En diferentes notas explicamos (por ejemplo, aquí) las características del capitalismo argentino y sus límites, que llevan a las crisis recurrentes que nosotros conocemos, porque las pagamos. En el número anterior, explicamos por qué Vaca Muerta, a la que la burguesía viene apostando como nueva gallina de los huevos de oro, no va a cambiar el panorama. Toca ahora referirnos a otra de las esperanzas de los patrones: el litio.
Comencemos por explicar la importancia de este mineral. Hace un tiempo ya que en el mundo se están incorporando fuentes de energía consideradas “limpias”, en contra de las más tradiciones como el petróleo. A esto se suma una creciente demanda de energía por el creciente uso de electrodomésticos, el uso de celulares y otros dispositivos móviles. Menos conocido en nuestro país, pero con cierta difusión en el exterior, es el fenómeno de los coches eléctricos.
Todo esto conduce a una gran demanda de litio para la elaboración de baterías. En oposición a otros materiales, el litio tiene un ciclo de vida mayor, que le permite un gran número de recargas, en un tamaño reducido y con gran autonomía (es decir, duración de la carga). Así se produjo la “fiebre del litio”, que ha llevado a importantes inversiones en la industria. Pongámosle algunos datos al asunto: el consumo mundial, casi se duplicó entre 2008 y 2016 (de 121 mil toneladas a 213 mil) y casi el 50% de la producción mundial se destina a la construcción de baterías.
A nivel mundial, en cuanto a producción Australia es el primer país con 51.000 toneladas durante 2018; seguido de Chile (16.000), China (8.000) y luego Argentina (6.200). Las reservas probadas del mineral se concentran en Chile (8 millones de toneladas), Australia (2,7 millones), Argentina (2 millones) y China (1 millón). La demanda impulsó el alza del precio, que se multiplicó por 10 entre 2005 y 2018.
En la Argentina, el litio está concentrado en Catamarca, Jujuy y Salta. El país tiene ciertas ventajas: por la forma de extracción local, el costo operativo es menor que países como Australia. Además, las regulaciones para la explotación son menos estrictas que Chile o Bolivia. Las exportaciones vienen en crecimiento. Mientras que en 2003 el monto exportado fue de 27,4 millones de dólares, en 2017 alcanzó casi 225 millones de dólares. Los principales destinos fueron los EEUU, China, Japón y Corea.
Pero el panorama no es alentador. El proceso para poner en marcha las operaciones en salares (de allí se extrae el litio), demora aproximadamente 10 años. Naturalmente, eso hace que las inversiones sean muy costosas. Además, es un producto secundario en la actividad minera minería. El valor mundial de la producción de oro, por ejemplo, es 87 veces mayor.
Si bien informes indican que Argentina sería para 2022 el segundo productor mundial, la tendencia es que el negocio sea menos redituable. Los avances en producción y reciclado, van a abaratar los costos, pero también van a multiplicar la competencia y eso va tirar para abajo los precios. Si Argentina exportara toda la producción estimada para ese año a precios actuales, obtendría 4.000 millones de dólares.
Parece mucho, pero no lo es. En un periodo de tiempo similar (4 años, entre 2015 y 2018) la producción oleaginosa (es decir, los cereales de los que se extraen aceite, como la soja) dieron un ingreso anual de 19.000 millones de dólares. De nuevo, es un negocio chico. Como si esto fuera poco, se espera que en 20 años el litio sea reemplazado por otros materiales y la demanda se estancaría, porque las baterías pueden ser fácilmente recicladas. En resumidas cuentas, el litio no tiene la capacidad de empujar al conjunto del capitalismo argentino. El país gobernado por los patrones está en estado terminal y no se encuentra ningún respirador artificial que le permita tirar mucho más. La única apuesta racional que puede salvarnos, es cambiar todo de arriba abajo y de abajo arriba. Poner en pie un tipo de sociedad basado en las necesidades humanas y no en la ganancia: el Socialismo.