Rosa Luxemburgo, el rol de las masas y la organización en los procesos revolucionarios

en El Aromo nº 87

6371916657_768cffc726_bPrólogo de Espontaneidad y acción. Debates sobre la huelga de masas, la revolución y el partido

Extracto del texto introductorio que acompaña la compilación de escritos de Rosa Luxemburgo, Vandervelde, Lenin, Lukács, Stalin y Trotsky, que reconstruyen los debates sobre el problema de la organización revolucionaria de las masas.

Por Marina Kabat (Grupo de Investigación de la Historia de la Clase Obrera argentina-CEICS)

¿Era espontaneísta Rosa Luxemburgo?

¿Qué rol le cabe al partido en un período de huelgas de masas? Rosa Luxemburgo tiene pasajes donde aparenta resaltar la organización, mientras que en otros fragmentos el espontaneísmo cobra mayor fuerza, contradiciendo, en apariencia, afirmaciones previas. Muchas de las lecturas de Rosa Luxemburgo se basan en fragmentos aislados de su obra que responden a un solo polo de sus ideas. Realizamos aquí un análisis sistemático de sus afirmaciones en uno y otro sentido, mostrando que ambas facetas responden a una única concepción.

Si partimos de la definición de huelga de masas como un período revolucionario, resulta correcta la afirmación de Rosa Luxemburgo de que un proceso semejante no puede decretarse. Sin embargo, esto no es lo único que afirma. Ella insiste también, tanto en la obra que prologamos como en otros artículos sobre el tema, que una huelga de masas, en el sentido de una huelga particular, no puede decretarse ni prohibirse. Señala que los incidentes que dan origen a las diversas huelgas de masas son fortuitos y no pueden preverse de antemano. Pero, también advierte que, si bien el motivo puede ser casual y espontáneo, su desarrollo muestra el resultado de la agitación previa; en Rusia los agitadores socialdemócratas se mantuvieron a la cabeza del movimiento, alega. Sin embargo, pronto contradice esta afirmación y destaca que las luchas no obedecen a un plan previo: “los llamamientos de los partidos seguían difícilmente los levantamientos espontáneos de masas; los dirigentes apenas tenían tiempo para formular consignas para la masa proletaria lanzada al asalto.”[1] Es decir, los agitadores socialdemócratas más que a la cabeza del movimiento aparecen arrastrados por el mismo, al cual apenas pueden seguir. El problema no radica en la descripción de los hechos –que puede ser cierta– sino en que no ve en ellos ninguna limitación o déficit a superar. Por el contrario, Rosa postula los sucesos de 1905 como un modelo a seguir en forma integral.

De nuevo, en todo sentido y en todos los aspectos, la fracasada Revolución Rusa de 1905 es tomada como el modelo del proceso revolucionario por antonomasia. En esta tesitura afirma: “Si el elemento espontáneo desempeñó un papel tan importante en las huelgas de masas en Rusia, no es porque el proletariado ruso ‘carezca de suficiente preparación’ es porque las revoluciones no se aprenden en la escuela”. Podría decirse que en este, como en otros pasajes, la necesidad de discutir a la socialdemocracia occidental el supuesto primitivismo del proletariado ruso y sus luchas se impone por sobre una valoración más objetiva de esa experiencia. Rosa está más preocupada por rebatir los juicios del partido alemán, que por un balance justo de la experiencia rusa.

Un punto central para justipreciar la posición de Rosa Luxemburgo es comprender qué entiende ella por dirección. Por una parte sostiene “Tomar la iniciativa y la dirección no consiste, aquí tampoco en dar órdenes arbitrariamente, sino en adaptarse lo más hábilmente posible a la situación, y el mantener el más estrecho contacto moral con las masas.” No ve posible que en un proceso futuro el elemento consciente adquiera un mayor rol. A su juicio, si lo espontáneo jugó un papel tan destacado en Rusia no es porque allí hay una socialdemocracia joven y débil, sino porque en el proceso inciden tantos factores que “ninguno de ellos puede definirse ni calcularse como ejemplo aritmético.”

Entonces, si bien ve a la socialdemocracia a la cabeza del movimiento es más por su capacidad de adaptarse a la situación. Incluso pareciera que la socialdemocracia no conquista en forma activa esa dirección: “Por otra parte, vemos cómo en Rusia esta revolución que le hace tan difícil a la socialdemocracia conquistar la dirección de la huelga, poniéndole en la mano o quitándole la batuta de la dirección, como esta misma revolución resuelve por si misma todas las dificultades…”

Aun cuando la socialdemocracia dirige el proceso, esto no resulta de que ella, en modo activo, haya conquistado esa dirección, sino que la revolución, el movimiento de las masas se la otorga o retira. Un factor importante es que, al mismo tiempo que Rosa duda de las posibilidades de la socialdemocracia de dirigir en forma cotidiana el proceso, plantea que debe asumir la dirección política:

“En lugar de romperse la cabeza con la parte técnica, con el mecanismo de la huelga de masas, la socialdemocracia está llamada a hacerse cargo de la dirección política aún en medio de un periodo revolucionario. La consigna, señalar la orientación de la lucha, fijar la táctica de la lucha política de tal forma que en cada fase y en cada momento se movilice toda la fuerza actual, activa y desencadenada del proletariado…”[2]

Esto puede considerarse una reacción lógica y acertada frente a los numerosos prerrequisitos que la socialdemocracia occidental consideraba necesario cumplir antes de declarar una huelga. Por así decirlo, la experiencia rusa probó que estas cuestiones eran minucias técnicas que las masas podían resolver por sí mismas llegado el caso. Por lo tanto, no constituían atribuciones necesarias del partido o los sindicatos. En vez de perder el tiempo con estas cuestiones técnicas, el partido debía concentrarse en desarrollar la dirección política del proceso.

Para Rosa, la socialdemocracia no debe esperar la situación revolucionaria de brazos cruzados, debe tratar de acelerar los sucesos “explicándole a las amplias capas del proletariado la llegada inevitable de ese periodo revolucionario”, “[inculcar] la táctica y los objetivos en el período de las luchas venideras.”[3]

El énfasis en la dirección política es sin duda correcto y separa en forma diametral a Rosa Luxemburgo de muchas corrientes autonomistas que hoy la reivindican. Sin embargo, las facultades de la dirección aparecen restringidas. Por una parte, en gran medida las decisiones tácticas quedan libradas a la espontaneidad de las masas. Por otra parte, la acción política es concebida de manera acotada. Debe tenerse en cuenta que Rosa Luxemburgo está pensando en un proceso de revolución burguesa y, por ello, las tareas de dirección políticas son más acotadas que si se tratara de una revolución socialista. Pero, por otro lado, imagina todo el proceso como una sucesión de huelgas, sin que la organización de la insurrección aparezca todavía en su horizonte. En consonancia, tampoco imagina que la dirección partidaria pueda necesitar en cierto punto contener las fuerzas para elegir bien el momento del enfrentamiento final. Dicho enfrentamiento final, la insurrección como tal, está prácticamente ausente en la concepción táctica de Rosa Luxemburgo, al menos en sus escritos fundamentales.[4]

Rosa toma la Revolución Rusa de 1905 como modelo de proceso revolucionario. No se interroga por sus límites o por las causas de su derrota. Solo la ve como un paso necesario dentro de un largo proceso que, tras muchos años de lucha, habría de derrotar al zarismo. A diferencia de los dirigentes rusos, Rosa no es ni se siente responsable por el futuro de la revolución en Rusia. Cuando trata de extraer las lecciones de esta experiencia histórica no lo hace de cara a asegurarse el triunfo de un eventual segundo episodio revolucionario, sino con el fin de aleccionar a la aletargada socialdemocracia alemana. En ese sentido, su análisis es parcial y exento de una perspectiva crítica (lo cual también va de la mano de su espontaneísmo: la creencia en que las masas ya aprenderán solas de su experiencia). Solo busca demostrarle a los alemanes que las acciones extraparlamentarias son posibles, que las masas son capaces de acciones heroicas, que todas las reticencias socialdemócratas para evadir los movimientos huelguísticos en nombre de los peligros que estos representan para el mismo proletariado, son meras excusas y constituyen problemas que las masas pueden superar al movilizarse. En este punto, su obra tiene aún hoy un gran valor y mucho para enseñarnos. Carece, sin embargo, de valor como estrategia revolucionaria, puesto que se detiene un paso atrás.

En este sentido, Huelga de masas… contrasta con Balance y perspectivas de Trotsky o con los escritos de Lenin. Ambos piensan el modo de superar la derrota momentánea de la Revolución Rusa y la manera de transformarla en una victoria. Para ello necesitan realizar un balance crítico de la experiencia de 1905. Sea porque su objetivo es otro (convencer a la socialdemocracia alemana de la posibilidad y potencialidad del desarrollo de la huelga de masas), sea por su sesgo espontaneísta (lo que haya que aprenderse, las masas lo aprenderán en la misma lucha), Rosa no desarrolla esa crítica. Por el contrario, si su balance interpelara a la clase obrera rusa (cosa que, como ya dijimos no hace, porque está escrito para el público de Europa occidental) la llamaría a reforzar lo que para Lenin fueron las debilidades del movimiento:

“Lo que a este movimiento le faltó fue, de una parte, firmeza y resolución en las masas, que adolecían de un exceso de confianza; de otra parte, faltó la organización de los obreros revolucionarios socialdemócratas que se hallaban bajo las armas: no supieron tomar la dirección en sus manos, ponerse a la cabeza del ejército revolucionario y pasar a la ofensiva contra el poder gubernamental. […] La tarea consiste en mantener en tensión la conciencia revolucionaria del proletariado, no solo en general, sino preparar concretamente a sus mejores elementos para que, llegado un momento de profundísima efervescencia del pueblo, se pongan al frente del ejército revolucionario.”[5]

Como dijimos, Huelga de masas… no parece proyectar en el horizonte la necesidad de la insurrección. En consecuencia, no detecta estas tareas pendientes. Por el contrario, su balance parece reforzar esta confianza de las masas que Lenin consideraba ya excesiva. Pareciera que Rosa creyera que la continua retroalimentación del movimiento y su creciente radicalidad, la generalización y masificación de las huelgas bastaría para la caída del poder absolutista y, –a su turno– del poder de la burguesía. Creemos que este es el punto donde su concepción de la huelga de masas roza la concepción anarquista de la huelga general.

Lucha económica y lucha política

Un aspecto importante a tener en cuenta para analizar el pensamiento de Rosa Luxemburgo es observar la vinculación entre lucha económica y lucha política. En su descripción de los sucesos rusos encuentra que la revolución crea las condiciones para que la lucha económica transmute en lucha política y viceversa, imbricándose ambas en forma continua. No observa, sin embargo, ningún tipo de primacía de una forma sobre la otra. De hecho, en Huelga de masas… encontramos una sobrevaloración del significado de los logros de las luchas económicas:

“La relación entre el patrono y el obrero se invierte: desde la huelga general de enero y las huelgas que siguieron en 1905, fue abolido de facto el principio del ‘patriarcado’ capitalista. En las fábricas más grandes de todos los importantes centros industriales se implantó, como algo natural, la institución del consejo de los trabajadores, únicas instancias con las que el patrón negocia y que decide sobre todos los conflictos.”[6]

Puede ser que las expresiones de este fragmento en parte sean producto del entusiasmo ante los logros de la revolución. Pero, aun así, resulta excesivo afirmar que la relación obrero patrón se invierta y que el dominio capitalista en la fábrica sea abolido. Pero va más allá y sitúa ambas formas de lucha en un plano de igualdad:

“No existen dos distintas luchas de clases del proletariado, una económica y una política, sino que existe una sola lucha de clases, orientada por igual, tanto a la limitación de los explotación capitalista en el seno de la sociedad burguesa como a la abolición de la explotación junto a la misma sociedad burguesa.”[7]

Rosa ve la relación de la socialdemocracia y los sindicatos como la relación entre una parte (los sindicatos), y el todo (la socialdemocracia). Los sindicatos representarían los intereses “actuales” de la clase obrera –limitar la explotación en el presente– y la socialdemocracia los intereses generales –la emancipación del proletariado en su conjunto–. En esta formulación resulta claro que otorga primacía al partido por sobre los sindicatos, punto que busca establecer con firmeza de cara a las discusiones candentes por entonces en Alemania. Sin embargo, no ve ninguna tensión entre ambas formas de lucha, pese a que el caso alemán ofrecía mucha evidencia al respecto. Por el contrario, plantea que “la completa unidad del movimiento obrero y socialista, absolutamente necesaria para las futuras luchas de masas en Alemania, existe ya realmente.” A su juicio, si socialismo y acción sindical se contraponían de algún modo, esto solo se debía al accionar de algunos dirigentes sindicales:

“La presunta oposición entre socialdemocracia y sindicatos se reduce, en este orden de cosas, a una oposición entre la socialdemocracia y una cierta parte de los sindicatos, lo que es al mismo tiempo una oposición entre esa parte de los dirigentes y la masa proletaria sindicalmente organizada.”

Por debajo, a nivel de las masas proletarias cree ver una perfecta unidad entre sindicato y socialdemocracia, es decir entre lucha económica y política. La diferencia aparecería solo en las altas esferas, “en las oficinas administrativas.”

Rosa cree que es el burocratismo y la especialización de los dirigentes sindicales lo que engendraría su aversión por los grandes riesgos de la política revolucionaria. “Los dirigentes sindicales, constantemente absorbidos por la pequeña guerra económica […] llegan poco a poco a perder los grandes nexos causales y la visión de conjunto de la situación global”. No se entiende por qué este fenómeno afectaría a las capas dirigentes, mientras que las masas obreras serían inmunes a ellas.

El párrafo final de Huelga de masas… es muy ilustrativo: parafraseando a Bernstein, que cree que la socialdemocracia alemana es reformista y debe animarse a parecer aquello que ya es, Rosa afirma que los obreros alemanes ya son socialistas y deben animarse a mostrarse como tales, a despecho de un puñado de dirigentes sindicales que empujan para otro lado:

“El movimiento sindical no es el reflejo de las comprensibles pero erróneas ilusiones (‘de algunas docenas’) de dirigentes sindicales, sino aquello que vive en la conciencia de amplias masas de proletarios ganados para la lucha de clases. En esta conciencia el movimiento sindical es una parte de la socialdemocracia. ‘Y debe atreverse a ser lo que es.’”[8]

La organización

Analicemos ahora el problema desde el reverso de la moneda. Ya no cómo ve Rosa Luxemburgo la acción de las masas, sino cómo evalúa el accionar de la organización. En este punto la contraposición de su concepción con la de Lenin resulta muy ilustrativa. Pese a que Lenin también resalta la importancia de la iniciativa de las masas en el proceso revolucionario y la imbricación de luchas económicas y políticas, tiene una distinta apreciación del proceso en su conjunto.

En primer lugar, Lenin otorga mayor valor a las luchas políticas. En su conferencia “Informe sobre la Revolución rusa de 1905”, pronunciada en Zurich en enero de 1917, plantea que las luchas económicas son el medio por el cual se incorpora a la lucha y se instruye a los sectores más atrasados del proletariado. Las reivindicaciones económicas también actúan como un puente que facilita la comprensión y compromiso de estos grupos obreros con las demandas políticas, pero no las concibe en pie de igualdad con ellas. No por nada, Lenin resalta que entre los trabajadores más organizados, los metalúrgicos, por ejemplo, predominaban las luchas políticas, en tanto en algunas ramas más atrasadas a nivel político y organizativo (textiles) habían prevalecido las luchas económicas. Se observa cómo Lenin intenta orientar el movimiento a sus fines políticos, algo que, como vimos, no preocupa a Rosa, que cae en cierto “luchismo”. A su juicio si en 1905 se fracasó fue solo porque no se tenía aun suficiente experiencia de lucha o de conciencia de clase –que se adquiriría con el mismo desenvolvimiento orgánico de la sociedad y que maduraría en el proceso de lucha–.[9]

En este punto parecen acertadas las consideraciones de Bensaïd y Naïr y de Lukács, quienes consideran que en la obra de Rosa Luxemburgo pareciera que la clase en sí puede transformarse en clase para sí (una clase con consciencia de sus intereses generales como clase, es decir, consciente de la necesidad de derribar el capitalismo) sin la mediación del partido, solo a través de la lucha.[10]

Mientras Lenin es consciente de que debe construir una organización capaz de luchar contra el Estado burgués centralizado y destruirlo, Rosa, al decir de Bensaïd y Naïr, peca de cierta trivialidad, de un “naturalismo organizacional” y, en su visión de las masas, muestra un “vitalismo ingenuo”. Si bien en las luchas que generan la conciencia de clase el partido está presente, para Rosa Luxemburgo el desarrollo de la conciencia revolucionaria debe más al movimiento orgánico y a su experiencia de lucha, que al conocimiento científico de la realidad que el partido introduce en la clase obrera. En este aspecto la visión thompsoniana tiene muchos puntos de contacto con la mirada del proceso político que Rosa Luxemburgo propone.[11]

En el mismo sentido, Lukács sostiene que Rosa expresa la ilusión de una revolución “orgánica”, en la cual la constante agudización de las luchas produciría acciones espontáneas de masas, en el curso de las cuales se impondría en la dirección la claridad acerca de las metas y los caminos de la revolución.[12] En esta concepción el partido solo debe hacer consciente lo inconsciente. Esto implica una subestimación de la crisis ideológica que afecta al proletariado. Por eso, de acuerdo al filósofo húngaro, un partido revolucionario así concebido tiene que fracasar, porque la espontaneidad de un movimiento expresa su determinación total por las leyes económicas. Además, hay organizaciones (sindicatos, partidos mencheviques) que luchan en forma activa para mantener al movimiento en este estado de espontaneidad. “Pero unos y otros pueden cumplir su función porque la descrita crisis ideológica existe realmente en el proletariado, porque es imposible, incluso teóricamente, para el proletariado, un desarrollo ideológico gradual hasta la dictadura y el socialismo…”[13] Esta visión se contrapone con la de Rosa Luxemburgo, para quien las ilusiones reformistas solo afectaban a los dirigentes sindicales y no a las masas proletarias mismas que, al menos según Huelga de masas… ya serían socialistas.

Conclusión

Esperamos que nuestro texto exponga la necesidad de que la obra de Rosa Luxemburgo sea estudiada con mayor sistematicidad. Tanto la lectura religiosa y canónica de los textos y tradiciones marxistas, como su extremo opuesto, un análisis relativista, han impedido, hasta ahora, un balance de este tipo. Ambos comportamientos intelectuales inhiben una discusión franca y obturan una discusión desprejuiciada de las ideas de Rosa Luxemburgo.

En un Congreso Internacional, Jaurés criticó a Rosa con duras palabras y fuerte ironía. Había hablado en francés y no había quien pudiera actuar de intérprete. Rosa se puso de pie y tradujo las palabras de Jaurés al alemán expresándose en los mismos duros términos en que él lo hiciera. Su actitud conquistó la justa admiración de todos los presentes. Esta anécdota muestra que nunca rehuía el debate, lo encaraba de frente, con alegría, tal como ella misma recomendaba a sus camaradas.[14] Porque estaba convencida de la necesidad de la confrontación abierta de ideas para el desarrollo del conocimiento. Conocimiento indispensable para liberar a la humanidad de la explotación capitalista. El mejor homenaje posible a Rosa como revolucionaria es una discusión abierta, explícita y frontal de sus ideas. Bajo esta convicción escribimos este texto.


[1]Luxemburgo, Rosa: Espontaneidad y acción. Debates sobre la huelga de masas, la revolución y el partido, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2015, p. 191.

[2]Ídem, pp. 213-214.

[3]Ídem. p. 227.

[4]Subrayamos el análisis de este problema en sus textos más importantes, que son la base sobre las que nuevas generaciones discuten para construir sus propias tácticas. Hablando de otros escritos menos conocidos, Frölich plantea que si bien en forma accesoria Rosa contempla la insurrección, considera que la principal tarea de los dirigentes es la agitación. En cambio, las armas se las procurarían las masas mismas llegada la ocasión. (Frölich, Paul: “El debate sobre la experiencia belga”, en Parvus et al: Debate sobre la huelga de masas: Parte 1, Siglo XXI, Buenos Aires, 1975, p. 139). Frölich justifica la falta del tratamiento del problema de la insurrección señalando que Rosa piensa en cada momento en el próximo peldaño táctico y no todo el proceso. Por eso, se concentra en la propaganda de la huelga de masas. (Ídem, pp. 143-144). Si bien esto puede ser aplicable a Huelga de masas… resulta menos convincente respecto a los textos dedicados a la revolución alemana. Por otra parte, cabe señalar que en medio de la Revolución Rusa de 1905 el SDKPiL contempla el problema de la insurrección e intenta comprar armas.

[5]Lenin, Vladimir: “Informe sobre la Revolución rusa de 1905”, en Luxemburgo, Espontaneidad…, op. cit., p. 261.

[6]Luxemburgo, Rosa: “Huelga de masas, partido y sindicatos”, en Luxemburgo, Espontaneidad…, op. cit., p. 198.

[7]Ídem, p. 236.

[8]Luxemburgo, “Huelga de…”, op. cit., p. 249.

[9]Nótese que incluso Rosa Luxemburgo plantea que lo que falta, para completar la revolución burguesa, es una mayor conciencia en todas las clases, incluyendo la burguesía. Plantea también que el desarrollo de la conciencia de la clase obrera y de la burguesía operan en sentido contrario en torno al proceso revolucionario: el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado opera como un obstáculo a la transformación consecuente de la burguesía en revolucionaria. Sin embargo, Rosa Luxemburgo no saca las conclusiones de Trotsky, es decir, que la burguesía es ya impotente para realizar sus tareas y estas deben ser asumidas por el proletariado en la revolución permanente. No considera la posibilidad de que la próxima Revolución Rusa sea socialista. En este texto aparece más bien la conclusión contraria: el proceso de la revolución burguesa va a ser largo (“el derrocamiento del absolutismo exige todo un proceso social muy largo”), tanto por la necesidad previa de que se conforme en el seno del absolutismo la futura Rusia burguesa, como por la exigencia de que todas las clases sociales emergentes desarrollen una conciencia de clase y partidos que identifiquen sus intereses. Luxemburgo, “Huelga de…”, op. cit., p. 193 y ss.

[10]Bensaïd, Daniel y Samy Naïr: “A propósito del problema de la organización. Lenin  y  Rosa  Luxemburgo”, en Luxemburgo, Espontaneidad…, op. cit, p. 587 y ss.

[11]En este punto es significativo que Thompson rechace las nociones de clase en sí/clase para sí tanto como la de falsa conciencia, elevando la noción de experiencia a categoría central. Ver Caínzos López, Ángel Miguel: “Clase, acción y estructura: de E. P. Thompson al posmarxismo”, en Zona Abierta, 1989, nº 50, pp. 1-70.

[12]Lukács, Georg: “Observaciones de método acerca del problema de la organización”, en Historia y conciencia de clase. Estudios de dialéctica marxista, Ediciones RyR, Buenos Aires, 2009, pp. 436-437.

[13]Ídem, p. 445 (el resaltado nuestro).

[14]Pero hay que hacerlo con alegría y empuje y no como si fuera un entremés aburrido; el público siempre siente el ánimo de los combatientes y la alegría del combate presta resonancia a la controversia y garantiza la superioridad moral… ” Luxemburgo, Rosa: “Carta a Karl y Louise Kautsky”, 1 de septiembre de 1904, citada en Nettl, John: Rosa Luxemburgo, Ediciones Era, México, 1974, p.167 y Frölich, Paul: Rosa Luxemburg. Vida y obra, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2013, p. 106.

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