¿Puede volver el keynesianismo? Debate con el economista francés Gérard Duménil

en El Aromo n° 46

Por Juan Kornblihtt – La crisis puso sobre la mesa los límites del capitalismo, pero a su vez ha recreado ilusiones de todo tipo. Entre ellas, se destacan aquellas que plantean una vuelta al pasado, en particular a las épocas en las que el Estado aparecía como regulador e impulsor de la actividad económica a nivel mundial. Estas ideas se alimentaban ahora por la evidencia de una mayor intervención estatal en los rescates y planes anticrisis. La clave de las nuevas propuestas keynesianas es la idea de que lo que está en crisis no es el capitalismo como modo de producción sino el neoliberalismo. En el número anterior de El Aromo, explicamos por qué ésta no es una crisis financiera ni del neoliberalismo. En esta nota, desarrollamos el debate con uno de los principales difusores y defensores de esta idea tan de moda: el economista francés Gérard Duménil (muy influyente en la izquierda argentina, en particular el EDI), con quien mantuvimos un debate en las I Jornadas Internacionales de Investigación y Debate Política organizadas por el CEICS y Razón y Revolución y cuyo audio se puede escuchar en el sitio web de las Jornadas (http://www.ceics.org.ar/jornadas).

Las etapas del capital

Duménil divide la historia del capitalismo en tres grandes etapas, intentando darle status científico al sentido común que plantea que existió liberalismo hasta 1930, keynesianismo desde la posguerra hasta los ’70 y neoliberalismo desde entonces hasta la actualidad.1

La clave de la periodización propuesta por Duménil es qué fracción de la burguesía domina en cada etapa. Siguiendo a Hilferding y Lenin (aunque con diferencias en cuanto a la idea de capital monopolista), Duménil sostiene que la característica de la acumulación de capital desde finales del siglo XIX es la conformación de una unidad entre el capital bancario y a interés con el capital industrial, en la conformación de un capital financiero. Esta cúpula financiera, sin embargo, no abarca al conjunto del capital. En un nivel inferior, existe, para él, una fracción de la burguesía que no tiene acceso directo al capital bancario, que se encuentra más dispersa y cuyo ámbito de acción está ligado a la industria y a los mercados nacionales.

Hacia 1890, con la crisis, se produce para Duménil un creciente dominio de los capitales financieros por sobre el resto del capital. Este dominio, que se expresa en una mayor concentración y centralización de capital, ha sido para él confundido con el surgimiento de una etapa monopolista. Por el contrario, Duménil considera que se produce una agudización de la competencia económica. Pero caracterizada por el dominio financiero, lo que implica un menor peso de la regulación estatal y un ataque a las condiciones de los capitales nacionales más chicos. Este dominio no se da en forma pacífica, sino en una lucha permanente de los más chicos versus los más grandes, marcada por los procesos antitrust, en particular la Sherman Act norteamericana, en 1890.

Esta primera etapa de dominio financiero finaliza en la crisis del ’30. Duménil considera que el capitalismo de posguerra se caracteriza por el “compromiso keynesiano”, en el cual los capitales financieros no pierden su lugar en la economía, pero sí su peso político al ser derrotados y desplazados por las fracciones más chicas del capital (las industriales puras). El resultado es una mayor regulación de la economía por el Estado, mediante el mayor peso de los bancos centrales. A su vez se generó, según el análisis de Duménil, una mejor distribución del ingreso, que se evidencia en que el 1% de las familias más ricas recibe una menor porción del ingreso durante este período. Esta fase entraría en crisis en los ‘70, por la inflación impulsada por la búsqueres ganancias por los sectores más concentrados y por la debilidad del pacto keynesiano.

La ruptura de este compromiso le devolvió la hegemonía al capital financiero que, a través de la preeminencia de los órganos financieros internacionales, con hegemonía estadounidense, impuso su régimen a escala global. La cúpula de la burguesía se volvió a apropiar así del grueso de la riqueza. Al hacerlo, plantea Duménil, ésta se queda con una fracción creciente de la riqueza social. Se diluye la protección estatal y se estanca la tasa de inversión, ya que gran parte de la ganancia financiera sería consumida en forma lujosa por la familias más adineradas. De esta forma concluye Duménil que lo que está en crisis en la actualidad es el dominio financiero del capital, es decir el capitalismo neoliberal.

De dónde viene la ganancia

El principal problema de Duménil es la separación en términos absolutos de dos fracciones del capital que no parecen tener vínculo entre sí. Por un lado, están los capitales industriales puros. Por el otro, los capitales financieros (donde se fusiona lo industrial con lo bancario). Cada una de estas fracciones, para Duménil, tiene un proyecto político propio que entra en pugna con el del otro. Cuando uno triunfa, tenemos expansiones de las economías nacionales, el Estado de bienestar y el acuerdo de clases, mientras que cuando lo hace el otro, tenemos concentración de la riqueza, liberalización y peores condiciones de vida de la clase obrera. Al tomar como punto de diferenciación el tamaño de los capitales, Duménil pierde de vista que ambas fracciones tienen la misma esencia. Las dos viven de la explotación de la fuerza de trabajo, es decir de la plusvalía. Aunque debería ser una obviedad para un “marxista” como Duménil, esta identidad común entre las fracciones de capital, desaparece cuando se habla de capital industrial puro y capital financiero.

Como las dos fracciones recortadas por Duménil tienen la misma fuente de ganancia, las dos están supeditadas a la lucha por la apropiación de la plusvalía total. Esta lucha se evidencia en la competencia capitalista, en la cual cada capital individual pelea al interior de su rama y al exterior de la misma. En esta lucha, los capitales más eficientes, que en general son los de mayor escala y con mayor acceso al crédito o a las bolsas, derrotan a los más chicos. Para vencer a sus competidores, se produce la expansión de la productividad lo cual aumenta la tasa de ganancia de los capitales triunfadores. Pero al mismo tiempo, se genera una presión en contra de la tasa de ganancia general. Como la plusvalía proviene de la explotación de la fuerza de trabajo, la mecanización opera una expulsión de mano de obra y, por lo tanto, en una tendencia a la baja de la tasa de ganancia. Cuando esto ocurre, se agudiza la competencia destruyéndose a las empresas más débiles y concentrándose y centralizándose el capital.

Para poder relanzar la acumulación luego de la crisis es necesario un doble proceso que opere en contra de la caída de la tasa de ganancia. Por un lado, un aumento de la tasa de explotación. Por el otro, una reducción del número de capitales que compiten por la apropiación de la riqueza social. Así, la salida a la crisis del ‘30 lejos estuvo de ser un simple reemplazo de la fracción financiera por la fracción industrial. Duménil en su relato subestima por completo el rol de la Segunda Guerra Mundial. La recuperación de la tasa de ganancia no vino por los planes estatales, por el New Deal o por la expansión de las ideas keynesianas. Fue el resultado del fabuloso aumento de la tasa de explotación y la destrucción masiva de capital sobrante que implicó el enfrentamiento entre las potencias capitalistas mundiales.

Esta misma subestimación de la fuente real de la riqueza se evidencia cuando Duménil caracteriza la situación actual. En base a sus mediciones de la tasa de ganancia, Duménil observa que luego de la caída por la crisis del ’70, la tasa de ganancia industrial se recupera pero en forma lenta y reptante. Sin embargo, para él este no es el problema de la acumulación actual. La explicación está en qué ocurre en el mundo de las finanzas. Es decir con los capitales que estarían dominando el mundo en la actualidad bajo la forma del neoliberalismo. En sus mediciones se observa cómo, en contraste con la industrial, la tasa de ganancia financiera crece en forma sostenida. Esto es para él, la prueba de que los capitales industriales puros son los perjudicados, mientras que los financieros son los beneficiados del neoliberalismo. A su vez, que la crisis actual está provocada por la especulación financiera y no por el capital industrial, que no está en el centro de escena como lo estaba en la fase del compromiso keynesiano.

Lo que Duménil no puede explicar es de dónde sale la riqueza de los capitalistas financieros. Se niega por completo a llamar a esos ingresos “capital ficticio”2, pero tampoco afirma que sea plusvalía. Este vacío en la explicación es resultado de su negación de ver la totalidad de la acumulación, priorizando en sus análisis las diferencias políticas en cada fase del capital. En su afán de defender la posibilidad de que una fracción del capital reemplace a la otra, pierde de vista lo que sus propios datos muestran. La expansión financiera que caracteriza al neoliberalismo es el resultado de que, a diferencia de la crisis del 30, no hubo un aumento de la plusvalía que le saca a cada obrero en relación al salario pagado (tasa de explotación) ni una destrucción de capital en la magnitud suficiente. Por eso, la tasa de ganancia industrial crece en forma lenta. Esta situación fue paliada por el capital por la vía de promesas de pago a futuro: el aumento de las deudas locales y externas, la expansión del valor de las acciones o las hipotecas de las casa. Ninguna se basaba en plusvalía sino en la promesa de una plusvalía a producirse en el futuro. Estas promesas se expresaron en burbujas financieras que explotaron en forma cíclica durante los últimos treinta años. Eso es, en definitiva, lo que se evidencia en la suba de la ganancia financiera.

Esperanzas en Obama

Duménil tiene la virtud, junto con su compañero de trabajo Dominique Lévy con quien escribe la mayoría de los artículos y libros, de tener un afán empírico destacable. El conjunto de su obra se caracteriza por aportar una serie de mediciones sobre el desenvolvimiento de la acumulación mundial (y en Estados Unidos en particular) imprescindible para cualquier estudio científico. Sin embargo, en su negación de posiciones radicalizadas y en su búsqueda de paliativos al capitalismo es incapaz de entender lo que sus propios datos muestran. Como quedó en evidencia en el debate en las Jornadas, su perspectiva política es la reconstrucción del “compromiso keynesiano”. Es decir, un nuevo acuerdo entre capital y trabajo. Esta propuesta a favor de las pequeñas burguesías locales de cada país contra los capitales más concentrados, aunque se presenta como izquierdista (más con el uso de terminología marxista) implica el apoyo a los enemigos de la clase obrera. Como dijo en la charla inaugural de las Jornadas, aunque no lo votaría, tenía ilusiones en el un triunfo de Obama.

Estas propuestas parten de recortar el análisis de la realidad social, en detrimento de la totalidad. Hacer lo contrario implicaría reconocer que no hay perspectivas de recambio de modelos, sino la profundización de una crisis del capital en la que la clase obrera sólo se puede plantear tareas revolucionarios, y no buscar escaparle al problema por la vía de ilusiones inútiles. Por supuesto, hacer esto obligaría a Duménil a enfrentarse con muchos de sus amigos y socios políticos.


Notas

1Duménil, Gérard y Lévy, Dominique: “La finance capitaliste: rapports de procution et rapports de classe” en De Brunhoff, Suzanne et al: La finance capitaliste, PUF, Paris, 2006; p. 131.
2Cuando Dumenil hace “teoría”, marca las diferentes determinaciones que el capital puede asumir: ser en parte ficticio o en parte plusvalía, dependiendo del momento histórico y de su función concreta. Por el contrario, en su análisis empírico no da cuenta de la fuente de la diferencia que él mismo detecta entre la tasa de ganancia industrial y la tasa de ganancia financiera. Es decir, se niega a asumir las consecuencias lógicas de aquello que reconoce teóricamente e incluso mide empíricamente. Ver: Duménil, G. y Lévy, D.: “Les trois champs de la théorie des relations financières de Marx. Le capital financier d’Hilferding et Lenine”, en Brunhoff, S. et al.: op. cit., PUF, París, Francia, 2006.

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