En medio de una crisis política cada vez más profunda, las divisiones en el seno de la burguesía española llevaron a una parte de la catalana a impulsar un referéndum independentista. Se trata de un reclamo que no es nuevo, pero ha cobrado más relevancia a partir de 2010, con el avance de la crisis económica. El actual jefe de la Generalitat, Carles Puigdemont, ganó las elecciones de 2015 con la consigna de “autodeterminación nacional”. Así, presentó en septiembre ante el parlamento, una convocatoria a referéndum para aprobarse a través de una “vía exprés” o “de lectura única”. Esto es, un recurso extraordinario que el parlamento catalán puso en marcha en julio, que permite acortar los plazos del debate y restringe la presentación de enmiendas.
Cataluña concentra uno de los sectores industriales más importantes de España. Representa el 20 por ciento de las exportaciones del país y el 20 por ciento de los ingresos fiscales[1]. El crecimiento interanual del PBI alcanza el 3 por ciento, casi en sintonía con el 3,1 por ciento del total del país. El desempleo se encuentra actualmente en el 13 por ciento, mientras que el promedio total del país alcanza los 17 por ciento. En suma, la región es uno de los principales sostenes del capitalismo español.
Sin embargo, Cataluña no puede existir por sí misma. El 50 por ciento de las exportaciones de la región tiene como destino el resto de España y el 30 por ciento Europa. Esto divide a la burguesía catalana. El reclamo independentista está motorizado por un grupo de cámaras patronales entre las que se destacan empresas metalúrgicas, comerciales, aseguradoras, constructoras, cementeras, madereras, alimenticias, carpinteras, panaderas y gráficas. Entre ellas, el peso más importante es de la FemCat, la cual forma parte del lobby del gobierno catalán y participa activamente en el financiamiento de campañas independentistas, como la de Artur Mas en 2014. A estos se suman los apoyos de Sol Daurella (dueña de Coca-Cola European Partners, Sicav Surfup y accionista del Banco Santander, Ebro Foods y Acciona), la familia Bagó y el Cercle Catalá de Negocis, representante de las pequeñas y medianas empresas catalanas.
Dentro de la oposición, podemos encontrar a la Asociación Española de Banca (AEB) y la Confederación Española de Cajas de Ahorros (CECA), la farmacéutica Almirall, Pronovias, Freixenet y la asociación empresarial Empresaris de Catalunya. La mayor preocupación de estos últimos reside en la pérdida del mercado español y los costos aduaneros para el comercio con el resto de Europa.
El avance del independentismo y la sanción de forma casi unilateral del referéndum, profundizó la crisis política. Rajoy respondió con detenciones del personal político del gobierno catalán; apertura de causas penales contra Carles Puigdemont y la presidenta del Parlamento, Carme Forcadell; corte a la financiación estatal automática y la cacería de urnas y boletas. Por último, ordenó cerrar los colegios electorales para que no se realizara el referéndum. Acto seguido, el gobierno catalán incitó la toma de los establecimientos para garantizar la apertura. Esto llevó al desalojo y represión por parte de la Guardia Civil y la Policía.
La burguesía española se estaba jugando todo para evitar el referéndum, que implica la descomposición de la nación. Tanto el PSOE como Ciudadanos, en línea con el PP, lo condenaron por tratarse de una maniobra “ilegal”, pero se despegaron de la represión que el Estado llevó adelante impedir el voto.
PODEMOS, por su parte, apoyó el referéndum y encolumnó a toda la izquierda tras de sí. El partido de Iglesias celebró una “Asamblea por la convivencia” para posicionarse frente a la cuestión catalana. Allí participaron Izquierda Unida (IU), el Partido Demócrata Europeo Catalán (PDeCAT), Izquierda Republicana de Cataluña (ERC), el Partido Nacionalista Vasco (PNV), Equo, Mès, Compromís, En Comú Podem (ECP) y En Marea. El encuentro concluyó con un documento donde los firmantes llaman “defensa de la democracia frente al PP”. Lo que no dice Iglesias, es que en este conflicto la clase obrera catalana no tiene nada por ganar.
Los resultados
Según los datos del gobierno catalán, el “si´” se impuso con el 90 por ciento de los votos (2.020.144), mientras que el 7,8 por ciento (176.566) se inclinó por “no”. El voto en blanco registró un 2 por ciento (45.586) y un 0,89 por ciento (20.129) de nulos. Aunque el número de votos positivos es importante, el dato más interesante surge al observar la participación: solo el 30 por ciento de la población catalana fue a votar. No se hizo ningún control en el referéndum, por lo que hay lugares donde las personas votaron más de una vez. Como muestra basta un botón: Paloi, en Gerona, tiene menos de quinientos habitantes. Sin embargo, una radio local informó que el conteo de votos fue de 1.001[2]. Esto disminuye bastante la representatividad de la cifra dentro de Cataluña.
Sin embargo, no se puede negar la existencia de una profunda división en torno a este problema. Si comparamos estas cifras con estudios previos, se puede ver que en el mes de julio de este año, existía un rechazo a la ruptura por el 49,4 por ciento y un voto afirmativo por el 41,1 por ciento. Tres meses atrás, el mismo estudio mostraba que el 44,3 por ciento de la población se inclinaba por el “No” mientras que el 41,1 por ciento se inclinaba por el “Sí”[3]. Es decir, el “No” creció casi 5 puntos porcentuales.
Una fracción importante de la clase obrera, acaudillada por el nacionalismo, apoyó el reclamo independentista. Esto no es extraño si observamos en qué lugares obtuvo el actual gobierno mayor caudal de votos en las elecciones 2015: Tarragona (14,95%), Girona (13,13%) y Barcelona (13,03%). Se trata de las provincias con la tasa más alta de desempleo de la región[4]. Si observamos además, la situación de los trabajadores ocupados, el panorama no mejora: la capacidad de compra viene en retroceso y ya acumula un 5,8 por ciento menos desde 2011.
Tal como sucedió con el Brexit y con Trump en Estados Unidos, el nacionalismo aparece para encauzar el descontento de una fracción de la clase obrera ocupada y desocupada. Un avance de este proceso no significa un panorama mejor para los trabajadores. Liberarse del Estado español solo dejará a Cataluña a merced de los capitales alemanes. A ellos deberán supeditarse para sobrevivir a la competencia capitalista. Con esta perspectiva, los trabajadores de la región no pueden esperar más que desempleo y un nuevo espiral de degradación de la vida. Un panorama aún peor aparece para los trabajadores extranjeros, ya que como se sabe, son los más vapuleados en el mercado de trabajo. Sin ir más lejos, Cataluña dispone de 51.192 obreros migrantes que puede explotar bajo cláusulas más flexibles si el proceso de independentista avanza[5].
La izquierda, furgón de cola del nacionalismo.
La izquierda española no fue la única en sucumbir ante el pedido de autodeterminación nacional de una parte de la burguesía catalana. La izquierda argentina se sumó, sin mayor lucidez, al reclamo por la autodeterminación del pueblo catalán, dejando que el particularismo se imponga sobre la unidad más general de la clase.
Izquierda Socialista es tal vez, la expresión más profunda de la claudicación ante el nacionalismo. La organización se pronunció en una defensa abierta de los derechos democráticos del pueblo sobre su futuro. El gesto le valió el agradecimiento de la presidenta del parlamento catalán, Carme Forcadell.[6]
El PTS por su parte, afirmó que la lucha por la autodeterminación tiene que estar acompañada de la discusión de “medidas como el reparto de horas de trabajo sin disminución salarial, el aumento del salario mínimo, el fin de la precariedad laboral, el no pago de la deuda, una educación pública totalmente gratuita y sostenida con impuestos a las grandes fortunas o la nacionalización de la banca y las grandes empresas”.[7] Es decir, unir los intereses a los de la burguesía nacional y luchar por reivindicaciones sindicales.
El PO merece un punto aparte. El partido sostiene que estaríamos frente a un conflicto entre el “pueblo catalán” y el Estado español, por lo tanto, correspondería luchar por la autodeterminación independiente del nacionalismo y la burguesía catalana.[8] Esto significa luchar por la liberación nacional para establecer una República Socialista Ibérica. En una línea similar se pronunció el Nuevo MAS.[9] Sin embargo, ninguno muestra porqué la clase obrera catalana sufre una opresión distinta a la de las otras regiones, como para justificar la independencia.
Es evidente que España no tiene completamente resuelta su cuestión nacional. Sin embargo, la solución no es la lucha por la autodeterminación. El separatismo o independentismo, es contrario a los intereses de la lucha socialista, ya que se impulsa la fragmentación de la clase.
Por una salida socialista
Cuando el conjunto de la izquierda debería estar mostrando que la clase obrera catalana no tiene nada para ganar con el referéndum, abandona la partida y se encolumna detrás del nacionalismo. Se buscan fórmulas para endulzar la entrega, pero todo se hace para no decir a los obreros catalanes lo que ellos, hoy por hoy, no quieren escuchar. Seguidismo de la conciencia atrasada, en lugar de plantarse y decir NO a la independencia.
El Estado español ya descargó la crisis sobre las espaldas de los trabajadores, a través de diversos planes de ajuste y recorte salarial. Lo seguirá haciendo a medida que la crisis avance. La falta de organización y el descontento creciente expone a la clase obrera a salidas desesperadas, como el nacionalismo catalán. La propia clase que empuja a la desesperación a miles de obreros es la que los reprime. La clase obrera catalana tiene reclamos genuinos: empleo, salarios, salud, educación. En fin, una vida mejor. Eso que el nacionalismo le promete pero no le va a dar. Para conseguirlo, tiene que dejar de mirar a sus explotadores y sumarse al resto de su clase. Ahí están sus aliados.
La tarea de los revolucionarios no es alentar a la conciliación de clases, en nombre de particularismos inútiles y reaccionarios. Es unir a la clase obrera, en todas sus expresiones, contra sus explotadores en una perspectiva revolucionaria. El proletariado no tiene patria y debería saberlo. Los partidos considerados de izquierda deberían llamar a un gran congreso de obreros de toda España para deliberar sobre las salidas a la crisis. La clase obrera no necesita nuevos seudo-estados nacionales ni revoluciones burguesas trasnochadas, sino el Socialismo. Antes que nada, Rajoy debe sacar sus tropas de Cataluña y se debe investigar a fondo a los responsables de la represión del domingo. Eso, sin perjuicio de la denuncia al nacionalismo catalán, que inmola a los trabajadores para su proyecto de capitalismo propio.
No a la independencia de Cataluña
Por la unidad de la clase obrera española
Por una Europa Socialista
Razón y Revolución
Notas
No lo creo que la salida sea esta, hay una demanda separatista de catalã. La situación está inflamada, pero lo que veo es mas un reflexo de políticas liberais por Rajoy.