NENAS, BARBIE Y LA BATALLA DE LOS SEXOS

en Revista RyR n˚ 2

«Babes, Barbie and the Battle of the Sexes», tomado de Socialist Review, nro. 185, abril de 1995. Traducido por Sergio Sapkus.

Por Lindsey German

     Me gusta mi pelo como me gustan mis hombres -muy atractivos y fácilmente cambiables» es el slogan de una propaganda actual de shampoo. Con él los anunciantes piensan atraer a muchas mujeres. Y probablemente acierten. Es común ahora escuchar este tipo de ideas, aun en boca de mujeres socialistas. Otras, en la misma vertiente siguen estas líneas. «Al menos Madonna es una mujer que tiene control sobre sí misma». «Si empujás duro y persistentemente podés abrir tu propio camino.» Si un tipo hace un chiste acerca del modo en que me veo, allí mismo hago un chiste acerca del tamaño de su culo». «Yo controlo mi propia vida sexual.»

            Una revolución sexual ha tenido lugar en la vida de muchas mujeres. Imágenes, actitudes y temas de discusión que hoy día son lugar común hubieran sido inimaginables para la misma gente sólo cuarenta años atrás.

            Sin embargo, a veces parece que la demanda de liberación sexual -que jugó un rol importante en la radicalización de los sesenta- ha quedado cabeza abajo. Es como si el sexismo hubiera sido rehabilitado haciéndose pasar por liberación sexual.

            Así, la liberación sexual es simbolizada por el póster de Demi Moore encima de Michael Douglas en todas las paradas de micro. La demanda de igualdad para las mujeres se supone que se encuentra en la transformación de las mujeres y de los hombres en objetos sexuales -el Club 18’30 anuncia sus fiestas con la figura de un hombre en abultados calzoncillos mientras los «chippendales» arrastran apiñados grupos de mujeres a sus shows.

            El slogan «quema tu corpiño» -siempre más popular en los medios que entre las mujeres comunes, pero no obstante símbolo de un intento por liberarse de las restrictivas prendas diseñadas para ser llevadas por los cuerpos de las mujeres en un estilo determinado- ha sido superado. Ahora tenemos el «Corpiño Maravilloso»[1] -ideado por una mujer y supuestamente un signo no de opresión de la mujer sino de agresividad y autocontrol.

            Lo que subyace a todo esto es que la opresión de las mujeres ya no es un tema que nos tenga que preocupar. Las mujeres pueden competir en iguales términos con los hombres. Ya no tendrán que ser sumisas sexualmente. La suerte que le toque en este mundo depende ahora de su actitud personal, su estilo de vida y su trabajo. Es evidente que en muchas áreas se están volviendo tan exitosas que es el sexo tradicionalmente dominante -los hombres- el que está bajo amenaza (Michael Douglas ha conquistado el mercado con películas que enfatizan este punto de vista).

            La idea de que la desigualdad puede ser vencida con una verdadera mixtura de confianza y agresividad se encuentra fuertemente reforzada por algunas de las nuevas jóvenes escritoras posfeministas. Katie Roiphe se hizo de un nombre con el libro La mañana después[2], en el que argumenta que la violación en citas (violación entre personas conocidas) fue un invento de la imaginación feminista. La consideración de Roiphe acerca de que «hay un área gris en la cual lo que para uno es una violación para otro puede ser una mala noche», constituye un ataque todos los esfuerzos de los años 60 y 70 por reclamar que las mujeres no fueran tratadas como objetos sexuales en los casos de violación.

            Solamente después de mucho debate y lucha se volvió inaceptable para los jueces, la policía y los medios condenar a una mujer víctima de una violación a causa de su vestimenta, su vida social o su historia sexual. La decisión de mantener el anonimato en las demandas judiciales fue un reconocimiento de que las mujeres no hacían usualmente falsas declaraciones de violación sino que, por el contrario, estaban frecuentemente demasiado angustiadas para hacer cualquier tipo de denuncia.

            Visualizar a las mujeres como víctimas está, sin embargo, definitivamente fuera de moda para las posfeministas. Roiphe siente que el tema de la violación es usado como un «llamado a las armas» para las feministas y que ese tema, como el del acoso sexual, es demasiado exagerado. Comprarse un vestido nuevo, ponerse algún lápiz labial y animarse, parece ser el mensaje general.

            Naomi Wolf -más feminista que Katie Roiphe- también cree que nadie ayudará a una mujer que no se ayuda a sí misma. En Fuego con fuego[3] sostiene que las mujeres necesitan mostrar su fuerza y si son lo suficientemente fuertes, pueden ganar la igualdad. Habla del «terremoto de género» y de abrazar el «poder feminista». Para ella esto significa «Aprender de madonna, Spike Lee y Bill Cosby: si no te gusta la imagen de tu grupo en los medios, decide sobre otra imagen y aprovecha los medios para producirla.»

            Wolf siente que «las mujeres merecen sentir que las cualidades de estrellas y reinas, de sensualidad y belleza, pueden ser suyas.» Quizás no sea sorprendente que una de sus mayores heroínas del poder feminista sea la princesa Diana.

            Resumiendo, las imágenes de agresividad y sexualidad predatoria de las mujeres y la noción de que ellas se están volviendo tan poderosas como los hombres significa que la lucha colectiva es cosa del pasado. Ya no necesitamos conflictos sociales. Sólo ensalzar la identidad y la diferencia -o, como es común decir, hacer la tuya.

            Esta es la liberación de las mujeres vista desde el privilegiado confort de la clase media alta: un mundo de escuelas de élite y universidades, acceso a los medios y tours de conferencias coronadas por altas remuneraciones. Desapareció del análisis cualquier evaluación real del mundo tal como es confrontado por millones de mujeres. Sin embargo, muchas socialistas y feministas que no provienen de ambientes privilegiados también han aceptado algunas de estas posturas y prefieren ver la liberación femenina más relacionada con cambios en los estilos de vida y confianza en un mundo donde los grandes cambios sociales parecen estar muy lejos.

            Aquí la sexualidad se ha convertido en algo desgajado de la sociedad. La revolución sexual no se relaciona entonces con una sociedad más igualitaria y más justa, o con una transformación completa de las actitudes y los valores sociales. En realidad, tiene que ver más con que las mujeres se están volviendo cada vez más parecidas a los hombres, aceptando todas las desigualdades que existen en las relaciones sexuales, pero esta vez asegurándose de estar arriba.

            En las actitudes sexuales como en tantas otras vemos los límites de una liberación femenina que no desafiará las desigualdades fundamentales de una sociedad cuya mayor división es la de las clases.

            Y, por supuesto, este tipo de poder feminista no puede enfrentar en forma real ninguno de los ataques a los derechos de la mujer que, en los 80 y comienzos de los 90, han venido desde sectores de derecha. En cambio, su respuesta la «reacción» evidente contra los derechos de la mujer, es poner más mujeres en posiciones de poder.

            Pero el revestir de poder a mujeres fuertes como única posible oposición a la mirada retrógrada y a la reacción machista es interpretar equivocadamente tanto la situación real de las mujeres hoy como cualquier estrategia de liberación. También lleva a una sobreestimación de la reacción y, en consecuencia, a una tendencia a poner énfasis en las soluciones individuales a la opresión de la mujer, actitud tan apreciada por las posfeministas.

            En Estados Unidos ha habido en los últimos años una ofensiva contra algunas de las conquistas de la liberación femenina. El clima general que ha llevado a recortes en los salarios reales, a masivos gastos públicos en nuevas prisiones y negado a millones de personas todo beneficio social real, ha tenido su impacto en la posición de las mujeres. Las madres solteras -especialmente las jóvenes mujeres negras- han sido convertidas en chivos expiatorios, presentándolas como «las reinas del bienestar».

            El artero ataque contra lo que se llamaba «políticamente correcto» y el movimiento contra la acción afirmativa (discriminación positiva) reflejan los intentos de los hombres blancos de clase media -a menudo bloqueados por mujeres profesionales que sostienen que ellas pueden «hacerlo a su modo»- de volver atrás las muy limitadas concesiones que negros y mujeres ganaron en los 60 y 70. En muchos casos de violación recientes parece haber nuevamente dos víctimas igualmente sufrientes: la acusadora y el acusado.

            Pero no volvimos a los 50. Puede estar de moda llamar «nenas» a las mujeres y las Barbies pueden ser tomadas como un sorprendente retroceso en cuanto a modelo de rol para algunas mujeres. Pero no es esa la situación en que se encuentra la mayoría, ni es esa la manera en que se ven a sí mismas. El comportamiento de los «nuevos varones» es quizás uno de los rasgos menos sabrosos de los 90 (el viejo sexismo pasado de moda disfrazado de ironía indiferente), pero no tuvo como resultado que las mujeres se vieran empujadas dentro del hogar como los peores fanáticos quisieran.

            Al contrario, las mujeres participan en el mercado de trabajo en un número sin precedentes, constituyendo cerca de la mitad de la fuerza laboral en Gran Bretaña y más de la mitad en EEUU. Ellas son las nuevas trabajadoras flexibles elogiadas en la prensa. La tasa de desempleo para las mujeres en Gran Bretaña representa la mitad de la de los hombres -mostrando que el capitalismo puede ser un sistema de explotación pero no necesariamente en favor de los hombres.

            Aunque los salarios femeninos son sustancialmente más bajos que los de los hombres tomados globalmente, ha habido una reducción de la brecha en algunas áreas y, para la capa de mujeres profesionales que ocupan cargos directivos, el incremento en los ingresos ha sido francamente dramático.

            En verdad, el crecimiento de ese estrato de mujeres ha sido uno de los desarrollos más notables de los 80 y los 90. En 1991 en EEUU hubo 2.300.000 mujeres con ingresos personales por encima de los $50.000 al año. Alrededor del 7% de las mujeres de ascendencia hispánica, del 7,4% de las negras y del 11,9% de las blancas ocuparon cargos ejecutivos o gerenciales. Mientras que a inicios de los 70 menos del 5% de los cargos de jefatura de empresa estaba ocupado por mujeres, para la mitad de los ochenta, trepó al 40%

            El cambio de rol de las mujeres -en el trabajo, con acceso a nuevos cargos y a una alta educación- ha alterado las actitudes sociales. Se aprecia más notablemente en lo que respecta al aborto, donde una gran mayoría de mujeres favoreció el derecho de elección. Aún el ala derecha de los republicanos es refractaria a iniciar un ataque frontal a los derechos de aborto porque tienen miedo a que esta medida sea electoralmente impopular. El «Contrato con América» con el cual los republicanos pelearon el año pasado en las elecciones de mitad de período guardó un conspicuo silencio sobre el aborto.

            Los intentos de volver atrás el reloj para las mujeres siempre encontraron viva oposición a causa del cambio en su rol político. Aun las tan difamadas madres solteras se han resistido a aceptar los ataques a las ayudas sociales sin lucha. Muchas mujeres no ven por qué tienen que convivir con un tratamiento no igualitario, con comentarios sexistas o haber tenido que elegir entre trabajar y tener hijos.

            Hasta las películas y programas de televisión reflejan este cambio. Ya sea desagradable Disclousure o la vigorizante Thelma and Louise, las mujeres están mucho más preparadas para ocupar el rol dado como seres independientes. Las condiciones materiales en las cuales las mujeres se encuentran tienen un impacto incomparablemente mayor que las posturas reaccionarias alrededor del hogar y la familia que los sectores de derecha reiteran constantemente.

            Pero lo que la «reacción» es capaz de hacer es crear un clima ideológico más desfavorable. Los problemas de la mujer devienen de sus propias fallas. Si la carga de la familia es tan grande, entonces hay solamente soluciones individuales. Si los gastos sociales están en la mira, entonces a las mujeres no les queda más recurso que aceptar mayores responsabilidades en el hogar tanto como salir a trabajar.

            Por consiguiente, en los 90 se ha producido una extraña combinación de aseveraciones de igualdad y un mayor igualitarismo para millones de mujeres, acompañado con un giro a la derecha por quienes desde el gobierno, los medios y otras posiciones de poder culpabilizan a las víctimas y ejercen más presión sobre los individuos.

            ¿Qué es lo que realmente está pasando? A lo largo de los últimos veinte o treinta años, mayores igualdades reales se han desarrollado para las mujeres -ya sea en salarios, mayores posibilidades de empleo o reformas legales. A lo largo del mismo período se ha logrado también una mayor aceptación general de la igualdad de las mujeres.

            Pero ha habido un retroceso ideológico a lo largo de los diez o quince años. Este ha sido frecuentemente apoyado por feministas de clase media y posfeministas que agudamente muestran que ellas pueden tener éxito en el «mundo de los hombres». El retroceso ha sido sólo parcialmente exitoso, pero ha tenido resonancia entre algunos sectores de la izquierda. También se ha producido, a lo largo de los mismos diez o quince años, un creciente ataque sobre los gastos sociales. Ataque contra todos nosotros, aunque afecte a las mujeres en particular en algunas áreas.

            Existen en la izquierda quienes apoyan la idea adoptar una actitud de agresividad personal y sexual en el aquí y ahora -mientras que también sostienen la necesidad de ir más lejos en la transformación de la sociedad. Pero hay una diferencia entre la agresividad que se desarrolla desde la conciencia política y la lucha colectiva, y la agresividad que se refiere simplemente a «ponerse adelante» de todos los demás. La actitud individual pone una barrera entre los socialistas y la mayoría de las mujeres que tienen la pequeña ilusión de que la mera agresividad pueda revertir el desastre que afecta a nuestra sociedad. De hecho, puede obstaculizar la unidad de las mujeres de la clase trabajadora con los hombres de la misma clase porque crea la impresión de que los hombres individuales constituyen en realidad el problema.

            Una teoría de la liberación femenina que esté basada en las divisiones de clase es más esencial que nunca: la opresión es parte de un sistema que en su totalidad explota y oprime a casi todos, que divide y gobierna sobre la base del sexo o la raza, que convierte todo -incluso los seres humanos- en mercancías para ser compradas y vendidas.

            Las posfeministas están mal equipadas para desarrollar o entender tal teoría. Sus ideas representan a la delgada capa de mujeres profesionales y con cargos gerenciales a quienes les ha ido tan bien en los 80 y que se ven mejor participando en la explotación del resto de nosotros. O cuanto mucho, tratar de que el sistema funciones de una forma ligeramente más humana.

            Las aspiraciones de los parlamentarios laboristas en torno a la Lista de Emily -la campaña para poner más mujeres en el parlamento- no enfrenta el estereotipo de la opresión femenina, con sus trajes idénticos y pulcros cortes de pelo. Mejor dicho, imitan a sus contrapartes masculinas de clase media y tienen una simple demanda: más empleo para las chicas.

            Más importante aun, no tienen forma de desafiar realmente a los que más se han beneficiado a pesar de los avances que las mujeres han hecho en las pasadas décadas. El capitalismo tiene una sorprendente habilidad para utilizar los cambios en la sociedad en su propio beneficio, incluso si los capitalistas y sus defensores han hecho poco o nada por producir esos cambios.

            Los capitalistas están absolutamente felices de usar la mayor apertura sexual donde una vez ellos aconsejaban represión -en la medida en que puedan hacer ganancias. Cuanto más el sexo devino una mercancía, tanto más la mayoría de las cosas conectadas con él -e incluso el acto sexual en sí mismo- se convirtieron en artículos para vender en el mercado libre. De ahí, los Chippendales, los corpiños de encaje, Disclosure, Cosmopolitan y la página tres de The Sun.

            Discutir abiertamente los temas sexuales y divulgarlos significa un gran paso adelante. Esto hace muy dificultosa para la iglesia o los gobiernos reaccionarios la tarea de poner un manto de oscuridad sobre la sexualidad y las relaciones sexuales, como hizo la derecha en Portugal y España hasta la mitad de la década del setenta, o hasta incluso más recientemente en Irlanda. Hace a la gente más consciente acerca de los aspectos ligados al sexo y a la sexualidad. Hace a la sociedad más abierta.

            Pero tratar al sexo -y a los cuerpos de las personas- como objetos para ser comprados o vendidos no lleva, y no puede llevar, a la liberación sexual. Por esta razón los socialistas tienen que ir más allá de los estereotipos sexuales y más allá de una simple respuesta posfeminista a la cuestión. La mayoría de las socialistas feministas no quieren a las posfeministas. Pero, porque también subrayan que los individuos varones son el problema, son incapaces de desarrollar una estrategia para terminar con la opresión femenina. Su principal respuesta durante los 80 fue unirse al Partido Laborista -no es extraño que vean las soluciones individuales como la mejor forma de avanzar.

            La respuesta a la opresión de las mujeres no consiste en echar una ojeada a los Chippendales o levantarse un hombre diferente todas las noches. No importa lo agradable o no que estas ocupaciones puedan ser, convertir a los hombres en objetos sexuales o admirar sus penes -como Camila Paglia sostiene que hagamos- no niega ni elimina la desigualdad que sufren las mujeres.

            Una respuesta socialista para la liberación sexual debe ser tal que reconozco los efectos idiotizantes y destructivos que la sociedad de clases tiene sobre las relaciones sociales y sexuales, y que entienda que solamente una sociedad donde no haya competencia, desigualdad o alienación puede producir una verdadera libertad sexual y la liberación -no solamente para las mujeres sino para toda la humanidad.

            Cuando enfatizamos la importancia del análisis clasista de la opresión de las mujeres no tiene que ver solamente con nuestras críticas a las mujeres de clase media. Tiene que ver con el desarrollo de una estrategia que pueda terminar con la sociedad de clases y con todas las desigualdades -no solamente las de género y sexualidad- que ella produce.


Notas

[1]En el original: «Wonderbra», corpiño con relleno que aumenta el volumen de los senos. NdT.

[2]The Morning After en el original. NdT.

[3]Fire with Fire en el original. NdT.

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