Ricardo Maldonado
Editor Responsable
Estamos en un momento de profunda politización, no tanto por efecto del año electoral, sino más precisamente por las limitaciones y desencanto del mismo. Al decir politización queremos expresar la preocupación por el funcionamiento social, esas inquietudes que en tiempos normales suelen quedar naturalizadas. Cuando la vida política se disuelve en la vida cotidiana. Cuando política se llama a la adhesión esporádica, mediante el sufragio, a alguna variante política. Para la gran mayoría de la población eso que se llama política y su propia vida no están relacionados. Pero hay momentos en que la vida y las noticias políticas se nos aparecen comunicadas. Hoy todos tenemos la profunda percepción de que vivimos en un país sostenido por alfileres, al que no se sabe como afirmar y mantener erguido. Y, dramáticamente, estamos adentro de esta trama vertiginosa y amenazante.
Esa fragilidad estructural del capitalismo se puede percibir en el frenesí de los últimos veinte días. Por el engendro antidemocrático de las PASO, en una elección que no es elección, gana y queda como presidente virtual, un político que no es más que candidato. El resultado provoca un terremoto porque a pesar de vivir en la era del Big Data, nadie esperaba el resultado. El presidente que ya casi no lo es, reconoce una derrota y manda a dormir a todos. En la “oposición”, sorprendidos, no habían comprado suficientes sanguchitos así que festejan moderadamente mientras se pellizcan entre ellos. Al día siguiente Macri, el presidente que ya casi no lo es, amenaza a todo el mundo y el casi presidente, que apenas es candidato, calla mientras el dólar se va a las nubes. Es la mayor devaluación en un día de la historia y el candidato que es casi presidente dice que el dólar está bien ahí, entre los cúmulos y los nimbus. El valor de las empresas que funcionan en Argentina cae, los capitalistas las venden por lo que pueden. Los comerciantes comienzan a especular escondiendo productos. El salario, nuestro salario, se achica espantosamente.
Macri dice: perdón, estaba mal dormido, Fernández dice que a él todavía no lo llamó, Lavagna dice que hay que suspender la campaña (por lo poco que puede servirle seguirla). Se amigan por unos días e intercambian mensajes. Y sus economistas (difícil saber cuál es de cada uno de tan parecidos que son) coinciden en que lo importante es estabilizar y ordenar (de la pérdida del salario real ni hablar) El casi presidente va a un coloquio de Clarín y tutea (sí, con t no con p) a Magnetto.
Pero el presidente de salida convoca a una movilización en su apoyo y saca un paquete de medidas “populistas”. Los gobernadores peronistas que han cogobernado y lo han sostenido durante todo el mandato, por primera vez se resisten, paradójicamente a la baja del IVA y las medidas que atenúan y postergan el impacto, recurren a la Corte, hasta ayer denostada como enemiga. Uno de esos gobernadores peronistas que fue reelegido con promesas que no puede solventar tiene su provincia estallada, el candidato que se perfila para ganar se despega del mandatario aliado que ya reprime y hambrea, para que sea menos evidente que va hambrear y reprimir mañana. El FMI llega para evaluar la confirmación de un desembolso de cinco mil palos verdes. Alberto Fernández percibe que todo lo que dijo e hizo desde que lo sorprendió el escrutinio se parece mucho a lo que hizo y dijo Macri, y se endurece. Como el Macri del lunes 12, el Fernández del lunes 26 dice Háganse cargo! Y a la vez anuncia un virtual vacío de poder. Macri, que todavía está, anuncia que ahora no pagamos (una vez más) y que más adelante se verá. Argentina entra en default técnico. Se restringe en parte la compra de dólares.
Aquí correspondería decir algo de las centrales sindicales, de la dirigencia peronista en los sindicatos, pero no hay nada que decir. Sólo observan cómo los trabajadores ven su situación empeorar, ya no mes a mes, ni semana a semana, sino día a día. Observan si, y algunos van presos y entendemos entonces porque a ellos no les preocupa esa situación: están del otro lado.
El ballet de las alturas repite una coreografía conocida. Un presidente apoyado por los radicales que le cede apuradamente el lugar a un peronista en medio de una crisis económica descontrolada o en vías de serlo. En 1989, 2001, hoy. Pero cada repetición se realiza con una vuelta de tuerca en la degradación. En cada una de las veces anteriores hubo reestructuración de deuda, recursos extraordinarios (venta de empresas estatales, alto precio de la soja) y un salvaje sablazo a los ingresos de los trabajadores. Los tres, pero sobre todo el último elemento, fue central para permitir la estabilización. Pero Menem era un re conocido dirigente, ganador serial de las elecciones en su provincia, con cierto protagonismo en la política nacional desde antes del golpe del 76, e imbatible en elecciones nacionales. Néstor Kirchner era un oscuro mandatario provincial, desconocido a nivel nacional, cuyo particular record es no haber ganado nunca una elección nacional. El caso actual es más profundamente opaco. El virtual presidente nunca encabezó una lista (y mucho menos ganó una elección) y dedicó su vida a “operar”, neologismo comúnmente utilizado para “entuertos políticos a espaldas de los interesados” entre empresarios, dirigentes y sindicalistas. El carisma, la experiencia y la capacidad de la cabeza dirigente decrece en la misma medida que caen los recursos disponibles para arreglar, o al menos sostener, la economía capitalista argentina. Los dirigentes mediocres no son la causa sino el efecto de un país que va cuesta abajo. El giro pendenciero de Fernández luego de su primera semana moderada y estabilizadora, puede entenderse sobre el fondo de sus frágiles adhesiones (de allí el secreto que las ocultó hasta último momento a los encuestadores) que concitó.
Pero, así como la persona que cubre la función es un efecto de la política, ésta (su estabilidad o inestabilidad, la confianza o desconfianza que genera) es producida por la economía. Estas conexiones son las que se empiezan a ver en momentos como estos. Son las costuras de la situación: y nuestra tarea como socialistas es hacerlas más visibles. Hacer visible el problema del país burgués, ya que no por reiterada la cuestión va a cambiar. No se trata de cuestiones extrañas. La pantalla en la que usted podría estar leyendo estas líneas no se fabrica ni puede fabricarse en este país. El 99% de estas pantallas se producen en China, Japón o Taiwán por 7 gigantes industriales cuyo mercado necesario es de miles de millones de usuarios. No sólo nuestro país sino los habitantes de 190 de los 193 países que componen la ONU se ven obligados a comprarles. Piense cuantas cosas de las que usa, y de las que usan los que nos proveen las cosas que usamos, es necesario comprarlas en el exterior. Y piense cuantas cosas que se producen en este país podrían ser atractivas (por precio y calidad) para los consumidores de otros países. Ese es el “problema del dólar”. Que todo el mundo sabe que esa moneda es necesaria, todo el mundo sabe que es difícil conseguirla. La conseguimos con la venta de materias primas, si. Sobre todo productos agrarios y mineros. Pero hay un problema en aumento. El país crece y la provisión posible de dólares no logra hacerlo al mismo ritmo. Es que no se hace lo que se quiere sino lo que se puede, lo que los capitales están dispuestos a poner en movimiento con sus inversiones. No se trata de plantar lechuga en el balcón, sino de conseguir miles de millones de dólares mediante exportaciones de productos que requieren estructuras mil millonarias para producirlos.
Cuando señalamos que en la base de la estructura capitalista argentina no hay para todos es necesario aclarar que hay unos burgueses que producen mucho y generan dólares, la burguesía agraria, pero son muy pocos. Hay una capa más numerosa aunque no tanto de grandes patrones industriales y de servicios, poderosos en la escala del país, insignificantes a nivel mundial, que aunque en alguna medida funcionan no lo harían sin subsidios. Y el grupo de patrones más numeroso, atrasado, negrero y parasitario son las Pymes, la porción más torpe de la burguesía que se lleva una gran parte de los subsidios, lastra al país con su ineficiencia y trata a sus empleados de la manera más miserable. Son los que no respetan las conquistas obreras y repiten que “generan” trabajo. Para que ellos vivan muchos languidecen y mueren. Y frente a todas esas capas capitalistas que se expresan en las variables candidaturas burguesas en las elecciones se alza el conjunto, fraccionado en sus muchas formas, de los que vivimos de vender nuestra fuerza de trabajo, la clase obrera.
Si no se logra aumentar lo que entra al país (ya no hay empresas que vender, las exportaciones de materias primas no tienen los precios milagrosos del comienzo del kirchnerismo, ya pedimos un montón de guita) habrá que disminuir lo que se gasta: de allí la coincidencia en realizar reformas: la receta burguesa es ajustar, apretar, recortar. Da miedo que frente a los que cortan el bacalao, los futuros gobernantes digan que saben que son necesarias. Da miedo el pacto social. Da miedo la unidad nacional. Da miedo la promesa no dicha del ajuste que se viene, que sigue, que continuará.
Si los movimientos de los políticos se encuentran determinados por los intereses de una economía que no encuentra la salida, y si esta economía depende de una clase cuyo interés parasitario y anárquico (no laburan y se pelean entre ellos por la torta) por la ganancia desarregla toda posibilidad de bienestar para la sociedad, nos preguntamos por la izquierda.
Y lamentablemente la izquierda, a través de su mayor exponente el FITU, se encuentra determinada a no profundizar más allá del escenario que le plantea la propia burguesía. Basta seguir sus planteos fundamentales para ver el desconcierto. Comenzando por la súplica por meter uno o dos diputados más. Mientras hasta los dueños del país reconocen que no se sabe que va a pasar en dos semanas, reclaman el funcionamiento del Congreso, ese Congreso en el que poseen menos del 1% de los integrantes. Es decir que en un país que se deshace quieren emitir una declaración (no tienen peso para más) en el interior de un órgano institucional ajeno. Extremando esta línea proponen una Asamblea Constituyente, o sea una renovación total de los representantes con potestad de modificar la Constitución, de reordenar el país, una asamblea dominada completamente por el peronismo para que haga lo que quiera en ella.
También proponen que se vaya Macri, lo que hoy no parece muy lejano a la realidad sin que haya ayudado demasiado a la clase trabajadora. Claro que al decir solamente Macri fuera! se está diciendo también: Fernández adentro! En ese tema toda diferencia entre el FITU y el FdeT es de fechas. Y finalmente proponen romper con el FMI, algo que con el default técnico parece a punto de cumplirse en cualquier momento. Poniendo el acento en quién, cómo y hasta cuándo se realizan los préstamos, se oculta la razón inexorable por la que se los pide. Comparando las soluciones que proponen y la realidad, estamos casi a las puertas de lograrlo. O, como pensamos nosotros, eso es un programa propio de la clase enemiga y sólo confunde. Creemos que esta crisis nos encuentra, lamentablemente sin haber convencido a la vanguardia que está dispuesta a luchar, que el problema del país son las relaciones capitalistas, la clase de explotadores que la domina y le estructura anárquica, dislocada y parasitaria que la caracteriza. Sin haber convencido a una porción determinada de la clase trabajadora que hay algunos burgueses que producen riqueza y la escamotean, que hay otros burgueses que producen menos riqueza e incluso compiten entre ellos en lugar de potenciar sus posibilidades, y que hay otros burgueses que parasitan a la sociedad. No hemos convencido que a todos, que son muy pocos comparados con los millones que sufrimos este sistema infernal, hay que expropiarlos. A unos para motorizar el crecimiento social y no el individual (el campo, el petróleo, los grandes grupos económicos). Y otros para parar la sangría, dejar de pagar caros productos malos y mejorar la calidad de vida general. Podemos y debemos proponer algo distinto, mucho más cuando la desazón en la calle expresa que todo lo conocido no provoca mucho entusiasmo. Es lo que hay, eso está claro, pero no enamora, y también se nota. Si vamos a proponer algo, propongamos algo nuevo, si vamos a proponer algo, propongamos el socialismo. Sobre todo ahora que algo del contorno de las clases sociales se percibe detrás de tanto fracaso, amenaza y miedo.
Que los partidos burgueses no puedan proponer ninguna alternativa real es lo esperable. Lo triste es ver otra vez a los partidos del FITU subirse a la misma calesita: no al FMI, no al ajuste, no al tarifazo, no a esto, no a lo otro. Si tan solo pudieran inculcar en la clase trabajadora una sola idea afirmativa, que la riqueza de la argentina (como la de todas las naciones) la crea la clase obrera, esa sola idea sería mil veces más potente que todos los NO.