Después de largos años de parálisis, el proletariado brasileño da muestras de despertar a un nuevo ciclo de luchas agudas en defensa de sus derechos y condiciones de trabajo. Los marxistas son una reducida minoría en el cuadro de la izquierda brasileña. Tal situación solo podrá ser revertida en un cuadro de lucha abierta y unificada de clases que seguramente se abrirá en el mediano plazo.
Leovegildo Leal – Movimento Marxista 5 de Maio – MM5 (Brasil)
Después de largos años de parálisis, el proletariado brasileño da muestras de despertar a un nuevo ciclo de luchas agudas en defensa de sus derechos y condiciones de trabajo. En la vanguardia de esta recuperación figuran los trabajadores del sector servicios, destacándose los docentes de los niveles secundarios y primarios.
En el estado de Paraná, en un movimiento que ya dura más de 120 días, millares de huelguistas resisten con bravura la furiosa agresión policial que intentaba neutralizar el mes pasado una manifestación callejera. A costa de decenas de heridos y presos, los trabajadores terminaron victoriosos en una verdadera batalla campal que, a final de cuentas, resultó en tal desgaste político del gobernador del estado, Beto Richa, que quedó aislado en el interior de su propio partido –el ultraderechista PSDB- y motivó un pedido de juicio político.
En el estado de San Pablo, los profesores de la red estadual de enseñanza primaria y secundaria se encuentran en huelga ya hace 90 días, demostrando la misma disposición y capacidad de lucha de los compañeros paranaenses. Súmese a todo eso las manifestaciones de descontento de los docentes por todo el territorio nacional, recordando que en el estado de Rio de Janeiro, la capital incluída, los años 2013 y 2014 estuvieron marcados por huelgas ampliamente victoriosas de los trabajadores de la educación. El hecho es que, a ejemplo de lo que ocurre en las áreas de los demás servicios públicos –salud, transporte, seguridad pública, vivienda- los trabajadores brasileños están respondiendo con un enfático y decidido no a las tentativas del gobierno de hacerles pagar el precio de la recuperación de las ganancias de la burguesía, reducidas por la crisis.
Sí, la crisis llegó a Brasil –económica y políticamente. El largo período de sobrevaloración de las “commodities” brasileñas en el mercado mundial posibilitó a la concertación de derecha PT (Partido de los Trabajadores)-PCdoB (Partido Comunista del Brasil), en el poder en el país desde 2003, desarrollar una política de distribución de migajas a los trabajadores a través de las llamadas políticas compensatorias, como los programas Bolsa Familia y Mi casa, mi vida. La farsa, con todo, debía acabar un día. Y acabó.
Como era de esperar, el gobierno de Dilma Rousserff, que asumió su segundo mandato en enero de este año, no tuvo ningún pudor en, apenas terminada la ceremonia de asunción, descargar sobre los hombros del proletariado brasileño un verdadero bombardeo de medidas de asalto a los ya restringidos salarios y derechos de los trabajadores: ampliación de los plazos para jubilación, aumento del tiempo de servicio para obtención del salario de desempleo, extensión de tercerizaciones a las empresas estatales, etc. Como primer acto, la presidente Dilma nombró para el Ministerio de Hacienda a un más que legítimo y descarado representante del sistema bancario nacional, el señor Joaquim Levy, empleado histórico del Banco Brasileño de Descuentos, Bradesco, que frecuentemente encabeza la lista de los mayores del país.
Al contrario de lo que suponía el gobierno, mientras tanto, su propia base sindical, cuya mayor expresión es la mayor central sindical del país, la CUT (Central Única de Trabajadores), hegemonizada por el PT, reaccionó a través del viejo y conocido método de “saltar para adelante”: temiendo perder sus bases en la hipótesis más que probable de que éstas descubrirían su carácter traidor, los burócratas se rebelaron –obviamente sin la vehemencia práctica necesaria- contra las medidas del gobierno. También las centrales de ultra-derecha –la mafiosa Fuerza Sindical al Frente- no perdieron tiempo en posicionarse contra el asalto practicado por la dupla Dilma-Joaquim al bolsillo de los trabajadores, con el objetivo obvio de profundizar el desgaste del gobierno Dilma provocado por la combinación de dos poderosos factores: las bajas tasas de crecimiento económico y el durísimo combate que desarrollan los segmentos de extrema derecha en el parlamento, en el sistema judicial y en la prensa.
El hecho es que la actual coyuntura política brasileña tiene una de sus bases en la polarización directa de la extrema derecha. La derecha está configurada por aquello en que se transformó la alianza PT-PCdoB en su busca desesperada del poder institucional. La degeneración del PT ya era bastante visible al final de los años 80 e inicio de los 90, pero fue en la campaña presidencial de 2002 que el Partido de los Trabajadores mostró efectivamente lo que quería hacer: en una carta de propio puño firmada por Lula da Silva, este se comprometía a no tocar los intereses de la burguesía, que mantendría los contratos, que buscaría una alianza “nacional” en pro del desarrollo. Así prometió, así hizo.
La emergencia de la crisis de la economía brasileña –ya preanunciada en 2013 y configurada en 2014- con la referida caída del precio de las materias primas de exportación y la reducción de los capitales internacionales dispuestos a invertir en el país– hace que sectores de la burguesía y de la pequeña burguesía percibiesen que, para financiar las inversiones burguesas, era preciso elevar la explotación de los trabajadores a niveles mucho más elevados que aquellos conseguidos por la alianza PT-PCdoB en el poder. Que era preciso, en fin, un gobierno de extrema derecha para mantener en buenos términos los negocios de la burguesía en el país, frente a la dimensión previsible de la crisis capitalista en Brasil –hoy, la inflación oficial ronda casi dos dígitos y la previsión es que el PBI sufra este año una caída de cerca de 2% en relación al año anterior, que a su vez registró un “crecimiento” de apenas 0,1%. Así, ante tales indicadores, la burguesía sabe de los límites de la coalición PT-PCdoB para profundizar la explotación a los niveles requeridos por el agravamiento más que previsible de la crisis. No es que el PT no quiera. Por el contrario, como vimos arriba, la presidente Dilma está haciendo lo que puede para atender los reclamos de la burguesía, pero no puede exceder un determinado límite sin amputar sus propios pies, ya que su base social –¡y electoral!- es la clase trabajadora, inclusive en sus segmentos más pauperizados.
Es en torno a este proyecto, y el contexto ideológico que lo acompaña, que surge la candidatura del senador Aécio Neves, del PSDB (Partido de la Social-Democracia Brasileña), en la elección presidencial del año pasado, como aglutinante de todo un ideario protofascista de extrema derecha, en que no se excluyen grupos, grupejos y hasta miembros del parlamento pidiendo y reivindicando, además de la simple y definitiva eliminación de los derechos de los trabajadores, la implantación de una dictadura militar, liberación de armas y anulación de leyes contra el estupro y anti-homofóbicas.
En este cuadro, emerge como fiel de la balanza el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), en realidad una banda de oportunistas que tienen mayoría en la Cámara Federal –como expresión y consecuencia de la hegemonía ejercida por la burguesía en el pasaje de la dictadura a la democracia a mediados de los años 80. Democracia, nótese, que la izquierda mundial –incluso algunos segmentos que se pretenden marxistas- venera y defiende, ora como un valor universal, ora como camino hacia el socialismo. También en Brasil reina, ampliamente mayoritaria, la plaga de la democratolatría como uno de los más férreos obstáculos a la formación de un proletariado independiente política, ideológica y organizativamente.
Como se ve, estamos delante de una arena coyuntural apropiada para una lucha de gigantes, eliminadas desde el comienzo las hipótesis de pequeños acuerdos y arreglos. Se abre en el mediano plazo en Brasil un ciclo agudo de luchas directas entre burguesía y proletariado, del que los ejemplos recientes de confrontaciones todavía restringidas a los sectores de servicio público constituyen apenas un punto de partida. Y, realista y desgraciadamente, no podemos afirmar que el proletariado esté hoy mínimamente preparado para esta guerra que despunta en el horizonte.
Desde el punto de vista organizativo, el movimiento sindical está fracturado entre los mafiosos atrincherados en la Fuerza Sindical y la derecha gubernamental de la CUT. Corriendo por afuera, pero sin capacidad real de combate, se encuentran CSP-Conlutas, creada, dominada y dirigida autocráticamente por el trotskismo morenista del PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado) y de la Intersindical hegemonizada por el socialdemócrata PSOL (Partido del Socialismo y la Libertad), una confederación de grupos de izquierda unificados apenas para las campañas electorales. Pero no es por su pequeña dimensión que se desacreditan estas centrales como instrumentos de lucha de los trabajadores, sino por la ideología mesiánica de Conlutas, que tiene como método de acción hacer las más absurdas alianzas con los mafiosos y gubernamentales en la línea de buscar una visibilidad que pueda resultar en un crecimiento numérico partidario. La Intersindical, por su lado, en la práctica no pasa de ser un brazo sindical de un partido esencialmente institucional, básicamente estructurado en torno a las elecciones burguesas.
En el campo de la izquierda se verifica hoy en Brasil una amplia y abrumadora mayoría de trotskistas y reformistas –aquellos, particularmente morenistas, y los últimos divididos en reformistas clásicos y neorreformistas articulados por la ideología gramsciana. Están también presentes algunos segmentos maoístas. Rigurosamente, los marxistas somos una reducida minoría en el cuadro de la izquierda brasileña. Y estamos seguros de que tal situación solo podrá ser revertida en un cuadro de lucha abierta y unificada de clases que seguramente se abrirá en el mediano plazo. Sabemos también que no podemos hoy cruzar los brazos a la espera del “gran día”. Por el contrario, los marxistas brasileños estamos rigurosamente atentos a la necesidad de intervenir hoy en el cuadro concreto y actual de las luchas de clases como ellas se presentan. Así como los bolcheviques (marxistas) solamente se transformaron en mayoría política en el cuadro de unificación revolucionaria de las luchas en el país en 1917, tenemos absoluta y plena confianza en que el marxismo dirigirá al proletariado brasileño en dirección a la victoria final.
¡Venceremos!