Sobre Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre (2/3) – El ajuste con piel de oveja

en Aromo/El Aromo n° 120/Novedades

El libro es muy rico y permite múltiples posibilidades de análisis, dados los variados aspectos y perspectivas que se incluyen. Nos interesará centrarnos en dos de esos enfoques posibles que entendemos productivos para comprender el momento actual. El texto, como todo diario, se publica escrito en primera persona, refleja un punto de vista y una toma de partido sobre la relación de protagonista con los movimientos, los proyectos y las fuerzas sociales. Todo diario o memoria lo refleja necesariamente, pero en este caso es el reflejo de un doble fracaso: el del gobierno de la UCR y el de la apuesta del autor. Comenzaremos por el primero.

Ricardo Maldonado – GCP (Grupo de Cultura Proletaria)

El “ajuste positivo” de la modernización.

A lo que pretendían llevar adelante lo llamaban como “una política de ajuste de nuevo cuño que pasó a llamarse el ajuste positivo” (160) que en una “primera fase es un programa convencional de ajuste fiscal y la segunda consiste en el shock de las medidas heterodoxas de congelamiento de las principales variables y la reforma monetaria” (224) Un plan económico que aún con la palabras positivo o heterodoxo en su denominación, cuando “se dieron a conocer las líneas generales del plan antiinflacionario fue recibido por la prensa de derecha de forma auspiciosa y eso provocó desconcierto en las filas del gobierno y sus simpatizantes. Si ellos nos elogian, razonaron, algo raro tenemos por delante” (153)

Congelamiento de las principales variables se puede traducir en que “la idea era llevar los niveles de aumento de salarios por debajo de la pauta de inflación” (155) algo que prolongaba lo que el equipo de Sourrouille pensaba que no había hecho el equipo de Grinspun ya que “lograr un déficit del rededor del 9% sobre el PBI contemplan una caída de los salarios públicos a lo largo del año del orden de los 3 puntos con respecto a diciembre de 1983” (105)

Como parte del plan “llamamos a aplicar con cuidados recortes al gasto público, o a los subsidios a la economía privada razonamos, no a partir de nuestros escrúpulos sobre decisiones en esas materias; lo hacemos más bien en función de consideraciones políticas sobre los equilibrios sociales” (201) pero eso encuentra obstáculos ya que negocian con un grupo integrado por 10 entidades empresarias y la CGT que se solidarizan en su contra. El punto conflictivo es el reclamo del sindicalismo peronista sobre el manejo de la caja de las obras sociales, el documento conjunto suscribe esa demanda con la firma de las entidades empresariales. Torre afirma que “los empresarios se mantienen firmes en su respaldo a los planteos de la CGT un respaldo que no se compadece con la filosofía liberal del conjunto del documento” (201). En este punto queda claro que se confunde al considerar que los industriales argentinos son liberales, cuando en el mejor de los casos son proteccionistas selectivos, o desarrollistas, y usan a la CGT como ariete de sus demandas de protección estatal

En resumen, el plan consistía en detener la inflación congelando tarifas precios y salarios, negociar con el fondo la llegada de dinero fresco, Lograr que los salarios estatales ir a jubilaciones vayan a la zaga de la inflación residual (bajó del 30% al 5% al lanzarse el plan) Y desprenderse de las empresas públicas cuyos planes de inversiones y tarifarios pensados en el calor de la protección y como estrategia electoral profundizaban el déficit fiscal. simultáneamente negociar con la burguesía la apertura administrada de los sectores con menor productividad que lastraban el conjunto de la estructura productiva. como telón de fondo de todo esto esperar que la economía mundial no complique la situación por las dos vías usuales la suba de las tasas de interés que complican el crédito o la baja del precio de las materias primas que complica la recaudación. un elemento menor en la gestión de los ingresos públicos podría ser la venta de los activos Del Estado, Pero el motivo central de esta estrategia se encontraba en que la compleja trama de autonomía e independencia de las distintas reparticiones y empresas hacían imposible acomodar las tarifas a la realidad de la productividad y los costos internacionales. Lo positivo del ajuste positivo es el supuesto de que permitiría modernizar la estructura productiva y al cabo de algunos años comenzar un crecimiento que redundaría en mejoras para el conjunto de la población del país. Al final del libro lo resume como una “solitaria tentativa por cambiar las reglas de juego de una estructura productiva sobreprotegida” (463)

El entusiasmo inicial por el plan económico se va diluyendo acompañando su fracaso, en parte atribuido al “obrerismo de los trabajadores argentinos (que) opone una fuerte resistencia cultural” (464) Ese obrerismo es el nombre de la resistencia de la clase trabajadora, lo que le hace suponer que “devaluaciones como las de Brasil solo se pueden hacer en Brasil: En Argentina, la resistencia a la caída de los salarios que trae aparejada una gran devaluación es conocida; de allí que es un recurso de última instancia de Gobierno contra las cuerdas” (443)

Y, a pesar de que el 4 de agosto “el Gobierno pudo apropiarse así en parte de los mayores precios que disfrutaban las exportaciones del campo debido a la sequía en los Estados Unidos” (470) “la línea de flotación del plan primavera ha recibido dos torpedos: primero fue el impacto del aumento de salarios de la UOM sobre el acuerdo de precios, ahora es el impacto del aumento de salarios de los militares sobre el déficit público” (476) Todo se desliza a la debacle del alfonsinismoy por, lo tanto, a una “operación de salvataje para que el Gobierno llegue en forma honorable a las elecciones presidenciales del año que viene” (467)

Aunque hay avances en “el objetivo tantas veces proclamado por Juan: dejar atrás el modelo de la economía cerrada y avanzar hacia una mayor integración de la economía Argentina a los flujos de Comercio del mundo” (482) por ejemplo cuando “el 21 de septiembre se pudo anunciar que los bienes que requerían consulta previa para su importación se habían reducido en gran forma: si antes representaban el 62% del valor de la producción industrial, ahora solo cubrían el 30%” (481) las tensiones aumentan y “nos deslizamos hacia esa guerra civil de baja intensidad que ha sido el rasgo dominante de nuestra vida pública por muchos años” (479) y cuando no funcionan las cosas vivir de prestado porque “nuestra estrategia siempre había sido pagar la mitad de los intereses adeudados y pedir nuevos créditos para la otra mitad” (488)

Tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve

Las voces que vuelven del pasado nos sirven para entender la gravedad y la reiteración, porque son graves se reiteran y porque se reiteran son graves, de los problemas argentinos. La pesada herencia ya era un tópico en 1983 cuando “recordaba a Ricardo López Murphy, entonces en el Banco Central, diciendo (a poco de asumir Alfonsín): es preciso aprovechar los primeros días del gobierno para hacer un shock que frene de algún modo el descontrol desatado en el último tramo del gobierno militar. El caso más flagrante de ese descontrol era la generosa política salarial promovida por el ministro de trabajo Héctor Villaveirán. Con ella apuntaba congraciarse con los sindicatos, los principales accionistas de un posible triunfo electoral del peronismo y, eventualmente, conseguir con su apoyo una ley del olvido para la violación de los derechos humanos por los militares” (101)

Lo mismo sucede con las relaciones con el FMI cuyos funcionarios han “venido con un programa de máxima porque en los hechos a lo largo de estos meses la Argentina no ha hecho ninguna negociación con el FMI y se discutieron números proyecciones, pero el gobierno no acercó nunca una propuesta propia” (151) a pesar de que en esas negociaciones los acreedores acercan sus propuestas que “deben ser cuidadosamente evaluadas. No aceptarla puede significar una severa crisis internacional, aceptarla puede producir serios problemas internos” (115) la misma situación que nos encontramos 40 años más tarde. Los problemas son, repetitivamente, las demandas salariales o las exigencias de los acreedores. Si durante casi medio siglo se reiteran los mismos argumentos, las mismas excusas para los límites que impiden un desarrollo de la economía (capitalista) argentina es aceptable suponer que esos límites son propios la economía (capitalista) argentina, y que lo que no funciona es esa misma economía capitalista de conjunto, la que genera sus propios límites infranqueables.

Con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez

Sin embargo, Torre queda atrapado por considerar que “el conflicto peronismo versus anti peronismo tuvo y tiene mucho de conflicto sagrado, es decir, no es un conflicto laico que opone programas de políticas sino que contrasta prejuicios y sentimientos, y respecto del cual todo el mundo sabe cómo ubicarse desde el vamos.” (173) entonces se ubicó, desde el vamos, en la consideración del peronismo como un partido que no podía representar los intereses más agudos del capital.

Todos sabemos la historia que sigue y echa una luz aún más interesante sobre esos años. La torpeza del sociólogo es que tomaba un atributo menor como central y lo importante como secundario. No entendía entonces que el peronismo no era el pasado sino el presente. Y que, al contrario de sus sueños, Argentina no es Europa y no se podía intentar la modernización con la impronta socialdemócrata, sino con la furia neoliberal. Suponía posible seguir el camino francés en dónde “el intento de hacer keynesianismo en un solo país hizo bien pronto agua en una Europa económicamente muy articulada y al cabo de un año Mitterrand debió dar marcha atrás. y se plegó a una política de rigor para corregir los problemas económicos que se había auto infligido en su esfuerzo por ser coherente con su mensaje de campaña electoral, pero en un escenario escasamente hospitalario. El viraje culminó hace poco en 1984 con el reemplazo de Pierre Mauroy, un hombre de la vieja guardia, por Laurent Fabius un joven economista de 37 años miembro del partido en el cargo de Primer Ministro.” (177) Pero esa falsa percepción del peronismo no lo afectaba sólo a Torre, el 11 de julio de 1988, tras la interna del PJ, el Jornal do Brasil de Río de Janeiro consideró que la elección de Menem “hizo andar hacia atrás la máquina del tiempo” (464)

Atrapado en sus prejuicios no leía todas las señales, como cuando “fue Richard Handley, el representante del Citibank quien nos hizo saber que un emisario del probable futuro presidente Carlos Menem les había dicho que si nos volvían a prestar plata no esperaran que el próximo Gobierno les pagara” (489) algo que bien entendido significa que el futuro presidente ya pactó con los acreedores a cambio de que no entorpezcan su llegada al poder. Mas lúcido, en medio del fracaso y la debacle, Canitrot le confiesa a la revista Somos: “Nuestra experiencia servirá para tener un mayor realismo sobre lo que se puede y no se puede en política económica. y eso va a ser una buena herencia” (444) y así fue.

La respuesta al fracaso fue un fracaso

La decisión de Torre de sumarse al Gobierno de Alfonsín no fue orgánica, estructurada, pero tampoco solitaria. Pudo “hacerlo en la compañía de dos grandes amigos, José “Pancho” Aricó y Juan Carlos Portantiero. A principios de 1960 con ellos inicié un diálogo dentro del mundo de la izquierda y luego de haber roto con el Partido Comunista. Al cabo del tiempo transcurrido nos hemos vuelto a encontrar hoy en un mismo lugar político e ideológico. Este punto de llegada ha sido el resultado de un replanteo de nuestras creencias a lo largo del tiempo. (…) Consistió en un ajuste de cuentas a la vista del desenlace catastrófico en el que culminó la opción por la violencia política en los años 70. Ninguno de nosotros la hizo suya plenamente. Aprovecho y te aclaro que yo siempre estuve en contra. Agrego, no obstante, que todos fuimos envueltos en su vorágine. Al momento de hacer un balance las palabras importan: ese desenlace catastrófico ¿fue acaso una derrota o fue el fruto de un error? Es decir ¿se trató del resultado contingente de una empresa liberadora que, mejor concebida o en circunstancias más propicias, valía encarar y llevar adelante nuevamente o, por el contrario, fue el resultado necesario de una aventura jacobina que reemplazó la política por las armas y entrañaba naturalmente una involución autoritaria? Quienes estábamos caminando en nuestra biografía política hacia un socialismo democrático optamos por hablar de un error en lugar de lamentar una derrota. Y, porque esa fue la conclusión, ante nosotros se abrió la estación siguiente revalorizar las libertades democráticas como plataforma de dónde realizar nuestros ideales de reforma social.” (211)

Conocido el rotundo e hiperinflacionario fracaso del “proyecto modernizador progresista” en su cotidiana impotencia vale la pena volver sobre el análisis que explicaba la existencia misma del proyecto alfonsinista y la integración de Torre en el equipo del quinto piso: “hay en el país un sector de la opinión política que opera como una masa flotante, y que tiene su base en las capas medias modernas, de dónde surgen, periódicamente, las iniciativas de cambio político. A comienzos de los años 70 ese sector social rodeó la vuelta del peronismo al poder con un impulso maximalista; hoy es así también que se ha nutrido el fenómeno del alfonsinismo, si bien en una clave más moderada (…) esa población política flotante que busca un canal para expresarse provocó en los años 70 una crisis de identidad en el peronismo, hoy, al confluir sobre el radicalismo interrogante sobre el significado de ser radical. (…) Subsiste, no obstante, un hecho, y esta es la rigidez relativa de la estructura organizativa del partido radical. El peronismo siempre fue un movimiento abierto, invertebrado, de allí que la incorporación de los jóvenes radicalizados fuera tan profusa y por lo tanto desestabilizante. No es el caso del radicalismo, en donde la antigüedad cuenta, las jerarquías articuladas alrededor de los notables y los caudillos locales son sólidas y funcionan como un filtro para todo aquel que, recién llegado, procura sumarse al viejo partido” (52)

Pero eso nos permite tener una perspectiva global del último medio siglo en Argentina. Eso que para algunos se puede llamar la violencia política y que nosotros preferimos atribuir a una ofensiva revolucionaria es la primera parte de un balance que posee otras dos y que el libro nos permite vislumbrar.

Para quienes militamos por la construcción de una sociedad socialista, y de la herramienta, el partido necesario para lograrla, no consideramos esa experiencia un error, sino una derrota. Es obvio que una derrota incluye, para quien no quiere repetirla, la necesidad de descubrir y superar los errores que pueden haber contribuido a ese desenlace. Pero es igualmente evidente que las situaciones de la lucha de clases no son torneos deportivos en los que el reglamento evita las desigualdades y los abusos. De manera que el balance de una derrota incluye tanto los errores como las condiciones objetivas en la que se libró la pelea.

Pero podemos aceptar debatir el balance de esa derrota sí también lo hacemos de otras dos cuyo examen es necesario incluir para entender el largo trayecto del último medio siglo de la lucha de clases en Argentina. Disentimos con considerar un error la ofensiva contra el capital de la cual la lucha armada no es el centro sino una de las formas adquiridas en su desarrollo. Pero además el libro nos obliga a considerar el fracaso estruendoso e impotente de una modernización burguesa progresista, narrada día a día y tropiezo a tropiezo. Esa es la segunda derrota, la otra, la tercera, no está escrita en el libro al describir los sucesos del 80, sino en la perspectiva que ofrece sobre la Argentina del 90.

Menem lo hizo

El “Diario” describe con precisión la continuidad de fondo -desembarazándose de la molesta hojarasca progresista- que hay entre las principales ambiciones de gestión económica del equipo de Sourrouille y los del gobierno peronista que les sucedió. Si les preocupaba el superávit comercial, Menem lo potenció mejorando la productividad del campo. Si les preocupaban las demandas sectoriales, Menem planchó los sueldos militares y congeló los salarios en general. Si les preocupaba la administración política y demagógica de las empresas públicas y sus tarifas, Menem las vendió todas y aplastó la resistencia de los trabajadores, resumida en su famosa frase “ramal que para, ramal que cierra” Si les inquietaban los planteos militares, Menem entregó el indulto pero también reprimió los alzamientos y terminó con la inestabilidad en ese frente. Si les preocupaban la desconfianza por la iniciativa privada y el proteccionismo sin discriminación, Menem abrió la economía y mantuvo protección y subsidios perfectamente discriminados. Todo lo que el equipo de Sourrouille intentó y no pudo, tal como la publicidad de campaña lo hizo saber, Menem lo hizo.

¿Por qué pudo hacerlo? Por la misma razón que para torre era el impedimento el pasado y el obstáculo más grande para la Argentina burguesa. menen lo hizo porque era peronista, porque pudo unificar bajo su mando no solo a los sectores burgueses seducidos por su proyecto sino también a los trabajadores y sus organizaciones nucleadas en la CGT. Sourrouille fracasó dónde Cavallo tuvo éxito, porque el primero se dejó llevar por un prejuicio progresista sobre el fondo real del partido de Menem y Duhalde, y el segundo encontró la herramienta adecuada.

Sin embargo, lo más importante de la lectura del libro de Torre, 30 años más tarde de los sucesos que describe, es que sabemos que el proyecto de modernización capitalista de la Argentina fue llevado adelante sin pruritos ni oposición, por el partido del poder burgués en la Argentina, el peronismo. Lo que fue un fracaso inmediato en Alfonsín, que abandonó su mandato antes porque no pudo llevar adelante las reformas necesarias, se distinguió, en el caso de Menem, en que fue un fracaso mediatizado. la más sólida completa y desarrollar la experiencia de modernización burguesa, la que contó con mejores condiciones institucionales gracias al control peronista el aparato estatal y su reafirmación y consolidación posterior durante esa década, la que más a fondo fue en la apertura pero también en los cambios en la infraestructura del país, es decir el proyecto burgués que más cerca estuvo de cumplir con la transformación del país en un país viable terminó en la catástrofe social y económica del 2001 y el posterior desprecio. La caída de De La Rúa junto al ministro estrella del menemismo apenas dos años después de terminado el mandato del presidente peronista de La Rioja, señala los límites del capitalismo argentino.

En 1975 Joe Frazier y Muhammad Alí protagonizaron la tercera de sus terribles peleas por el título de los pesos pesados, tan intensa y dura fue la pelea que al llegar al round 15 ninguno de los dos podía levantarse, a Frazier con los ojos cerrados por los golpes su entrenador le indica que se quede sentado, a Alí, por el contrario, el suyo lo insta a ponerse de pie aunque casi no puede hacerlo, al llegar tambaleante al centro del ring y no presentarse su ponente gana la pelea. El libro de Torre nos ayuda a ver los últimos 50 años de Argentina como las peleas de Frazier y Alí, mientras la burguesía y los intelectuales remarcan una y otra vez la derrota de la clase trabajadora en los 70 e inclusive insisten en que ha sido un error y no una de los desenlaces posibles, ocultan celosamente el doble juego de derrotas que nos llevó hasta el 2001. Mientras que hay muchos libros sobre lo que pasó en el 70 describiendo el fracaso, hay pocos escribiendo el fracaso del proyecto modernizador y reestructurador de la burguesía argentina, en 1982, 1989 y 2001. “Hay una monotonía insoportable en esta historia nuestra. Primero, las dictaduras militares, lanzadas periódicamente a regenerar el país blandiendo la espada de San Jorge para luego derrumbarse estrepitosamente, con la espada mellada por esta sociedad dura y resistente” (38) dice Torre.

Cierto es que la clase trabajadora no encuentra la manera de pasar a la ofensiva, tan cierto como que la burguesía se encuentra grogui y carece de fe en un proyecto a largo plazo, que los ha visto naufragar por triplicado y la última vez en las condiciones más favorables que se podían imaginar. Es cierto que nuestras fuerzas y nuestros músculos no parecen tan templados por las luchas insurreccionales como los de la clase obrera a principios del 70, tan cierto como que las perspectivas de triunfo en la lucha de clases no dependen solo de lo que hay de un lado de la barricada. El libro de Torre nos ilustra perfectamente de las debilidades y temores de nuestros oponentes. Podemos dudar de su capacidad de levantarse del banquito sí suena la campana para iniciar la pelea. En la tercera de estas notas nos ocuparemos de los intelectuales quizás encontremos ahí una de nuestras mayores debilidades así como una de nuestras más grandes posibilidades.

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