Este primero de julio, se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Juan Domingo Perón. A lo largo de los diferentes números de La Hoja, en esta misma sección, fuimos desactivando muchos mitos que se construyeron sobre el peronismo. En esta oportunidad, vamos a examinar de cerca los últimos años del general, el llamado tercer peronismo, para entender que papel cumplió hacia el final de su vida.
A comienzos de los ’70 la Argentina era un hervidero. El Cordobazo había llegado para quedarse, iniciando un período de características revolucionarias en el cual algunos sectores de la clase obrera comenzaron a hacer política en las calles y encontraban en la izquierda una alternativa a las direcciones burguesas tradicionales (peronismo, radicalismo). El capitalismo argentino estaba bajo amenaza y la dictadura de la Revolución Argentina no lograba ordenar la situación.
Quien diseñó una estrategia para intentar contener la amenaza, fue el dictador Lanusse. Hacia 1972 diagramó una salida electoral, para instalar la mentira de que la democracia podía resolverlo todo. En ese esquema, la vuelta de Perón tuvo un rol central. Y esto es importante: la vuelta del General no fue un triunfo exclusivo de la llamada “movilización popular”, como quieren los peronistas. Lo cierto es que todos los partidos burgueses (incluido el radicalismo) y hasta corporaciones “oligárquicas” como fueron sectores de la Sociedad Rural o el empresariado “monopólico” de la UIA apoyaron su retorno. La llegada de Perón a Ezeiza mostró el apoyo que tenía entre sectores de la clase obrera, pero también mostró lo que se venía: la represión abierta.
El gobierno de Perón buscó entonces intentar cerrar el proceso revolucionario con zanahoria y garrote. Más garrote que zanahoria. La apuesta central fue el Pacto Social, que ya explicamos: explotados y explotadores unidos en pos del progreso de la patria. En concreto, leve aumento salarial, congelamiento de precios que se descongelaron rápido, y prohibición de reclamos salariales, es decir, un cepo a las luchas obreras a cambio de chaucha y palito. Como en un contexto de gran actividad en las fábricas esto era difícil de garantizar, se hizo necesario regimentar al movimiento obrero. Ahí vino la Ley de Asociaciones Profesionales, para asegurar los sillones de los burócratas sindicales cuando la izquierda ganaba cuerpos de delegados y comisiones internas.
En paralelo, el General incrementó la represión, que alcanzó la forma de asesinato político. La Triple A buscó aniquilar selectivamente a cuadros de la militancia de izquierda (y otros no tanto). Al mismo tiempo, generó un clima de terror que retrajo al activismo en general. La vinculación entre Perón y este grupo parapolicial es directa y ya la explicamos: él fue quien se encargó de promover a la plana mayor de las tres A. No hay que olvidar que también reformó el Código Penal para perseguir a los trabajadores, echó activistas del Estado (Ley de Prescindibilidad Laboral) y buscó depurar las universidades con el fascista Ottalagano.
Perón murió y no logró cumplir su cometido. Los hechos de 1975 lo muestran claramente. El Rodrigazo mostró el fracaso del Pacto Social, que terminó en una estampida inflacionaria. Las Coordinadoras de Junio y Julio mostraron que, aunque parte de la izquierda se había inmovilizado los años anteriores, otro sector no dejó de organizarse y luchar. Por eso mismo la burguesía debió recurrir a otro personal político: las Fuerzas Armadas. Serían los compañeros de armas del General los que ensayarían a escala mayor el aniquilamiento que él ya había comenzado. La Historia nos obliga a sacar conclusiones, si no queremos repetir derrotas. La de este caso es claro. El peronismo es la apuesta de la burguesía cuando necesita ajustar con cierto consenso social. Esa es la tarea del movimiento que construyó Perón: ser la salvaguarda del capitalismo argentino. El líder ha muerto, es momento de enterrar al peronismo definitivamente.
Los GORILAS de derecha y TAMBIÉN los GORILAS de «izquierda» siguen soñando con «enterrar» al peronismo. No aprenden mas…..