Las lecturas autonomistas y frentistas en el estudio de la Organización Comunista Poder Obrero
En esta nota, discutiremos con dos visiones sobre OCPO: la interpretación autonomista, por un lado, y la “frentista”, por el otro. Ambas conducen a relativizar la existencia de un programa político definido y su constitución en un partido con una dirección centralizada.
Ana Costilla (Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ‘70)
Contra lo que suele creerse, la década del ’70, y en particular el desarrollo y la intervención de la izquierda revolucionaria en esa etapa, es un campo muy poco estudiado. Abundan los libros testimoniales de protagonistas –por lo general, de conversos y desertores– y los trabajos culturalistas y/o posmodernos de la academia burguesa, pero son escasos los estudios que permiten comprender las causas profundas que explican la derrota del proceso revolucionario iniciado en 1969. Ello requiere poner la mirada sobre los partidos de izquierda que se disputaron la dirección de las masas. Y allí existe un vacío particularmente notorio en un observable significativo: la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO).
Sobre ella solo existen trabajos que la abordan parcialmente y/o mediante el uso privilegiado de testimonios orales. Nos encontramos así, no solo con un conocimiento deficitario de la organización, sino con interpretaciones que concluyen, con pocos fundamentos, sobre aspectos centrales de la misma. En esta nota, discutiremos con dos de estas visiones: la interpretación autonomista, por un lado, y la “frentista”, por el otro. Ambas conducen a relativizar la existencia de un programa político definido y su constitución en un partido con una dirección centralizada.
La OCPO de Zamora
El estudio más sistemático sobre la OCPO es el que ha realizado Ana Mohaded[1], quien además fue militante de la organización. Su trabajo se nutre casi exclusivamente de testimonios orales que, a pesar de ser contradictorios entre sí y no ser debidamente contrastados con documentos orgánicos, utiliza para sostener conclusiones polémicas. Su ángulo principal es el funcionamiento interno de la OCPO, postulando un “horizontalismo” organizativo, por el cual todos los militantes participaban por igual en la definición de los rumbos tomados por la organización. Para la autora, desde El Obrero –antecesor de OCPO– existió un “cuestionamiento a los modos de confirmar la dirección revolucionaria, e incluso el hecho mismo de que ésta sea un partido, más aún único.” A su vez, la dinámica horizontal de El Obrero prefiguraría lo que sería la OCPO, constituida sobre la base de una suma de organizaciones donde no habría habido “ni siquiera una hegemonía, no se imponen los criterios por mayoría sino por consenso”.
Para demostrar este punto, se apoya en el testimonio de Juan Iturburu, uno de los fundadores de El Obrero, quien señala, a propósito de una discusión interna que atravesó la organización ante el triunfo de Cámpora, que “no hubo alguien que dijo: ‘somos la conducción y nosotros marcamos la línea’. Sino que las posiciones las fuimos sacando por asamblea.” Sin embargo, testimonios sobre las discusiones que saldaron la fusión con otras organizaciones, ponen en cuestión esta idea. Un militante recuerda esas discusiones y señala que “ahí los debates grandes se daban entre Carlitos Fessia, Juancito Iturburu, Rodolfo Espeche, Carlos Lowe y Cristina Fontanela, centralmente. Exponían adelante nuestro, abiertamente, las diferencias que tenían entre ellos.” Este testimonio da cuenta de que no debatían todos, todo. En este sentido, hay que tener en cuenta que la organización estaba atravesando un proceso de integración con otros destacamentos, por lo tanto es probable que aún no existiese una dirección formal, estable. Pero se observa que en la práctica había determinados militantes que, en virtud de su trayectoria y formación política, establecían los grandes ejes en torno a los cuales se concentraba la discusión. Estaban cumpliendo, de hecho, una función de dirección.
Otro testimonio, que pretende remarcar las virtudes del horizontalismo, brinda también elementos para discutirlo: “para mí es una conquista fundamental el respeto al compañero que se paraba y le decía a la dirección: ‘no acuerdo, así no, por tal cosa’”. El testimonio da cuenta de que se identificaba una dirección, a la cual plantearle disidencias. Tal es así que en la discusión mencionada de 1973, emergió una fracción (“el Grupo de Javier”) que finalmente abandonó El Obrero, en desacuerdo con la posición que iba asumiendo en relación al peronismo. Esta ruptura pone de manifiesto que se estaba delimitando un programa, y que ciertas diferencias no podían ser contenidas. Por tanto, quien no lo compartía, se iba. Así, la imagen horizontalista e integradora, se desvanece frente a los hechos. Finalmente, cuando en 1974 se formalizó la fusión entre El Obrero, Poder Obrero y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, se anunció la preparación de un pre-Congreso con el objetivo de “definir explícitamente aspectos centrales de principios, de estrategia, táctica, programa, líneas en los frentes de masas, (…) estatutos, dirección y nombre unificado”.[2] En suma, si no la había todavía, por lo menos existía una voluntad de construir una dirección.
La OCPO de Luxemburgo
El problema del funcionamiento interno se proyecta al analizar la estrategia que se dio OCPO y su relación con las masas. Si deliberadamente no habría existido una dirección, no sorprende entonces, que se postule un vínculo difuso entre la organización y la clase obrera. Mohaded sostiene que la OCPO rescataba lo mejor del espontaneísmo, pues “no es un partido que se piense con el objetivo de dirigir a la clase obrera, y si no la dirige ¿qué hace?, la sigue, acompaña, empuja, aconseja, orienta, apoya, escucha, guía.” Esta vez, se apoya en el testimonio de Dardo Castro quien señala que había una percepción en la época de que la OCPO era una “servidora” de la clase obrera y no dirigente, porque “todo el mundo sabía que si necesitabas protección, armas, imprenta, etc., se lo tenías que pedir a Poder Obrero”. Sin embargo, los documentos, tanto de El Obrero como de la OCPO, no permiten corroborar esta idea. Muy por el contrario, la concepción leninista de partido subyace a todas las declaraciones que encontramos sobre el asunto. En un documento temprano de El Obrero, se señala:
“Nosotros estamos convencidos como el que más de que la sola espontaneidad de la clase no la lleva a liberarse de la tutela ideológica y política de la burguesía, y que para eso hace falta que el elemento consciente, plasmado en un partido político marxista leninista, actúe en la lucha de clases y la oriente de acuerdo a las necesidades históricas del proletariado.”[3]
En ese proceso de construcción del partido, los militantes se visualizan como parte de la vanguardia que tiene esa importante tarea en sus manos y que, para ello deben capacitarse para la actividad de propaganda, agitación, organización, la violencia, etc. Estas posiciones van a tener continuidad en la OCPO, tal como encontramos en un documento donde se puntualizan las características de la vinculación entre el Partido y la acción directa de las masas, y que en ningún caso consiste en relegar al primero al rol de ir detrás de la segunda:
“El leninismo se ha opuesto expresamente a la formación de los ‘soviets’ miniatura, a la fundación anticipada de los órganos de poder de las masas, sin las masas (…) no implica fetichizar los organismos de democracia directa de las masas, sino reconocer su valor estratégico, dentro de una concepción de fondo que parte de una base: la revolución es un proceso de masas; la hace centralmente una clase, y participan las masas necesariamente, el Partido dirige la revolución, pero no la hace sólo. Es la vanguardia conciente y la punta de lanza, pero no de sí mismo, sino de la clase. Debe impulsar estos organismos cuando la crisis revolucionaria los pone a la orden del día (…) instrumentarlos conscientemente para acelerar y consolidar un cambio efectivo en la correlación de fuerzas entre las clases…”[4]
Pero además para la OCPO, la urgencia de la construcción del partido revolucionario se debía a la “vacancia política” que generaba el agotamiento del gobierno peronista, y a la necesidad de oponer un proyecto revolucionario a las alternativas reformistas. En ese contexto, una política “seguidista” de “acompañamiento” a las masas se hubiese traducido en una claudicación frente al peronismo. Por el contrario, la organización asumió la lucha ideológica por la dirección de la clase obrera, en un momento en el que la reedición del reformismo obligaba a una mayor clarificación política.
¿Frente o rejunte?
Finalmente, encontramos otra interpretación que, si bien alejada de la tesis autonomista, sostiene que la OCPO se delimitó frente a la concepción de un único partido revolucionario, y que encarnó una propuesta flexible de alianzas, una forma de “frentismo”.[5] Así, la toma del poder podría llevarse adelante con la intervención de más de un partido a la vez, pudiendo la fuerza social revolucionaria prescindir de una única expresión política.
Se trata de una afirmación débilmente comprobada. Efectivamente, la OCPO comenzó siendo un frente entre diversas organizaciones, pero hacia principios de 1975 se anunció la preparación de un pre-congreso entre las organizaciones que la conformarían (El Obrero-ORPO-MIR y Lucha Socialista) para “sancionar la unificación orgánica definitiva”. Es cierto que ellos mismos señalaban, siendo conscientes de los límites de su inserción obrera, que “por la necesidad de profundizar la línea y la consolidación de nuestra estructura partidaria y de demostrar que nuestro proyecto es capaz de polarizar la avanzada obrera, es que no nos autotitulamos hoy el partido de la vanguardia.” Sin embargo, creían que el pre-congreso sería un “hito fundamental de consolidación del embrión de ese partido.”[6] Es decir, que no se renunciaba a la idea de la necesidad de un partido único, en términos orgánicos.
Esta lectura que criticamos también postula como un giro saludable el pasaje de una concepción que se caracteriza como “ultraizquierdista” y “sectaria” (El Obrero habría buscado unidad con organizaciones exclusivamente socialistas revolucionarias), al llamado de la OCPO a la unidad de acción con otras fuerzas del campo revolucionario y “popular”, como el PRT-ERP y Montoneros. Pero existe aquí una confusión, puesto que la lógica frentista que tuvo la OCPO hacia 1976, no era incompatible con la construcción de un partido revolucionario. La OCPO defendió el frentismo en un contexto de agudización de los enfrentamientos, particularmente durante la emergencia de las Coordinadoras Interfabriles frente al Rodrigazo, pero no confundió ese frente único objetivo contra el ajuste con una identidad programática. Ese frente no desconocía las divergencias políticas entre los que lo conformaban. Ello explica que, al mismo tiempo, y en interior del mismo, la OCPO cuestionase la línea tanto de Montoneros como del PRT. Sobre todo en el caso del primero, ya que, pese a valorar su acercamiento a la izquierda revolucionaria –a partir de su ruptura con el gobierno de Isabel- las limitaciones para su articulación con una línea socialista eran aún mayores. Incluso, señalaban su rol de contención del proceso de radicalización política de la clase:
“Los compañeros Montoneros no han modificado su concepción estratégica de Frente de Liberación Nacional en el cual (coherentemente) incluyen a los sectores supuestamente ‘nacionales’ de la burguesía, y esto ha llevado a posiciones de conciliación de clases. (…) Montoneros no ha sido ni es sólo una determinada ideología y estrategia, sino fundamentalmente es un fenómeno político de masas, una alternativa que ha canalizado el proceso de radicalización hacia la izquierda de importantes sectores populares. Por eso hacemos expresas nuestras críticas y diferencias, y no eludimos la lucha política e ideológica.”[7]
Como vemos, esta cita es elocuente respecto de la táctica desplegada por la OCPO para con el resto de la izquierda. Hay un llamado a un frente único, y no hay un solo partido revolucionario, pero la OCPO va a ese frente a dar una disputa política. No le da lo mismo su programa, el del PRT-ERP o el de Montoneros. Sino que, en un momento objetivo, coloca a las organizaciones en el mismo lugar para luchar de conjunto contra las fuerzas del régimen, pero sin olvidar la disputa política hacia el interior. En este punto, está claro que la OCPO no se proclamaba el partido revolucionario, pero tampoco se diluía en el programa de los demás.
El partido ausente
Como puede observarse, el conocimiento que tenemos acerca de la OCPO es escaso y deficitario. Ya sea porque los estudios se asientan casi exclusivamente sobre testimonios orales atravesados por la derrota, o en la lectura errónea y unilateral de algunos de sus documentos, todos concuerdan en caracterizar a la organización como una “experiencia” diferente del resto de la izquierda “sectaria” o “autoritaria”. Detrás de las caracterizaciones de (y los elogios al) horizontalismo y frentismo, se oculta que la OCPO, como lo hicieron otras organizaciones revolucionarias de la etapa, asumió y llevó adelante la tarea central de la etapa: la construcción del partido revolucionario de la clase obrera. El problema de fondo es por qué esa tarea no se cumplió exitosamente. Ello implica entrar en el análisis de los programas y las estrategias de las organizaciones que intervinieron en la lucha de clases, pero no imaginando que las organizaciones eran lo que hoy algunos quieren que sea, sino lo que realmente fueron, es decir, mediante su estudio científico.
[1]Mohaded, Ana: Memorias de los ’70. La propuesta teórica, política, y organizativa de la OCPO, tesis de Maestría en Cs. Sociales de la UNCA, 2009. Salvo que se indique lo contrario, las citas y testimonios corresponden a este texto.
[2]El Obrero, ORPO y MIR, El Obrero Nº12, mayo de 1975.
[3]El Obrero: Continuando una discusión con Tendencia Comunista, 1970.
[4]OCPO: Democracia y revolución, 1975
[5]Cormick, Federico: “Apuntes sobre la Organización Comunista Poder Obrero”, en Cuadernos de Marte, Año 6, n° 8, enero-julio 2015.
[6]El Obrero-ORPO-MIR y Lucha Socialista: Hacia la construcción del partido revolucionario de la clase obrera, 24 de junio de 1975.
[7]El Obrero-ORPO-MIR: El Obrero, n° 5, septiembre de 1974.
Si la autora de este comentario hubiera leído algunos documentos fundamentales de OCPO, en especial los del último Comité Central, y otros como Lucha democrática y lucha revolucionaria (el legendario » Lucha y Lucha»); El armamente obrero I, II y III; Guerra civil revolucionaria; Frente Único y Frente Democrático, y teniendo en cuenta la lente con que la autora se acerca a la historia de OCPO, estaría todavía más confundida acerca de si éramos stalinistas, situacionistas tempranos, consejistas, panekuistas, gramscianos o martovianos. Por otra parte, el libro de Ana Mohaded es un inmenso fresco sobre una organización prácticamente desconocida, que sin embargo fue la de mayor influencia y protagonismo en las Coordinadoras Obreras, que fueron el punto más avanzado, en términos políticos y de organización, de las luchas obreras en los 70. Una organización que asimiló todas las experiencias de lucha de la clase obrera y los pueblos del mundo, y que construyó su propia teoría de la revolución en base a las condiciones reales de la lucha de clases en la Argentina. Es evidente que el libro de Ana Mohaded no se propone un estudio científico como el que parece esperar la autora sino que se trata de un abordaje de la historia de OCPO desde otro lugar, en el que la teoría política, la vida cotidiana y la militancia revolucionaria se entrelazan y muestran aquello que no puede ser aprehendido de otro modo, y que es absolutamente original.
El texto es interesante, y se podría debatir opinando sobre el proceso de discusión de 1973, y la crisis que creó en la organización inicial, entonces llamada El Obrero-GRS, que había agrupado a compañeros provenientes del grupo de Chacho “Rubio” Camilión, más sindical y con algunas células obreras, con otra estrutura, más extendida en el frente estudiantil, sobre todo de filosofia y arquitectura, pero con un núcleo de intelectuales a la retaguardia, muy jóvenes todos y provenientes en su mayoría, como, Chacho del viejo MLN, además de unos pocos “independientes”.
El proceso de 1974, visto desde afuera, – posterior a la salida de la fracción mal llamada “de Javier”, pues había una cantidad grande de militantes, obreros y estudiantes, también muy democráticos y participativos en la discusión de sus rumbos y líneas-, puede ser analizado a partir de los tres años de construcción inicial El Obrero-GRS, relevando cuestiones importantes, que explican lo que no se debería llamar «horizontalismo» y sí con un neologismo como «centralismo muy democrático».
El debate permanente entre cuadros y semicuadros, y a su vez la democracia muy amplia dentro de cada célula, no impedía que hubiera centralismo en las decisiones, y que pesara en esto mucho la mano de cuadros como el Chacho y Carlos Fessia.
Las bases ideológicas de ese acionar eran el rechazo al estalinismo en todos sus aspectos más nefastos, y el hecho de haberse quedado el núcleo fundador del El Obrero-GRS con la esencia creativa de lo mejor del trotskismo y del guevarismo, pero sin adherir al conjunto de sus pensamientos completos, y habiendo podido huír de sus dogmas. Fue fundamental también para la organización el haber leído, discutido e incorporado a Gramsci y Luckaks, y a Rosa Luxemburg. Esto fue esencial también, porque aceitaba y hacía más flexible y armónico todo el pensamiento del grupo El Obrero-GRS. Y también lo eran sus alianzas de aquel primer período, en el frente estudiantil con LAP, Línea de Acción Popular, y con la TC salida del PRT. El frente obrero y la dirección política mantenía contatos con el MRA, pequeno grupo armado que, junto con el LAP, no han dejado referencias que puedan ser estudiadas, pero sí es interesante ver que se formaba de a poco un conjunto de Izquierda Socialista naciente, independiente de los partidos y corrientes en crisis dentro de la izquierda después del Cordobazo.
Ese «asambleísmo» que existió en 1973, tal vez solo reproducido con convicción ideológica libertaria en organizaciones muy en movimiento también, como el PB y las FAP, fue totalmente necesario y correcto en el único momento posible, democrático en tensión, de aquel lustro de 1972-77, dentro de una década dificilísima, de 69 a 79, en la que pensamientos como el de las guerrillas utópicas europeas, fuera de contexto y rapidamente derrotadas, e incluso otras más exitosas, las centroamericanas, no pudieron formar un núcleo duro de ideológos al mismo tiempo que buenos políticos.
Tal vez la contradicción se vuelve más visible en la bipolaridad entre centralismo y democracia, – que no se reproduce mecanicámente en las políticas de construcción de un germen de partido y un frente único, y quizás sea lo más cuestionable a OCPO, es la seducción por la alianza casi imposible a no ser «por las bases», como de hecho empezó a ocurrir, con Montoneros; y todavía más contradictorio, la consecuencia quasi militarista del acionar de las Brigadas Rojas.
Por otro lado, todas las organizaciones de la llamada Izquierda Socialista de los años 70, polarizada entre OCPO y Orientación Socialista, (que se consolidó de un modo parecido a OCPO, por una yuxtaposición, integración y fusión de sectores venidos de las FAL y GOR, y con su núcleo dirigente formado por la fracción de El Obrero-GRS de 1973, sumada a los disidentes de la Tendencia Comunista en al dirección del PRT de 1970), hicieron actividades militares «incruentas», de financiamiento y de propaganda, completamente fuera de época, con los militares ya firmemente instaladosse sintieron muy arrinconados y pressionados por la voluntad de acero del PRT de imponer la lucha armada.
OCPO probablemente podría haber preservado sus cuadros si hubiera hecho el repliegue que no hizo el PRT, y seguramente esa visión democrática en la que centra el artículo, a la luz de un proceso que retrocedió en sus características pre-revolucionarias de 1973-74 ante el reflujo de masas, el aislamiento de la vanguardia obrera y el aniquilamento de las organizaciones, le hubiera permitido en los 80 y 90, ocupar el lugar que ocupa – en volumen militante y espacio político, no en posiciones, claro- la izquierda trotskista de hoy.
Un OCPO preservado en la vuelta a la democracia hubiera creado una fusión con el clasismo sobreviviente y ocupado un puesto que nadie más pudo llenar desde entonces, mucho menos las agrupaciones trotskistas, que hoy aparecen tan en evidencia.
La capacidad de crecimiento y de inserción de OCPO fueron todavía mayores y más ágiles que los del PRT, que había crecido vertiginosamente de 1970 a 74, pero que quedó inmovilizado en la crisis del Rodrigazo y de Villa Constitución por su prioridad absoluta a la lucha armada, retirando cuadros valiosos y permitiendo que la represión las destruyera en un período todavía más corto.
Desde este punto de vista, OCPO debería ser comparado como experiencia histórica, a pesar del contexto tan diferente, con el enorme esfuerzo y tentativa del POUM catalán, durante e incluso después de la guerra civil española. Al POUM lo aniquiló, desde todo punto de vista, su indefinición y crisis en relación al trotskismo; organización producto también de fusiones y de una construcción partidaria no estalinista, el Poum tenía la misma claridad de objetivos de la izquierda socialista de los años 70, y de OCPO en particular, al buscar el frente obrero con los anarquistas, que eran la única fuerza revolucionaria y de masas. Desgraciadamente también compartió OCPO y la izquierda socialista de los 70 las fragilidades y la desproporción de fuerzas con el enemigo en un momento crucial, de todo o nada.
Por otro lado, y finalmente, no hay dudas de que todavía falta un libro escrito por los sobrevivientes a esta experiencia, particularmente Dardo Castro y sus colegas remanentes del antiguo MLN, que retome cada recuerdo militante, cada polémica habida, cada discusión, antes y después de las fusiones, y antes y después de la ruptura posterior al golpe.
Visto por ejemplo a la luz de una situación contemporánea muy diferente, pero fundamental, la que se vive en Brasil hoy con la polarización entre PT-Lula, versus el divisionismo del bloque Psol-Pstu, aliados a Boulos del MTST, el movimento social más activo en la actualidad; una situación muy diferente sí, pero parecida en lo que se refiere a lo ideológico, donde se percibe una renuncia de la vieja izquierda socialista – o del comunismo nuevo que OCPO recreó en los años 70-, una renuncia a partir de lo táctico, del apoyo y la militancia junto con las corrientes K, sus tácticas y programas.
Rever OCPO sería puramente académico e incluso inútil y despreciable desde el punto de vista histórico, si no hubiera espacio ideológico y político para una opción socialista revolucionaria, diferente del trotskismo divisionista del Psol y Pstu brasileño y de sus organizaciones madres argentinas, con siglas parecidas que, al menos visto desde el exterior, están robando la escena, apareciendo como la vanguardia de la lucha contra Macri y el neo-liberalismo.
OCPO tiene la obligación histórica de publicar sus tesis y promover su estúdio y discusión, una vez que, sin profundizar en los temas que Carlos Fessia, Valentín, Dardo Castro y el Gordo Lowe, sobre todo, estudiaron y discutían entre 1970-74, que era la heterodoxia de los Gramsci, Trotsky, Lucacks, Rosa Luxemburg, etc, no se puede entender el centralismo democratismo en la construcción de um partido ni el frentismo, sin conocer las polémicas entre Chacho y los rosarinos, más tradicionalistas en su visión del centralismo y del partido de cuadros, u otros, más esquemáticos del leninismo, al estilo del Pelado Polo-Rafael en Orientación Socialista. Sin retomar todo esto, parece superficial cuestionar el «frentismo» versus «partido de cuadros» como algo apenas empírico, nacido de la práctica que emparentaba aquella, nuestra vieja Izquierda Socialista, con el espontaneismo del cordobazo y el mayo francés.
Como dice la propia autora, todavía no se escribió la historia completa de Ocpo y sobre todo surge de todo ello una conclusión de hierro: lo que era correcto en 1972-77, ¿dejó de serlo ahora? ¿o era apenas una táctica, una estrategia y un programa correctos en aquel contexto y eso ya nunca más se dio ni se va a repetir? ¿por que no? y si sí, ¿no deberíamos empezar a sentar bases ideológicas y políticas de esa experiencia que supere la mera curiosidad académica?
Javier Villanueva