Federalismo y liberalismo, historia de un desencuentro

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Javier Milei perdió votos entre las PASO y la primera vuelta. Sus ideas sobre la coparticipación y el rol de las provincias pueden ser una de las claves.

Marina Kabat*

Parte de la remontada de Massa se debe a la afluencia de nuevos votantes en el interior del país. El candidato de Unión por la Patria y actual ministro de Economía dio vuelta el resultado en varias provincias donde había perdido las PASO y amplió la diferencia en otras que ya había ganado. Excesivamente confiado con los resultados iniciales, Milei comenzó a hablar. El interior se puso en guardia apenas escuchó al libertario decir “Ministerio de Obras Públicas, afuera” y dio señales de ir en serio contra la coparticipación federal. Milei apuntó sin piedad su motosierra contra los presupuestos provinciales. Su objetivo, reducir al mínimo el financiamiento nacional. Ni los liberales de fines del siglo XIX se animaron a tanto. 

Durante la edad dorada de la Argentina agroexportadora (digo “edad dorada” porque, por más industria que se sustituyera después, la Argentina nunca dejó de ser agroexportadora) las economías provinciales estuvieron protegidas. Ni Cuyo ni el Noroeste argentino quedaron expuestos a los caprichos del mercado. Los telares artesanales fueron sacrificados a la competencia, pero las grandes producciones regionales fueron preservadas. Sin esta protección no hubiera existido la Argentina moderna. La unificación nacional solo se logró en 1880, cuando cesaron los conflictos interprovinciales y un sector de la burguesía del litoral se asoció con las burguesías provinciales. Esta alianza fue conocida como el Pacto Roquista. 

Con el Pacto Roquista se estableció el libre comercio en general, pero se exceptuó a las economías regionales. La protección de la vitivinicultura de Cuyo y el azúcar del Norte, entre otros sectores, fue la moneda de cambio para que las provincias depusieran las armas, eliminaran las aduanas interiores, las monedas locales, y se pudiera organizar el territorio nacional como un único mercado. Como parte del trato, el Estado nacional tuvo un rol central en el desarrollo de la infraestructura en todo el país al financiar los ferrocarriles, que traían los productos regionales a las grandes ciudades. 

Cuando estas protecciones se debilitaron o resultaron insuficientes, emergieron los populismos locales primero (Lencinas, en Mendoza, Cantoni en San Juan) y luego el peronismo a escala nacional. La crisis del 30 había pegado fuerte en las provincias extrapampeanas, que recibieron con brazos abiertos toda la ayuda que pudiese llegar del gobierno nacional. Perón reeditó el Pacto Roquista al nacionalizar los ferrocarriles y subsidiar sus tarifas. A través del IAPI, que comercializaba los productos agrarios, subsidió las producciones regionales pagando por ellas precios superiores a los de mercado. Por ello, Perón contó con el apoyo de las burguesías locales y sus referentes, dueños de ingenios o grandes terratenientes fueron gobernadores oficialistas. Sin embargo, el peronismo no dio nuevas soluciones, sino que suavizó y prolongó una decadencia iniciada antes. El kirchnerismo, con la industria de Tierra del Fuego y mayores partidas de asistencia social, jugó un rol similar, con los mismos efectos secundarios.

Las políticas liberales, por su parte, resultaron devastadoras para las economías regionales. En los 90, antes que los piquetes llegaran al Conurbano, los cortes de ruta se habían generalizado en el interior del país, producto del desempleo causado por la privatización de grandes empresas nacionales como YPF. Con todo, el riojano no logró avanzar nunca con la reforma del Estado a nivel provincial. Esta tarea “pendiente” es la que hoy se propone Milei. 

A diferencia de Menem, que alcanzó la presidencia prometiendo salariazo y revolución productiva, Milei pensó que su carisma alcanzaba para convencer a las provincias de votar su propia ruina. Las más pobres dependen de la coparticipación federal para sobrevivir y pagar los sueldos del empleo público provincial y municipal, incluyendo los de los trabajadores de la salud, educación y seguridad. También son las que más requieren un aumento de la obra pública, de esa obra pública que Milei busca privatizar. En el interior ha circulado muchísimo la entrevista donde Fantino le pregunta a Milei si el Estado debería construir un acueducto en La Rioja, y Milei responde que no: alguien paga o la obra no se hace. En colegios este video se proyectó junto con otros sobre el derecho al agua y docentes preguntaron a los estudiantes si creen contar con el dinero para pagar un acueducto.

La búsqueda de eliminar la coparticipación federal de Milei se emparenta con proyectos separatistas en distintos países. En ellos las regiones más ricas, sea Cataluña en España o el oriente boliviano, quieren dejar de aportar recursos a la nación, objetivos que líderes de derecha buscan por diversos medios. La idea liberal de que cada territorio debe arreglarse con sus propios recursos rompe con el concepto mismo de nación, al igual que el proyecto de eliminar la moneda nacional. No es casual que Milei, en el Movistar Arena, haya dicho que era necesario volver a 1860 (y no a 1880 y el Pacto Roquista). Sus propuestas nos retrotraen a un momento anterior a la plena unificación nacional. 

Por otro lado, es cierto que el discurso contra la casta y la corrupción prende en provincias donde los desfalcos en la obra pública son más visibles. Basta pensar en los juicios por la obra pública en Santa Cruz, donde para encontrar las rutas provinciales que figuran en los mapas hay que hacer una excavación arqueológica. También la decadencia argentina se siente con fuerza en las provincias más postergadas. La mirada porteña imagina un interior tradicional de pobreza acostumbrada y digna. Desconoce las consecuencias sociales del deterioro de la estructura productiva: si Palpalá latía al corazón de altos Hornos Zapla y San Pedro vivía al ritmo de las temporadas laborales del ingenio, hoy ambas quedaron reducidas a ciudades dormitorio de San Salvador de Jujuy. Los conurbanos de las capitales provinciales se ensanchan y la droga avanza, incluso, en los poblados rurales. En ese territorio son comprensibles el hartazgo y la bronca. 

Pero es difícil que la salida provenga del sector privado. El Soberbio, en Misiones, fue bautizada hace más de diez años como la capital nacional de la esencia, cuando se proyectó un emprendimiento para producir citronela y otras esencias. Desde entonces la localidad espera una inversión frustrada que con una gran prensa permita la producción a gran escala. En su defecto, hay solo un puñado de productores familiares. Otro ejemplo de la falla del sector privado: la Argentina es una gran productora de miel. El 80 por ciento se exporta. Lamentablemente, como a las firmas privadas que manejan el comercio exterior les resulta más práctico, exportan a granel, sin fraccionar y mezclando distintos productos, vendiendo a menor precio del que se obtendría si se fraccionara y clasificara por calidad. El Estado podría encargarse de esta tarea y de la comercialización, generando trabajo y obteniendo mejores precios. Pero, para que la Argentina exporte repelentes, mieles fraccionadas, flores, como lo hace Colombia, o lana de vicuña que cotiza 500 dólares el kilo, sería necesario un Estado que motorizara el desarrollo de las economías regionales. En las elecciones actuales esa opción no está presente. Massa quita impuestos a las economías regionales, pero no tiene un verdadero plan de desarrollo. 

Después de dos elecciones de resultado opuesto, ¿qué va a ocurrir en el balotaje? En el interior, ¿va a primar la bronca frente al statu quo, aun a costa de empeorarlo? En otras palabras: ¿van a entregarse las provincias a la oleada violeta sin negociar la continuidad de recursos vitales para su paz social? A más largo plazo, más allá de lo que el 19 de noviembre nos depare, ¿hay alternativas entre el liberalismo que amenaza destruir la Nación y un populismo que brinda asistencia a las provincias, sin crear las bases de un crecimiento futuro? ¿Qué acuerdos sociales serían necesarios para ampliar la acción del Estado, pero con empresas públicas competitivas y exportadoras? En todas las áreas productivas, el conocimiento está, basta ver el Proapi, y el gran trabajo desplegado por diversas reparticiones del INTA. No faltan técnicos, sino proyectos políticos. Debemos pensar las provincias no como fracciones del electorado a seducir, sino como un eslabón central de una propuesta estratégica. A la larga, no se trata solo de un problema económico, sino de la viabilidad misma de la Argentina como un Estado-Nación.

*Publicado en Perfil, 4/11/23

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