SUBORDINACION Y VALOR. La penúltima miseria de la Teoría de la Regulación.

en Revista RyR n˚ 2

Benjamin Coriat y Dominique Taddei: Made in France. Cómo enfrentar los desafíos de la competitividad industrial, Alianza Editorial, Buenos Aires, 1995. 467 páginas.
Reseña de Eduardo Sartelli

«… lo esencial del espíritu de este informe es colocar a la industria en el núcleo de una responsabilidad cuyo motor es la tecnología, y cuya dirección esencial es el comercio exterior.» (p. 295)

Penúltima. Siempre hay lugar para una más. Cuando una teoría es creada para defender buenas causas, aunque sea errónea, es de respetar. Cuando alguien estira conclusiones al punto de mostrar los peligros contenidos en las formulaciones originales de una idea, hay que agradecerle. Sin duda alguna, Coriat ha puesto de manifiesto cuanto de reaccionario se escondía (¿ingenuamente?) en la Teoría de la Regulación (TR). Made in France se destaca en este aspecto y en ninguno más.

            La TR ya había sido acusada de nacionalismo, conciliación de clases, ingenuidad socialdemócrata y otras cosas por el estilo.[1] Al modo de los panfletos más encarnizados, podríamos agregar más: imperialismo socialdemócrata, militarismo, estatismo burgués, agente de la reestructuración capitalista, etc., etc. No valdría la pena acumular adjetivos si no fuera porque Made in France se propone como manual de política económica para partidos «progresistas» de la Argentina: mien­tras el subtítulo original del libro era «la industria francesa en la competencia mundial», la traducción optó por un más pragmático «Cómo enfrentar los desafíos de la competitividad industrial». Este informe surge como la búsqueda de una continuación y superación del Plan Cavallo Francés, que logró disminuir la inflación y atar el franco a la divisa alemana. No es casual entonces que la Asociación Trabajo y Sociedad capitaneada por el regulacionista Julio César Neffa lo proponga como un modelo de continuación y superación del Plan Cavallo argentino apto para mentes «progresistas».

Intelectuales devenidos en burócratas-militares

Alguna vez marxistas, son hoy empleados por el estado francés y elogiados por la misión cumplida en el mismo prefacio. Quienes firman son el Ministro de Industria y Comercio Exterior de Francia y el Comisario del Plan. Con el fin de «esclarecer la acción del Gobierno a favor de la industria y de las empresas», se les confía la «Misión titulada «Nuevas armas para el desafío industrial» cuyo objetivo final era formular recomendaciones para fortalecer la industria francesa.»(p.1) Asistidos por un «comité de industriales» y más de doscientos especialistas («bajo la batuta de los autores»), C&T intentaban reproducir ese milagro de sabiduría militar elaborado por el MIT, Made in América. Los franceses van a la guerra y Made in France cumple la misma función que los escritos de viajeros, antropólogos y geógrafos del siglo pasado. El carácter militar del emprendimiento se evidencia en el lenguaje mismo: «misión», «armas, «defensa», «estrategia», «ofensiva», «movilización», etc. Los autores lo utilizan tan inconscientemente (y por lo mismo, lo han internalizado tanto) que recién en la página 297 al señalar en forma explícita que «estamos en guerra económica» se ven obligados a aclarar que «hemos evitado hasta ahora este tipo de metáforas». No sólo no es cierto: se descubre la vergüenza por llamar a las cosas por su nombre. Lo mismo con la asunción de la tarea como propia: Nuestra Industria, la Defensa Nacional, Nosotros, Nuestros Logros, etc. etc. La asimilación es tal que C&T tiemblan a la hora de criticar a las industrias o al estado. Francia va a la guerra y los jefes de la «división inteligencia» de su estado mayor exponen sus conclusiones.

Competencia y cooperativismo

El núcleo del trabajo gira en torno a la noción de «competitividad». La clave del éxito se halla en el mercado mundial y «competitividad» significa capacidad para conquistar porciones crecientes del mismo. Los costos sociales internos y externos no preocupan demasiado a los autores. Marxistas alguna vez en su vida, C&T no desconocen que «competitividad» implica menos trabajo incorporado a las mercancías. Que ese es el centro del problema. Y que la conclusión lógica e histórica comprobada en la propia Francia es la desocupación y la caída de los salarios. En el ámbito interno, C&T proponen desplazar el eje de búsqueda desde la «competitividad costo» a la «competitividad no costo», en busca de los nichos de «no competitividad». De esta manera, se podría dejar de atacar al salario (que ya bajó demasiado según reconocen C&T) y se privilegiaría la diversificación de la oferta y la calidad. Esto permitiría un ajuste sin costo social o por lo menos no agravaría la situación. La mejora de la competitividad repercutiría en mayores tasas de crecimiento y, por ende, en aumento de la ocupación y los salarios.

            No hay que ser muy astuto para comprender que todo el argumento está construido sobre una verdadera falacia. La idea que mejorar la competitividad sólo puede traer la felicidad de todos es ignorar que en medio de la depresión mundial unos capitales deben destruir a otros para que el ciclo vuelva a tener características positivas. Aumento de la composición orgánica del capital y crisis del trabajo son expresión de lo mismo. La única posibilidad de que un plan como este funcione radica en la expulsión de las consecuencias negativas fuera de las fronteras: que la desocupación y la miseria la paguen otros. Que un «progresista», no digamos un socialista, proponga algo así no merece comentario…

            Pero aún así, más utópico es creer que puede mejorar la competitividad sin costos sociales internos. Según C&T la competitividad «no costo» implica competir en franjas donde el capital y los conocimientos son más importantes que el trabajo. Pero creer que esto resuelve el problema es una tontería: si estas industrias son capital-conocimiento intensivas, las magnitudes gigantescas de las inversiones necesarias no corren parejas con la creación de empleo y la absorción de mano de obra. Parece difícil que Francia logre desagotar la enorme desocupación que ya tiene con inversión en informática o comunicaciones. Desocupación que fue consecuencia del aumento de la productividad y, por lo tanto, de la competitividad de la industria francesa. Pero aún más: ninguna de las áreas donde se compite con calidad deja de ser sensible al precio: creer que, a igual calidad, el comprador no se inclinará por el mejor precio es otra tontería. Y aquí los salarios vuelven a contar: para competir con los japone­ses, los alemanes com­pran Skoda en la República Checa y Seat en España. Lo mismo hacen los japo­neses invirtiendo en toda su periferia e importando mano de obra regalada, como los alema­nes hicieron con los turcos y hoy con alemanes del este. Esto sin contar que otros competidores pueden igualar calidad con costos significativamente menores como los coreanos de Samsung o Daewo. Como el mismo Coriat señaló hace mucho tiempo (pero ya se olvidó), la calidad puede asegurarse al mismo tiempo que los salarios: (CdelS sobre puntos de soldadura). La «competi­tividad no costo» es un blef porque no existen los «nichos de no competitividad» o donde los salarios no cuenten. Al traer al caso el modelo alemán, que puede competir con los salarios más altos del mundo, C&T simplifican el problema y, nuevamente Coriat olvida lo que escribió sobre los turcos en Alemania en Pensar al revés:[2]

            Cooperación. Maravillosa palabra en cuyo nombre barbaridades se dicen. C&T la utilizan (nunca mejor que en este caso) para designar la posibilidad de mejorar la competitividad mediante los acuerdos entre empresas. De nuevo, la vergüenza de llamar a las cosas por su nombre: absorción de capitales, concentración y centralización del capital. Toda la verborragia sobre las Pymes a la que nos tiene acostumbrados la TR desaparece cuando los autores reclaman que los reglamentos sobre concentraciones no se apliquen cuando las empresas acusa­das compitan en el mercado mundial. En sus palabras, «no se trata de establecer un capitalismo europeo con pretensión hegemónica, pero tampoco de dejar que sea subsidiario, o peor aún, contribuir a esa subsidiaridad.» (p. 313, cursivas en el original) No es otra cosa que reconocer que la competencia yanqui y japonesa obliga a la concentración. Es otra forma de decir que Marx tenía razón y que la ley del valor rige la economía mundial.

            ¿Qué lugar queda para las pymes en este contexto? No es que nos preocupe la suerte del capitalismo pequeñoburgués, pero para quienes han hecho de este tema un caballito de batalla «progresista» el tema tiene su importancia. Y lo que C&T pueden ofrecer es la nada o la absorción. En el primer caso, se trata de desaparecer, como pyme o en sentido absoluto: o la concentración concertada entre pymes[3] o la proletarización. En el segundo, la absorción de los proveedores por las grandes empresas, obviamente bajo la forma de «cooperación». Según C&T, en los ’70, como reacción a la crisis, las grandes empresas desarrollaron un proceso de externalización de actividades quedando en posición muy «vulnerable por la dependen­cia que ella misma crea» con proveedores y contratistas. Los maestros en la «cooperación» entre empresas serían los japoneses, maestros «en el arte de asegurar relaciones de larga duración con subcontratistas cuya calidad de prestaciones está garantizada por prácticas de asociación que apuntan a asegurar su progreso continuo…» (p. 243). Coriat olvida nuevamente la forma en que él mismo describe la tiranía de las empresas japonesas con los subcontratistas, la forma en que los trabajadores de estas últimas son superexplotados, de modo tal que la empresa núcleo termina externalizando el «trabajo sucio» y obteniendo rentas de relación. Es falso que la cooperación se extienda beneficiosamente entre las empresas subcontratistas: es en realidad la expresión del desarrollo desigual y combinado en el interior de la relación interempresaria.[4]

Subordinación y valor

De intelectuales independientes progresistas preocupados por el destino de la humanidad (aunque sobre todo la francesa), a funcionarios estatales. De promotores del control del capital en beneficio de un desarrollo más armónico y «ecológico», con obreros gordos y educados y pymes florecientes, a impulsores de la concentración y centralización furiosa del capital como respuesta a la guerra económica mundial. Hasta un toque de racismo pareciera detectarse aquí y allá (¡Samsung supera a firmas francesas!). C&T han concebido la asimilación absoluta del interés del capital como única salida a la crisis, porque sólo «de esta estrategia de supervivencia depende finalmente el destino de la Europa industrial de mañana»(p. 154).

            El primer paso es, obviamente, la subordinación del trabajo. Porque ante todo, la guerra entre empresas es una guerra contra el trabajo. Y allí la palabra es «compromiso», otra forma cooperativa … del trabajador con el capitalista. No es la afirmación ética del principio de solidaridad entre seres humanos, sino la sumisión a los imperativos del capital en lucha contra otros capitales. Los obreros deben colaborar ejecutando de buena gana las órdenes dadas por otros. C&T se esfuerzan por demostrar lo que en su lenguaje significan cooperación y compromiso:

«Estas [las decisiones], evidentemente, no pueden ser tomadas, en último término, más que por el jefe de empresa o sus cola­boradores, porque debe quedar bien claro que el enfoque propuesto no se parece para nada a una forma de co-gestión[5]

            ¿Dónde quedó la tan llevada y traída democracia laboral? El compromiso entre empresa y trabajadores debe ser asumido contractualmente no para una creciente penetración del trabajo en las decisiones del capital, cuyo poder de mando no se discute, sino porque «numerosas decisiones, especialmente en materia de organización del trabajo, requieren la aceptación y hasta el apoyo del personal para ser eficaces.» Ah! Entonces sí: por un momento creímos que C&T promovían la rebelión laboral contra la dictadura del capital en la fábrica.

            No. C&T buscan la subordinación completa del trabajo al capital en nombre de la diosa competitividad. Véanse si no las páginas en las que describen cómo hasta las elecciones sindicales deben adecuarse a los tiempos del capital (p. 192-193). La importación de los métodos japoneses y la apología de la flexibilidad y la implicación son el efecto buscado del «compromiso». Mayor productividad a cambio de acuerdos explícitos en los que no se ve que el capital se comprometa a nada, en tanto que el objetivo central, la competitividad es prioritario a cualquier otro. C&T confeccionan el nuevo mapa de los «derechos» que deben someterse. La subordinación de los «derechos económicos y sociales» (p. 192) no es más que la continuación del mismo proceso de sometimiento, proceso que no se detiene en la fábrica: la ciencia debe subordinarse a los procesos de innovación que el capital requiere en su búsqueda de competitividad; el sistema educativo no puede quedar a la zaga en este proceso, sometiéndose a los dictados de las necesidades capitalistas con recomendaciones que a los argentinos nos suenan muy conocidas desde que el FMI y el BM decidieron rediseñar nuestra instrucción pública; el estado no sólo debe ser instrumento del capital sino que, de un modo explícito, debe serlo con prescindencia de toda otra consideración; hasta la ecología debe encogerse en el lecho de Procusto de la competitividad[6]: Francia no debe atrasarse en la adopción de medidas de ecología «industrial» en relación a sus competidores, porque ello «genera una desventaja para nuestras empresas en el ámbito de la competitividad no precio.» Pero tampoco debe adelantarse en demasía porque sería «cargar nuestra competitividad costo de una manera que correría el riesgo de ser irremediable» (p. 395, cursivas en el original). No hay riesgo de ser arbitrario si se afirma que C&T piensan en cualquier cosa menos en la mejora de las condiciones ambientales. El problema para ellos no es la lluvia ácida, los contaminantes, la destrucción de la atmósfera. Su problema es la competitividad del capital (francés).

            La política estatal merece un párrafo aparte: como todo reformista, el estado es la encarnación de los intereses generales (p. 292), pero el interés general es la salud del capital. Y la salud del capital es la competitividad. De donde, la acción prioritaria del estado es subsidiar, promover, proveer, anticipar y resguardar la competitividad de las empresas francesas. ¿Economicismo?: ningún teórico del Estado llegó a plantear un instrumentalismo tan extremo. Ni una tan estrecha correlación entre transformación del proceso productivo y estructura burocrática del estado: «a la lean production correspondería el lean government.»(p. 294) Los empleados estatales argentinos ya saben lo que esto significa.

            Hasta tal punto llega la subordinación del conjunto de la realidad a las necesidades del capital, que C&T proponen que el estado acondicione el territorio para hacerlo «atractivo» a las empresas. Es decir, destinar la plusvalía social apropiada por el estado bajo la forma de impuestos a la creación y recreación de las condiciones ideales en las que puede actuar el capital: puentes, caminos, comunicaciones, educación y mano de obra capacitada es la forma que asume el aumento de la explotación del conjunto de la sociedad en beneficio del capital. El capítulo sobre la «atractividad» (cap. 8) es un manual perfecto sobre el arte de trasladar ingresos en favor de las empresas. Y todavía hay que esperar que ellas se dignen a invertir.[7]

            Coherentes, C&T exigen la subordinación del conjunto de la vida social francesa a la ley del valor. Dado que el mercado mundial manda, es decir, la ley del valor imperante en él, el «éxito» depende de aplastar todos los elementos que presionen hacia arriba los costos de la producción francesa. En nombre de la competencia C&T descubren el valor de la subordinación «para defender a la patria»: «el mensaje esencial que queremos transmitir a todos los actores industriales es que deben cooperar en todos los niveles para lograr la movilización industrial que el país necesita» (p. 279, cursivas en el original).

La verdadera solución a la crisis: IIP (Insubordinación Internacional Proletaria)

            C&T se desesperan. Francia no va bien en la carrera y al conjunto de la CEE no le va mucho mejor. El libro ilustra bien sobre los problemas de la competencia en el interior de la CEE y para constituirse como un solo capital frente a los capitalismos yanqui y japonés: la reestructuración interna liderada por el capital alemán es harto más compleja que en cualquier otro lugar del mundo, lo que favorece a sus competidores. Así, el drama de C&T consiste en cómo lograr la mejor posición para Francia en la CEE (y aquí el problema es Alemania[8]) al mismo tiempo que mejoran la situación del conjunto europeo de cara a los restantes conglomerados mundiales. El drama de la construcción del capitalismo europeo es que hay demasiado para desarmar y muchos estados para resistir. Estados Unidos está sin dudas en una posición mucho más favorable. Pero, aún así, este no es nuestro problema, es el problema del capital, es decir, el eje de los desvelos de C&T.

            Nuestro problema es cómo el trabajo debe enfrentar los desafíos que la reestructuración capitalista mundial le plantea. Y no porque busquemos acomodarnos de la mejor manera. El problema de todo socialista es siempre cómo destruir la sociedad capitalista. Entonces, nuestro problema es entender qué nuevas dificultades a la lucha obrera por el socialismo ofrece el nuevo escenario. Pero nuevas dificultades significan también nuevas oportunidades.

            Como C&T recuerdan vergonzosamente, el capital se halla en guerra. Esta no es nueva puesto que la esencia del capital es la guerra misma. En su combate, los capitales se destruyen unos a otros, absorben y concentran los restos de los vencidos, alcanzan dimensiones descomunales y reestructuran áreas enteras del mundo. Frente a estos nuevos gigantes y al fragor increíble que produce el choque de las armas, la socialdemocracia y todas las variantes del reformismo se acurrucan contra la pared y piden perdón por su viejo pecado intervencionista. Envalentonada, procede a operar ella misma en la batalla y no tarda en recomendar las medidas que antes repudiaba. El trabajo, la escuela, la familia, la naturaleza, la libertad misma deben subordinarse a los nuevos-viejos amos. El rosario de excusas no deja de contener algunas verdades importantes: el trabajo se transforma, el capital crea una desocu­pación que desarma a la clase obrera, la avanzada ideológica burguesa es feroz, etc., etc.. Mejor pactar antes de que sea tarde. Y así, los antiguos reyes entregan sus reinos por menos que un caballo. Los peligros de la nueva situación son ciertos. Cierto es también que las viejas estrategias están condenadas al fracaso. Y la primera que ha caído en desuso es aquella que coloca el espacio nacional en primer plano y la ingenuidad de aplacar las consecuencias «negativas» del capital operando con los métodos del capital.

            La globalización es sólo un paso más en la creación de una burguesía mundial. Debe ser entonces la oportunidad, la primera oportunidad sobre bases materiales concretas en la historia de la humanidad, para crear una clase obrera mundial. El internacionalismo proletario fue, desde la Primera Internacional, un acuerdo político-ideológico entre organizaciones nacionales de la clase obrera. Pero hoy existen bases materiales para la vinculación concreta entre los obreros de todo el mundo. La integración de actividades en los grandes espacios económicos del mundo (CEE, MERCOSUR, NAFTA, etc.) por parte de las multinacionales hace posible y necesaria la integración de las organizaciones y las luchas obreras. Proletarios del mundo uníos! es una bandera creada por la propia acción del capital.

            Creer que puede controlarse al capital que es espacialmente cada vez más móvil, desde una instancia institucional fija en el espacio como son los estados,[9] en momentos en que las magnitudes de los capitales en juego superan los PBI de la mayoría de los países del mundo, es una ingenuidad notable. Creer que pueden recortarse los «costados negativos» operando sobre la crisis a la manera capitalista, es casi increíble. Los obreros no pueden esperan nada de esta acción seudo-nacionalista y corta de miras. Si el capital exige que los estados «acondicionen» los territorios a sus necesidades, lo mismo deben hacer los obreros. Los obreros no deben competir entre sí: iguales condiciones de vida y trabajo en todo el mundo es la consigna esencial y punto de despegue para cualquier acción reivindicativa. Los obreros brasileños no pueden aceptar de la General Motors o la Toyota peores condiciones que sus hermanos argentinos. El capital divide y fracciona en busca de la creación de instancias diferenciadas y de «igualar hacia abajo». Los obreros deben unirse, rechazar la competencia entre ellos y luchar por la igualación «hacia arriba». Cuando los regulacionistas llaman a defender el «trabajo francés» frente al dumping social de los obreros del Tercer Mundo utilizan los mismos argumentos que esgrimieron los socialdemócratas para votar los presupuestos de guerra en 1914. Aquella vez se trataba de evitar que los países en los que la clase obrera era más fuerte quedaran desguarnecidos frente a aquellos en los que los obreros no pudieran paralizar los aprestos bélicos. En vez de luchar porque en aquellos países la clase obrera recibiera la ayuda extra que fuera necesaria, lanzaron millones de obreros a la masacre. Lo mismo hacen hoy. Igual que ayer, los obreros deben negarse a ser la carne sangrante de la masacre capitalista. Frente a la subordinación chauvinista a la ley del capital la clase obrera debe apelar a la Insubordinación Internacional Proletaria.


Notas

[1]Para una crítica detallada de la TR, ver Katz, Claudio, «Crítica de la Teoría de la Regula­ción», en En defensa del marxismo, nro. 3, abril de 1992

[2]Coriat prefiere aludir a la parte más negra del modelo alemán en una cita a pié de página. El lector más interesado puede leer los textos de Wallraff, especialmente Cabeza de Turco y El periodista indeseable, donde se cuenta con detalle todo lo que C&T prefieren ignorar.

[3]Es bueno recordar que una «pyme» en Europa, EEUU o Japón, tiene una dimensión mucho mayor que en cualquier lugar del 3r. Mundo. El famoso «éxito» de las pymes italianas debie­ra ser analizado a la luz de estas precisiones.

[4]Un ejemplo de la «cooperación» a la que someten las grandes empresas a los subcontratistas puede verse en la reestructuración del sistema de proveedores llevado a cabo por Iñaki López en la General Motors, una verdadera desgracia para los autopartistas y una lluvia de dólares para GM. Véase la proeza del «Huracán» López en Maryann Keller: Choque!, Verga­ra, Bs. As., 1994, cap. 7

[5]p. 196

 [6]Véase la imperdible página 398 y la idea de utilizar los «permisos de contaminación» como parte de una «política ecoló­gica».

 [7]La competencia inter-estatal por las inversiones de capital, es decir, la forma en que este ha logrado sustraer a aquel de cualquier influencia que no sea la suya, puede verse en los recientes enfrentamientos entre Argentina y Brasil por el régimen automotriz.

[8]Sobre la desesperación alemana de los regulacionistas franceses véase Lipietz, Alain: «El siglo XXI ya comenzó», en El cielo por asalto, nro. 4, otoño-invierno de 1992

[9]Holloway, John: «Reforma del estado: capital global y estado nacional», en Cuadernos del Sur, nro. 16, octubre de 1993

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