UN COMENTARIO SUCINTO Y NECESARIO

en Revista RyR n˚ 5

Por razones que tienen que ver con la lucha de clases, como lo señalamos en la editorial de este número de Razón y Revolución, Pablo Rieznik, que se había comprometido a entregarnos un texto de mayor alcance, no tuvo el tiempo necesario para cumplir como lo hubiera deseado. No quiso, sin embargo, estar ausente y nos acercó este breve artículo en el que polemiza el artículo de Rolando Astarita.. Es tradición de Razón… el ofrecer sus páginas para el debate. Ese ofrecimiento está abierto a quien quiera aprovecharlo.

Por Pablo Rieznik (docente universitario y militante del partido obrero)

El artículo de Rolando Astarita que se publica en este dossier amerita un suscinto comentario sobre dos puntos relevantes. El primero, en relación con el marco conceptual implícito en numerosos análisis, que Astarita tiene, en todo caso, la virtud de explicitar de un modo casi brutal. El segundo en relación con un no demasiado sutil ejercicio de la provocación, cuyo mecanismo es importante clarificar.

El capitalismo eterno

El trabajo de Astarita sobre la economía mundial pretende concluir en lo que denomina una “perspectiva general de la crisis” que reside básicamente en lo siguiente: el capitalismo tiene una salida, no existe lo que él mismo denomina “crisis permanente”. El planteo de que el capitalismo ha agotado su función histórica está equivocado, los marxistas (Trotsky) que sobre esta base caracterizaron que “la premisa de la revolución proletaria ha llegado hace mucho tiempo al punto más alto que le sea dado alcanzar bajo el capitalismo” erraron el rumbo, etc., etc..

Ahora bien, ninguno de estos planteos tiene que ver con el análisis que Astarita hace de la actual crisis de la economía capitalista mundial, que es totalmente irrelevante a la hora de plantear tal “perspectiva general”. Podrían haber sido escritos antes, en el medio, o después de esta misma crisis. De este modo, aunque el texto propone en su título “interpretar” la crisis actual para derivar una “perspectiva” sobre la economía capitalista mundial, el trabajo se cierra con una serie de afirmaciones fundadas en un pensamiento previo del autor totalmente ajeno a la materia misma de su análisis.

Esta arbitrariedad metodológica está acompañada de un mecanicismo extremadamente vulgar que es lo que caracteriza a la conclusión del trabajo. Así, según Astarita, está el bando de los que piensan que el capitalismo está en una “crisis permanente y sin salida” y los que piensan que, al revés, las crisis son “episódicas y con salida”. Expuesto el problema en estos términos se trata de una tontería, reforzada además si se opta como Astarita por el segundo término de la supuesta alternativa. Sucede que, para clarificar las cosas, Astarita identifica “crisis permanente” con “crisis estructural” del capitalismo y niega ambas: la sociedad burguesa no estuvo, no está ni estará en crisis, ni permanente ni estructural ni final. Y punto.

Astarita pelea contra molinos de viento si por “crisis permanente” supone que se trata de una anulación del funcionamiento cíclico del capital, que implica, por lo tanto, crecimiento y depresión de la economía (y caídas y ascensos de la tasa de ganancia). Este no es el problema. Lo que Astarita niega es la esencia del planteamiento marxista que señala que con el imperialismo llegamos a la fase final o superior del capitalismo, que se trata de una época de reacción en toda la línea, de catástrofes económicas y convulsiones sociales, de guerras y revoluciones, de una época en que el capitalismo alcanza los límites de su misión histórica y que plantea la célebre alternativa de socialismo o barbarie.

Si estos planteos, que son el ABC del marxismo sobre la tendencia a la catástrofe de la sociedad capitalista, no significan que ésta se encuentra en una “crisis estructural”, “sin salida”, ¿cuál sería entonces su significado?. En este sentido, y atención, sólo en este sentido, que es el que Astarita niega, es totalmente falso que “no exista una crisis final del capitalismo a menos que los trabajadores lo acaben revolucionariamente, tomando el poder e instalando su propio poder”. Si los trabajadores no toman el poder las tendencias catastróficas no se atenúan y la crisis estructural conduce a la barbarie social. De otra manera, además, ¿porqué sería necesaria la revolución socialista sino como mera utopía, deseo o voluntad, es decir, como puro subjetivismo (que es lo que supera el socialismo científico, el marxismo)?

Al convertir la revolución en una determinación puramente subjetiva y combatir el planteo de una crisis estructural del capital, Astarita niega lo esencial de la doctrina de Marx. A la cual logra la proeza de convertirla en una suerte de interpretación de la vida eterna del propio capital, siguiendo en esto a los regulacionistas franceses. Por esto llega a afirmar que la teoría sobre la decadencia de la capitalismo no es de Marx sino de Ricardo y Keynes (podría haber agregado a Schumpeter). Estos últimos –dice Astarita- compartían la “noción de que debería llegarse a una etapa última de aletargamiento de la producción capitalista”. Marx, en cambio, tenía un “enfoque dinámico” porque “pensaba que la caída de la tasa de ganancia estaba en los fundamentos de las crisis (periódicas) … (pero) era conciente de que en la medida en que no triunfara la revolución socialista, el capital lograría recuperar la tasa de ganancia y relanzar la producción, que es lo que ha sucedido en el capitalismo desarrollado”.

¡Qué bárbaro! La ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia era para Marx la ley fundamental de la economía política. No para explicar apenas el funcionamiento cíclico del capitalismo sino para fundar su teoría sobre la tendencia al colapso del capital, es decir, sobre su incapacidad para desarrollar las fuerzas productivas “ad eternum”. Esto último es lo que intuyeron, a su modo, Ricardo y Schumpeter y algunos discípulos de Keynes. Marx no criticó esta intuición de la economía política, que ya existía con anterioridad a su propia obra, sino que afirmó que era el “enigma” en torno al cual giraba toda la ciencia económica. Un enigma que no podía resolverse sin presentar de un modo adecuado la producción de plusvalía y su límite histórico insalvable. Es el enigma, entonces, que desentraña la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

El capital desarrolla las fuerzas productivas no como un fin en sí mismo, sino como un medio. Los capitalistas compiten entre sí apelando al mayor rendimiento del trabajo, con un mayor aporte del capital constante, de máquinas y mecanismos automáticos y eficientes, para apoderarse de franjas crecientes del mercado. Un medio, entonces, para incrementar su apropiación de la plusvalía. Pero esta es la misma razón por la cual el propio desarrollo de las fuerzas productivas tiende a eliminar, en el desarrollo histórico del propio capital, al trabajo humano como factor directo de la producción y, por lo tanto, de la plusvalía. El fin y el medio son contradictorios en una dirección y en un sentido preciso: el límite del capital es el propio capital. El capitalismo es una sistema económico y social que se agota a través de la manifestación de las leyes de su propio desarrollo: tiende al colapso por el funcionamiento de su leyes vitales, del mismo modo que un metabolismo biológico marcha a su fin por los mecanismos propios de su vida plena. ¿Importa aclarar que la tendencia absoluta del capitalismo a la desintegración, a la catástrofe, no es sinónimo de un pasaje automático a un orden social superior aunque sí es su condición necesaria?

El significado fundamental de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia se le ha escapado a Astarita, al punto tal que la ha convertido en lo contrario de lo que era para Marx. En lugar de ser la explicación rigurosa sobre el carácter históricamente condicionado del capitalismo, que es lo mismo que decir que tiende a descomponerse y agotarse; en lugar de esto y al contrario de esto, Astarita nos dice que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia es lo que permite comprender la “dinámica de largo plazo de la economía capitalista”. El capitalismo se transforma de este modo en un ave fénix que resurge “dinámicamente” luego de cada crisis. Es la razón por la cual calificamos de pobre al propio artículo: carece de conclusiones sobre lo que analiza, salvo tal o cual “aspecto” de la crisis. Nada dice sobre la naturaleza histórica de esta crisis, sobre sus consecuencias económicas y políticas en el escenario mundial, sobre las implicancias referidas a la restauración capitalista en la ex URSS, etc., etc, (el lector puede comparar esta carencia con el análisis de la crisis mundial en el mismo número de la revista En Defensa del Marxismo a la que hace referencia Astarita).

Insistimos, es el ABC. Si las relaciones de producción no constituyen una traba para el desarrollo de las fuerzas productivas, si no han sido creadas desde hace mucho tiempo las condiciones sociales y económicas para su sustitución por nuevas relaciones de producción, entonces no estamos en una época de revolución social y la revolución socialista es un deseo del pensamiento. En estas condiciones, la búsqueda de una “estrategia revolucionaria”, como pretende la última frase del texto que comentamos, es un eufemismo, una quijotada o una quimera. La caracterización objetiva de Astarita niega, por lo tanto, la revolución real y posible. En este sentido, casi literal, es contrarrevolucionaria.

Stalinismo encubierto de antiestalinismo

Es exáctamente en este punto, utilizando deliberadamente el adjetivo contrarrevolucionario, que pasamos a desmenuzar el mecanismo de provocación política presente el texto de Astarita. Nos  referimos al “broche final” del trabajo, que toma la forma de una extensa nota de pie de página, dirigida contra el PARTIDO OBRERO. La nota de marras es formalmente una condena a Luis Oviedo, dirigente del PO, y asiduo autor de diversos trabajos en la revista En Defensa del Marxismo. Según Astarita, Oviedo lo habría acusado de estar embarcado en una “cruzada contra el socialismo” en su puro afán (el de Oviedo) de detectar “contrarrevolucionarios” a la manera del stalinismo, es decir, “de mentes muy entrenadas en una lógica demostrativa de larga y triste memoria en la izquierda”. Algo que “algunos compañeros” –Astarita dixit- juzgan como un “caso extremo de nerviosismo, por carencia de argumentos y hasta de insania mental”. Astarita es un espíritu más elevado: él mismo no se rebaja a denigrar a Oviedo (esto lo hacen sus “compañeros”), a quien desde su propio ombligo plumeril juzga como una víctima inevitable de la “sumisión a determinados climas intelectuales que imponen lógicas de pensamiento que superan a los mismos protagonistas” (habla del Partido Obrero al que por supuesto no nombra). Tarea ciclópea: Astarita nos informa que “el desafío que tenemos por delante es reeducar a todos los Oviedos que todavía abundan en la izquierda, explicándoles que el socialismo es una forma de cultura opuesta a la que impera en los medios filo-stalinistas”.

Lo cierto es que ni Oviedo ni En Defensa del Marxismo plantearon que Astarita “debe ser un contrarrevolucionario” porque no concuerda con el PO o con EDM, en cuyo caso procederían como un Astarita cualquiera. Lo que hay en En Defensa del Marxismo es un análisis de los planteos de Astarita, con citas, polémicas, argumentos referidos a una cantidad de planteos superficiales, para decir lo menos, sobre la caracterización de la URSS y el proceso político actual de la restauración capitalista. Pero Astarita no debate ni esclarece nada porque plantea de entrada un requisito supuestamente moralizante y pseudoético: hay palabras o calificativos que no deben ser usados. En lugar de discutir, él mismo –o sus amigos- califican: Oviedo debe padecer una patología psicológica –nerviosismo extremo, insania mental. Para resolver la situación, en un lugar de un hospital psiquiátrico plantea un taller de “reeducación”. ¿No es este el “metodo de discusión” típico del stalinismo?

Astarita, ya extraviado, transformó, además, en una nota de pie de página, al socialismo en una “forma de cultura” “opuesta a la que impera en los medios filo-stalinistas” lo cual constituye una burrada conceptual por partida doble pero que se ajusta perfectamente al modus vivendi de su labor intelectual. Burrada uno: el socialismo no es una “forma de cultura” sino el movimiento real de lucha por el derrocamiento del capital, la destrucción de su estado y la imposición de la dictadura del proletariado (claro está, nos referimos al planteamiento de Marx). Segunda burrada: el stalinismo tampoco es una forma de cultura. Es sinónimo de burocracia contrarrevolucionaria y de la carencia de cualquier cultura. El expediente apenas sirve para justificar la petulante tarea que se autoasigna Astarita de “reeducar a los Oviedos”. O sea, un curso sobre protocolo y palabras malas o agresivas, de tal modo que, incorporando el primero y excluyendo las segundas, encontremos el rumbo supuestamente perdido del socialismo. Una pavada monumental que se viene extendiendo entre algunos “socialistas” mal o bien intencionados. Conforme esta apreciación, Marx, Lenin y tutti quanti se habrían perdido por el uso de adjetivos tales como filisteo, traidor, renegado, contrarrevolucionario, etc., etc. Todo lo cual debería seguramente ser rastreado, conforme esta concepción, para detectar el origen del autoritarismo y la degeneración del marxismo y el bolchevismo.

Astarita, en definitiva, tiene todo el derecho a pensar lo que le venga en gana, a creer que vuelve a Marx, a volver al socialismo utópico, a volver de su adhesión pasada al trotskismo, a volver a pensar que el capitalismo tiene siempre salida, etc., etc.. También tiene el derecho a la provocación. Nosotros a responderle.

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