Las regulacionistas afirman que puede existir prostitución no relacionada con la trata de personas. Lo cual es cierto. Lo que no lo es, es la idea de que la regulación elimina la trata, porque la actividad, aunque no se basa exclusivamente en ella, no puede existir sin esa forma de provisión de mujeres. Está en la naturaleza misma de la actividad.
La prostitución es el proceso de trabajo en el cual se produce la mercancía “placer sexual”. El proceso comienza con la captación del cliente, es decir, con la disposición del cuerpo de la mujer en “oferta”. Una vez captado el cliente, el proceso de trabajo varía pero siempre tiene como objetivo el uso del cuerpo de la prostituta. La particularidad aquí es que la prostituta no solo usa su cuerpo para producir la mercancía “placer sexual”, sino que además se ejerce sobre su cuerpo.
La prostitución se encuentra entre los procesos de trabajo más atrasados. No puede alcanzar niveles de automatización como una planta automotriz, por mencionar un caso, y por tanto el capitalista no puede controlar como controla a los obreros en una planta de ese tipo. Por ello mismo, los ámbitos laborales de la prostitución son el gang system (el “cafisho” que regentea un conjunto de mujeres que hacen “esquina” o “parada”) o, en el mejor de los casos, la reunión de las cooperadoras en un espacio común, el prostíbulo, lo que genera mejores condiciones de control para la patronal.
Dada la enorme libertad que allí se dispone, básicamente porque la mujer usa y se usa su cuerpo y puede reproducir ella sola la producción de la mercancía “deseo sexual” escapando a una relación capitalista, la violencia en grados muy elevados es una condición objetiva necesaria del control de la fuerza de trabajo. Dicho de otro modo, la violencia, tanto física cuanto psicológica, sobre la mujer es necesaria para asegurar el control del proceso de trabajo.
El carácter atrasado del proceso de producción lleva necesariamente a niveles de explotación elevados. La cooperativización fuerza los salarios a la baja, en la medida en que, en la competencia por el mercado, las trabajadoras cooperativizadas están en mejores condiciones para ofrecer un “servicio” más barato. El prostíbulo es, entonces, un instrumento económicamente reaccionario, más allá de que las proxenetas de AMMAR lo presenten como un oasis para las mujeres.
Este carácter atrasado del proceso de trabajo lleva no solo a grandes dosis de violencia para someter y controlar, sino a formas igualmente violentas de conseguir mujeres. Cuando hablamos de “trata”, de lo que hablamos es de mecanismos extra-económicos de provisión de mujeres, es decir, que no apelan a la “elección voluntaria” por necesidad económica. Una prostituta que opera para consumidores de “buen nivel” puede encontrar un ingreso mayor que en otros mercados, como el de la limpieza o los cuidados personales. Luego, puede “elegir”, en el sentido capitalista, es decir, elegir tal o cual trabajo hacer para no morir de hambre. Pero para ciertos consumidores altamente degradados, solo se consiguen mujeres mediante mecanismos de coerción extra-económica. Dicho de otra manera, “trata”. Por eso la rama económica que ocupa la prostitución no puede prescindir de la trata, lo que se comprueba al examinar el caso holandés, donde con la regulación no solo no disminuyó sino que aumentó la trata. Lo explicaremos en otra oportunidad. En definitiva, prostitución y trata van de la mano. Por eso, combatir solo la trata es un abolicionismo trucho. Tenemos que luchar tanto contra la trata como contra la prostitución, por un abolicionismo real.