Viudas e hijas de las retenciones K

en El Aromo n° 42

Marina Kabat

Taller de Estudios Sociales – CEICS

Los chacareros chicos y medianos fueron la base social de la protesta y sostuvieron el paro incluso frente a sus pares más importantes. Ellos le pusieron el cuerpo a la medida y fueron los más reacios en levantarla. En los medios fueron presentados como los “productores”, aquellos que se levantan con el sol y trabajan con sus manos la tierra. Sin embargo, su realidad es muy distinta. No existen explotaciones familiares dedicadas a los cultivos sujetos a retenciones. Una explotación familiar es aquella que se sostiene principalmente sobre el trabajo familiar. Pero la agricultura cerealera argentina está altamente terciarizada. El 80% de la cosecha y entre el 60 y el 70% de la siembra es realizada por contratistas. Las explotaciones más pequeñas no escapan a este fenómeno. Al revés: por su reducido tamaño les resulta más difícil hacerlo. Para sostener máquinas propias es necesaria una escala mayor, arriba de 500 o 1.000 has. Pero en esos casos, por la mayor superficie, ya cuentan, con personal tanto estable como temporario, que también supera el aporte de la fuerza de trabajo familiar. De esta manera, quienes cortaron las rutas no son los productores, los que trabajan, sino los que gestionan el trabajo ajeno. Lejos de su imagen mediática, no sudan en la cosecha: se limitan a vigilar el trabajo de los operarios que ni siquiera dirigen en forma directa. En los foros web rurales se recomiendan entre sí las mejores formas de supervisión: sentarse al lado del maquinista, vigilar sin ser vistos… También los contratistas participaron del paro. Hay contratistas de todos los tamaños. Centralmente se dividen entre “contratistas productores” y “contratistas puros”. Estos últimos son los más grandes, trabajan para los pools de siembra, en general toman actividades para superficies superiores a las 2.000 hectáreas. Los contratistas de menor tamaño son los que más temen a las retenciones. Los “contratistas productores” se encargan de superficies menores, como actividad complementaria al manejo de su propia explotación. Las empresas contratistas también se basan en el trabajo asalariado: en Buenos Aires, en el 2006, el 69,1% de las personas ocupadas en el contratismo rural eran obreros y sólo menos del 31% eran socios (patrones).1 Chacareros y contratistas temen que las retenciones dificulten en lo inmediato su expansión y a mediano plazo pongan en juego su supervivencia como capital. En forma reiterada plantean que las retenciones limitan sus perspectivas de acumulación. En los últimos años venían ampliando sus explotaciones por la vía de alquilar más tierras complementarias y temen no poder continuar esa expansión. Esto ya le ha pasado a muchos: los más eficientes pueden ofrecer alquileres más altos y consiguen arrendar más y mejores tierras que los menos competitivos. En el caso de los contratistas sin tierras propias, muchos migran fuera de la zona núcleo para poder seguir arrendando. En cambio, al titular de tierras, que no logra alquilar lo suficiente para alcanzar una escala competitiva, termina por resultarle más ventajoso arrendar su tierra a otros que organizar la producción por sí mismo. Este horizonte es el que los chacareros temen.

De profesión, rentista

Muchos ya abandonaron la explotación directa y se transformaron en terratenientes rentistas. El alza de los arrendamientos favoreció ese pasaje. El nivel de ingresos de estos sectores es elevado. En base a las cifras de los arrendamientos del 2005 encontramos que, en las tierras más alejadas de Chaco, con 100 ha., uno puede obtener 6.000 dólares anuales. En la zona núcleo la hectárea está 500 u$s. Con tan sólo 40 ha se percibe anualmente 20.000 dólares. 2 En ese sentido, la beligerancia de los empresarios rurales no surge de un miedo a un porvenir oscuro, sino de la ambición de ganancias aún mayores. ¿Por qué conformarse con sólo una porción de la plusvalía en calidad de rentista, si es posible aspirar a una cuota mayor como burgueses? Pero la dinámica capitalista deja cada año a muchos fuera del negocio. Este grupo crecientemente numeroso también participó de la protesta, tanto en las rutas como en las calles urbanas. Pero en ambos, su rol fue secundario: ellos están amenazados por una disminución cuantitativa de sus ingresos (como los alquileres se pactan en función de ganancias esperadas, con las retenciones los cánones de los arrendamientos bajarán en detrimento del bolsillo del rentista). En cambio, el burgués piensa en sus ingresos, pero también defiende su condición social (la fuente presente y futura de mayores ganancias). De allí su mayor combatividad. Finalmente hay un segundo tipo de rentistas: aquellos que invirtieron en fideicomisos para la producción agraria. Es decir, accionistas de los pools de siembra. Algunos terratenientes reinvierten dinero que reciben en concepto de alquileres; numerosos sectores de la burguesía agraria hace lo propio con sus ganancias. Por último, familiares y conocidos de residencia urbana han invertido también sus ahorros en esos fondos, con lo que el rentismo rural se extiende mucho más de lo que uno imaginaría. Seguramente quien tiene sus ahorros invertidos en tan lucrativo negocio no ha dejado en estos días de probar la musicalidad de sus enseres de cocina

¿Cacerolas o discos de arado?

Las mismas clases sociales que participaron en los cortes de rutas fueron las que protagonizaron las protestas urbanas. Burguesía y rentistas rurales aportaron la masa de los sectores movilizados en los cacerolazos y fueron los vértices de su organización. Los hijos de chacareros, centralmente estudiantes de ciencias agrarias, fueron el corazón de la protesta tanto en Buenos Aires y La Plata como en Rosario, en esta última con una fuerte participación de chacareros. En la Capital organizaron el primer cacerolazo desde el centro de estudiantes de la Facultad de Agronomía por medio de cadenas de mails y mensajes de texto. Otros grupos de estudiantes “autoconvocados” hicieron lo mismo. Los chacareros, si bien aportaron menos numéricamente que sus hijos a la protesta urbana,3 también fueron importantes. Durante el primer cacerolazo, es un dirigente de la FAA quien insulta D’Elía y crea un hecho político al lograr que éste le pegue. Los carteles de la Sociedad Rural de distintas localidades estuvieron presentes en todas las movilizaciones. A La Plata y Rosario se acercaron muchos chacareros con el fin de participar del cacerolazo. El mismo fue propagandizado desde el día 24; volantes, weblogs y periódicos locales lo atestiguan. Es cierto que el primer cacerolazo en la Ciudad de Buenos Aires (25/3) parece haber arrastrado a sectores algo más amplios. Esto es también relativo porque la protesta, si bien numerosa, no llega a ser aplastante. Según los medios, entre 4 y 10 mil personas en Plaza de Mayo y otras mil en Devoto. El Aromo se acercó a Caballito y entrevistó a una porción sustantiva de quienes allí caceroleaban. Este relevamiento muestra, por una parte, una fuerte participación de miembros de la burguesía rural: 9 de 50 entrevistados eran rentistas, chacareros o familiares de ellos. Por otra parte, encontramos también a un empleado del Hospital Francés, que revindicaba su trayectoria de lucha y reclamaba “que se vayan todos”. Otra mujer no estaba segura de apoyar al campo y se quejaba de la inflación. Pero eran minoría. La mayoría de los entrevistados declaró no haber participado de los cacerolazos del 2001. Los discursos más moderados de los días siguientes han de haber conformado a muchos de los que salieron el 25. Otros, los que escucharon cacerolas y bajaron con las mismas consignas del 2001, deben haber abandonado el movimiento al constatar su carácter derechista. Así las cacerolas de la Capital fueron cada día menos. Al menguar la concurrencia quedó al desnudo el corazón de la protesta y ya el 26 la mayoría de los que se acercan a Plaza de Mayo son familiares de chacareros: de 7 sobre 7 entrevistados por Clarín en la 9 de julio lo eran. A diferencia de lo que se cree, el apoyo “popular” al paro del campo fue todavía menor en el interior. La mayoría de las cacerolas pertenecen a chacareros que se dirigen a la ciudad. Así, en Tucumán el 25 a la noche hubo un cacerolazo con 3.500 personas. Pero se trataba de los productores y sus familias que abandonaron los cortes dejando guardias mínimas para manifestarse en la ciudad. La noche siguiente en Tucumán no hubo cortes porque prefirieron quedarse en la ruta. Si hubiera un apoyo externo habrían podido organizar un cacerolazo igual, pero ese apoyo no existía en ciudades del interior que sufrieron el desabastecimiento mucho más rápido que Buenos Aires. En otros lugares la familia chacarera se divide: las mujeres se trasladan a la ciudad mientras los hombres se quedan en los cortes. En ciudades con estructuras económicas más diversificadas los cacerolazos fueron débiles, Córdoba y Mar del Plata, por ejemplo. En cambio fueron fuertes en aquellos centros urbanos que actúan como cabeceras de distritos agropecuarios. Esto ocurre en Tandil y Río Cuarto. A su vez, el primer día (25/3) los cacerolazos en Entre Ríos y Corrientes fueron débiles y escasos. En cambio, son muy numerosos y más masivos en la provincia de Buenos Aires, donde la convocatoria previa por parte de la SRA parece decisiva. Hecho que comprobamos en Olavaria, Tres Arroyos, Benito Juarez, San Cayetano, Mar Chiquita y Lobos. Lenin y Marx definen al pueblo como la alianza de obreros y sectores empobrecidos de pequeña burguesía. No fue el pueblo quien se movilizó, como afirma el PCR. Los 1.300.000 obreros rurales no participaron de la protesta: la mayoría de ellos continuó trabajando tranqueras adentro (el paro era sólo comercial) mientras su patrones mateaban en la ruta. Tampoco hubo campesinado, sino capitalistas y rentistas más o menos grandes, más o menos pequeños, pero ninguno que sobreviva de otra cosa que del trabajo ajeno. Explotan trabajadores directamente o terciarizados mediante contratistas, no realizan tareas laborales, limitándose a gestión y control de la actividad. Todo esto los excluye, no ya de la clase obrera sino incluso de la pequeña burguesía que, sin embargo, en cierta medida -activa o pasivamente- simpatizó con ellos, creyéndolos, equivocadamente, un par suyo en apuros. Notas

1 Si se calcula solo las personas ocupadas en forma permanente (sin los obreros temporarios) la mayoría del trabajo sigue siendo aportado por asalariados (60%). Estimaciones propias en base a EPSA, 2006.

2 http://www.lanacion.com.ar/edicionimpresa/suplementos/elcampo/nota.asp?nota_id=709732

3 Sólo en Agronomía de la UBA estimamos que cursan 1.000 hijos de chacareros El censo universitario de 2004 indica que, de 4.550 estudiantes de esta facultad, el 23,8 provenía del interior (centralmente Buenos Aires y Entre Ríos).

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