Por Ianina Harari Editora de El Aromo
La barbarie a la que nos somete el capitalismo adopta distintas formas más o menos visibles. Las consecuencias de este modo de organizar las relaciones humanas van desde la desnutrición de 1 de cada 9 personas en el mundo, hasta el desarraigo de millones de sus hogares. Estas situaciones no suelen golpear con fuerza en las conciencias hasta que no estallan a la vista de todos. Las fotografías del niño sirio muerto en las playas de Turquía tuvieron ese efecto. A ello le siguieron las miles de imágenes de los refugiados y las condiciones degradantes a las que están sometidos. Así, la crisis política y social en la que está sumergida buena parte de Medio Oriente cobró toda su dimensión. Con menor dramatismo, las consecuencias de la vida que nos ofrece la burguesía también se han puesto sobre la mesa en otras regiones. La crisis del capitalismo se expresa con distinta fuerza en conmociones de diferentes magnitudes, que van desde las económicas, a las que alcanzan la esfera política, hasta las que descomponen el propio Estado y las relaciones sociales en su conjunto. Todas estas gradaciones se exponen a nuestra vista por estos días.
De mal en peor
China se ha convertido en el epicentro de la crisis económica, como hemos anticipado en número anteriores. La caída de su PBI, la devaluación del yuan y la posterior caída de su bolsa y las del resto del mundo, han dejado en evidencia que el mecanismo que había encontrado el capitalismo para crecer luego de la última crisis, a fuerza de la expansión del capital ficticio, se ha desgastado. En los últimos años, el gigante asiático ha venido perdiendo aquello que lo colocó en la cima: sus “costos laborales”. Según los especialistas, la masa de población sobrante que albergaba el ámbito rural de aquél país ha comenzado a agotarse. Simultáneamente, en las ciudades, los obreros ocupados fueron incrementando sus luchas. Tras la oleada de huelgas de 2008 contra el cierre de empresas, comenzó en 2010 otra por aumentos salariales. Para 2012 se calculaba que se había duplicado el ingreso promedio de la población urbana respecto a 2007. Como resultado, los salarios chinos fueron incrementándose. Es decir, la ventaja de tener una fuerza de trabajo muy barata comenzó a desvanecerse. Aunque muchas empresas mudaron sus plantas a ciudades donde los obreros se encuentran menos organizados, es probable que allí se replique el movimiento. Sin embargo, este proceso no ha cuajado en una mayor organización de los obreros chinos y por tanto la crisis se ha mantenido en el terreno económico.
Grecia, por su parte, arrastra hace años una crisis económica que la burguesía no puede resolver. La renuncia de Tspiras puso de manifiesto la inviabilidad de una política reformista. Las masas griegas han impedido que pueda realizarse un ajuste de la magnitud necesaria, pero no han logrado constituir una alternativa a la política burguesa.
Medio Oriente es la expresión más aguda de la descomposición capitalista. En Siria e Irak ha quedado al descubierto lo que implica una crisis orgánica en toda su regla: la barbarie misma. La incapacidad de cualquier fracción de la burguesía para garantizar las condiciones de dominación ha conducido a la extinción del Estado como garante de las relaciones sociales generales. Esto se expresa en la aparición de organizaciones militares que ocupan un territorio, expropian las propiedades que cualquier estado capitalista debiera proteger, y se alzan como autoridad política. Allí la clase obrera ha quedado a merced de estos grupos por falta de una organización propia.
La vigencia del socialismo como consigna
Las profundas crisis por las que atraviesan otras regiones del mundo son un espejo del futuro (cercano) que nos espera en el país y en el resto de América Latina. Las muertes que siguen ocurriendo en Chaco por desnutrición y la crisis política en Tucumán, son solo botones de muestra. Fueron dos imágenes que conmovieron a todos. La primera porque (otra vez) expone la miseria en la que está sumergido un sector de la clase obrera. La segunda porque despierta el fantasma del “que se vayan todos”, el famoso cántico de 2001 que volvió a escucharse.
Alguna vez Menen confesó: “Si hubiese dicho lo que iba a hacer, nadie me votaba”. Por eso, los discursos de campaña de los candidatos de la burguesía, aquellos que se quedaron con el 90% de los votos en las PASO, evitan cuidadosamente explicitar el ajuste que preparan. Aunque puertas adentro se discute si el ajuste será gradual o brusco y qué magnitud tendrá.
Mientras tanto, la izquierda se contenta, en el mejor de los casos, con denunciar el ajuste que se viene y plantear algunas medidas cuyo horizonte no es la superación del capitalismo sino ciertas reformas “democráticas” y sociales. ¿Será que también creen que si dicen lo que se proponen nadie los votaría?
Si las condiciones de vida de los obreros chinos y la degradación que ha sufrido la población griega son un espejo de lo que nos espera en el futuro cercano, la desaparición de las experiencias nacionales de Siria e Irak es un posible destino final. El capitalismo ha dado ya todo lo que tenía para ofrecer a la humanidad y su descomposición no puede más que llevar a la barbarie. La única forma de evitar que la burguesía nos conduzca por ese camino es organizándonos para construir otra sociedad. Por eso, la consigna socialista tiene hoy plena vigencia.
La ventaja con la que cuenta Argentina respecto a casi cualquier otra parte del mundo, es el crecimiento que ha tenido la izquierda revolucionaria y la influencia que ha ganado dentro de la clase obrera. Sin embargo, aun actúa como si lo único que pudieran hacer los obreros es defenderse de los ataques de la burguesía y reclamar reformas mezquinas. Es necesario ir más allá. Denunciar que toda la miseria que está a nuestra vista es consecuencia del capitalismo y que solo podremos eliminarla bajo otras relaciones sociales. Explicarle a los trabajadores cuáles son sus opciones: una vida como la de los sirios o una que valga la pena. Socialismo o barbarie.