Juan Kornblihtt
Grupo de Investigación de la Historia Económica Argentina-CEICS
Siderca, desde su instalación en 1954 en la ciudad bonaerense de Campana, domina de forma casi absoluta la provisión de tubos de acero sin costura, salvo algunos años donde se importó. Esto llevó a que se pensase a la empresa como la expresión de un “capital monopolista”. Sin embargo, ninguna de las premisas teóricas que describen el supuesto comportamiento de estos capitales se cumple. La teoría del capital monopolista, en sus diferentes versiones, plantea que es un capital que alcanza un dominio monopólico, al poder fijar los precios a su antojo, pierde incentivos a la expansión de la productividad y al abaratamiento de costos. Sin embargo, Siderca aumentó tanto su escala de producción como su productividad, en forma constante. Este comportamiento se registró tanto durante el periodo que va de 1954 a 1975 como luego de la crisis del ‘75 y el advenimiento de la dictadura.
El aumento de la productividad se dio por la vía de invertir tanto en la renovación del equipo siderúrgico como en la creación de una acería propia. Al principio fue a la retranca, importando equipos de tecnología que ya existía en el mundo (como por ejemplo el laminador paso peregrino con el que empezó su producción en 1954). Sin embargo, a medida que el negocio se mostraba exitoso, apostó a inversiones más audaces entre las que se destacan los hornos Midrex para la fundición de acero (1976) y el laminador Continuo I (1976) y II (1989). Además, incorporó un equipo de científicos hacia mediados de los ‘80 para que diseñen nuevos modelos de tubos (y de uniones de los mismos, llamados cuplas) y poder competir en el rango de tubos de mayor calidad. Por supuesto nada de esto era por su vocación hacia el desarrollo de la productividad, sino que es la forma por excelencia que tienen los capitalistas de participar en la disputa por la plusvalía. El aumento de la productividad en Siderca descarta, a su vez, otra de las hipótesis de la teoría del capital monopolista: que existe un bloqueo a la incorporación de tecnología de los países dependientes por parte de los países imperialistas. Siderca nos muestra que si una empresa tiene la plata suficiente, nadie se niega a venderle tecnología. También desmitifica la idea de que el problema es que en la Argentina hay una mentalidad especulativa y de corto plazo. Una vez más, si es negocio, nadie se niega a invertir en ciencia.
¿Por qué si Siderca controla el mercado interno necesitaba seguir invirtiendo en el tiempo? La respuesta viene sola cuando se abandona una mirada de la economía acotada al ámbito nacional. Las teorías del capital monopolista en general pierden de vista que el mercado mundial no es una simple suma de mercados autónomos. Hay una vinculación orgánica entre el ámbito nacional y el internacional. Siderca competía en el mercado mundial en doble dirección. Hacia adentro, para evitar que entrasen tubos importados, debía tener la escala de producción suficiente para abastecer la creciente demanda del producto de la expansión de la actividad petrolera. Pero como la demanda interna era cíclica Siderca en forma creciente fue colocando sus tubos en el mercado extranjero. Las exportaciones que aparecieron en forma incipiente en el periodo 1954-1975 se consolidaron a partir de 1976.
En el mercado mundial de tubos no quedan dudas de que la situación era más competitiva. Entre 1954 y 1976 el mercado estaba dominado por unos pocos países entre los que se destaca Japón, Alemania y los EE.UU. Pero su dominio no era absoluto. Además de existir una fuerte presencia de la industria local en países petroleros consumidores de tubos como la URSS, Argentina o México, encontramos que los precios lejos estaban de ser regulados por acuerdos entre estos capitales. La crisis de los ‘70 marcó un quiebre para la industria siderúrgica en general y para la de tubos sin costura en particular. Los países que dominaban el mercado hasta entonces entraron en crisis, por una caída de su rentabilidad aun mayor que la del resto de la industria. Perdieron, por lo tanto, peso en el mercado, lugar que fue ganado por empresas radicadas en países hasta entonces rezagados. Esta dinámica le permitió a Siderca aprovechar el aumento de su productividad y ganar peso en el mercado mundial.
La rama primero contó con más participantes, pero por la propia dinámica de la competencia obligaba a tener que abaratar costos por la vía de aumentar la productividad. El aumento del tamaño y producción necesario para sobrevivir en la competencia llevó a que se produjese en la década del ‘90 una fusión de varias empresas y la quiebra de otras. El resultado fue que aumentó el tamaño de los capitales y se redujo su número. La apariencia, una vez más, parecía confirmar que estábamos frente a una situación caracterizada por el dominio del capital monopolista. Imagen reforzada porque, a mediados de los ‘90, la Unión Europea dictó un fallo que condenaba la existencia de acuerdos de precios entre los principales grupos proveedores. Aunque ese acuerdo existió, un análisis de la evolución de los precios de los tubos muestra que, por fuera de unos pocos años en los que hubo un acuerdo, los precios de los tubos se ajustaron por la evolución del precio del acero y del petróleo y no a voluntad de los productores. En esta determinación, no entra sólo el hecho de que las empresas productoras de tubos sin costura quieran subir los precios, sino que los principales compradores de tubos, las empresas petroleras, ejercen su poder a través del estado o de financiar nuevas empresas con el fin de evitar subas de precios.