Un programa para el descontento. Por un congreso contra el consenso liberal

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La Argentina se asoma a un escenario electoral, en el que se va a definir muy poco en un sentido programático, pero, paradójicamente, también en el plano del consenso. Poco en el sentido programático, porque todos los candidatos tienen firmado de antemano el mismo programa económico y político propio de un consenso liberal elaborado sobre el indiscutible fracaso de este gobierno y del “gradualismo” macrista. En ese sentido, la candidatura de Milei operó como un arrastre hacia posiciones más liberales a todo el arco político burgués. Cualquiera de los tres candidatos que encabezan las encuestas –Massa, Larreta o Bullrich- tiene ya el plan bajo el brazo, confeccionado oportunamente, entre otros, por la Fundación Mediterránea, con el objeto de ordenar las cuentas fiscales y acentuar la caída de las condiciones laborales. Eso implica el aumento sideral de las tarifas, una fuerte devaluación, la expropiación de ahorristas (reedición del Plan Bonex) para intentar una “consolidación” de la deuda del estado, despidos en el empleo estatal y la reforma laboral, entre otras medidas. Obviamente, la idea de que el mal se encuentra en el futuro oculta la existencia de un feroz ajuste en marcha desde el 2013, que se aceleró en esos cuatro años.

Sin embargo, este consenso en las alturas no tiene un correlato en la población. Las elecciones provinciales muestran lo que las encuestas suelen ocultar: la masividad del rechazo a los partidos que han gobernado y a su propuesta. O sea, a ese consenso. La idea de un público derechizado se desmiente en dos cifras muy concretas. Primero, el candidato liberal de la rabia sacó porcentajes marginales allí donde se presentó, tanto en provincias chicas como en las grandes. El caso de Córdoba es el más concluyente, porque se trata de una provincia “grande”, con empleo privado y un electorado donde ganan opciones muy conservadoras. Sin embargo, su candidato obtuvo el 2,5%. Segundo, en todas las elecciones el verdadero ganador (o el segundo cerca) fue el descontento: la suma de gente que no fue a votar más el voto en blanco y nulo. En algunos casos, llegando a la mitad del padrón. Es decir, estamos ante un rechazo a todo el personal político que no es aprovechado por el candidato QSVT por derecha, ni por la oposición de JxC. También, hay que decirlo, hasta ahora, lamentablemente, las opciones progresistas y de izquierda tampoco han mostrado un caudal de votos competitivo.

¿Qué significado tiene ese cuadro? Que hay una gran masa de población dispuesta a escuchar una propuesta diferente de la consensuada, que no está dispuesta a seguir pagando las consecuencias de una crisis que no provocó, pero que tampoco tiene la voluntad de dar un voto testimonial. O sea, hay una oportunidad. Y una importante.

Quienes tienen la capacidad política de dar una respuesta han intentado ocupar lugares y sumar poder en el seno del peronismo, kirchnerismo o los frentes que estos realizaron. La realidad ha mostrado que esa dirección tiene demasiados compromisos con la clase dominante y que la estructura que querían perforar es menos permeable de lo que pensaban, como para poder imponerse. Pero hay un elemento más importante en ese fenómeno: el énfasis en medidas puntuales y defensivas, antes que en la agitación de un programa nacional integral. Sin un programa integral, las concesiones concretas avalan la asociación circunstancial en medio de una trayectoria que termina describiendo una “traición”.

Del mismo modo, la izquierda se ofrece como una inestimable referencia a la hora de la lucha de calles. Un elemento por demás necesario. Pero eso solo sirve para evitar nuevos avances del enemigo y, a falta de una irrupción generalizada de las masas, solo apela a una vanguardia poco numerosa de la clase obrera. Cuando se pregunta por cómo se va a gobernar la Argentina, las respuestas son reivindicaciones sindicales o puntuales, más ligadas a quien se opone al poder que a quien lo ejerce.

Entonces, nos encontramos con un conjunto de dirigentes políticos muy derechizados, sin lugar para progresismos de ningún tipo, lo que da un espacio muy amplio para intervenir a la izquierda de Larreta. Pero, además, una población descontenta que no acompaña ese giro, pero tampoco parece sentirse interpelada por discursos de “resistencia”. ¿Qué es esto sino una gran oportunidad?

Ante este cuadro, vale la pena hacerse una serie de preguntas. Primero, ¿no es la ocasión para que todas las fuerzas que se oponen al consenso liberal puedan sentarse a discutir? Segundo, ¿no es hora de que dejemos de decir simplemente NO y presentemos un programa integral de gobierno, sobre qué hacer con la economía, con la producción industrial y agraria, con el trabajo, con la vivienda, la salud, el sistema político y la educación? ¿No podemos mostrar que queremos y podemos gobernar la Argentina? ¿Podemos intentar tener una discusión sobre eso? Una discusión, no sobre si fulano se sacó una foto con mengano y fue en un frente con zutano, no sobre lo que sucede en el otro lado del mundo y mucho menos sobre los que sucedió hace 70 años, sino sobre cuáles son los problemas de la Argentina hoy y cómo los puede resolver un gobierno que esté al servicio de los trabajadores y no de los empresarios. Una discusión en un congreso que nos permita elaborar un programa, que sea agitado en estas elecciones por las candidaturas que se muestren de acuerdo. Un congreso de todas las organizaciones que se oponen al consenso liberal, para definir un programa que discuta positivamente con él y apele a todo ese descontento.

Podemos empezar a organizar ya un encuentro con vías a ese congreso. Puede pasar que haya organizaciones que finalmente no acuerden. Puede pasar que no lleguemos a ningún acuerdo, por supuesto. O puede pasar que logremos constituir una fuerza programática, instalar el debate y cambiar el clima político. Nuestra propuesta es, simplemente, animarse y dar el primer paso.

Razón y Revolución-Vía Socialista

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