Para una biblioteca del reformismo criollo

en Revista RyR n˚ 9

Los cirujanos plásticos del capital

El vademécum frente a la crisis es amplio, pero a poco de revisar encontramos que las recetas se repiten. En las siguientes reseñas pasamos revista al diagnóstico y  las soluciones que proponen algunos de nuestros intelectuales «progresistas». Leonardo Grande, Marina Kabat y Juan Kornblitth son investigadores de Razón y Revolución

Sociología del Trabajo y Política de Julio Godio, Atuel, Bs. Aires, 2001.

Reseña de Leonardo Grande Cobián.

Julio Godio es especialista en la historia del movimiento sindical argentino y mundial, sus obras desarrollan un programa de acción política basado en las estrategias del centroizquierdismo europeo de los siglos XIX y XX y del keynesianismo. Su libro más sonado fue La Alianza: Formación y destino, que defendía el programa de dicha coalición. El libro que aquí tomamos en consideración expresa la base teórica de esas posiciones. El mismo presenta un diagnóstico de los males actuales y un recetario para su solución. Propuesta política que nace de los aportes de una disciplina que el autor presenta como la más progresista existente: la Sociología del Trabajo (en adelante SDT), explícitamente ofrecida como superación (en capacidad de comprensión y transformación de la realidad)  del marxismo. El objetivo de esta reseña es demostrar que la lectura de la realidad que ofrece esta disciplina es incorrecta y que sus “recetas de cambio” sostienen un reformismo de neto corte reaccionario.

El Capitalismo nunca muere. La tesis central del libro es que la historia ha demostrado una tendencia genética del capitalismo para autorregenerarse y seguir vivo después de cada crisis. Por medio de la innovación tecnológica aplicada a los procesos de trabajo (en adelante PDT) el capital evita su propia muerte. La SDT entonces se plantea como objetivo encontrar las posibilidades de hacer al capitalismo lo más soportable/“humano” posible ya que su destrucción es inviable. Se ofrece como la postura científica más correcta y progresista, superando al marxismo, cuyo error, dice Godio, es que ve en cada crisis del sistema el momento fatal de su destrucción por medio de un proletariado que toma conciencia y lo transforma. Godio demuestra estar discutiendo con su propia falsa interpretación de la teoría marxista. Marx explica que el capital revoluciona constantemente los medios y procesos de trabajo guiado por la necesidad de aumentar el plusvalor y la tasa de ganancia. Esa revolución constante significa que la relación social dominante, lejos de cambiar de sentido se intensifica cualitativamente (subsunción real). Pero esto no equivale a decir que el capitalismo no tiene fin. Al contrario, la solución capitalista a las crisis capitalistas es necesariamente un aumento de la composición orgánica, lo que lo lleva a nuevas  y más profundas crisis. Y más: Godio se equivoca en el sentido de fatalidad que el marxismo atribuiría al colapso del capitalismo y al pasaje a conciencia para sí. Para el marxismo el capitalismo tiene un límite histórico. El sistema social que lo reemplace será el socialismo siempre que el sujeto social objetivamente capaz de liquidarlo (el proletariado) tome conciencia, se dé un programa y una organización revolucionarios (un partido).

La segunda tesis se funda en el razonamiento que sigue: el capitalismo entró en crisis en 1930 y para aumentar la tasa de ganancia revolucionó el PDT inventando el fordismo, el salario indirecto, la redistribución, el “Estado de Bienestar”. El mundo del fordismo entró en crisis en 1975 y otra vez el capital “autorrevoluciona” el PDT para aumentar la productividad (tasa de explotación). Se consolida desde los ´80 esta “nueva economía”: el cambio de era se provoca con la tercera revolución tecnológica industrial (informática y telecomunicaciones) y la segunda ola de mundialización capitalista de la economía conocida como globalización (la primera data del último tercio del siglo XIX). Pero cuidado, dice Godio: la mundialización de esta economía y el crecimiento económico sin control de los Estados nos puede llevar a “conflictos de clases (proletariado vs. burguesía)” similares a los de fines del siglo XIX y principios del XX, es decir, las políticas neoliberales están arrastrando a la nueva economía hacia el caos económico, social y político. He aquí la segunda tesis y el segundo error de Godio: lo que nos arrastra a las crisis son las leyes de funcionamiento del sistema capitalista, no tal o cual tipo de “modelos de desarrollo” o medidas estatales. Así Godio llama a la gran burguesía mundial a ofrecer un “modelo” de acumulación que no exacerbe las contradicciones con las clases explotadas. El objetivo de las medidas que contrapone es doble: potenciar el crecimiento del capitalismo esquivando sus crisis y evitar la revolución político-social.

Las recetas del reformismo. En primer lugar propone dos medidas contra “el descontrol de los mercados financieros”: el impuesto Tobin a las transacciones financieras mundiales y el no pago de la deuda externa ¿Son medidas progresistas? Con esas medidas pretenden frenar la especulación financiera, considerándola la madre de los problemas. Sin embargo, el problema real es que al no aumentar la tasa de ganancia, los capitales se vuelcan a la especulación: ningún impuesto va a frenar ese fenómeno. En el mismo sentido, el no pago de la deuda no es necesariamente una medida progresista: es producto del temor generado por sucesos como el de Rusia o México que podrían arrastrar todo el sistema en efecto dominó. Con ambas medidas quieren evitar un nuevo 1929 borrando los mecanismos que ponen en peligro la expansión capitalista. La especulación es un síntoma de la crisis real, provocada por la caída de la tasa de ganancia. Las salidas capitalistas -keynesianas o neoliberales- buscan aumentar esa tasa de ganancia: aumentar la extracción de plusvalor de la clase obrera. Para ello es necesario inevitablemente un aumento de la composición orgánica del capital, lo que implica mayor concentración capitalista, mayor explotación, hambre y miseria. La carnadura de toda esta perspectiva se ve en las medidas laborales. Para la SDT el régimen de organización laboral más progresista que ha dado el desarrollo capitalista es el toyotismo porque -contra el autoritarismo del taylorismo, el paternalismo del fordismo y la flexibilización neoliberal- la polivalencia funcional del obrero y la autonomía de los colectivos de trabajo promueven la recuperación obrera del conocimiento laboral y un aumento en el control y gestión obrero del PDT. En números anteriores de esta misma revista demostramos que polivalencia significa más tareas para un mismo trabajador (aumento de la explotación), que aumento de las capacidades no significa aumento del conocimiento del PDT sino la realización de más tareas simplificadas por la evolución tecnológica y que “aumento de la gestión obrera de la producción” no es más que la asignación de tareas superfluas de control de calidad o de supervisión de los compañeros de trabajo. Esta opción por el toyotismo no sólo apunta a ofrecer una salida empresarial óptima a la burguesía sino que también va dirigida a la clase obrera como programa político a defender. Para la SDT los sindicatos deben tener participación activa en la gestión de las empresas, luchando por las PyMES, las cooperativas, la reducción de la jornada con la meta del “mantenimiento de los niveles de productividad y rentabilidad” y “sin afectar la competitividad”, o sea, ¡garantizando la explotación!

El planteo laboral del autor surge de la matriz de pensamiento originaria de la SDT, que aglutina a todas las disciplinas que estudian el mundo del trabajo para buscar implementar aquellas reformas que permitan hacer el trabajo más humano, más deseable. Esa búsqueda está en sus orígenes mismos: la sociología industrial norteamericana de los años ‘40 estudiaba cómo resolver los problemas socio y psicológicos que las nuevas tecnologías generaban a los trabajadores. ¿Para denunciar y erradicar la explotación capitalista? No. Para que los trabajadores se adaptaran de la mejor manera posible a las innovaciones tecnológicas que permitían una mayor productividad. Ahora bien, si la ciencia estudia los conflictos surgidos del PDT para solucionarlos dentro del marco capitalista, al hacer el trabajo más humano sólo reduce los efectos visibles de la explotación y la hace deseable a los ojos del explotado.

Cirujanos Plásticos o Sepultureros del capital. El Foro Social Mundial, la Alianza, la CTA y la CCC, el Frenapo, la Iglesia, los Consejos Consultivos, las Multisectoriales, el stalinismo resucitado del PC y sus aliados de IU, pregonan la resistencia contra el neoliberalismo y el capital financiero renunciando a luchar y organizarse contra el sistema capitalista. Son ecos de los análisis de disciplinas como la SDT. Siguen proponiendo regulación estatal y gobierno en conjunto con la burguesía (sindicatos pro patronales, gobiernos de unidad) en medio de una crisis de dominación burguesa. Piden distribución de la riqueza y salarios de miseria sólo para jefes de familia cuando el capital expropia hasta a los ahorristas privados. Aplauden al movimiento piquetero mientras marcha contra la pobreza y lo atacan cuando lucha y se organiza para voltear gobiernos. Piden elecciones ya cuando el pueblo exige que se vayan todos. Rezan el credo de la burguesía industrial nacional, toyotismo, cooperativas y Pymes mientras Zanón y Brukman dan ejemplo de Control Obrero de la producción. Siguen interpelando a la burguesía cuando todo su arsenal de salidas a la crisis capitalista se ha agotado y no ofrece más que la masiva destrucción de fuerzas productivas: Afganistán, Colombia, Palestina, la destrucción de la ecología.

Ahora bien, ese programa no es reaccionario porque sea reformista. El reformismo puede ser progresivo en cierto momento. Sin embargo, el año de edición de la obra de Godio coincide con el de la expresión más cruda de las contradicciones insalvables del sistema en su país. No sólo la crisis mundial del capitalismo se desenvuelve al máximo, sino que las solucio-nes reformistas que ya habían demostrado su fracaso en 1873, 1890, y 1975 vuelven a demos-trarlo ahora ¡y el caso más claro es la Argentina en la que escribe y estudia Godio! En contra de los Godio, el marxismo vive. El Capital explica mejor el actual grado de desarrollo del capita-lismo que el de su época de edición. La globalización renueva la tesis de Lenin sobre el eslabón más débil y la de Trotsky sobre la revolución mundial permanente. Mientras Godio escribe, la Alianza fracasa. El progresismo transitorio de la CTA y la CCC decide evitar dar el paso hacia la ofensiva contra el régimen burgués en el preciso momento que este es barrido por la acción de las masas. El régimen social capitalista -se gestione como se gestione- es el origen de todos nuestros males y se encuentra en una crisis profunda. Pero no ha de caer sólo, fatalmente. La tarea actual no es reformarlo ni humanizarlo. La tarea de los intelectuales no es buscar formas de hacerlo más soportable para los que lo sufrimos. Nuestra tarea es encontrar las formas de superarlo. Si no ha de caer sólo, alguien debe empujarlo y luego sentar otro régimen social. Ese sujeto revolucionario sigue siendo la clase obrera, que en Argentina ha desarrollado un embrión de dirección y organización política revolucionarios: el Bloque Piquetero Nacional. Si ese sujeto y ese embrión no se fortalecen, crecen y se desarrollan, no hay futuro deseable: Marxismo o Sociología del Trabajo y otros, Bloque Piquetero o Frenapo y cía; Revolución o Reforma, Socialismo o Barbarie.

Los nuevos ropajes del desarrollismo

A propósito de Modos de Regulación, regímenes de acumulación y sus crisis en la Argentina (1880-1996): una contribución a su estudio desde la teoría de la regulación, de Julio C. Neffa, Bs. Aires, EUDEBA, PIETTE CONICET, 1998.

Reseña de Marina Kabat.

A lo largo de su trayectoria académica Julio Neffa se ha dedicado a divulgar la teoría de la regulación. En el libro que analizamos nos ofrece una visión del último siglo de historia argentina desde esta perspectiva teórica, a su juicio todavía poco difundida en nuestro país. Sin embargo, este marco teórico es utilizado aquí para fundamentar ideas ancladas hace mucho tiempo en el sentido común académico. Nos referimos a la concepción desarrollista que, en este caso y merced a los aportes de la teoría de la regulación, añade un interés por la organización del trabajo y la tecnología: una vez más el perimido relato desarrollista, apenas remozado mediante el uso de nuevas denominaciones. Consecuentemente, se superponen en el libro las antiguas categorías de esa corriente tales como modos de desarrollo (hacia fuera y hacia dentro), modelo agroexportador e industrialización por sustitución de importaciones (en adelante ISI), con los conceptos regulacionistas de régimen de acumulación y modo de regulación.

Neffa divide el período estudiado en cinco etapas e intenta analizarlas a partir de los conceptos regulacionistas de régimen de acumulación (esquemas o modelos de crecimiento económico, básicamente las condiciones de producción y venta), modos de regulación (acuerdos, instituciones y regulaciones sociales) y el modelo de desarrollo (la articulación de los anteriores en cada contexto histórico particular). El primer período (1880-1930), es denominado “modelo de desarrollo agroexportador o de crecimiento hacia afuera”, caracterizándolo por un régimen de acumulación extensivo. En este último el aumento de la producción se obtendría mediante el incremento del número de trabajadores o la superficie cultivada y no por la introducción de maquinaria o cambios en la organización del trabajo. La vieja noción de renta diferencial[1] definida como una ganancia extraordinaria basada en la excepcional fertilidad de la pampa argentina es reimpulsada ahora como una de las especificidades de los regímenes y modos de acumulación del país: sólo cambian las denominaciones, mientras que la matriz de pensamiento permanece intacta, al igual que sus errores. La idea de un crecimiento económico extensivo basado simplemente en el usufructo, sin mayor esfuerzo ni inversión, de las bondades de la llanura pampeana cae ante la evidencia de la temprana incorporación de maquinarias en el agro argentino.[2] El desconocimiento de esta evidencia resulta de por sí grave, mucho más en el caso de la obra de Neffa porque falla en un tema (la tecnología) que se supone central dentro de su propio marco teórico.

El mismo problema se repite en relación con la industria: también aquí el autor realiza afirmaciones sin ningún sustento empírico: según él, la industria de esta etapa es básicamente artesanal y con una baja división social del trabajo, lo que concordaría con la caracterización del período como régimen de acumulación extensiva. Ninguna cita o referencia bibliográfica respalda esta tesis. Nos sorprende que a pesar del interés que estos aspectos revisten desde su propia teoría, el autor o sus colaboradores no los hayan explorado siquiera a un nivel general. De haberlo hecho, hubieran descubierto que la industria en esta época dista de ser artesanal, que entre 1880 y 1930 operan importantes transformaciones dadas por el aumento de la división del trabajo y la mecanización de tareas.[3] De este modo, tanto en el agro como en las actividades manufactureras la caracterización de este período como etapa de acumulación extensiva se desmorona ante la contrastación empírica.

Este desinterés por la investigación nos confirma que Neffa da por ciertas todas las tesis desarrollistas y se limita a conceptualizarlas desde la teoría de la regulación. Se prescinde por ello de la investigación, limitándose a volcar lo expresado por los autores desarrollistas, citados en abundancia, en los moldes de la teoría de la regulación que puede expresarlo más claramente. Así el trabajo de reinterpretación o traducción prima por sobre la labor científica.

Durante el segundo período (1930-1952), caracterizado como un régimen de acumulación extensivo, el proceso de ISI entraría en una segunda etapa, observándose una transferencia de la renta agraria a favor del sector industrial. Los cambios centrales en esta etapa operarían en el modo de regulación (nuevas instituciones, leyes y acuerdos sociales): un aumento de la actividad regulatoria del estado desde los 30’ y luego, durante el peronismo, una regulación salarial que beneficiaba a los obreros. En cambio, a partir de 1953 encontraríamos un régimen de acumulación parcialmente intensivo. Este pasaje se iniciaría durante el segundo gobierno de Perón, cuando las dificultades económicas que enfrentaba el país habrían planteado la necesidad de modificar el modo de regulación para adoptar un régimen de acumulación intensivo. Es decir que la acumulación del capital requería modificar la relación salarial (en detrimento de los trabajadores), disminuir el poder sindical en el lugar de trabajo y reducir los costos de la política social peronista, todo esto en beneficio de la “economía argentina”. Neffa considera que desde 1953 habría un intento de generar un nuevo consenso para redefinir estas formas institucionales, plasmado en una serie de congresos entre los que resalta el de la Productividad y Bienestar Social. De este modo, el golpe militar que se produce sólo dos meses después de este evento interrumpiría este proceso tendiente a una concertación. Nuevamente  su base empírica resulta insuficiente para avalar estas hipótesis, hecho agravado por la parcialidad de las fuentes consultadas. Neffa no aporta datos nuevos a excepción de algunos detalles sobre el funcionamiento del Instituto Argentino de Dirigentes de Personal y del Instituto Argentino de Relaciones Industriales, “dinámico y lúcido grupo” ligado a la central empresaria CGE, donde  parece hallar su propio correlato histórico. Extrañamente, no encontramos mención o referencia alguna a fuentes claves para comprender estos procesos, especialmente llama la atención la ausencia de toda fuente sindical.

Asimismo, el autor desconoce el carácter conflictivo del Congreso de la Productividad donde existieron serias dificultades para acordar un documento final. Además los informes de las comisiones incluían despachos en minoría y propuestas contradictorias entre sí. Los sindicatos opusieron a cada reclamo patronal una demanda obrera y mantuvieron la estrategia de desvincular el problema de la productividad de la fuerza de trabajo, colocándolo bajo la responsabilidad empresaria.[4] En un tema central como el ausentismo no se logró ninguna resolución concreta, y temas como el poder de los delegados o las comisiones internas ni siquiera pudieron plantearse en el Congreso. Pero si esta actitud de la CGT era un escollo para los planes del gobierno y los empresarios, la mayor dificultad para lograr un consenso era, como ya señalaron Rafael Bitrán y Daniel James, la resistencia de los trabajadores en las fábricas y talleres. Por todo esto el congreso es considerado un fracaso. No es casual que unos meses después los militares desplazaran a Perón del poder. De este modo, el golpe del ´55 no trunca la discusión, sino que la resuelve.[5]

 Entre 1953 y 1989 se desarrollaría la transición hacia un régimen de acumulación in-tensivo. Este régimen de acumulación “parcialmente intensivo” no sería fordista debido a la au-sencia de consumo masivo. Un primer subperíodo (1953-76) estaría signado por el arribo de las empresas transnacionales en lo que Neffa denomina la tercer fase de la ISI. La cuarta de estas fases, ubicada entre 1976-1989, marcaría el agotamiento de este modelo de industrialización.

El año 1989 tiene lugar la crisis de un modo de desarrollo y la emergencia de un nuevo régimen de acumulación, el primero de tipo intensivo en el país. La hipótesis central del libro plantea que entre 1989 y 1996, fundamentalmente a partir del diseño del plan de convertibilidad, nos hallamos ante el nacimiento de un nuevo régimen de acumulación. La inquietud del autor al momento de escribir su libro se centra en la estabilidad de ese nuevo régimen extremadamente joven y la posibilidad de crear un marco institucional coherente con el mismo. Parece ser de su mayor interés el surgimiento de un “modo de regulación” (leyes, instituciones y acuerdos sociales) que se corresponda con el nuevo régimen de acumulación y tienda a estabilizarlo. Su meta era lograr un consenso frente a los cambios, que se tornaba más necesario a la luz de “los costos sociales” del plan de convertibilidad.

A nuestro juicio esta obra brinda una descripción superficial y errónea de la realidad. La mayoría de sus afirmaciones carece de una base empírica que las fundamente. La distinción entre regímenes de acumulación intensivos y extensivos es engañosa y se fundamenta en el desconocimiento de la forma en que se organiza la producción en el país: como ya señalamos, ni siquiera en el primer período estudiado se puede hablar de crecimiento extensivo. La forma en que este autor presenta la historia no hace más que ocultar el temprano y profundo desarrollo capitalista de la Argentina. De la misma forma presenta las crisis que experimenta el capitalismo argentino como crisis de los modos de desarrollo, de regulación, etc..

Si pensáramos la situación actual desde la perspectiva defendida por Julio Neffa, podríamos decir que en estos momentos se debate el futuro régimen de acumulación: se trata de la controversia entre una nueva convertibilidad, la dolarización de la economía, o un retorno a la protección económica y el modelo ISI. En cualquier caso, Neffa puntualizaría, que es central llegar a un acuerdo social sobre el rumbo económico y crear las instituciones acordes que lo regulen y le otorguen estabilidad. Para nosotros, en cambio, se trata de una crisis de un sistema social, del capitalismo, por lo que no basta con modificar el régimen o el modo que adopta ese sistema, sino que se debe transformar el sistema mismo. Por lo tanto todo intento de consensuar, regular o estabilizar alguna de las soluciones que la burguesía presenta a la crisis se constituye en un freno para esa transformación.    

Humanizando al capital

Comentario sobre ¿Globalización o Mundialización? Teoría y práctica de procesos productivos y asimetrías de género de Martha Roldán, Eudeba, Bs. As., 2000.

Reseña de Juan Kornblihtt.

¿Puede considerarse humana la situación actual del mundo? Con los índices de pobreza, la desocupación, las guerras, afirmarlo sería criminal. A partir de esta evidencia, Martha Roldán estructura su libro para discutir contra quienes sí lo afirman: los neoliberales. La autora considera que estos intelectuales han fracasado por su incapacidad de lograr un desarrollo con rostro humano. La “globalización” es para ella un concepto perimido porque esconde el carácter histórico del proceso de expansión del capital y no da cuenta de los problemas generados. Por lo tanto lo reemplaza por la idea de “mundialización” que implica una forma histórica del capitalismo que no es ventajosa. Roldán, entonces, se plantea la necesidad de encontrar otra forma de desarrollo económico: “Un desarrollo concebido como dinámica de construcción de contextos que garanticen el ejercicio de los derechos económicos, sociales, civiles y políticos como dimensiones indivisibles de los derechos humanos” (p. 11). Una fraseología que da cuenta del ideal de un crecimiento con equidad, de un desarrollo sustentable. La búsqueda de una humanización dentro del capitalismo. Es decir que discutirá con los neoliberales para demostrar que no hay un proceso de humanización en los últimos años, pero a la vez tratará de justificar la posibilidad de lograrlo sin necesidad de transformar las relaciones sociales de producción.

La autora emprende el debate general sobre si hay o no humanización desde el estudio de los procesos productivos en una fábrica autopartista argentina durante el período 1960-1990.Pero antes de abordar la problemática desde el estudio empírico, Roldán presenta su bagaje teórico. Ya en esas páginas se ven los indicios de los problemas que tendrá la autora a la hora de sacar las conclusiones de su investigación. Roldán se acerca al problema de los procesos productivos a partir de las categorías fordismo, toyotismo, ohnismo y una serie más de “ismos”. Estos conceptos son utilizadas por la autora para mostrar distintas etapas de estructuración del proceso productivo que se corresponden a distintas etapas de la evolución del capitalismo. El primer problema de estas categorías se encuentra a la hora de entender qué es lo que describen. ¿Por qué? Porque se trata de categorías construidas por acumulación de datos topográficos y no de una comprensión de la lógica profunda de los cambios en los procesos productivos dentro de una fábrica. Para diferenciar a cada uno de los “ismos”, Roldán, al igual que todos los que utilizan esta categoría, se preocupa por buscar los rasgos comunes, es decir hace una construcción típico ideal weberiana. La principal diferencia que observa entre el taylorismo y el toyotismo está en la división del trabajo. Entonces, taylorismo serían todos los modelos en los que hay división del trabajo estática (cada obrero se especializa en una sección), mientras que el toyotismo sería la categoría que agrupa todas la fábricas donde se abandona este mecanismo en favor de la polivalencia y el trabajo en grupo. Pero observar esos cambios no da cuenta de sí se produce o no una transformación del proceso de trabajo real de producción. Analiza los cambios organizativos sin tener en cuenta la transformación en la maquinaria. Entonces para construir su modelo ve si hay o no coincidencias en distintas fábrica: si hay o no línea de montaje, cómo se da el control (si hay o no capataz), la forma en qué se comercializa la producción. Y allí empiezan algunos problemas, porque ¿cuándo hay toyotismo?. ¿Cuándo se abandona la línea de montaje?, ¿cuándo se comienza a trabajar en grupos? o ¿cuándo desaparece el capataz?

Por el contrario, para poder dar cuenta del proceso real de transformación hay que entender la lógica de desarrollo y cambio del proceso productivo de casos particulares y así construir categorías que den cuenta de la realidad profunda y no de rasgos superficiales comunes. Ese el método utilizado por Marx que observa la lógica del desarrollo de la producción a partir del estudio de diferentes ramas de la producción.[6] Una lógica que como demuestra Marx es regida por la ley del valor que obliga a las empresas a reemplazar constantemente mano de obra por máquinas para así ganar y sobrevivir en la competencia intercapitalista. En este proceso,  plantea Marx, se producen distintas etapas de subsunción del obrero al capital, etapas que se rigen por el grado de objetivación del trabajo (o sea la mecanización).[7]

En Argfilsa, Roldán observa cómo se pasa de una organización que llama taylorista (basada en una fuerte división del trabajo, la presencia de grandes stock y control a manos de capataces) a un modelo que se basa en trabajo en equipos (ya no en una división del trabajo estática) y en el abandono de los grandes stocks reemplazados por una producción que se ajusta exclusivamente a la demanda. Sólo compran materia prima y trabajan cuando tienen un pedido. Por adaptarse a esta situación, los trabajadores tienen horas libres en las que dejan su lugar fijo de trabajo (por ejemplo limpian cuando no hay producción) y en otros momentos cuando hay demanda, al no tener stock previo listo, deben trabajar en muchas secciones para así responder en forma veloz. Situación que se profundiza ya que como hay menos empleados por la crisis, un trabajador debe cumplir las tareas de varios. Este modelo es considerado como hibridización argentina del toyotismo. Este pasaje de un modelo a otro no se da de forma lineal sino por etapas que van abarcando distintas secciones y que comienza por donde hay trabajo femenino. En este punto la autora introduce el análisis de la cuestión de género en el trabajo. Problema que no trataremos aquí.

La autora desarrolló una investigación rigurosa y con una cuidadosa reconstrucción del proceso de trabajo. Pero como señalamos los problemas están a la hora de interpretar los datos empíricos. Abordaremos las dos problemáticas (de las muchas que trata el libro) que consideramos centrales para entender las conclusiones sobre humanización que obtiene Roldán desde el caso Argfilsa. A partir de la observación de cómo se trabaja en la fábrica hay desarrollados extensos debates sobre si se produce o no humanización en su interior. Centrado en las condiciones laborales, ese debate transita también por si se reconocen o no los saberes de los trabajadores (que se dan a llamar competencias) y por si el obrero controla o no su trabajo. Lo que estos autores se están preguntando es si el hombre se convierte en máquina o si conserva su carácter humano. Supuestamente si el obrero usa más saberes propios en la fábrica y tiene más poder de decisión sobre lo que hace sería más humano y si eso no ocurre sería más máquina. Esta concepción de humanización parte de reconstruir el carácter humano del obrero a partir del individuo en sí mismo sin ver su inserción en una clase y un contexto de relaciones sociales de producción particulares. Roldán usa un concepto de humanización ahistórico y analiza las bondades o no de un forma organizativa, sin tener en cuenta que, por ejemplo, un proceso de producción más eficiente puede servir para aumentar la explotación en el capitalismo, pero ser fuente de bienes de uso para distribuir en el socialismo.

Cuando observa estas problemáticas al interior de la fábrica, la autora se pregunta si sus obreros con los cambios organizacionales utilizan más saberes que antes de estos cambios. En caso del modelo JAT o toyotismo, a simple vista, la necesidad de cumplir ya no sólo con una tarea, sino con varias implicaría que sí. Pero son los datos descriptos por Roldán los que demuestran que no. La multiplicidad de tareas realizadas por los obreros se trata acciones simples. Roldán, como ya se mostró, sólo observa los rasgos superficiales, deja de lado que la lógica capitalista obliga a la mecanización y por lo tanto a la simplificación del trabajo. Y tener en cuenta ese dato es central ya que como afirmamos, el obrero puede hacer muchas tareas  porque se tratan de funciones mecanizadas y simplificadas. Es decir el abandono de la división de trabajo estática no significa que el proceso de subsunción del obrero al capital y de objetivación del trabajo esté detenido. sino que se profundiza asumiendo nuevas formas que no necesariamente se basan en la división del trabajo.[8]

El siguiente punto es sobre el grado de control obrero sobre sus acciones. Womack, un exponente del neoliberalismo citado por Roldán, plantea que el trabajo en equipo implica que los obreros deban tomar decisiones por su cuenta, lo que humanizaría al trabajo . Con sus datos empíricos Roldán demuestra que este mayor control obrero es falso. Los equipos funcionan bajo la apariencia de mayor decisión, pero en la práctica es el capitalista el que determina los ritmos de producción y las tareas a realizar. Esta conclusión es la que le permite a Roldán afirmar que no se dio humanización en Argfilsa.

Al discutir sobre la humanización en los mismos términos que los neoliberales, Roldán cae en errores. Gracias a su investigación empírica la autora ve como no se produce un mayor control obrero sobre la producción. Lo que le permite asegurar que el proceso de mundialización y sus consecuencias en la Argentina (hibridización de los modelos) no traen humanización. Pero su teoría de la humanización deja de lado en qué modo de producción está inserto el obrero. Se preocupa por si tienen o no más control sobre la producción en una organización laboral específica. Demuestra que en Argfilsa no ocurre, pero deja abierta la puerta para que sí ocurra en otro contexto capitalista: “El ejemplo de la planta Volvo, en Uddevalla, muestra que la transformación de la organización del trabajo desde una perspectiva orgánica y holística, en un avance hacia su ‘humanización’, es una experiencia viable” (p. 317).

Roldán no ve entonces que en el capitalismo siempre es el propietario de los medios de producción, condicionado por la lógica del modo de producción, el que decide qué se produce, cuánto y a qué ritmo y cuándo cambiar una maquinaria. Lógica que, para sobrevivir en la lucha intercapitalista, lo obliga a explotar más y más y a degradar las condiciones de vida de la clase obrera. El obrero se opone y lucha (con mayor o menor fortuna) para frenar el aumento de la explotación. Pero no encontrará salida si busca un capitalismo con rostro humano, imposible de lograr, sino sólo con la destrucción del modo de producción vigente. Para así poder construir una sociedad que libere el desarrollo de las fuerzas productivas para que haya alimentos para todos y, por qué no, llegar hasta la abolición de la necesidad de trabajar y así sí poder liberar todas sus capacidades como homo sapiens.


Notas

[1] Hemos criticado el uso de este concepto en “Los chacareros y la renta diferencial” en RyR nº 6, otoño de 2000.

[2] Dentro de la abundante bibliografía al respecto puede consultarse en el nº 6 de RyR, a Sartelli, E.: “Procesos de trabajo y desarrollo capitalista en la agricultura”.

[3] Al respecto véanse nuestros trabajos en este mismo número.

[4] En este punto coincidimos con el análisis de Bitrán, Rafael: El Congreso de la Productividad. La reconversión económica durante el segundo gobierno peronista. Bs. Aires, El Bloque Editorial, 1994.

[5] Bitrán, op. cit. y James, Daniel: “Racionalización y respuesta de la clase obrera: contexto y limitaciones de la actividad gremial en la Argentina”, en Torre (comp.): La formación del sindicalismo peronista, Bs. As., Legasa, 1988.

[6] Marx,  K.: Progreso técnico y desarrollo capitalista, México, Pasado y Presente, 1982.

[7] Para ver la vigencia de esta interpretación Sartelli, E.: Procesos de trabajo y desarrollo capitalista en la agricultura. La región pampeana, 1870-1940.”, en Razón y Revolución nº 6, otoño 2000, Bs. As.; Sartelli, E.:“Para comer una hamburguesa” en Razón y Revolución nº 7, verano de 2001, Bs. As. y Kabat, M: “Lo que vendrá”, en Razón y Revolución nº 7 verano de 2001, Bs. As..

[8] Ver Kabat. M. op. cit.

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