Rosa Luxemburgo y América Latina hoy

en Aromo/El Aromo n° 121/Novedades

Pese a lo que falsificadores de todos los colores señalan, la obra de Rosa Luxemburgo no brinda argumentos para poyar ni movimientos campesinistas ni, mucho menos, el supuesto socialismo del siglo XXI. Por el contrario, nos brinda argumentos para combatirlos.

Marina Kabat

Algunos autores contemporáneos han recurrido a Rosa Luxemburgo para analizar lo que ellos denominan socialismo del siglo XXI. Esta operación implica una simplificación de las concepciones políticas de Rosa Luxemburgo y una mirada acrítica y apologética de los bonapartismos latinoamericanos de las últimas décadas.

Los escritos de Luxemburgo tienen mucho que ofrecer a los pensadores contemporáneos que deseen comprender el proceso político actual. Gran parte de este legado se condensa en sus contribuciones al debate sobre las huelgas de masas. En un primer momento, al desarrollar su posición al respecto, Rosa Luxemburgo se atrevió a cuestionar el punto de vista ortodoxo del movimiento socialdemócrata, que afirmaba que lentos avances parlamentarios constituían la mejor táctica para alcanzar el socialismo. Este dogma se atribuyó engañosamente a Engels, por lo que, para desafiarlo, Luxemburgo tuvo que afirmar que incluso la postura de Engels debería ser cuestionada.

Esta actitud es fundamentalmente correcta: los revolucionarios deben estudiar su propia época, analizar el desarrollo del capitalismo y la lucha de clases donde desarrollan su acción política, en lugar de repetir recetas que pudieron funcionar en otros contextos históricos.

A principios del siglo XX, el debate sobre la huelga de masas implicó una discusión sobre las huelgas con fines políticos como una táctica al alcance de la clase trabajadora. Luego de la frustrada Revolución Rusa de 1905, también condujo a una evaluación sobre la posibilidad de reproducir la experiencia rusa en los países occidentales. Sin embargo, en términos más profundos, el debate involucró una evaluación de cuál debería ser la relación entre partidos, sindicatos y movimientos de masas; en otras palabras, abarcó los problemas inherentes a la espontaneidad y la organización dentro de un proceso revolucionario.

El debate sobre la huelga de masas se revitalizó durante 1905-06 cuando la vida política en Alemania se vio sacudida simultáneamente por el impacto de la Revolución Rusa y por la agitación local de la lucha de clases manifiesta en una proliferación de huelgas económicas que tendían a incorporar también demandas políticas. En este contexto, surgió una facción de izquierda del Partido Socialdemócrata (SPD), con Luxemburgo, Franz Mehring y Karl Liebknecht como líderes. Lucharon no sólo contra la corriente revisionista expresada por Bernstein, sino también contra los líderes sindicales que eran los opositores más decisivos a las huelgas de masas. Rosa Luxemburgo escribió entonces “La huelga de masas”. Los principales aportes de su ensayo fueron los vínculos que estableció entre las luchas económicas y políticas y la afirmación de que no era indispensable tener una organización perfecta y completa antes de lanzar una huelga de masas y que, en cambio, la acción de masas podía ayudar a forjar nuevas instituciones de la clase obrera. Esto era especialmente cierto en el caso de las ocupaciones más precarias, como en las que prevalecía el trabajo femenino o el trabajo a domicilio. Vale la pena revisar esta perspectiva en el momento actual, ya que somos testigos de una rebelión mundial de la población excedente relativa (expresiones de esta rebelión se pueden ver en las protestas de los chalecos amarillos en Francia, el movimiento Occupy en los EE. UU. o el movimiento de desempleados en Argentina) 1.

Las experiencias englobadas bajo la denominación de “socialismo del siglo XXI” no son más que gobiernos bonapartistas que se han apropiado de movimientos de masas anteriores y han instaurado regímenes de carácter personalista y autoritario. Las medidas que han tomado son reformistas, por lo que bajo su gobierno la crisis del capitalismo no ha hecho más que crecer, lo que explica las derrotas electorales y la oposición masiva que han enfrentado. Aquí, una vez más, el enfoque de Rosa Luxemburgo sobre los problemas de la espontaneidad, la democracia, la acción de masas, la reforma y la revolución son un activo muy valioso para nuestro análisis político.

¿Cuáles son las lecciones de Luxemburgo para América Latina?

En primer lugar, la preocupación de Rosa Luxemburgo por la participación de las más variadas capas del proletariado en la lucha de clases y por lograr su unidad política, adquiere hoy una importancia aún mayor que en tiempos de la Segunda Internacional. La clase obrera se ha fragmentado. Se divide, por un lado, entre trabajadores ocupados y desempleados. Por otro lado, los propios trabajadores ocupados se encuentran fragmentados entre trabajadores legalmente registrados y no registrados y sujetos a una mayor precariedad. Esta fragmentación ha llevado a varios teóricos a considerar engañosamente diferentes capas de trabajadores como clases sociales separadas, como la teorización sobre el precariado. Las diferencias entre las condiciones de trabajo de los trabajadores legalmente registrados y aquellos que trabajan fuera de toda protección legal es tan abismal que algunos autores consideran a estos últimos trabajadores no como proletarios sino como “esclavos”. En última instancia, este error se basa en confundir lo que realmente es un proletario con las características de un trabajador de los países centrales de la época dorada de la posguerra, que vio el apogeo del fordismo y el estado de bienestar. Cabe señalar que para Rosa Luxemburgo el partido tiene un rol crucial en unificar las diversas fracciones de la clase obrera y sus diversas luchas. En ese sentido atribuye al partido una preminencia sobre organizaciones particulares y corporativas.

En América Latina muchos partidos políticos de izquierda aún reproducen el error de la socialdemocracia alemana que Luxemburgo criticó con razón. Suelen oscilar entre el parlamentarismo y el corporativismo.

En segundo lugar, conviene destacar las luchas de Luxemburgo contra la concepción del marxismo como religión, como dogma cristalizado. En este punto, la habilidad y astucia de Rosa Luxemburgo para cuestionar y confrontar con lo que se consideraba la táctica probada de la socialdemócrata es una actitud política que vale la pena recuperar. En ese momento erróneamente se adjudicaba a Engels el apoyo a la pacífica y progresiva acumulación de bancas parlamentarias como única táctica revolucionaria posible. El equívoco se debía a que Kautsky había modificado el prólogo de Engels a la edición alemana de La lucha de clases en Francia. La dirigencia de la socialdemocracia usaba ese prólogo para deslegitimizar acallar cualquier disidencia. Este artilugio funcionaba solo por la sumisión ideológica por la cual nadie se animaba a cuestionar lo que creían las palabras de Engels. Sólo Rosa Luxemburgo se atrevió a decir abiertamente que esas ideas no eran correctas, sin importar quién las hubiera escrito.

Como dijimos debemos recuperar esta actitud irreverente y antidogmática de Rosa Luxemburgo. Sin embargo, resaltar y tratar de replicar su enfoque crítico no puede arrojarnos hacia la tendencia opuesta, que en nombre de criticar el dogmatismo marxista abraza el dogmatismo posmoderno y relativista. El dogmatismo posmoderno niega las creencias centrales de Luxemburgo, que son: la creencia en la posibilidad de un conocimiento definitivo de la realidad, el marxismo como ciencia y la revolución social como objetivo político.

Desde un marco teórico posmoderno, Luxemburgo ha sido señalado como inspiración para los nuevos movimientos sociales. Uno de los ejes de La huelga de masas es señalar la preeminencia del partido sobre las organizaciones partidarias que representan objetivos particulares de clase (sean sindicatos o movimientos cooperativos). Por otro lado, Luxemburgo siempre habló de masas proletarias, incluyendo en este grupo a grupos de trabajadores desocupados o desorganizados, trabajadores a domicilio y mujeres trabajadoras. Pero restó importancia a todo lo relacionado con la participación de los sectores no obreros en la revolución. Por eso se opuso a la reforma agraria que los bolcheviques impulsaban en Rusia. En la misma línea, en Reforma o revolución uno de sus argumentos contra Bernstein invocaba la tendencia a la progresiva pérdida de importancia de las clases medias, de modo que la acción del partido no debía dirigirse a ellas, sino al proletariado. Por todo ello, es difícil presentar a Luxemburgo como precursora de movimientos sociales definidos en general por su policlasismo y el particularismo de sus objetivos políticos.

El intento de transformar el pensamiento de Rosa Luxemburgo en fundamento del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil (Movimento dos Trabalhadores Sem Terra, MST) implica una contradicción aún más aguda y un “recorte” selectivo de su obra. Isabel Loureiro realiza esta operación 2. Para ello, olvida que Rosa Luxemburgo observó con satisfacción el proceso de proletarización de los campesinos y que se opuso a todo tipo de reforma agraria. Incluso, cuando reconsidera algunas de sus críticas iniciales a la Revolución Rusa, sigue criticando las consecuencias negativas de la reforma agraria.

Luxemburgo esperaba que la proletarización de los productores rurales reforzaría los contingentes de la clase obrera. La conciencia que buscó desarrollar es la conciencia de la clase trabajadora, y no una conciencia y cultura campesinas. Un movimiento que tome a los trabajadores rurales sin tierra, es decir proletarios (si no tienen tierra, ya no son dueños de los medios de producción), muchos de los cuales ya viven en las ciudades, y les proponga que regresen a la producción rural como pequeños propietarios y desarrollen una especie de conciencia campesina, está en las antípodas de los objetivos políticos de Luxemburgo. Por supuesto, las ideas de Luxemburgo podrían discutirse. Pero, una cosa es discutir una idea y otra muy distinta tergiversarla para usarla como respaldo de puntos de vista completamente diferentes.

Aún más problemático es el intento de presentar a Luxemburgo como fuente de inspiración o justificación teórica de las opciones pragmáticas adoptadas por el llamado “socialismo del siglo XXI”. Esta nomenclatura de los gobiernos venezolanos no obedece a un análisis real de su política —que no va más allá del nacionalismo burgués— sino que es un intento de legitimarlos. El chavismo en Venezuela —al igual que otros gobiernos similares de las últimas décadas en América Latina— puede caracterizarse como bonapartismo. El bonapartismo describe regímenes que, ante los conflictos entre las fuerzas sociales de la región, surgen no para impulsar el potencial revolucionario de las masas, sino para contenerlo.

Para cumplir esta función, el lenguaje inicial del bonapartismo es más o menos radical y se hacen ciertas concesiones a las masas trabajadoras. Sin embargo, la mayoría de estas concesiones no trascienden el plano simbólico. Incluso las políticas concretas que se propagan como más radicales no trascienden las medidas económicas clásicas del nacionalismo burgués, como la nacionalización de ciertas empresas clave. Estas nacionalizaciones no implican otra cosa que el control colectivo de toda la burguesía, a través del Estado, sobre algún recurso natural: petróleo, o gas. Una vez consolidados en el poder, los bonapartistas iniciaron un giro a la derecha e impulsaron medidas de ajuste fiscal y planes de austeridad, que generaron descontento entre las masas. Este descontento fue luego manejado de diferentes formas por los distintos gobiernos, lo que en algunos casos los lleva a perder elecciones (como en los casos del PT en Brasil, y el kirchnerismo en Argentina). Venezuela logra conservar el poder reforzando el autoritarismo. Para lograr el control de la prensa se suma la represión de las movilizaciones populares de sectores que antes apoyaban al chavismo. La mayor parte de la represión no se ha dirigido contra la burguesía, sino contra la clase obrera. Esta represión es llevada a cabo en gran parte por milicias parapoliciales como las FAES (Fuerzas de Acción Especial) que se han desplegado contra diversas movilizaciones populares incluyendo la de los docentes que se movilizan por aumentos salariales. En Venezuela no hay libertad para negociar convenios colectivos y están prohibidos los partidos o agrupaciones que utilicen la palabra “socialismo” en su nombre. Hay líderes laborales y sociales que han desaparecido, como Alcedo Mora, y otros han sido injustamente encarcelados con todo tipo de irregularidades legales, como en el caso del dirigente sindical Rodney Álvarez.

Atilio Boron y Marta Harnecker han sido los principales defensores del chavismo. Ambos han recurrido a Rosa Luxemburgo para justificar sus posiciones. Harnecker cita a Luxemburgo para señalar que el camino al socialismo no está trazado de antemano y que el camino venezolano es un camino posible 3. Llevado al extremo, ese argumento podría usarse para defender que cualquier medida política es una medida conducente al socialismo. Sin embargo, resulta evidente que los actos de represión contra organizaciones y líderes socialistas no son un camino plausible hacia el socialismo, y mucho menos uno al que se suscribiría Rosa Luxemburgo. Pero de estos actos Harnecker nunca habló.

Boron, por su parte, cita los escritos de Luxemburgo donde critica la eliminación de la discusión democrática de ideas en el campo revolucionario ruso a partir de 1917, para reivindicar en contraste el modelo venezolano como una vía democrática al socialismo en lugar de un típico esquema revolucionario 4. Sin embargo, Boron no ha citado a Luxemburgo para denunciar la ausencia de prácticas democráticas en Venezuela o la represión de los líderes socialistas.

Estos mismos autores, y otros que responden al mismo marco teórico, rehúyen el análisis de las manifestaciones, huelgas y otras protestas contra los gobiernos bonapartistas de la región, asumiendo de inmediato que responden a la derecha. Sin embargo, si alguno de estos movimientos ha sido capitalizado por la derecha en algún país (macrismo en Argentina, bolsonarismo en Brasil) es solo porque la izquierda, por temor a enfrentarse a los regímenes bonapartistas, ha vuelto —salvo honrosas excepciones— su espalda a las masas. Así, si Boron y Harnecker quisieran insistir en su apoyo al régimen chavista, sería clarificador que se abstuviesen de apelar a Rosa Luxemburgo para que sirva de base a su propia filiación política. Caso contrario una vez más nos vemos obligados a decir: ¡fuera las manos de Rosa Luxemburgo!

Notas

  1. Eduardo Sartelli, «La rebelión mundial de la población sobrante. Proletarización, ‘globalización’ y lucha de clases en el siglo XXI», Razón y Revolución, vol. 19, 2009.
  2. Isabel Loureiro, “Rosa Luxemburgo e os movimentos sociais contemporâneos: o caso do MST”, Crítica Marxista, no. 26, 2008.
  3. Marta Harnecker, «América Latina y el socialismo del siglo XXI», Guatemala: Secretaría de la Paz, 2010, p. 70. Available at http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/cl/cl-011/index/assoc/D12175.dir/socialismosxxiMH.pdf.
  4. Atilio Boron, «La izquierda latinoamericana a comienzos del siglo XXI: nuevas realidades y urgentes desafíos», Observatorio Social de América Latina, vol. 5, no. 13, 2004.

2 Comentarios

  1. el socialismo del siglo xxi ,presenta ese error de analisis, por que en alguna forma pretende reemplazar a la burguesia , sin combatirla, y termina en regimenes cuasifascistas……..como podemos p ej. creer que el peronismo se puede convertir al socialismo, con politicos cercanos a eeuu, con sindicalistas como los de la cgt…..con profesionales que hablan empiricamente…… creer eso es un infantilismo politico.

  2. A ver …. desde hace mucho tiempo ( principio de siglo XX , podemos hablar de antes también) y no solo en América latina el socialismo a tenido tintes reformistas, centristas o bonapartistas , se ha sabido nutrir del apoyo de las masas y han sido vias de escape de la burguesía. No es novedad.

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