LUCHANDO EN LA BRUMA

en Revista RyR n˚ 2

Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, Crítica, Barcelona, 1995. 614 págs. Comentario de Alex Callinicos

Tomado de Socialist Review, primavera de 1994. Traducción de Eduardo Sartelli

            Los eventos de 1989-91 -las revoluciones de Europa Oriental de 1989, el fin de la Guerra Fría y de la división de Europa por las grandes potencias, la reunificación de Alemania y el colapso de la Unión Soviética- marcan claramente una divisoria de aguas en la historia mundial. Encontrar el sentido de una época histórica que tuvo una tan inesperada y dramática conclusión puede ser útil para navegar en las inexploradas aguas en las que nos encontramos hoy.

            ¿Y quien podría parecer mejor calificado para cumplir la tarea que el historiador marxista Eric Hobsbawm? En su último trabajo, ha dirigido su atención a resumir el «corto siglo XX», 1914-1991. Este período puede subdividirse en dos. La primera parte, que Hobsbawm llama «La era de la catástrofe», los años entre 1914 y 1945, que vieron deslizarse hacia la guerra la larga paz europea del siglo XIX, la revolución, el fascismo y la depresión. La era posterior a 1945, por contraste, estaba «unida de una manera singular por la peculiar situación internacional que la dominó hasta la caída de la URSS», la Guerra Fría entre los grandes bloques.

            Esta subdivisión sirve para remarcar que el tema más importante sobre el que gira la historia del corto siglo XX, es la Revolución Rusa de Octubre de 1917 y su destino. Esta revolución fue el cataclismo decisivo de la «Guerra de los Treinta y un años» (1914-45). Su monstruoso descendiente, el régimen stalinista, fue uno de los dos protagonistas de la Guerra Fría. El historiador de esta época debe, por lo tanto, ser capaz de ofrecer un convincente informe de Octubre y sus consecuencias.

            Sin embargo, aquí la propia historia de Hobsbawm lo inhabilita particularmente ya que ha sido un defensor especialmente elocuente de la estrategia impulsada por Stalin en los ’30 de construir frentes populares uniendo los partidos obreros con los «capitalistas progresistas».

            Este bagaje histórico no significa que Hobsbawm sea deshonesto en aquellas parte de Historia del siglo XX dedicado a la Revolución de Octubre y al Stalinismo. Es más bien el colapso histórico del proyecto político al cual Hobsbawm ha dedicado su vida lo que no parece permitirle dar una clara explicación de lo que falló. Nos dice que el problema fue el fracaso de la Revolución de Octubre en extenderse y la personalidad de Stalin y la tradición leninista, lo que condujo al stalinismo, sin intención alguna de sopesar la relativa importancia de las causas que aduce. En términos generales, en este libro, Hobsbawm cae a menudo en un mar de equívocos, afirmaciones aparentemente fuertes son hechas tan evasivamente que el lector a veces pierde el sentido de lo que se está diciendo. El texto muestra signos de excesiva precipitación, es reiterativo en algunos casos y exhibe una bibliografía fastidiosamente incompleta.

            Historia del siglo XX de ninguna manera es un libro desechable. Hobsbawm es admirablemente claro acerca de la enorme transformación económica, social y cultural forjada por el capitalismo a escala mundial como  resultado del largo boom de los ’50 y ’60. Sostiene también que a esta «edad dorada» le sigue un período de crisis económica comparable en muchos sentidos a la depresión de los ’30.

            Pero ¿hacia dónde está yendo el mundo a fines del siglo XX? Hobsbawm parece estar luchando en la «bruma total» que él sostiene que descendió sobre nosotros después de la divisoria de aguas de 1989-91. El colapso del orden stalinista ha dejado a Hobsbawm meditando en forma pesimista sobre un futuro que puede terminar, de acuerdo con la sentencia final del libro, en «tinieblas».

            Una fuente de este pesimismo es una larga y permanente confusión en sus escritos históricos y políticos acerca de las relaciones entre la clase obrera y el movimiento obrero. Hobsbawm, por ejemplo, proclama que el racismo ha crecido gracias al «debilitamiento de los movimientos obreros socialistas tradicionales… ya que éstos habían sido apasionados opositores de tal discriminación, y amortiguaron así la expresión anti-social de sentimientos racistas en sus distritos». La declinación del partido comunista y de los partidos reformistas ha removido, entonces, la barrera contra el racismo.

            El supuesto subyacente es que el movimiento obrero, las organizaciones de masas de los sindicatos y los partidos reformistas fueron los portadores del progreso histórico. Con relación a los trabajadores mismos, ellos son la materia prima que necesita ser formada por estas organizaciones y protegidas contra sus repugnantes pasiones.

            Sin embargo, se puede demostrar que Gran Bretaña ha visto en la pasada generación, a pesar del declive del Partido Laborista y el eclipse del Partido Comunista, un debilitamiento del racismo popular en su forma más intensa y organizada (la última verdadera revuelta racial, por ejemplo, fue en 1958). La inmigración masiva ha creado una clase obrera que es a menudo genuinamente multi-étnica. Hobsbawm no puede reconocer este más complejo tema porque tiende -como en su famosa conferencia «The Forward March of Labour Halted»- a igualar el declive de un movimiento obrero particular con el de la clase obrera misma.

            Comprometido por su propio pasado e incapaz de ver más allá de algunas formas organizacionales históricamente específicas, Hobsbawm parece observar el mundo hacia fines del siglo XX al borde de un retorno a la barbarie. Es una expresión de lo que es, indudablemente, un muy extendido estado de ánimo entre los intelectuales de izquierda desde la caída del stalinismo. Tiene, por cierto, una muy limitada utilidad como fuente para entender la historia.

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