UNA EXPERIENCIA DE LA IZQUIERDA EN EL MOVIMIENTO OBRERO. El trotskismo frente a la crisis del peronismo y la resistencia de los trabajadores (1954-1957)*

en Revista RyR n˚ 3

La historia de la izquierda argentina de la segunda mitad del siglo es inseparable de un problema central: la de su «externalidad» al movimiento obrero. En un contexto dominado por una orientación política fuertemente implantada en su seno, el peronismo, buena parte, si no todo el problema ha consistido en cómo superar ese obstáculo que se interpone entre la izquierda y la clase obrera. El autor hace aquí la defensa de una estrategia, el entrismo, y de la corriente política que la ensayó, el trotskismo «morenista».

Por Hernán Camarero (docente universitario y militante del MAS)

I) Introducción

Una persistente producción de libros, artículos, congresos, mesas de debate y hasta filmes cinematográficos ha venido examinando en los últimos años la teoría, el programa, la cultura y la práctica política de la izquierda argentina en las décadas de 1960 y 1970. En la mayor parte de estas elaboraciones, muchas de ellas de carácter ensayístico o periodístico, se ha señalado la aparición de una «nueva izquierda» en aquella época, surgida al calor de nuevos procesos que impresionaron profundamente en la conciencia de miles de estudiantes y trabajadores, como la proscripción del peronismo, la revolución cubana, el impacto de las políticas antiobreras de los diversos gobiernos, la permanente presencia del totalitarismo militar, entre otros. En esta inclinación hacia el estudio del pasado de la izquierda se ha desatendido hasta el momento al ciclo que antecede inmediatamente a los años sesenta y setenta y que constituye a nuestro entender el verdadero corte histórico que nos permitiría hablar de un nuevo período en la historia de la izquierda argentina. Este ciclo comienza con la crisis y caída del segundo gobierno peronista y la llamada Revolución Libertadora, que estimularon uno de los procesos de movilización, resistencia y reorganización obreras más importantes en la historia de esta clase. Nos inclinamos a pensar que es pues a partir de 1955 (e incluso un par de años antes), y no desde comienzos de la siguiente década, cuando debemos establecer el surgimiento de una nueva izquierda.

La izquierda marxista argentina había languidecido en la marginalidad tras la irrupción del peronismo y la consecuente conversión mayoritaria de la clase obrera a este movimiento político. Sólo dentro del marco de superficialidad e imprecisión en que aún se mantiene el análisis historiográfico sobre la izquierda marxista argentina en la segunda mitad de este siglo, se puede explicar la creencia extensamente compartida a definir la recolocación de la izquierda frente al fenómeno peronista a partir de los años sesenta y a ignorar que existieron sectores de la izquierda que comenzaron un proceso de reinterpretación del peronismo y de la adhesión obrera a éste desde comienzos o mediados de los años cincuenta. El objetivo de este trabajo es precisamente examinar la actuación de una de las corrientes de la izquierda marxista argentina, la agrupación trotskista que publicó en forma sucesiva los periódicos La Verdad, Unidad Obrera y Palabra Obrera, en el proceso de resistencia y reorganización proletaria ocurrido durante los años cincuenta. Con este ejemplo intentaremos demostrar que no puede englobarse al conjunto de la izquierda en un posicionamiento hostil o neutral a la resistencia de los trabajadores producida hacia mitad de la década de 1950, como tampoco puede ignorarse que algunas expresiones de la izquierda -como el trotskismo- ampliaron su espacio de intervención en el ámbito obrero y de la vanguardia sindical, alcanzando cierto protagonismo en esa resistencia. El mayor impacto logrado en aquel sector por esta tendencia clasista es otra manera de confirmar lo que varios estudios señalan con referencia a la segunda mitad de la década de 1950: la existencia de una extendida resistencia obrera, el surgimiento de una nueva vanguardia de activistas sindicales y la resignificación que operaron los trabajadores de su identidad peronista como cultura de oposición, mayormente permeable a la interpelación de programas revolucionarios. Antes de examinar el papel que tuvo esta corriente trotskista en la resistencia obrera peronista, situaremos el contexto social, político y económico de esa coyuntura histórica y la situación de la clase trabajadora.

II) El post-peronismo y la nueva etapa de acumulación capitalista

La Revolución Libertadora que derrocó al segundo gobierno de Juan D. Perón en setiembre de 1955 e instauró un régimen de facto bajo el control de las fuerzas armadas, abrió una nueva etapa en la historia política y económica argentina. El golpe militar puso fin a un gobierno que había sustentado un nuevo proyecto basado en la participación económica, social y política ampliada de los trabajadores sin cuestionar los marcos del capitalismo. La revolución castrense había sido promovida por sectores de las clases dominantes y el capital extranjero, apoyada por una movilización de la clase media y alentada por la jerarquía eclesiástica.

El régimen militar que se instaló tuvo una primera etapa expresada en los efímeros sesenta días de Eduardo Lonardi quien, sostenido por militares afines al nacionalismo católico, intentó practicar una política negociadora con el peronismo y su estructura gremial expresada en su proclama Ni vencedores ni vencidos. A la caída de este gobierno, en noviembre de 1955, le sucedió el de Pedro E. Aramburu-Isaac F. Rojas que emprendió un tratamiento más severo con la clase obrera y el peronismo. Las medidas económicas de liberalismo ortodoxo que entonces se adoptaron, inspiradas en los informes de Raúl Prebisch, apuntaron a la disminución de la inflación y el déficit fiscal y el desmantelamiento del intervencionismo estatal vigente en la anterior etapa, condicionando además el aumento de salarios a un incremento de la productividad laboral. Se promovió el estímulo a la producción agropecuaria mediante una devaluación que favoreció la transferencia de ingresos hacia esa área. En la búsqueda por extirpar la presencia y el legado del peronismo, se proscribió su aparato político, se intervino su estructura sindical, se abolió la constitución de 1949 y se abrió nuevamente el calendario electoral sin su participación.

Realizadas las elecciones presidenciales de febrero de 1958 triunfó Arturo Frondizi, el candidato de la Unión Cívica Radical Intransigente, merced al apoyo pactado con Perón. El programa frondicista giró desde cierto antiimperialismo en lo económico y progresismo en lo social y político que exhibiera durante su campaña electoral al plan económico desarrollista con sostén represivo que aplicó desde su mandato. Este proyecto convirtió al capital extranjero y a sectores de la burguesía industrial en principales beneficiarios de su modelo, al tiempo que lo fue tornando huérfano de apoyo social y político. La cooptación de parte de la dirigencia sindical para su proyecto (el integracionismo) y la derrota que logró imponer sobre la clase obrera para impulsar la racionalización productiva en 1959, no implicó que el gobierno frondicista adquiriera fortaleza política y, jaqueado por varios planteos militares, concluyera siendo derrocado en 1962.

Como ya analizaramos en otro trabajo,[1] hay cierto consenso historiográfico en considerar a la caída de Perón en 1955 como la apertura de un nuevo ciclo histórico en el país. Este asistió de allí en más a una sucesión de golpes militares; la alternancia con gobiernos civiles débiles y de disímil apoyatura política y social; los bruscos cambios en la política económica y la intensidad de los conflictos sociales. La inestabilidad socio-política que recorrió como línea conductora el nuevo período se convirtió en la clave de análisis de varios intentos explicativos. En menor medida, se señaló el salto cualitativo en la dominación económica y política ejercida de allí en más sobre el país por el imperialismo norteamericano.

La economía de la década de 1950 ha sido caracterizada como de cambio estructural del capitalismo argentino pues operó una modificación en su modelo de acumulación. A partir del agotamiento de la fase de sustitución semi-autárquica de importaciones se planteó la tarea de desarrollar las ramas industriales ligadas a la producción de bienes intermedios y de capital a través de la incorporación del capital extranjero. Al mismo tiempo, el cambio pasó por otro requerimiento del capitalismo argentino: la sustitución de trabajo por capital. El clásico modelo económico peronista de masiva incorporación de mano de obra y de expansión del consumo popular, que establecía un alto nivel de participación de los asalariados en el ingreso nacional y poder de negociación de los sindicatos, conspiraba ahora contra los niveles de productividad reclamados por la burguesía industrial. Así como cada una de estas etapas de acumulación del capital industrial argentino conformó una determinada forma de sometimiento del trabajo al capital, también delimitó distintos intereses de clase, los tipos de enfrentamientos entre éstos y las eventuales alianzas de poder. Esto se constituyó en la base para explicar la inestabilidad política del período. El análisis económico nos conduce al político.

Precisamente, economía y política se entrecruzan en otros escritos que han lamentado la inexistencia de un verdadero orden político en la Argentina desde 1955. Según estos análisis, la situación de ingobernabilidad política aguda, que tendió a separar cada vez más al estado de la sociedad, se abrió con la caída del régimen peronista y su proyecto social redistributivo. El fin de la alianza de intereses sociales que expresó el bloque populista desde el poder supuso también el fin por largo tiempo de todo orden legítimo. La etapa post-peronista presentó una agudización de las contradicciones en el seno de la clase dominante, que la arrastró a enfrentamientos internos y la dejó impotente para imponer una dominación legítima sobre el resto de la sociedad. Rigió una incapacidad del sector que devenía predominante en la economía para proyectar sobre la sociedad un orden político que lo expresara legítimamente y lo reprodujera. La Argentina presenciaba una fase de no correspondencia entre nueva dominación económica y nueva hegemonía política. La experiencia del gobierno de Frondizi así lo mostraba.[2] Según estos estudios, el desarrollismo expresó la consumación en el plano económico de la nueva etapa de acumulación del capitalismo argentino, pero apareció debilitado en el plano político. El período previo, la Revolución Libertadora, en cambio, fue una transición, un intento provisional de la clase dominante (sobre todo la burguesía agraria) para recuperarse del deterioro producido por el peronismo, obsesionado en el objetivo de desarmar el aparato principal de este último, el sindicalismo.[3]

III) La clase obrera: entre la racionalización productiva y la resistencia.

Los dos procesos claves que determinaron la situación del proletariado argentino durante la mayor parte de la década de 1950 fueron: la ofensiva racionalizadora y «productivista» de la burguesía argentina y la resistencia que frente a ésta protagonizó la clase obrera.[4] El primero de estos fenómenos fue abordado en una serie de trabajos que se ocuparon directa o indirectamente de los factores estructurales que condicionaron las formas de actividad de la clase obrera argentina durante la década de 1950. Estos se propusieron explicar la evolución de la lucha de clases a partir del contexto socioeconómico en el cual ésta se desplegó.[5] Según estos estudios, el cambio cualitativo en el desarrollo de las fuerzas productivas tuvo consecuencias directas en la situación de la clase obrera pues, en la nueva etapa industrial, los incrementos de la masa de plusvalía se hicieron en base a la plusvalía relativa. Esto significó la disminución de la parte de la jornada de trabajo dedicada a reproducir a la fuerza de trabajo, es decir, de la parte de la jornada colectiva de trabajo dedicada a producir trabajo necesario. Por ello los salarios tendieron a regirse por la fluctuación de la productividad, más que por la del mercado de fuerza de trabajo. Esto aumentó la heterogeneidad de la clase obrera, simultáneamente con una pérdida del control del mercado de trabajo por parte de los gremios. El obrero del sector dinámico de la industria tendió a beneficiarse con mayores incrementos anuales de salarios que el de las otras ramas. Disminuyó el poder de negociación de los gremios y se ahondó la diferenciación entre ellos, favoreciéndose los del área más dinámica.[6]

            Este análisis de los factores estructurales que condicionaron la situación de la clase obrera argentina en la década de 1950, se continuó con el del intento de racionalización de la producción industrial y de reestructuración del equilibrio de fuerzas con el movimiento obrero, que en esos años desplegaron los empresarios y el estado.[7] Esta estrategia productivista conoció tres momentos de impulso durante la década de 1950: el primero, al fin del gobierno peronista; el segundo, bajo la Revolución Libertadora; el tercero, y definitivo, con el gobierno de Frondizi.  La nueva estrategia económica impulsada por el segundo gobierno peronista desde 1952 tuvo una expresión institucional en el segundo Plan Quinquenal de 1953 y en el Congreso Nacional de la Productividad y el Bienestar Social de marzo de 1955. Sin embargo, esta política de redefinición de las relaciones entre las clases sólo consiguió exiguos logros durante el régimen peronista debido a la resistencia obrera y a los límites que el gobierno tuvo para impulsar dicha estrategia en el marco de su proyecto policlasista.

El segundo intento se desarrolló en la Revolución Libertadora. Por un lado, se usó la fuerza estatal y patronal para debilitar al sindicalismo en general y a las comisiones internas en particular, aplicando una serie de decretos intervencionistas y represivos de la actividad gremial. Por otro lado, se utilizaron medios legales para efectuar los cambios reclamados por los empresarios: autorización de la movilidad obrera en la fábrica; rediscusión de los convenios colectivos; castigo al ausentismo y otros. Sin embargo, tampoco en esta oportunidad se logró una implementación global de los esquemas de racionalización. Las causas de este fracaso radicaban, por un lado, en que el gobierno militar estaba más pendiente de los reclamos de la oligarquía rural que los del empresariado industrial, y por otro, en la resistencia que presentó la clase obrera. Esta última se expresó desde 1956 en la aparición de una red semiclandestina de comisiones internas encabezadas por nuevos activistas sindicales que pugnaban por la defensa de los gremios y de las condiciones laborales. Esta red sería la base material de la llamada Resistencia Peronista. Finalmente, el desarrollista fue el intento más sistemático para resolver este problema fundamental del capitalismo argentino y el que más lejos llegó en sus propósitos. La introducción de nuevas pautas de producción para facilitar un uso eficiente de maquinaria importada y la intensificación del rendimiento en las fábricas antiguas fueron las metas desarrollistas. Gobierno y empleadores lograron introducir nuevas cláusulas en los convenios laborales desde 1960, que aplicaron esquemas de racionalización e incentivación, eliminaron obstáculos al avance de la productividad del trabajo y limitaron el poder de las comisiones de delegados.

El análisis de los factores que determinaron la situación de la clase obrera debe ser complementado con otro aspecto, el de la acción de resistencia que esa clase protagonizó frente a la ofensiva de la patronal y el estado. Las fuerzas del capital querían recuperar espacios perdidos tanto en la esfera de la producción como en el ámbito social y político; sus intentos por aumentar la productividad buscaban despejar una serie de obstáculos que giraban en torno al alto nivel de organización y movilización alcanzado por los trabajadores durante el período peronista. De allí, la política que impuso el régimen militar: perseguir al activismo sindical; minar el peso de las instituciones obreras; proscribir a las agrupaciones políticas que representaban a los trabajadores peronistas o que postulaban una defensa de éstos; abolir de la conciencia obrera todo rastro de la cultura peronista que, en ese entonces, daba homogeneidad y protagonismo a la clase obrera.

Este proyecto post-peronista de la burguesía argentina y del capital extranjero asumió diversas formas, todas subordinadas a la estrategia de derrotar social y políticamente a la clase obrera y resituarla en una posición funcional a los intereses capitalistas. La clase obrera enfrentó esta ofensiva de la clase dominante con un proceso de movilización que aún a pesar de sufrir altibajos fue casi permanente entre 1955-1960. Desde 1959 los trabajadores sufrieron una serie de derrotas decisivas por parte del gobierno de Frondizi, que se mostró decidido a imponer su plan desarrollista. Estas comenzaron con la represión a la ocupación del frigorífico Lisandro de la Torre por parte de sus obreros, a la huelga general de enero de 1959 convocada en apoyo a aquella toma y a otras huelgas que continuaron en ese año. Esto determinó una inflexión en la dinámica del enfrentamiento que, sin desaparecer, se contrajo en los siguientes años.

Durante la segunda mitad de la década de 1950 las luchas obreras alcanzaron tanta intensidad, generalización y formas de expresión que puede considerarse la existencia de una resistencia social al proyecto económico y político en aplicación. Su evidencia fueron las numerosas huelgas sectoriales y generales; los boicots y los sabotajes que los trabajadores practicaron individual o colectivamente en los sitios de trabajo a los planes de producción de los empresarios; la defensa de los gremios, de los cuerpos de delegados y de los activistas frente a la persecución gubernamental y patronal; las manifestaciones de masas y sus enfrentamientos espontáneos con las fuerzas represivas del estado; la acción de grupos armados (los comandos) que actuaron contra el poder dominante. Esta multifacética oposición popular acabó denominándose Resistencia Peronista en el discurso político y en la historiografía misma. La relación entre los trabajadores y el peronismo se consolidó notablemente desde entonces.[8]

De hecho el peronismo, en los años inmediatamente siguientes a 1955 adquirió nuevas características. Siguiendo un análisis marxista, podemos afirmar que nunca el peronismo se transformó en un partido obrero, con un programa anticapitalista ligado a los intereses históricos del proletariado. En su horizonte ideológico no se planteó la abolición de las formas burguesas de propiedad y de relaciones sociales de producción. Pero esto no nos impide aseverar al mismo tiempo que el peronismo sí quedó en esos años estrechamente unido a las reivindicaciones y los avatares inmediatos de la clase obrera; es por ésto que acabó estructurado en torno a la práctica gremial, subordinándose su ala política a su ala sindical. Fue surgiendo un nuevo activismo sindical, el de línea dura, que no hizo de los pactos con el régimen militar el eje de su política; las 62 Organizaciones, con base en el proletariado industrial, fue su máxima expresión.

Por otra parte, éste fue un momento de deterioro del control burocrático de las direcciones sindicales sobre las bases. Cuestionadas las propias estructuras sindicales y neutralizados muchos de los dirigentes, la respuesta obrera a la ofensiva patronal-gubernamental derivó en una mayor participación de las bases. No todas las luchas y reagrupamientos surgieron por iniciativa de estas últimas; se dio un reacomodamiento de sectores dirigentes. Pero hubo una tendencia a la participación masiva, al surgimiento de nuevos activistas, cuadros medios y dirigentes y a la aparición de organismos que tendieron a nuclear a esa joven vanguardia obrera, como la Comisión Intersindical de 1957 o las 62 Organizaciones desde ese mismo año. De esa reciente generación de dirigentes fue desde donde luego emergió una poderosa burocracia sindical, que estableció un largo dominio sobre el movimiento obrero argentino y de la cual el metalúrgico Augusto T. Vandor constituyó su emblema. Su consolidación como burocracia estuvo ligada a las derrotas que sufrieron los trabajadores bajo el gobierno de Frondizi. Sobre el retroceso obrero que siguió de allí en más la burocracia -hegemonizada por la línea vandorista- retomó la iniciativa y el control de las bases anteriormente resquebrajado y recibió una sanción institucional a ese dominio con la promulgación de la ley de Asociaciones Profesionales, a partir de un acuerdo con el frondicismo. De esta manera, así como 1955 abrió un período nuevo en el movimiento obrero argentino, 1959 comenzó a cerrarlo. La primera fecha marcó el inicio de un ascenso de lucha, con un alto protagonismo de las bases; la segunda, en cambio, dio curso al retroceso obrero y a una vuelta a variadas formas de control burocrático.

IV) La izquierda: una experiencia trotskista en la resistencia de los trabajadores.

Cuando se ha analizado el papel de la izquierda política durante la década de 1950 en la Argentina, se ha tendido a limitarla a la realidad del Partido Socialista y del Partido Comunista. Por acción u omisión, ambos partidos fueron a contramano del proceso de resistencia de la clase obrera peronista. Es bien conocida la actuación del Partido Socialista, que directamente actuó como ala sindical del golpe de 1955 y de la Revolución Libertadora. El PS motorizó el llamado sindicalismo libre que procuró inútilmente durante aquellos años extirpar la presencia peronista en los gremios. El Partido Comunista Argentino, en tanto, como ha sostenido Julio Godio, si bien estuvo opuesto formalmente al golpe militar de 1955, «su política lo llevó a enblocarse [sic] con el golpismo sin abandonar su pretensión de diferenciarse (…) definía de hecho al peronismo como el enemigo principal, pues el objetivo central era liquidar el ‘Estado de tipo corporativo-fascista’.«[9] Su política dentro del movimiento obrero durante la Revolución Libertadora osciló desde una posición inicial de participación en la coalición sindical antiperonista, aunque manteniendo la diferenciación con los sindicalistas libres, a un reacomodamiento posterior estableciendo acuerdos con sectores de la dirigencia sindical peronista al conformarse la Comisión Intersindical y las 62 Organizaciones.[10] De conjunto, la política del PC fue hostil, o como mínimo neutral, al masivo proceso de resistencia sindical y política de la clase obrera peronista.

Pero por fuera de estos dos partidos tradicionalmente representativos de la izquierda argentina existía otro movimiento político de raigambre marxista que conoció escasos tratamiento bibliográfico: el trotskismo.[11] Esta corriente en la Argentina heredaba una antigua trayectoria de atomización que había comenzado hacia fines de la década de 1920 y nunca estuvo agrupada en una única entidad política. Hacia mediados de la década de 1950 eran dos las organizaciones trotskistas principales, de pequeña envergadura y ligadas orgánicamente a la Cuarta Internacional. Por un lado, estaba la tendencia que venía editando desde junio de 1947 el periódico Voz Proletaria. Había nacido hacia 1945 como Grupo Cuarta Internacional (GCI) y en 1954 adoptó la denominación de Partido Obrero Revolucionario-trotskista. Su líder orientador fue conocido con el seudónimo de Jorge Posadas, razón por la cual esta agrupación fue comunmente designada como posadismo en el ámbito de la izquierda argentina. Durante la crisis y caída del gobierno peronista y en el período de la «resistencia», el posadismo terció con una posición de semi-neutralidad en el violento conflicto que se desarrolló entre el peronismo y la dictadura «gorila», defendiendo los derechos de los trabajadores pero haciendo abstracción del contenido que asumía la identidad peronista en la clase obrera. Por eso, no es casual que a comienzos de 1958, el POR-T fuera uno de los partidos legalizados (con el nombre de Partido Obrero) por el gobierno de Aramburu para participar de la contienda electoral presidencial en la que triunfó Frondizi.

Por otro lado, se hallaba la corriente fundada por Nahuel Moreno (seudónimo de Hugo Bressano), cuyo origen se remontaba hacia 1943 con la fundación del Grupo Obrero Marxista (GOM) que, a partir de 1948, se transformó en Partido Obrero Revolucionario (POR). En 1954, el POR se integró al recién creado Partido Socialista de la Revolución Nacional (PSRN), publicando desde la federación bonaerense de ese partido el periódico La Verdad. Ilegalizado el PSRN por la Revolución Libertadora, esta tendencia (luego de editar por un corto tiempo el periódico Unidad Obrera) pasó a organizarse con el nombre de Movimiento de Agrupaciones Obreras (MAO). Desde mediados de 1957 y hasta los primeros años de la década de 1960 el grupo desarrolló una experiencia política heterodoxa: el llamado entrismo en el movimiento peronista. Este consistía en reconocerse públicamente como parte de ese espacio político con el objetivo de lograr un mayor acercamiento con las masas obreras que a él adherían. El MAO acabó rápidamente siendo conocido como Palabra Obrera, el nombre del semanario que en ese entonces editaba.

Analizaremos ahora la actuación y el discurso de este último sector trotskista en el proceso de resistencia de los trabajadores de mediados de la década de 1950, que constituyó una práctiva atípica para la izquierda argentina de ese momento y que ha sido muy poco considerada historiográficamente.[12] Nos limitaremos a la coyuntura de la crisis y caída del gobierno peronista e inicios del régimen de la Revolución Libertadora. Sólo especificaremos algunas de las caracterizaciones e intervenciones de esta tendencia trotskista, que demuestran que esta corriente tuvo un perfil alternativo al resto del espacio político de la izquierda (socialistas, comunistas y trotskistas «posadistas»): su reinterpretación del peronismo y su denuncia a la ofensiva productivista que se intentó aplicar al fin del segundo gobierno de Perón; su política frente a los sublevaciones militares de 1955; su acompañamiento a la lucha económica y política de los trabajadores; su llamado a la reorganización del movimiento obrero; su participación en la huelga metalúrgica de fines de 1956; su conformación de agrupaciones con parte de la nueva vanguardia sindical.[13]

En sus diez años inaugurales el grupo, como ya hemos analizado, actuó bajo las siglas del GOM, primero, y del POR, luego. El GOM-POR consideraba que el problema fundamental del trotskismo argentino y la causa de su permanente estado de crisis y división era el carácter bohemio y «pequeñoburgués» de sus miembros. Por eso su preocupación desde un inicio fue insertarse estructuralmente en el movimiento obrero. Una verdadera obsesión por implantarse en ese medio llevó al centenar de militantes del partido a apoyar los conflictos obreros que tuviera a su alcance, a proletarizar a todos los militantes, a trasladar su propio hábitat a los barrios proletarios del Gran Buenos Aires (como Avellaneda, Berisso y Ensenada) y a participar en el proceso de reorganización gremial en 1944-1945, especialmente en los sindicatos de la carne y textil. El GOM participó en la fundación de éstos y otros sindicatos peronistas, acompañando la orientación organizativa de los trabajadores pero no la ideológica.

En efecto, el GOM-POR tuvo una actitud inicial adversa hacia el peronismo, al cual caracterizó como un régimen burgués bonapartista que reflejaba a la vieja estructura agroganadera del país ligada a Inglaterra, quien aparecía abiertamente beneficiada con las nacionalizaciones puestas en práctica. El GOM-POR reconocía que el peronismo posibilitó grandes conquistas sociales y un avance organizativo del movimiento obrero pero denunció en forma más fuerte todavía que el peronismo ejercía un control estatal de carácter totalitario sobre la clase obrera. Según estos trotskistas, el dominio estatal-burocrático se había acentuado a fines de la década y había  dañado profundamente la conciencia y la identidad política independiente de los obreros, sentando las bases sociales e ideológicas de una burocracia sindical cualitativamente superior a la de etapas anteriores. Hacia comienzos del segundo mandato de Perón, y producto de las propias discusiones y precisiones que se realizaban en el seno de la Cuarta Internacional, el POR ajustó su caracterización del peronismo, al cual comenzó a considerar como la expresión nacional de un frente único antiimperialista. Según los análisis del POR, este tipo de coalición social surgía cuando la burguesía de los países capitalistas atrasados y dependientes arrastraban a los trabajadores a la constitución de un frente único de hecho y sin acuerdos explícitos para enfrentar al imperialismo. Desde entonces, el enemigo central en la estrategia del POR fue la ofensiva económica y política del imperialismo norteamericano, quien en acuerdo con la burguesía local quería asegurar sus intereses en el país y redoblar la explotación obrera. Para el POR, el gobierno peronista resistía cada vez menos esta embestida. La necesidad de un frente único que sostuviera la independencia política de los trabajadores al mismo tiempo que combatiera el golpe antiperonista anunciado, fue el argumento por el cual el POR confluyó con otras expresiones de la izquierda en el PSRN, dirigiendo su federación bonaerense y editando el periódico La Verdad.

Al mismo tiempo, esta corriente trotskista desplegó una lucha en el movimiento obrero contra la nueva política económica y laboral que ensayó Perón en su segundo gobierno para canalizar las crecientes exigencias del empresariado. Con el viraje económico, se buscaba, entre otras cosas, elevar la productividad laboral. La clave residía en remover los obstáculos que se interponían a ésta y que se resumían en un equilibrio de fuerzas entre empresarios y trabajadores. Este paridad de fuerzas se expresaba, en la opinión de los empleadores, en tres elementos a modificar: la falta de una definición adecuada de objetivos de producción y de esfuerzos de trabajo; la vigencia de una serie de cláusulas en los convenios colectivos; y el poder de las comisiones internas de delegados que constituían una permanente amenaza a la hegemonía patronal en los establecimientos.[14] El POR denunció tempranamente este proceso de racionalización productiva de la burguesía y el estado peronista. En un folleto de 1954, éste sostenía:

«La crisis latente de la economía argentina es encarada por la patronal, hoy día organizada sólidamente en la CGE, con un plan sencillo: explotar lo más posible a la clase obrera. No porque la patronal esté en contra de la tecnificación de la producción, sino porque, siguiendo los objetivos de la producción capitalista que es obtener ganancias, beneficios, trata de obtenerlos por todos los medios y el más fácil y más expeditivo es, justamente, aumentar la explotación (…) no sólo hubo ofensiva capitalista en relación a los salarios reales, es decir, con la carestía de la vida, sino también dentro de la fábrica en el ritmo de trabajo (…) En todos estos aspectos la patronal ha hecho avances y los obreros han retrocedido. Es decir, los importantes avances que el peronismo ha otorgado a los obreros han comenzado a perderse durante los últimos años.»[15]

Allí también aparece sintetizada la política desplegada por este partido:

«Debemos demostrarle pacientemente a los trabajadores, sobre todo a los peronistas, que hay una colosal ofensiva capitalista contra el nivel de vida y la forma de trabajo de la clase obrera, ofensiva que se esconde bajo la consigna equívoca de la productividad. Nosotros estamos a favor de una productividad creciente en beneficio único y exclusivo de la clase trabajadora y del país, y no en beneficio (…) de las grandes empresas imperialistas y capitalistas (…) es necesario que ya, en cada fábrica, en cada gremio, enfrentemos la ofensiva patronal todos unidos, dirigentes y base obrera, peronistas y antiperonistas.»[16]

La lucha contra los golpes militares de 1955 a la que convocó esta tendencia marxista está ligada a la caracterización que hizo de esas sublevaciones: un intento del imperialismo norteamericano quién, a través de las Fuerzas Armadas y con la anuencia de la Iglesia Católica, en su búsqueda por asegurarse el dominio de Latinoamérica, no vacilaba en promover la caída de todos los gobiernos que se interpusieran a ese cometido. Esto explica la campaña de carácter antiimperialista que el POR puso en práctica desde 1953-1954. En ésta parecían entrelazarse políticas de acuerdo y de delimitación con el peronismo:

«Hoy día, coincidimos tibiamente con el gobierno y sus organizaciones en que es necesario luchar contra el golpe militar y los planes de la iglesia. Pero estos acuerdos no deben confundirnos con la política peronista, que es diametralmente opuesta a la nuestra. Mientras el peronismo respeta y alienta las ganancias capitalistas, para nosotros no hay salvación y organización de la economía nacional si no se atacan de lleno las ganancias capitalistas e imperialistas.»[17]

El periódico trotskista La Verdad, como uno de los órganos del PSRN encaró una denuncia insistente a los golpes militares de junio y setiembre de 1955. Allí, el 3 de diciembre de 1954 se advertía: «La Iglesia Católica al servicio del golpe de estado del imperialismo yanqui (…) El gobierno peronista no denuncia el verdadero instigador y sostenedor del golpismo: el imperialismo yanqui, ni llama tampoco a la clase obrera a jugar un papel combativo contra el imperialismo.» El 6 de junio de 1955, el mismo órgano arengaba: «¡Un solo frente obrero para frenar al imperialismo, a los curas y a los capitalistas!» y advertía:

«Todas las fuerzas de la clase obrera argentina deben ponerse en tensión para enfrentar el golpe de estado que prepara la Iglesia a encargo del Imperialismo yanqui, con el visto bueno de los capitalistas, (…) que ven la salida a sus problemas en la superexplotación de la clase obrera y en una entrega total a EE.UU. a sus empréstitos e inversiones de capital.»

El 16 de junio estalló el primer intento de putsch militar, que fue frustrado. En la tarde de aquél día, los militantes trotskistas salían a repartir un volante que decía:

«Todos a luchar contra el golpe, a aplastarlo, formando grupos de obreros que deben armarse para combatirlo. Es preciso evitar un nuevo gobierno a lo Uriburu que liquide las organizaciones obreras, imponga el terror e implante la dictadura del capital y el imperialismo. ¡Viva la unidad de la clase obrera! ¡Muera la reacción clerical-patronal-imperialista!».

La Verdad del 19 de agosto sostenía: «así como la reacción tiene armas y se prepara para usarlas contra la clase obrera, es preciso que ésta también se arme. Sólo así frenaremos a la reacción.» El 16 de setiembre estalló la nueva revolución militar. El número anterior a ese hecho del periódico trotskista, titulado «¡Leña a la reacción clerical-patronal-imperialista! ¡Manos libres a la clase obrera!» es una muestra de cómo se entendían los límites del acuerdo con el peronismo:

«El hecho de que aceptemos la voluntad de la mayoría de los trabajadores no significa que seamos peronistas, ni tampoco el ala izquierda del peronismo, ni siquiera aliados del peronismo. Nuestro partido es un partido obrero, el peronismo, en cambio, es un partido burgués (…) Lo que hace que en algunos hechos estemos junto al gobierno peronista, y frente a la oposición, se debe a que, si bien estamos a favor de la sustitución del actual gobierno por un gobierno de la CGT y de todas las organizaciones obreras y campesinas, estamos en contra de que el actual gobierno sea reemplazado por un gobierno de los curas, los patrones y el imperialismo yanqui.»

El mismo día del golpe esta fracción del PSRN editó un volante que llamó a la formación de milicias obreras para enfrentarlo. Derrocado Perón, La Verdad del 26 de setiembre esbozó un balance:  «el golpe reaccionario triunfó (…) porque el gobierno no se apoyó en los obreros sino en el ejército, porque los sectores golpistas, de la marina especialmente, encontraron la disposición de los propios sectores del ejército que el 16 de junio, temerosos de la movilización obrera, se definieron por la defensa del ‘orden’.»

La orientación inmediata que adoptó esta tendencia trotskista frente al proceso de resistencia de los trabajadores fue la convocatoria a una reorganización del movimiento obrero y a la recuperación de sus organismos para resistir la ofensiva militar y empresarial. Sin embargo, ésta sólo era entendida como una etapa previa y necesaria para garantizar la siguiente tarea estratégica a la que esta corriente llamaba: una insurrección obrera que derrocase al régimen castrense e instauráse su propio gobierno. Esta no fue la única organización política que planteó en esta etapa la variante insurrecional. Algunas expresiones del peronismo hicieron una apelación a esta alternativa en no pocas oportunidades. Uno de los que más lejos llegó con estos planteos fue la militancia que rodeaba a John William Cooke (con el cual, por cierto, este grupo trotskista tuvo contacto). Incluso, el propio Perón, en los primeros años de su exilio -antes de recurrir al Pacto con Frondizi-amenazó verbalmente con incitar a una rebelión violenta contra el gobierno militar (a la que finalmente nunca organizó); no casualmente fue Cooke su vocero durante el primer período y en la correspondencia entre ambos sobrevuela con insistencia la convocatoria a la resistencia civil (acciones individuales y colectivas que provocaran el desgaste del dominio militar). Varios sectores peronistas complementaron estas tareas de resistencia con la acción de los comandos cañeros, grupos especializados en la fabricación y colocación de explosivos de elaboración casera.

La organización trotskista aquí analizada, sin embargo, debe ser diferenciada dentro de las que postulaban la variante insurreccional pues, si bien no descartó ni se opuso a las formas de resistencia popular arriba mencionadas -incluso participó marginalmente en ellas-, hizo centro de su accionar y propaganda sobre las formas de actividad específicas de la clase obrera. Siguiendo una concepción propia del trotskismo, condicionó la insurrección al protagonismo de un sujeto social que concebía como irreemplazable, el proletariado, y a una etapa previa de organización y concientización que necesariamente debía recorrer para que su entrada en escena como alternativa de poder pudiera concretarse. Para esta corriente, la fortaleza y durabilidad de la resistencia antidictatorial residía en la reorganización del movimiento obrero y en su conversión en sujeto social revolucionario. Y, paralelamente, en la construcción del sujeto político que pudiera garantizar la insurrección: un partido obrero marxista revolucionario.

Esta caracterización y política trotskista se puede observar en su oposición a los intentos militares peronistas que ocurrieron en el período. En este sentido, el planteo fue que la forma de derribar a la dictadura no era a través de un putsch sino con una movilización obrera de masas que debía ser pacientemente preparada. Por ejemplo, en La Verdad del 2 de enero de 1956, con el título de «Golpe de Estado, no: ¡Movilización Obrera!» se decía:

«El golpe de estado es el método de los políticos capitalistas, de los defensores de las ganancias patronales, de los que temen o no tienen confianza en la clase obrera. El método de los trabajadores para derribar al gobierno está en las manos de los trabajadores mismos y se llama Movilización Obrera (…) El gobierno gorila nos arrancó muchas conquistas: intervino los sindicatos y la CGT, disolvió las comisiones internas, quiere destruir nuestras organizaciones. En cada uno de los avances del gobierno hemos dado un paso atrás hasta quedar en el último peldaño de la organización: los delegados y las comisiones internas. También de aquí quieren desalojarnos y, por ser la última, esta es la posición que debemos defender con uñas y dientes. En las fábricas es donde debemos abrir la lucha contra los patrones y el gobierno. Ningún golpe de estado podrá suplantar lo que pueda realizar la clase obrera organizada.»

Una posición similar se adoptó frente al frustrado intento de golpe militar peronista encabezado por el general Juan José Valle el 9 de junio de 1956, que derivó en el fusilamiento de decenas de civiles y militares: los trotskistas denunciaron la severa represión con la que el gobierno de Aramburu contuvo al golpe, pero insistieron en que ése no era el camino que debía adoptar la resistencia. Como hemos visto, esta tendencia sostuvo la necesidad de la insurrección pero sobre la base de que ésta debía ser realizada por la clase obrera y con sus métodos; sin embargo, para poder alcanzar este objetivo, se debía superar el estado de dispersión en que esta clase había quedado y marchar a una reconstrucción del movimiento obrero desde abajo, desde las fábricas y talleres.  En la perspectiva podemos enmarcar el llamamiento a enfrentar las intervenciones en el movimiento sindical. En La Verdad del 26 de setiembre de 1955, tras el título «Rechacemos la intervención del gobierno a nuestros sindicatos», se afirmaba:  «La intervención de este gobierno, surgido de la coalición de los capitalistas, los curas y el imperialismo yanqui, provocará en la clase obrera una catástrofe. Evitemos la intromisión del gobierno en los asuntos gremiales. Si nuestros dirigentes no son capaces de hacerlo, suplantémoslos por otros que respondan mejor a nuestros intereses.»

Es interesante observar la forma en que esta corriente trotskista consideró el nuevo sentido que en los obreros estaba asumiendo la ideología peronista. El peronismo dejaba un legado ambivalente y contradictorio, y esa herencia a su vez era reinterpretada por la clase obrera. Tal como lo analizó Daniel James, si bien el peronismo desempeñó un papel profiláctico al adelantarse al surgimiento de un gremialismo autónomo y clasista, también legó a la clase trabajadora un sentimiento muy profundo de solidez e importancia potencial nacional. Su filosofía oficial no era -como ya hemos mencionado- de carácter revolucionario antisistema sino, más bien, de conciliación y armonía de clases pues ponía de relieve valores decisivos para la reproducción de las relaciones capitalistas. Pero la eficacia de esta filosofía estaba limitada en la práctica por el desarrollo de una cultura que afirmaba los derechos del trabajador en la sociedad y en el sitio de trabajo. Así como el peronismo proclamó los derechos de los trabajadores, que fortalecían la continua existencia de las relaciones de producción capitalistas, a la vez fue entendido por los obreros como una negación del poder, los símbolos y los valores de la élite dominante. El peronismo se consolidó luego de 1955 como una voz potencialmente herética que expresó las esperanzas de los obreros.[18]

La tendencia trotskista que aquí estudiamos realizó una lectura del fenómeno peronista durante la Resistencia en términos que se ubicaban en la misma perspectiva analítica anteriormente enunciada; no tuvieron una interpretación unilineal de la identidad peronista de la clase obrera; desde una visión marxista no la consideraban expresión de una conciencia de clase revolucionaria pero comenzaron a reconocerla como una resignificada cultura de oposición obrera. Especialmente, creemos observar que este grupo trotskista revalorizaba esa cultura de rebeldía que el peronismo expresaba debido a la homogeneidad que garantizaba en las filas de los trabajadores. Precisamente, uno de los símbolos de la cultura peronista era el 17 de octubre. Cuando se cumplió esa fecha en 1955, este grupo se unió al Comando Nacional Peronista liderado por Raúl Lagomarsino y César Marcos en el llamado a una huelga general. Con ese objetivo repartieron en los días previos un volante, que refleja las consideraciones que hicimos:

«La Federación Bonaerense del PSRN, que edita el periódico La Verdad, asume la responsabilidad histórica, ante el silencio de las direcciones que se reclaman del movimiento obrero, de llamar a todos los trabajadores a una huelga general, en forma pacífica, para el 17 de octubre. Recogemos así la voluntad mayoritaria de la clase obrera argentina que considera al 17 de Octubre, su día de protesta y de lucha contra la patronal y el imperialismo (…) Se trata de un hecho indiscutible: la amplísima mayoría de los trabajadores argentinos considera al 17 de octubre, como su día de protesta y nuestra organización así lo acepta.»[19]

En La Verdad del 24 de octubre se hacía un balance de la actuación de la esta fracción del PSRN:

«Nosotros tratamos de suplir en la medida de nuestras fuerzas la falta de dirección del movimiento obrero. Los trabajadores no tuvieron directivas que les permitieran realizar ese día una demostración orgánica de su potencia. Nosotros asumimos entonces la responsabilidad de orientar a nuestra clase haciendo un llamado a la huelga general pacífica para el 17 de Octubre en un volante que repartimos con profusión en las fábricas y barrios obreros. La acogida entusiasta de los trabajadores prestaron a nuestro volante pudimos constatarla en la colaboración espontánea que nos prestaron para la difusión del mismo y en el hecho que muchos obreros quisieron apoyar económicamente su impresión.»

Como se puede observar, lo que buscaba esta corriente de izquierda era una interpelación política fluída con la masa obrera peronista. La evaluación positiva de los avances que se alcanzaban en este diálogo concluyó por definir al grupo en la idea que, frente al proceso de desperonización que imponía el régimen militar, era preciso reconocer como un hecho insoslayable la identidad obrera peronista y convertir su legado herético y potencialmente contestario en un punto de apoyo para ganar la confianza de los trabajadores.

En este mismo sentido se ubica la campaña de esa época de este grupo trotskista que exigía la legalidad del peronismo, junto a la derogación del estado de sitio y la libertad de los presos políticos y sociales. La argumentación del primer planteo se asentaba en que el peronismo había sido expulsado del gobierno antes que el proletariado hubiese terminado su experiencia con él y que, independientemente de las críticas que mereciera este movimiento político, había que reconocerle su derecho a actuar en completa libertad y a volver al poder si la mayor parte de la clase obrera lo apoyaba.

Esta reproducción de volantes y periódicos trotskistas también nos permite reflexionar acerca de ciertos problemas del discurso peronista y del de la izquierda de la década de 1950. Fue también Daniel James uno de los estudiosos de la prédica peronista, quién destacó su capacidad para articular las experiencias no formuladas de la clase obrera; una alocución que, si bien nunca se manifestó antitética con el capitalismo, glorificó a los trabajadores. No olvidemos que el lenguaje peronista realzó términos que traducían las nociones de justicia social, decencia, y que incluso llegó invertir el significado simbólico de palabras (descamisado o cabecita negra) que inicialmente habían sido usadas por la oposición antiperonista, al mismo tiempo que enunció otras para denominar a sus enemigos (gorila). Según James este discurso herético del peronismo fue más apto para interpelar a los trabajadores que los de la izquierda que se basaban en un estilo didáctico que parecía dirigirse a un público moral e intelectualmente inferior, a una clase abstracta y mítica.[20] Pero James no tuvo en cuenta a la agrupación trotskista que aquí examinamos; a pesar de que la utiliza como una de sus fuentes esenciales para analizar la resistencia obrera no ha mencionado esta experiencia izquierdista alternativa. Nuestra opinión es que esta tendencia no adoptó una posición virtualmente exógena a los trabajadores ni un discurso de corte pedagógico, característicos de la izquierda tradicional. Estos trotskistas, más bien, no dudaron en adoptar aspectos de la prédica peronista para interpelar a la masa obrera.

Por ejemplo, el 1º de Mayo de 1956 apareció otro volante de esta corriente titulado «Por un 1º de Mayo sin gorilas». En él podemos observar el balance que ésta hacía de la situación del movimiento obrero frente a la política del gobierno de Aramburu y como trazaba un curso de acción para la resistencia fundado en la reorganización y movilización de los trabajadores, a las que concebía como única garantía para la recuperación de las conquistas sociales perdidas. Al mismo tiempo se puede verificar nuevamente el tono peculiar del discurso trotskista:

«Este lº de Mayo será un día de fiesta únicamente para la oligarquía triunfante que ha desatado su ofensiva sobre las organizaciones, las conquistas y el nivel de vida de los trabajadores y del pueblo argentino (…) Los trabajadores argentinos, con sus sindicatos intervenidos militarmente, sus cuadros de activistas sindicales presos o inhabilitados, prohibido el partido mayoritario que reclaman como suyo y perseguida toda auténtica oposición de izquierda, hambreados sus hogares por Decretos del Hambre, nada tendrán que festejar. Este lº de Mayo será (…) un día de Balance de pérdidas y ganancias y de recuento de efectivos para la reorganización sindical. Esta tarea se plantea hoy como el más urgente objetivo para poner freno a la ofensiva patronal imperialista. Toda otra tarea que nos haga perder de vista la necesidad de recuperar la CGT y los sindicatos para la clase obrera, la necesidad de estructurar nuestra propia dirección sindical y política sin falsas ilusiones en los representantes de las clases enemigas debe ser desechada.»

En la misma época, esta corriente editó un nuevo folleto,[21] donde aparecen sistematizados sus planteos frente al proceso de resistencia obrera en curso. Allí se subrayaba que la tarea fundamental del momento era reorganizar el movimiento sindical y recuperar los sindicatos y la CGT, que estaban bajo el control del gobierno o del sindicalismo libre. El documento denunciaba que estos últimos trataban de liquidar la estructura sindical centralizada y que la desorganización era la verdadera derrota del movimiento obrero. Por eso, la orientación que allí se trazaba era la de formar Juntas Sindicales de Emergencia, que lucharan por la reorganización de cada gremio para después reconquistar la legalidad sindical.

Desde junio de 1956, como hemos señalado, esta agrupación trotskista pasó a editar un nuevo periódico, Unidad Obrera. Desde el primer número se insistía allí en dar una respuesta político-organizativa a la dispersión del movimiento obrero: «La formación de una tendencia sindical de clase, con una dirección anticapitalista y antiimperialista consecuente, capaz de aglutinar en su seno a los activistas más valientes y capaces, es hoy y será por mucho tiempo la tarea más importante que la clase obrera debe cumplir.» Para el periódico, el régimen militar se encontraba

«con dos vallas imposibles de franquear, que son el grado de conciencia de la clase obrera y su vanguardia que quiere y necesita una organización sindical unitaria y que odia al actual gobierno. A pesar de esto el gobierno reaccionario ha logrado desorganizar al movimiento sindical y permanecer en el poder. Los pesimistas, los burócratas sindicales, llegan a una conclusión: los obreros no sirven. Nosotros, por el contrario, después de las fabulosas huelgas generales que llevó a cabo la clase obrera argentina, decimos: el movimiento obrero ha fracasado hasta el momento porque sufre una crisis de dirección.»

Al tiempo que marcamos como este grupo trotskista quiso tender un puente hacia una clase trabajadora cada vez más hegemonizada ideológica e institucionalmente por el peronismo, tampoco debemos perder de vista que estos trotskistas no por ello se amoldaron a los límites de la conciencia obrera peronista. El análisis y la política de éstos parecía ambivalente: por un lado, querían aprovechar la potencial homogeneidad y rebeldía que aquél movimiento político brindaba a los trabajadores y es en este punto que no encontraron como algo fatídico la fidelidad obrera al peronismo; pero, por otro lado, apostaban a un proceso de progresiva mutación de la conciencia obrera peronista cuyo destino final no podía ser otro que la asunción de una conciencia de clase revolucionaria, libre de toda supeditación ideológica, política e institucional a la burguesía, es decir al peronismo. La caracterización trotskista de este movimiento político, a pesar de reconocer que su identidad adquiría nuevos cauces en la clase obrera, nunca fue alterada, y por eso en otro folleto de índole pública aparecido a mediados de 1956 expresaban: «El peronismo ha sido y es esencialmente patronal. Defendió en forma permanente el derecho de la patronal a seguir explotando a los trabajadores (…) [pero al mismo tiempo] Fue un gobierno capitalista que buscó y obtuvo el apoyo de los obreros.»[22] Por ello, esta agrupación trotskista sentía asignado un papel en esa deseada modificación de la conciencia obrera: «Nosotros queremos cambiar el régimen de explotación para inaugurar otro que liquide la explotación de clase. Nuestra mayor lucha es con nuestros compañeros para barrerles las telarañas de la educación al servicio de la patronal que recibieron desde pequeños.»[23]

Otro de los planteos que distinguió a esta fracción trotskista en el terreno sindical fue la respuesta que dieron al decreto aramburista que sólo autorizaba a elegir delegados de secciones entre los de mayor antigüedad. La dirección sindical llamó a la abstención, pero la propuesta trotskista, en cambio, fue que se aprovecharan esos resquicios legales para poder elegir los representantes que los trabajadores quisiesen. Para la época de la discusión de los convenios, el régimen militar siguió con su política divisionista del movimiento obrero y decretó la atomización por zonas y en distintas fechas. La dirección peronista volvió a decidir no participar en la elección de las paritarias, los trotskistas discreparon pues consideraban que la clase obrera debía aprovechar ese nuevo resquicio para completar la reorganización, opinando que era contraproducente dejarles ese espacio a los sindicalistas libres y sosteniendo que los trabajadores debían elegir a sus paritarios y elaborar un programa de reivindicaciones propias.

La huelga del gremio metalúrgico de fines de 1956 estuvo directamente relacionada con este último proceso y fue quizás la más trascendente de las que en ese período se desarrollaron para luchar por aumentos de salarios, contra despidos o apresamiento de delegados o para enfrentar las medidas racionalizadoras. La Unión Obrera Metalúrgica fue uno de los sindicatos en los que más se extendió una nueva vanguardia de activistas. Debido a la política abstencionista de la burocracia en casi todos los gremios se impusieron delegados paritarios afines al sindicalismo libre. Sin embargo, la UOM fue una excepción pues allí se logró elegir paritarios representativos de la voluntad de la base que derrotaron a los candidatos oficialistas. En las seccionales de Avellaneda y Capital fue donde más se profundizó este proceso y allí miembros de esta corriente trotskista fueron elegidos como delegados; al estallar la huelga, alcanzaron cierto protagonismo.

Durante aquel conflicto, los militantes trotskistas participaron en la formación de los comités de lucha que se crearon por zonas y en los boletines de huelga, en la búsqueda de casas para los dirigentes y activistas perseguidos por la policía y en muchas otras tareas. El propio Comité de Huelga mantuvo algunas reuniones con la dirección de esta tendencia trotskista, que cumplió un papel de apoyo y asesoramiento. La presencia que ésta última tenía en el gremio, el papel que jugaban sus militantes en fábricas importantes y su intervención antes y durante la huelga, le sirvió para ganarse la confianza de muchos obreros peronistas o independientes.[24]

La huelga metalúrgica fue una de las máximas experiencias de la resistencia obrera del período. Finalmente, terminó siendo derrotada por el aislamiento y la represión policial. A pesar de la derrota, esta organización trotskista siguió conservando una importante presencia en el gremio metalúrgico y cuando más adelante se convocó a elecciones los resultados mostraron que en el gremio seguía habiendo una nueva vanguardia independiente del aparato burocrático, y que los trotskistas continuaban ligados a ella. En tres de las más importantes seccionales de la UOM, Capital Federal, Avellaneda y Vicente López, la minoría fue obtenida por la lista Verde que estaba conformada por activistas trotskistas y peronistas.

Este proceso de constitución de agrupaciones sindicales entre trotskistas y peronistas, por otra parte, se extendió a otros gremios, como la lista Gris en la carne. Para darle un carácter más orgánico al mismo, esta corriente trotskista creó a mediados de 1957 un organismo político-gremial amplio, el Movimiento de Agrupaciones Obreras, al que concebían como una congregación de sus militantes junto a los activistas y agrupamientos sindicales peronistas que venían enfrentando a la dictadura y a la burocracia. El ejemplo sobre el que se cimentó el proyecto fue precisamente la lista Verde metalúrgica.

Desde el 23 de julio de 1957, los trotskistas del MAO comenzaron a editar el periódico Palabra Obrera que, según un documento interno de la organización, comenzó a venderse con una tirada de casi nueve mil ejemplares, frente al promedio de dos mil del periódico anterior. Esto último revela el crecimiento que venía experimentando este grupo político. De hecho, con la constitución del MAO y la edición de este semanario comenzó la experiencia de entrismo en el peronismo que se desarrolló de allí en más por algunos años y que abrió otra etapa en la historia del trotskismo. Este cambio en la forma como era presentada la identidad pública del grupo produjo transformaciones en su práctica política y en su discurso, que conformaron otro tipo de experiencia, distinta a la anterior o, quizás, la misma en su esencia pero asumiendo nuevas formas. Esto, en todo caso, requeriría de un estudio específico pues Palabra Obrera fue una de las primeras tendencias de izquierda en donde comenzaron a esbozarse casi todas las problemáticas que sacudieron a este espectro político en la Argentina de los años ’60: la crisis y permanencia del fenómeno peronista (como «hecho maldito» según la expresión de Cooke); el surgimiento y desarrollo de la burocracia vandorista; el impacto de la revolución cubana; la gestación de la guerrilla; y la progresiva transformación de la cultura política de los sectores medios y juveniles.

Pero el fenómeno de Palabra Obrera, como el de toda la izquierda de los años sesenta, no puede explicarse sin la experiencia previa que aquí hemos intentado analizar, pues fue la continuación de un proceso cuyo punto de apertura estuvo dado desde mediados de la década del ’50 por las transformaciones del capitalismo argentino, la crisis y reconfiguración del peronismo, y la resistencia obrera frente a la ofensiva económica y política de la burguesía. Por ello afirmamos que es el sendero de la continuidad, y no el del corte histórico, entre la segunda mitad de los años ’50 y las dos décadas siguientes, el que deberían recorrer los estudios que intenten dar cuenta del surgimiento de la «nueva izquierda» argentina de los años sesenta y setenta.

V) Reflexiones finales

Hacia mediados de la década de 1950 la Argentina asistió a una transformación en su modelo de acumulación capitalista y a un reforzamiento de su dependencia externa, que se expresó en una ofensiva global de la burguesía y el estado sobre la clase obrera. La racionalización productiva y los intentos de debilitar ciertas conquistas sociales y avances organizativos, que los trabajadores habían logrado en los años previos, fueron enfrentados por estos últimos en un proceso de resistencia social y política que alcanzó su máxima potencialidad entre los años 1955 y 1959.

La clase obrera desplegó esta resistencia aferrándose a la ideología política que venía moldeando su conciencia desde hacía más de diez años. Pero entonces la cultura peronista apareció resignificada: de doctrina oficial al servicio del disciplinamiento de los trabajadores en los últimos años del gobierno de Perón, tornó en un conjunto de símbolos, valores y reivindicaciones que operaron como canalizador de la resistencia obrera. La identidad peronista pasó a constituir la argamasa para la unificación de la lucha sindical y política siendo la portadora de un discurso que daba un sentido histórico al combate que los trabajadores sentían estar librando. Este reforzamiento de la adhesión peronista de los trabajadores no implicó necesariamente una insalvable barrera para la acción de ciertas corrientes de la izquierda, como el trotskismo, que, interpretando la nueva realidad económica, social y política que se abría en el país y en la búsqueda de acercar el programa marxista a los trabajadores, se sumó a la resistencia social y reinterpretó el nuevo carácter que asumía la identidad obrera peronista. Así, tuvo un espacio en esa resistencia alcanzando cierto protagonismo en procesos de lucha y organización del activismo sindical.

Un examen de esta experiencia trotskista, atípica y poco considerada en la historiografía, puede aportar nuevos matices al estudio del multifacético proceso de la resistencia obrera de la época. Al mismo tiempo, esta experiencia revela como, a partir del acompañamiento a las luchas económica y política de los trabajadores y al aprovechamiento de las posibilidades que generaba la mutación de la conciencia peronista, fue posible que volviera a establecerse a mediados de la década de 1950 un acercamiento entre la izquierda marxista y el movimiento obrero. Un vínculo que durante los diez años anteriores parecía haber perdido definitivamente su cauce y que en los siguientes años iría conociendo múltiples y variados entrelazamientos.


Notas

*Una versión preliminar de este artículo fue presentada como ponencia en el Simposio «Movimiento obrero en la Argentina desde 1955 a la actualidad», de las V Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia y I Jornadas Rioplatenses Universitarias de Historia (Montevideo, Uruguay, 27/29 setiembre de 1995). Estas reflexiones surgen, por un lado, de una investigación individual en curso, con la que se espera contribuir a la reconstrucción del itinerario histórico de la izquierda argentina y aportar elementos que enriquezcan la visión de la lucha de los trabajadores en la década de 1950; por otro lado, son producto de un proceso de elaboración colectiva militante sobre la historia del trotskismo argentino que ya se ha expresado en la edición de dos libros: Ernesto González (coordinador), Marcos Britos, Hernán Camarero, Germán Gomez y Diego Guidi: El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina. Tomo I: Del GOM a la Federación Bonaerense del PSRN (1943-1955), Buenos Aires, Antídoto, 1995. Idem: El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina. Tomo II: Palabra Obrera y la Resistencia (1955-1959), Buenos Aires, Antídoto, 1996.

[1] Hernán Camarero: «Una reconstrucción historiográfica: La clase trabajadora argentina, 1955-1959»; en Taller. Revista de Sociedad, Cultura y Política, vol. 1, Nº 2, noviembre 1996, págs. 61-86.

[2] Juan Carlos Portantiero: «Clases dominantes y crisis política en la Argentina actual»; en Oscar Braun (comp.): El capitalismo argentino en crisis, Buenos Aires, Siglo XXI, 1973. Idem: «Economía y política en la crisis argentina: 1958-1973»; en Revista Mexicana de Sociología, Vol. 2, 1977, págs. 531-565. Guillermo O’Donnell: «Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976»; en Desarrollo Económico, Nº64, Vol. 16, enero-marzo 1977, págs. 523-554. Siguiendo la concepción gramsciana de crisis de hegemonía, esta interpretación ha considerado al período post-1955 como de empate hegemónico entre fuerzas, cada una capaz de vetar los proyectos de otras, pero impotentes para imponer los propios.

[3] Juan Carlos Portantiero: «Economía y política…», op. cit., págs. 531-536. Idem: «Clases dominantes y crisis…», op. cit., págs. 73-91. Guillermo O’Donnell: «Estado y alianzas…», op. cit., págs. 523-540.

[4] Ver: Hernán Camarero: «Una reconstrucción …» op. cit.

[5] Mónica Peralta Ramos: Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina (1930-1970), Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. Daniel James: Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976, Bs As, Sudamericana, 1990. Idem: «Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial en la Argentina», en Desarrollo Económico, Nº 83, Vol. 21, octubre-diciembre 1981, págs. 321-349.

[6] Mónica Peralta Ramos: op. cit., págs. 141-163.

[7] Daniel James: «Racionalización y respuesta…», op. cit.

[8] Sobre este tema se destaca el citado libro de Daniel James, que consideró la estrecha relación entre la clase trabajadora y el peronismo, especialmente en el período en que éste último se encuentra desalojado del poder y con su líder proscripto. También, entre otros, Ernesto Salas: La resistencia peronista: la toma del frigorífico Lisandro de la Torre, 2 tomos, Buenos Aires, CEAL, 1990. Roberto Baschetti (recop.): Documentos de la resistencia peronista, 1955-1970, Buenos Aires, Puntosur, 1988.

[9] Julio Godio: La caída de Perón, de junio a setiembre de 1955, Bs. As., Gránica, 1973, pág. 112, 113 y 90

[10] En el citado libro de Daniel James (págs. 98-100) se alude al papel del PC, y también del PS, frente a la resistencia obrera bajo la dictadura. Desde la óptica comunista, la obra más importante sobre la actuación de ese partido en el movimiento obrero es la de Rubens Iscaro: Historia del Movimiento Sindical, Vol. IV, Buenos Aires, Ciencias del Hombre, 1973. 

[11] El tratamiento historiográfico del trotskismo argentino encontró pocos intentos sistematizados. El más reciente es el que hemos realizado colectivamente bajo el título de El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina, (citado anteriormente), que ya lleva dos tomos editados. Anteriormente, se había situado la obra del argentino Osvaldo Coggiola: Historia del trotskismo argentino (1929-1960), Buenos Aires, CEAL, 1985. Idem: El trotskismo en la Argentina (1960-1985), 2 Tomos, Buenos Aires, CEAL, 1986. Idem: El trotskismo en América Latina, Buenos Aires, Magenta, 1993. En estos trabajos de Coggiola, el lector termina conociendo más las posiciones críticas del autor, antes que los planteos de los grupos considerados. La manipulación de las fuentes primarias; el protagonismo excesivo que adquieren las consideraciones del escritor en desmedro de un análisis objetivo; la forma de exponer los problemas para poder ejercer una reprobación de las fuerzas políticas consideradas; y una serie de equivocaciones en las que incurre, lesionan la seriedad de esta obra. Por otro lado, se encuentra el libro, no traducido aún al castellano, del norteamericano Robert Alexander (Trotskyism in Latin America, Hoover Institution Press, Stanford University, California, 1973), donde se dedica parcialmente al tema y que también es cuestionable en aspectos importantes. Alexander permanece siempre en un plano meramente descriptivo, sin internarse en el análisis de la innumerable cantidad de datos que reproduce. Estos parecen adquirir, en la visión del autor, un significado propio por su sola presentación. La obra alcanza un límite insalvable cuando debe precisar los aspectos particulares, lo cual termina resintiendo el logro de aportar una visión totalizadora del fenómeno.

[12] Por fuera de la obra coordinada por Ernesto González (citada anteriormente), en donde se aborda el tema especificamente, las referencias al papel de los trotskistas en el proceso de la resistencia obrera son escasas en la bibliografía considerada. A pesar de que señalan la importancia de esa actuación, no se logra desentrañar a partir de estas obras la relación que existió entre el trotskismo y las formas de lucha y organización que desplegaron los trabajadores en esa época. Por ejemplo, Coggiola dedica sólo 14 páginas de su obra al tema. Allí afirma que: «La resistencia obrera contra la Libertadora abre un período de gran crecimiento de los grupos trotskistas (…) El morenismo plantea la creación de ‘agrupaciones sindicales’ de resistencia y crea el ‘Movimiento de Agrupaciones Obreras’, con el que obtiene un progreso significativo en el movimiento sindical». (Historia del trotskismo argentino (1929-1960), págs. 140-141). Alexander cita, sin dar mayor importancia, un informe aparecido el 17/6/1957 en The Militant (el periódico del SWP norteamericano) donde se informaba que este grupo trotskista argentino se hallaba insertado en 1956 en más de veinte grandes fábricas y con presencia en otro número igual de empresas, y que varios de sus militantes habían sido miembros de Comité de la huelga metalúrgica de diciembre de 1956 (pág. 62). Por otra parte, en otras obras, cuyo objeto de estudio no es el trotskismo, se realizan algunas referencias sobre el papel de este espacio político en la resistencia, aunque sin mayores precisiones. Paradójico es el caso del historiador británico Daniel James quien ha reconocido, en su artículo ya citado («Racionalización…», op. cit.) y en una entrevista personal con el escribe (diciembre de 1995), que utilizó los periódicos de la corriente trotskista aquí analizada como principal fuente de información para describir la resistencia obrera a la implementación de las estrategias que apuntaban a elevar la productividad del trabajo en la década de 1950. Sin embargo, en su artículo James no brindó mayores referencias sobre los creadores de esas fuentes y aporta algunas confusiones. En la página 328 de este artículo define a los periódicos La Verdad y Palabra Obrera como «literatura obrera no peronista, asociada en general a distintos grupos neotrotskistas que adoptaron una actitud amistosa, aunque crítica frente al peronismo». El autor se refiere a sus documentos como provenientes de «distintos grupos neotrotskistas», pero sólo cita allí a aquellos dos periódicos que fueron editados, no por «distintos» sino, por el mismo grupo trotskista. Su clasificación de «neotrotskista» para una organización que se reivindicaba expresamente como trotskista es confusa. Por otra parte, James, en su mencionado libro, ignora el papel del trotskismo en la resistencia obrera, a pesar de que utiliza sus materiales como fuente en casi veinte oportunidades. En tanto, en el ya aludido libro de Godio se plantea que de las «Tres fuerzas formalmente marxistas [que] operaban en 1955 en el movimiento obrero» se destacaba la de los «trotskistas orientados por Nahuel Moreno (…) [que] buscaba apoyo en las fábricas (…) llegó a influir en muchos cuadros sindicales, frutos que recogería en los años de la ‘Libertadora’.» (págs. 112-113).

[13] Casi todas las fuentes primarias que se mencionan de aquí en más aparecen también en la ya citada obra colectiva de dos tomos titulada El trotskismo obrero e internacionalista en la Argentina y pertenecen al archivo del Movimiento al Socialismo. Los periódicos que se utilizan, cuya fecha aparece indicada en el texto, son: La Verdad (1954-1956) y Unidad Obrera (1956-1957). Palabra Obrera (1957-1965) corresponde a un período posterior al aquí analizado. Debemos rectificar a Coggiola cuando sostiene: «Durante 1956 el MAO (ex-GOM, ex-POR, ex-Federación Socialista de B.A.) publica ‘Unidad Socialista’.» (Historia…, pág. 144). Ni el MAO fue creado en 1956 (sino a mediados de 1957); ni editó un periódico con aquél nombre.

[14] James, D.: «Racionalización…», op. cit., p.  323-336.

[15] «1954, año clave del peronismo», en: Nahuel Moreno: El golpe gorila de 1955. Las posiciones del trotskismo, Bs As, Pluma, 1974, págs.49-50.

[16] Idem: págs. 50-51.

[17] Idem: págs. 42-43.

[18] James, D.: Resistencia e Integración…, pág. 20-59.

[19] Un año despues esta corriente expresaba en otro volante: «Los Socialistas Revolucionarios, los trotskistas, los únicos que nos jugamos el anterior 17 de Octubre llamando a la huelga general (…) no podíamos dejar pasar esta fecha sin dar nuestra posición. El 17 de Octubre tiene ahora un claro significado: es el día de repudio a todo lo que atenta contra las grandes conquistas nacionales, sociales, de la clase obrera.»

[20] James, D.: Resistencia e Integración…, pág. 20-59.

[21] Nahuel Moreno: Y después de Perón, que?, Bs As, Ed. Marxismo, 1956.

[22] Idem.

[23] Idem.

[24] Entrevista a Ernesto González, mayo 1995. De hecho, la descripción que James hace en su libro ya citado (págs. 101-102) sobre aquella huelga es en base a los relatos de este mismo dirigente trotskista.

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