¿Qué es una Colonia? Origen, naturaleza y muerte del sistema colonial español en América

en El Aromo nº 63

a63_colonia¿Somos una colonia? “Hay que luchar por la liberación nacional”, afirman los kirchneristas y alguna izquierda. Lea esta nota y entienda por qué pelean contra un fantasma inexistente.

Mariano Schlez
GIRM-CEICS

“Inglaterra sigue siendo una burda potencia colonial”, dijo Cristina Fernández de Kirchner hace algunos meses, en alusión al dominio que ejerce el país del norte sobre “nuestras” Islas Malvinas. No se trata de una voz en el desierto: expresa el pensamiento (programa político, en términos técnicos) de buena parte de la población que piensa que la Argentina es un país “oprimido” por las grandes potencias mundiales. Asimismo, y a pesar de ubicarse en las antípodas del gobierno, la izquierda revolucionaria argentina coincide en esta caracterización, asegurando que nuestro país es una “semi-colonia”. En sentido estricto, ambas fuerzas visualizan un enemigo común: el imperialismo, es decir, aquellas naciones (o burguesías extranjeras) que con su accionar impiden el desarrollo nacional.

Para comprender los problemas que tiene esta forma de entender la historia (y la actualidad) nacional, les propongo una viaje al pasado, hasta los tiempos en que el actual territorio argentino era parte del enorme Imperio Español.

El Imperio colonial español en América

El concepto colonia es utilizado por historiadores y políticos para múltiples casos: se ha definido de esta manera a la América del 1500, a la India del siglo XIX y, como ya dijimos, a la Argentina contemporánea. Sin embargo, no son muchos los que aclaran cuál es su significado concreto. Vayamos, primero, por esa definición.

El primer elemento que implica todo sistema colonial es la transferencia de recursos, de una sociedad a otra, por una vía política, lo que supone una cierta dosis de violencia. Básicamente, es lo que hicieron los españoles en América desde 1492. Gracias a eso, impulsaron el desarrollo europeo a través del traspaso de grandes masas de oro y plata. Es decir, el colonialismo se basaba en la explotación de un espacio sobre otro (u otros), y suponía, por lo tanto, la existencia de dos (o más) naciones enfrentadas.

La conquista y la creación del sistema colonial en los siglos XV y XVI ofrecieron a las burguesías europeas nuevas rutas mercantiles y mercados, lo que aceleró el proceso de descomposición del feudalismo y el surgimiento de relaciones sociales capitalistas. De esta manera, en diferentes momentos y grados, España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra aportaron al denominado proceso de acumulación originaria, es decir, a la centralización de las riquezas y los medios de producción y de vida en manos de una sola clase social: la burguesía.

Sin embargo, no se trató de un proceso unilateral. La relación que se estableció entre el corazón del Imperio y sus colonias transformó a ambas sociedades: mientras en Europa se acumularon las riquezas que posibilitaron el desarrollo capitalista, las colonias fueron preñadas por las mismas contradicciones que ya habitaban el viejo mundo, y que iban a estallar tres siglos más tarde. ¿Entonces benefició a América una conquista que saqueó sus riquezas y aniquiló a una enorme porción de su población? Mal que nos pese a quienes nos gustaría que las cosas fuesen de otra manera, la lucha de clases es así: violenta y contradictoria. Lo cierto es que a través de este proceso histórico maduraron el comercio y la navegación, se transformaron radicalmente las formas de producir y se construyeron ciudades que le ofrecieron a las manufacturas europeas un mercado donde ser vendidas. Al mismo tiempo que potenció la producción de plusvalor, fomentó el surgimiento de los sistemas modernos de crédito y deuda pública, fundamentales para la futura transformación de las riquezas americanas en capital.

España e Inglaterra: dos colonialismos antagónicos

El imperialismo español pasó del saqueo a la explotación productiva y comercial de sus “Indias”, transformando a los pueblos de sus colonias en consumidores de “efectos” europeos. Este movimiento profundizó los enfrentamientos entre las naciones del viejo mundo por imponer su hegemonía sobre América. Y si, como decíamos, los europeos se llevaban riquezas en forma coactiva (impuestos, saqueos) para llevarse la plata, entre ellos dejó de predominar el que llegó primero (España) y comenzó a cobrar protagonismo el que ofrecía mejores transportes, la mayor capacidad de protegerlos y una variedad de mercancías a menor precio (Inglaterra). Es decir que la supremacía militar tenía un peso importante a la hora del predominio comercial, a pesar de lo que sentenciaban las leyes y monopolios que los Estados dictaminaban para legalizar su dominación.1  El destino del mundo no se decidió en la letra muerta de la legislación, sino en el combate real entre las naciones y clases sociales: las guerras que asolaron Europa a fines del siglo XVIII expresaban tanto la competencia entre las diferentes fracciones nacionales de esta clase en ascenso llamada burguesía (Inglaterra contra Francia), como en el combate que ellas mismas libraban contra los restos de la vieja nobleza (Francia o Inglaterra contra España). Este combate encubría el enfrentamiento entre dos modos de producción antagónicos, el feudalismo y el capitalismo. De un lado y del otro de la trinchera, las clases en lucha se apoyaron en los sistemas coloniales que habían construido, lo que nos lleva a diferenciar la evolución antagónica de dos tipos de “colonialismo”: el español y el inglés.

A diferencia del caso español, el colonialismo inglés se expandió al calor del desarrollo capitalista. Gracias a su dominio de los mares a nivel mundial (fruto de su desarrollo tecnológico) logró imponer sus intereses a través de los métodos “piqueteros”, es decir, bloqueando los puertos para impedir que sus enemigos lleguen a América. Éste colonialismo impulsado por relaciones capitalistas se diferenció del español, una nación feudal que basaba su existencia en su papel de mediador comercial. Es decir, subsistía, fundamental aunque no únicamente, por ganancias provenientes de un comercio de mercancías que no producía, fruto del monopolio que había impuesto sobre sus colonias americanas, y obligaba a todo aquel que quisiese comerciar con América a pasar por España y pagar los impuestos correspondientes. Sin embargo, dijimos que las leyes sin un poder económico, político y militar que las sustente no tenían ningún valor, por lo que el monopolio fue desapareciendo a medida que se hicieron más fuertes los dos polos que unía: los burgueses europeos (ingleses, franceses y holandeses) y los americanos (porteños, caraqueños y norteamericanos). Esta clase burguesa, otrora oprimida, sustentada por un mayor desarrollo material y consciente de la opresión que ejercía sobre ellas el Estado feudal español, se organizó política y militarmente para aniquilarlo.

Argentina: Nación (burguesa) libre y soberana

Recapitulando, hemos visto que podemos llamar colonia a un espacio que transfiere riqueza a otro por medio de mecanismos coercitivos. Es una caracterización amplia, aunque no ahistórica, debido a que implica la existencia de la explotación y el desarrollo estatal para habilitar su utilización. Sin embargo, no se aplica para casos en que la extracción de riquezas se realiza a través de procesos puramente económicos: aquí, se trata de la lógica normal del sistema capitalista, que transfiere plusvalía de los capitalismos menos eficientes (pequeños, débiles y jóvenes) a los más eficientes (grandes, poderosos y con mayor tiempo de vida).

Podemos afirmar entonces que, en nuestro país, la Revolución de Mayo destruyó completamente al viejo sistema colonial español. Luego de 1810, no sólo finalizan las remesas de oro, plata y mercancías a España, sino que comienzan a ser expropiados, en América, los bienes de los españoles realistas.2  Asimismo, la revolución llevó al poder a la burguesía agraria rioplatense (en alianza con fracciones burguesas del interior), que construyeron un Estado “libre y soberano”, por lo menos de las intromisiones de burguesías extranjeras. Ningún “viejo amo”, como decía Belgrano, volvió a incidir en la política nacional. Aún así, hay quienes dicen que hacíamos todo lo que nos decían los ingleses. Bien, esa es otra historia, que dejaremos para más adelante. Lo cierto es que la “Argentina” (que por entonces no existía) dejó de ser Colonia (o semi-colonia, o neo-colonia) hace más de 200 años. En todo caso, habría que empezar por preguntarse si lo que ocurrió después, no tuvo más que ver con los intereses, límites y necesidades de la burguesía nacional, antes que con una imposición arbitraria y violenta de malvados imperialistas.

Notas

1 Para un análisis del monopolio comercial español, véase nuestro artículo: “¿Qué fue realmente el monopolio?”, en El Aromo, n° 62, 2011.
2 Para una descripción más detallada de este proceso, véase Harari, Fabián: Hacendados en armas, Ediciones ryr, Bs. As., 2009 y Schlez, Mariano: Dios, Rey y monopolio, Ediciones ryr, Bs. As., 2010.

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