Hubo un retroceso electoral. Pero eso no es lo más grave. Lo más grave, y lo más peligroso, es que, en su campaña, el FIT se haya mimetizado con el resto de los partidos burgueses y que, en sus balances, no sepa qué sucede ni dónde está.
La dirección del FIT está envuelta en la crisis política general que precede el conflictivo y peligroso desarmado del bonapartismo. Acostumbrada al reflujo y a las tareas de tipo corporativas, parece disponerse a ser solo un elemento sindical y, por lo tanto, políticamente pasivo, en el derrumbe que se avecina.
Una cuenta simple
Comencemos con el recuento más elemental de los números. Para la dirección del FIT, las elecciones fueron un avance. En particular, porque logró posicionarse como “la cuarta fuerza”. En esto coinciden la dirección del PO y del PTS. La dirección del primero dice muy sueltamente (los subrayados son nuestros):
“el Frente de Izquierda aumentó levemente la votación que habían cosechado en las Paso las dos listas de su interna, y obtuvo una votación presidencial cercana a los 800.000 votos. Esa cifra se amplía a cerca de un millón de votos para la categoría de diputados nacionales, lo que debe ser valorado como un punto de reagrupamiento político para los explotados. Asimismo, pasamos a ser la cuarta fuerza, desplazando a la filomacrista Margarita Stolbizer al quinto lugar.”
Nótese que, por un lado, se señala el aumento del caudal de votos y, por el otro, se reivindica el cuarto lugar. Tratando de poner un poco de cordura y en contradicción con la dirección de la que él mismo forma parte, Jorge Altamira, en un documento propio, decide poner un freno al disparate. Con respecto al primer argumento, aclara que:
“De acuerdo a los resultados provisorios del domingo a la noche, nuestro Frente de Izquierda repitió el porcentaje de las PASO, o sea que no capitalizó los votos que dejaron la izquierda y centroizquierda que no superaron el piso de las PASO.”
O sea, numéricamente, fue un fracaso. Con respecto al segundo punto, explica que “no se puede reivindicar un cuarto lugar electoral cuando es el producto de un derrumbe espectacular de Stolbizer y no de un crecimiento propio”. Más aún, advierte a sus compañeros que “la auto proclamación electoral a cualquier precio es una manifestación de electoralismo”. Sin palabras…
Lo cierto es que no se superó a las PASO, no se llegó al millón en diputados, ni se pasó esa cifra, como dijo Del Caño en Milenium. En las PASO el FIT obtuvo 726.000 votos para presidente, compitiendo con otras listas de izquierda y centroizquierda. En las generales, no solo sin la competencia de todas las organizaciones que no pasaron las PASO (Lozano, Nuevo MAS, MST), sino incluso con estas (más Zamora) llamando a votar al FIT, se sumó 792.000 votos, solo 70.000 más. En diputados, se sacaron 912.000 votos, lo que no pasa “el millón”. Ahora bien, si comparamos ese mismo ítem (diputados) con las elecciones legislativas de 2013, el FIT perdió 465.000 votos. Un tercio de su caudal. O sea, se retrocedió. Y mucho. La variable que se quiere mostrar como la más auspiciosa es la más desfavorable. Más allá del significado político de los votos, lo primero que hay que decir es que los compañeros no saben algo tan elemental como sumar y restar. O, peor, que pretenden esconder el fracaso.
No faltan quienes quieren comparar esta elección con las presidenciales del 2011. En ese entonces, el FIT obtuvo 500.000 votos (un “aumento” del 30% para 2015). Claro, pero hay tres detalles. Uno, 2011 era uno de los mejores momentos del kirchnerismo (el famoso 54%). Dos, en medio del desarrollo de la crisis desde 2013, mientras el descontento avanza, el FIT retrocede. Tres, el programa con el que se fue a la elección esta vez, es mucho más lavado que el de aquella ocasión. Ahora no llega ni siquiera al sindicalismo más ramplón. Si los compañeros tampoco pueden ver esto, entonces no saben en qué dirección se mueve la lucha de clases y dónde están parados. Ese es el espíritu de lo que intenta señalar Altamira, contra las tendencias dominantes en el FIT.
El contenido
Los números en sí mismos no dicen nada. Toda la cuestión es la calidad de esos votos, es decir, qué representan y cómo fueron conseguidos. En los ’80, el MAS consiguió, él sólo, un caudal enorme de votos, logrando una elección inaudita hasta el momento por la izquierda. Sin embargo, eso no significaba la encarnación de una estrategia revolucionaria en la clase obrera. El MAS era un partido centrista. El balance de Altamira es completamente correcto en sus apreciaciones más generales, pero no explica por qué el FIT retrocedió y cuál es la responsabilidad del partido que dirige.
Los balances fueron más lamentables que la elección. Para el PTS, la victoria de Macri se debe a la “derechización”, a la que el kirchnerismo contribuyó presentando candidatos derechistas. O sea, si presentaba a Randazzo nada de esto pasaba. Para el PTS, la crisis no existe, todo es cuestión de personas. Por eso, presentó a un joven con buena presencia que no tenía mucho para decir. Para el PO, el problema es que las masas no comprenden la situación y atraviesan un reflujo. O sea, no hay mucho para hacer. Eso explica el tono light de la campaña.
¿Qué se mide en una elección? Para la burguesía, se trata al fin y al cabo de contar votos. Todas las energías están concentradas fundamentalmente en eso. El voto, más allá del contenido. No importa lo que hay que decir. El caso es ganar. Simplemente eso. Si se gana, después se hace lo que se quiere. Ese es todo el secreto de la política electoral burguesa: la diferencia entre lo que la clase obrera cree que vota y lo que realmente vota. En ese contexto, insistimos, el voto tiene un valor en sí mismo. Para una política revolucionaria, las elecciones son una forma de educar al proletariado en la política socialista, una ocasión para la propaganda del programa y, subsidiariamente, medir la penetración de las ideas revolucionarias. Es decir, es parte de la tarea que el partido revolucionario tiene que darse para que las ideas se transformen en fuerza de masas. Si lo medimos de esta manera, el fracaso no puede ser mayor.
Las masas tuvieron un comportamiento claramente opositor. Justamente, el voto a Macri tiene que ver con el repudio generalizado al personal que ha dominado la escena en la última década. El caso más claro es Aníbal Fernández. Incluso la sobrepoblación relativa ha roto con sus direcciones. Los intendentes y la propia Milagros Sala fueron repudiados por sus propios beneficiarios. No hay reflujo, lo que sucede es que las masas no tienen mejor opción. El FIT no pensó en grande, no se preparó para ser alternativa, siguió jugando el mezquino y aburrido juego de la interna trotskista, cuyo episodio más lamentable fueron las PASO. En lugar de construirse como partido, el FIT le entregó su programa a la parte más atrasada de la vanguardia, para que esta organizara una estudiantina comandada por un compañero que no estaba a la altura de las circunstancias.
¿Cuál fue es el grado de rechazo al sistema en la población? No podemos medirlo. Simplemente, porque el Socialismo no fue a las elecciones. Toda la campaña presidencial se basó en consignas democrático-liberales (derechos de la mujer, de los jóvenes) y a lo sumo sindicales (salario igual a la canasta familiar, 82% móvil). Consignas que ya llevaban adelante los candidatos del régimen. Toda la discusión para la izquierda es conseguir un salario “digno”, pero la eliminación del impuesto a las ganancias, promesa generalizada entre los popes del sistema, implica un aumento salarial superior a cualquier cosa que pueda prometer la izquierda. Mientras tanto, la izquierda proclama la aceptación de la explotación. Y de una gran explotación, porque salario mínimo igual a la canasta familiar implica que la clase obrera no pase de necesidades elementales. Eso no es lo que se propone un revolucionario. Como reformista, hasta Montoneros era mucho más ambicioso.
Hablar de la campaña a legisladores, llevada adelante centralmente por el PO, es medir hasta dónde puede caer un partido. La consigna central fue “meter un diputado”, para que “también haya diputados de izquierda”. Es decir, no hay ninguna discusión programática. En el folleto, se explicaba los votos que le faltaban a Solano para ser legislador. O sea, se apelaba a la caridad. Pero a fijarse bien, se dice “también”, es decir, parece que está bien que haya legisladores de todas las tendencias. Solamente, se pide “amplitud”. Una vergüenza.
En ningún momento, los candidatos se animaron a decir qué país realmente querían. Olfateando ese miedo, los periodistas los corrían con definiciones a las que evadían constantemente con consignas sindicales. Al pobre Del Caño -sin dudas un compañero abnegado, pero con una formación sumamente deficiente- lo terminó corriendo nada menos que Agustina Kampfer. En algún momento, el PTS hizo referencia a la Salud y la Educación de Cuba, pero no a la transformación social que precedió esos avances: la toma del poder por parte de la clase obrera, la expropiación al capital y la centralización de los medios de producción en manos de un Estado obrero. La única excepción honrosa fue la intervención de Christian Castillo, quien se animó a decir abiertamente que él estaba en contra de la Constitución y del capitalismo.
Hacemos aquí un punto aparte: el FIT mostró a sus dirigentes menos preparados. Jorge Altamira y Christian Castillo estuvieron ausentes en las apariciones públicas, porque no fueron candidatos o fueron candidatos menores. En lugar de Jorge Altamira, Gabriel Solano. En lugar de Castillo, Del Caño. En nombre de la “juventud” se relega a los mejores elementos, a los cuadros más preparados, aquellos que saben explicar mejor los problemas. Las apariciones de Del Caño, sus vacilaciones y sus evidentes lagunas teóricas y empíricas conspiraron contra todo el esfuerzo militante de la campaña. Se privilegió la imagen a la eficacia agitativa. Otra concesión a la degradación burguesa de la política. Si el PO le entregó la dirección del FIT a la retaguardia, esta lo hizo a sus elementos políticamente más atrasados e intelectualmente más precarios.
En definitiva, el FIT retrocedió porque, en medio de la crisis, no supo presentar una alternativa a la política burguesa, no se presentó como una opción de masas y no puso a sus mejores cuadros a trabajar sobre ello. En consecuencia, ante la caída del bonapartismo, la clase obrera eligió a los representantes burgueses que parecen menos mentirosos. En fin, con una campaña de tipo reformista, en el mejor de los casos, y puramente personalista (liberal), en el peor, se privó a la clase obrera de una herramienta política y, para colmo, ni siquiera se logró lo que se pretendía. Nos rebajamos para nada. El fracaso no podría ser mayor.
No podemos saber exactamente qué habría pasado, en términos de votos, si se hubiese apelado a la conciencia revolucionaria. Pero sí es seguro que se hubiera avanzado en la inserción de la conciencia revolucionaria en las masas. Cada voto que hubiésemos conquistado para la revolución vale mucho más que los 900.000 para “los derechos de las mujeres y la juventud”. Algo de eso intuyó Altamira cuando advierte a su propio partido que el balance de la campaña no puede remitirse a los votos, que se debía medir el grado de reclutamiento militante. Es más, aún antes de la elección, anticipándose a los balances numéricos, señaló:
“Sería, sin embargo, caer en la fantasía electorera si no se advierte que, como influencia organizada y reclutamiento obrero, el Frente de Izquierda está aún muy rezagado frente a estos mismos antecesores [MAS e Izquierda Unida].”
Lógicamente, esta advertencia es también (y especialmente) hecha al PO. Entre sus defectos más importantes, está el no haberse preparado políticamente. Es decir, no haber transformado al FIT en una herramienta eficaz de intervención, que concentre los esfuerzos dispersos de todos los elementos revolucionarios: un Partido Único. Mientras espera tragarse de prepo a todos, la historia le pasa por arriba.
El rescate
En su momento, propusimos un congreso de militantes para salvar al FIT de la retaguardia y debatir las formas de la campaña. No se dignaron ni siquiera a darse por enterados. Los resultados están a la vista. La dirección del elemento más importante que tiene la clase obrera está en manos de los elementos más atrasados. Es necesario rescatar al FIT a través no solo de sus elementos más preparados, sino recurriendo a la militancia más consecuente. Nunca mejor pronunciada, ni más oportuna, la consigna que ha puesto sobre la mesa Altamira:
“Proponemos una campaña de asambleas de militantes y simpatizantes que discutan un balance a fondo de las elecciones y de la situación política que ha derivado de ella, y que elaboren un plan de movilización y objetivos prioritarios para la nueva etapa.”
Esa es la salida. Acordamos plenamente y manifestamos la voluntad de participar de la convocatoria, que debe ir más allá de los militantes del PO. Todos los compañeros valiosos del PTS, IS y otras organizaciones, dirigentes y militantes de base, que quieren intervenir en forma revolucionaria frente a la crisis, que quieren un balance realmente serio y una propuesta de intervención eficaz, deben ser parte.
Compañero Jorge, estamos a disposición, para difundir y organizar esa campaña. Es cuestión de poner fecha y lugar. Hágalo. Allí estaremos.
Razón y Revolución