¿TU TAMBIEN, BRUTO, HIJO MIO?

en Revista RyR n˚ 1

Por Facundo Bianchini

Desde la contratapa se advierte al desprevenido lector: «Este no es un libro más sobre el peronismo» M.B. propone un novedo­so recorrido por las fuentes ideológicas del poder Peronista: los mecanismos destinados a generar consenso y movilización de masas creados por el estado. Así aparecen en el desfile ince­sante de recuerdos el Primero de Mayo y el diecisiete de octubre ritualizados; la prensa peronista; el sistema educati­vo; «Florecer», «Privilegiados», «Obreritos» y demás libros de texto peronistas; la Fundación; los campeona­tos infantiles Evita y el Partido Peronista Femenino. Plotkin cuenta con una serie de afirmaciones para guiarnos en su tren de largo reco­rrido:

            ‑El régimen peronista (Perón) busca imponer una falsa unani­midad («unidad espiritual») este sería el único elemento «verdadero» de la «doctrina peronis­ta». El resto, fórmulas fácilmente cambiables dado el carácter ecléctico y pragmático de las mismas.[1]

            ‑El consenso liberal ha entrado en crisis. El consenso gene­rado a partir de los mecanismos antes mencionados es ilusorio, falso.[2]

            ‑»El peronismo era mucho menos innovador de lo que clama­ba» ergo, el peronismo (Perón) era esencialmente conser­vador.[3]

            ‑No existió una cultura peronista alternativa.[4]

            ‑En la generación de consenso (del falso, claro está) el estado (Perón y sus colaboradores) lleva la iniciativa.

            Llegados a este punto no resulta difícil componer una imagen conocida. Un líder carismático y manipulador engaña a las masas apartándolas de su camino. El tirano prófugo apare­ce como «El Gran Simulador» de «Los Plateros» pero mucho menos simpático.

            La permanente confusión entre peronismo y Perón, régimen pero­nista y personas cercanas al mismo, la reducción del peronismo a Perón (menos comprensible aún si el discurso de este último se inscribe en el marco de una doctrina que no conforma un todo coherente) señalan la clara renuncia a cual­quier intento serio de analizar el proceso histórico indepen­dientemente del perso­naje. En este sentido, M.B. retoma la poco novedosa prác­tica de considerar al peronismo como crea­ción de Perón (una especie de demiurgo, genio maligno al estilo del Sauron de «El Señor de los Anillos») creación de un hombre y no fruto del proceso histórico. Las clases no tienen lugar en un análisis volcado en términos de consenso, cultura popular o legitimidad (términos que parecen cambiar al capri­cho del autor).

            Si los soportes teóricos los encontramos en una suerte de weberianismo elemental y el análisis cultural se formula en términos de análisis político, en el método no encontraremos «nuevas» novedades. En varias ocasiones se puede observar cierto empirismo tan «naif» como las ilustraciones de «Flore­cer» o «Privilegiados».

            Así, por ejemplo cuando se habla del carisma de Perón se señala la importancia para su mantenimiento de la Subsecreta­ría de Prensa y Difusión la cual «…publicó durante el régi­men de Perón más de 2.500.000 panfletos de diversos tipos y más de 3.000.000 de afiches».[5] El caso más obvio aparece cuando trata de la no existencia de una cultura peronista. Al señalar que no existió una cultura alternativa porque la mayo­ría de los intelectuales estaba en la oposición (!) demues­tra una increíble confusión entre lo producido por algunos inte­lectua­les y la cultura, confusión producto de la más vulgar de las visiones («en un concierto de música culta») absolutamente impropia de un historiador.

            Entre las pruebas del fracaso cultural peronista figuran los vestidos «modelo Belgrano» de la condesa Chikoff, pro­pues­tos en la revista peronista «Argentina» y el caso de un  arqui­tecto cordobés que «proponía la construcción de enor­mes edificios públicos en forma de estatuas de Perón y Eva».[6] M.B. insiste en señalar que «estos intentos algo grotes­cos por crear una «cultura nacional» no fueron incidentes aislados». Lo único grotesco aquí es la elevación a categoría de prueba de los delirios sin consecuencia de un ignoto perso­naje como método.

            La tendencia a confundir hechos anecdóticos con sucesos dignos de atención también puede ser vista en el remanido tópico de la esencia naturalmente conservadora del peronismo. Una vez más Perón «hace» al peronismo. Se dirige a los traba­jadores ‑según Plotkin‑ sólo después de haber fracasado en el intento por crearse una base sólida entre las clases pro­pieta­rias. Como prueba de esa intención se presenta el famoso discurso en la Bolsa de Comercio de …. agosto de 1944. Según esto el peronismo es preexistente … ¡a sí mismo! Este fue, señala M.B., «el último intento serio que Perón hizo por corte­jar a las clases propietarias mientras que aun en noviem­bre de 1944 el entusiasmo de los sindicatos por Perón era más bien tibio».[7] Con un «último intento» en «fecha tan temprana» de cortejar a las clases dominantes y un peronismo que «se» pre­existe en la figura de Perón, a poco de comenzado (pág. 86) el planteo se desbarranca por la sinuosa pendiente de los toma­tes.[8]

            El estudio deja de ser tan novedoso como clamaba. Al contrario, se inscribe en una larga tradición. Cuando Bruto y sus amigos terminaron con César ‑dice la tradición y sus poetas‑ se apresuraron a difundir la noticia de su hazaña. No podían comprender cómo ese pueblo liberado pretendía para ellos un fin similar al del tirano.

            Cuando Perón fue derrocado muchos creyeron llegada la hora final del peronismo, fenómeno accidental que había alte­ra­do el orden natural de las cosas y no volvería a repetirse. La siguiente suposición: la popularidad de Perón, basada  en  la corrupción, la coerción y el engaño, guió la política conciliadora del ingenuo Lonardi y lo llevó a su caída. La eliminación de la ínfima minoría de católicas palomas no repre­sentó en modo alguno la eliminación de aquel supuesto (al menos como artículo para consumo popular). «El Libro Negro de la Segunda Tiranía», «La Comisión de Recuperación Patrimo­nial», la exhibición de los vestidos de «la Perona», la incle­mencia láctea predicada por «Macbeth» Ghioldi (tal vez en este período puede ubicarse la tan mentada «edad dorada» en la que los intelectuales eran respetados y  escuchados, cuando Ariel iba  y venía libremente), los desagravios a base de «varones de Plutarco», la prohibición del nombre y tanto más, eran el remedio. Otra vez tenemos al célebre creador de frases más céle­bres aún. Las elecciones del `57 serían un «recuento globular» que permitiría saber, a ciencia cierta, cuán pocos peronistas quedaban. Fue la primera decepción. Durante 30 años se mató al peronismo prematuramente en una suerte de fenómeno de Santa Teresa, pero menos deseado. Los rivales del tirano se deva­naron los sesos para comprender la fidelidad de vastos secto­res de la población para con el prófugo. No sólo ellos. Nume­rosos intelectuales de nota y no tanto, intentaron dilucidar el problema. La pregunta: ¿qué le vieron?, los siguió en sus cavilaciones. El último vástago de estas inquietudes no aporta nada a los anteriores.


Notas

[1]Plotkin, op. cit., p. 43-51

[2]p. 54-56

[3]Vg. p. 49

[4]Especialmente páginas 56 a 63.

[5]p. 55

[6]p. 61 y 62.

[7]p. 87.

[8]p. 86-87.

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