ILUMINACIONES PROFANAS Tres Colores. Trilogía. Dir: Krzysztof Kieslowsky.

en Revista RyR n˚ 1

Por Alex Callinicos
Tomado de Socialist Review, nro. 175.
Traducido por Carlos Salomone)

El cine europeo ha sido poco brillante en los últimos años. Los sobrevivientes de la Nouvelle Vague que dieron ese tono emocio­nante al cine en los años ’60 se han llamado a silencio, han producido trabajos por debajo de sus mejores producciones. Brillantes talentos de entonces se han apagado como el marxis­ta transformado en budista, Bernardo Bertolucci. Tampoco han aparecido verdaderos sucesores.

            Este era el panorama hasta que el director polaco Krzysztof Kieslowski llegó al Oeste Europeo a fines de la década del ’80. Aparece asì un cineasta de primer orden con una muy particu­lar y personal visión del mundo.

            Para sintetizar lo que decimos tomaremos prestada una observa­ción del gran crítico marxista W. Benjamin. Para él los su­rrealis­tas en el París de entreguerras ofrecían una «ilumina­ción profana». Su arte tomaba los objetos banales, de todos los días y los usaba para explorar el secreto y subversivo mundo del deseo.

            Los films de Kieslowski están repletos de iluminaciones profanas. Nuestra forma de ver el mundo cotidiano se transfigura al adoptar una nueva perspectiva (un viaje fatal en auto es filmado desde el ángulo de alguien situado debajo en las ruedas) o por la utilización de la luz (un rayo de sol cruza a través de las nubes transformando una habitación antes oscura y deslucida).

            Sin embargo, mientras el surrealismo más radical utiliza las iluminaciones profanas para mostrar la forma en que nuestros deseos son confinados y reprimidos por una sociedad injusta, la revelación de Kieslowski nos aleja de la política hacia el mundo de la vida personal.

            Esto aparece claramente en TRES COLORES, la trilogía de films que acaba de completar, en la cual se aboca a explorar los tres grandes lemas de la Revolución Francesa ‑libertad, igualdad y fraternidad. Pero en cada caso la idea política es reinterpretada en clave personal.

            Así en Bleu, el primero y menos logrado de los tres films, Julie (Juliette Binoche) reacciona ante la muerte de su esposo e hija en un accidente automovilístico, intentando destruir su pasado y cortando todo contacto personal. Descubre, sin embargo, que la libertad que está buscando de esta forma es una ilusión.

            En forma similar, en Blanc la igualdad se dirige hacia el tema del amor. Pareciera ser, como dice un refrán francés, que siempre hay uno que besa y otro que es besado. Las partes de una relación no son nunca iguales: uno es siempre más dependiente en la relación que el otro.

            Así Blanc comienza con Karol (Zbigniew Zamachowski), un peluquero polaco que vive en París, divorciándose de su hermosa mujer francesa (Julie Delphy) porque ha sido impotente desde su casamiento. El es el dependiente emocional y financieramente. Hacia el final los roles se han invertido.

            En realidad el film se concentra en la historia de cómo Karol abandonado y divorciado, a través de una serie de aventuras y contratiempos vuelve a Polonia y hace fortuna. A lo largo de este camino Kieslowski ofrece una descarnada imagen de Polonia desde la caída del stalinismo, un país dirigido por un capitalismo de estilo maffioso, en el cual se nos dice varias veces, «Tu puedes comprar cualquier cosa» (incluyendo un cadáver, aunque haya que importarlo de Rusia).

            El dinero de Karol hace, sin embargo, todo por el bien de su amor. Utiliza su riqueza para fingir su propia muerte, y así atraer a Dominique a Polonia. Es solamente ahora que puede consu­mar su casamiento. Dice que porque vió a su esposa llorar en su funeral. Pregunto yo: Quizá el dinero fue su problema todo el tiempo.

            Todo esto resalta una dificultad con Kieslowsky. Las ideas que explora, por lo común, para ser sinceros, son banales. Pero la forma como las expresa puede ser extraordinaria. La línea subyacente de Bleu es realmente nada más que todos necesitamos amor, pero la secuencia final del film, donde busca expresarlo por una serie de golpes de imagen de una lente distorsionada usando un filtro azul, es notable.

            Lo mismo recurrentemente aparece en Rouge. La idea de fraternidad es explorada a través de la relación entre una joven modelo Valentine (Irene Jacob) y un amargado juez retirado (Jean Louis Trintignant).

            La historia ha sido a menudo tomada por Hollywood y puedo ser resumida como «Hermosa Joven aspira a una nueva vida con Viejo Maniático Gruñón». Pero la escena central entre ellos está tan bien hecha, con una gran actuación de los protagonistas ‑ en espe­cial de Trintignant‑ que Kieslowsky barre con toda la audiencia.

            Es difícil no ver la contradicción entre la parquedad de las ideas y la brillantez formal de los films de Kieslowsky, como una reflexión de la experiencia de los intelectuales polacos de su generación. Comprometidos políticamente a comienzos de los ’80 cuando Solidari­dad fue un movimiento obrero de masas enfrentado al estado, parecen haberse desilusionado paulatinamente con el transcurso de la década.

            Su retorno hacia lo personal (que ha llegado a tal extremo que ha comunicado que no hará más films), forma parte, en efecto, de una tragedia colectiva que ha negado a este telentosísimo artista acceso a ideas que puedan realmente estimular y generar desafíos para sus trabajos.

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