolios nacionales o extranjeros, solo estarían reformando las relaciones de producción. Es decir, transformando “la propiedad privada de determinados capitalistas en propiedad estatal de todos los capitalistas”. Así, la modificación de las relaciones capitalistas de propiedad no terminaría con la explotación de los obreros, porque “la estatización por parte del Poder Burgués no tiene en sí misma ni un granito de socialismo. […] las expropiaciones solo las podrá llevar adelante el proletariado en el poder […] y terminar con la explotación del hombre por el hombre”. Es decir, que para ello la clase obrera debería constituirse en “clase dominante”, imponiéndose por la fuerza. En suma, el MIR advertía los peligros de no esclarecer correctamente el carácter socialista de las consignas levantadas, y alentar “falsas expectativas” reformistas, déficit que atribuía en aquel momento al programa del Frente Antiimperialista por el Socialismo, en que “todas las reivindicaciones presentes adquieren inmediatamente un carácter de reformas, de cambios en los marcos del actual sistema de explotación capitalista.”

Por otra parte, el MIR caracterizaba la existencia de relaciones de producción capitalistas en el agro, sosteniendo que el sujeto “terrateniente” no era antitético al desarrollo capitalista. Un ejemplo histórico de ello había sido el fomento de la industria nacional en la década del ‘30, de la mano de la burguesía terrateniente como medio para “resarcirse” de su crisis agropecuaria. A su vez, se complejizaba el problema de la estructura de clases y los aliados del proletariado. El MIR rechazaba consignas de ayuda técnica y financiera a pequeños y medianos campesinos, por cuanto se trataba de clases “no proletarias”. A sola excepción del campesino pobre, (“explotado y oprimido por los capitalistas” y por tal razón “hermano en la lucha por el socialismo de la clase obrera”), a partir del campesino pequeño y medio, en adelante, se hallaban sectores de la clase explotadora rural, por lo que no correspondía acompañar sus reivindicaciones. En este punto también encontramos un análisis que se mostraba atento de las características de la estructura económica argentina:

“Las relaciones de producción en el campo son capitalistas en lo esencial, y capitalistas son los campesinos medios. Capitalistas pequeños, se entiende, pero capitalistas ‘al fin’, puesto que por lo general explotan mano de obra asalariada. […] No es nuestro país la China prerevolucionaria […] No es la clase campesina la oprimida por el capital, sino que son los obreros, los semiproletarios y pequeños campesinos, quienes sufren la opresión del Estado de los burgueses, urbanos o rurales.”

Combatiendo al peronismo

Por último, el MIR cuestionaba toda consigna de auxilio económico a pequeñas y medianas empresas industriales, que implicaba una defensa más clara de los intereses de una fracción de capitalistas. En efecto, “las empresas medianas y algunas de las pequeñas están nucleadas en la CGE y son hoy gobierno; y justamente, son quienes exigen créditos y estímulos para continuar explotando a los obreros”. Para la organización, en lugar de exigir estímulos y créditos “para las patronales”, se debía reclamar “el mantenimiento de la fuerza de trabajo al Estado burgués, sea como sea, como quiera hacerlo, defendiendo los intereses de los obreros.” En tal sentido, ninguna variante burguesa podía ser más progresista que otra en términos de contener el desempleo:

“[…] luchamos contra la desocupación y nos da lo mismo que la fábrica sea propiedad del burgués privado o del burgués público (el Estado); lo que nos interesa es que, sea por subsidio estatal, sea por nacionalización, sea por seguro de desempleo, los compañeros no pasen hambre y puedan trabajar. Pero una cosa es exigir el derecho a vivir así sea modestamente, solucionen como lo solucionen los capitalistas, y otra muy distinta pasar a levantar las reivindicaciones propias de un sector patronal, pues esto hace que abandonemos nuestra independencia como clase y pasemos a representar las aspiraciones de los burgueses nacionalistas.”

En sintonía con estos planteos, el MIR se oponía a las salidas de “cogestión”, y la ilusión de democratización del capital que conllevaba, cuando lo único que implicaba la supuesta participación de los obreros en las empresas sería la administración de su propia explotación, anulando incluso el derecho a reclamar: “[…] los obreros debemos negarnos a jugar a la integración de clases, a claudicar de nuestros intereses revolucionarios, y debemos levantar bien en alto nuestras propias banderas de clase.”

El programa y la oportunidad histórica

Atento a las características concretas de la sociedad argentina, el MIR portó el programa revolucionario que en los ‘70 postulaba la necesidad inmediata de trasformaciones socialistas. La afinidad de las premisas que aquí reconstruimos con los planteos antes examinados en Guzmán, tan singulares al mismo tiempo respecto del grueso de la izquierda, nos permite visualizar la unidad que se configuró en la lucha programática en el interior de la fuerza social revolucionaria. El núcleo común de aquel esfuerzo teórico-político, que desbordaba los papeles y nutría la práctica cotidiana de varias organizaciones además del MIR, fue la discusión orientada a desmontar el programa de liberación nacional. El MIR buscó jerarquizar, ante todo, la contradicción social que oponía a explotadores y explotados, llamando a la unidad de todos los oprimidos por el capital (que excedía a la abrumadora clase obrera, e incluía también a campesinos pobres y asalariados en general, como sectores intelectuales), para destruir así “al Estado burgués, transformar toda la sociedad y construir el socialismo, terminando con la explotación. […] en marcha a una sociedad sin clases.” Pero esta elaboración programática acabada llegó tarde desde el punto de vista del desarrollo del proceso histórico de los ‘70. El socialismo revolucionario ofreció respuestas cuando la izquierda ya estaba embarcada en el despliegue estratégico de programas que asimilaban la Argentina a otras realidades geográficas y temporales. La necesidad de alcanzar la comprensión de las tareas revolucionarias adecuadas, con la suficiente antelación para orientar una intervención certera en el punto álgido de la lucha de clases, no es solo una conclusión que se integra el balance de la derrota de los revolucionarios en los ‘70, sino, fundamentalmente, una importante lección para los de hoy.


Notas

1Véase: Lissandrello, Guido y Ana Costilla: “Arqueología del socialismo revolucionario. El programa socialista revolucionario en los ’70”, en: El aromo, n°106.

2Venceremos! n°2, 31/08/1973. Salvo que se indique lo contrario, las citas refieren a este documento.

3Venceremos! n°4, 10 al 31/10/1973.

4Venceremos! n°2. Hasta que se indique lo contrario, las citas refieren a este documento.

5Venceremos! n°4. En adelante, todas las citas refieren a este documento.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

*

Últimas novedades de Aromo

Ir a Arriba