Las cosas por su nombre. La izquierda frente a la dictadura chavista

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Por Nicolás Grimaldi – Razón y Revolución 

Desde Revista Confrontaciones invitamos a distintos/as militantes e intelectuales de izquierda latinoamericanos/as para que contribuyeran con un análisis en torno a la situación política venezolana. El presente artículo se inscribe en ese esfuerzo y representa por tanto la visión de sus autores en torno a la problemática en cuestión.

El surgimiento del chavismo debe rastrearse en los años anteriores a la aparición de Chávez en la palestra política. En 1989, la clase obrera salió a la calle a poner freno a la precarización de sus condiciones de vida, como consecuencia del fin de la “Venezuela saudita” de los años ’70. Ese proceso había consolidado una burguesía importadora que aprovechaba el dólar barato. El sostén había sido el alto precio del petróleo y más aún a partir de la creación de PDVSA bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez.

La rebelión conocida como Caracazo fue el principio del fin del llamado “Pacto de Punto Fijo”, el acuerdo fundante de la democracia venezolana entre Acción Democrática, COPEI, y la URD. Dicho acuerdo se constituyó sobre la persecución al Partido Comunista, el control de los sindicatos por parte de la Acción Democrática, y la liquidación de la guerrilla. Así se construyó la democracia venezolana, que fue vista como ejemplar para América Latina. Luego de 1989, los partidos AD y COPEI se verían seriamente debilitados, perdiendo terreno incluso en el plano sindical y gubernamental frente a expresiones de izquierda y de centroizquierda. El abstencionismo electoral creciente y las movilizaciones también fueron un síntoma de esta crisis.

Es este contexto el que Chávez aprovecha para colarse en la escena política a través de un agrupamiento que se presentaba como “lo nuevo”. El Movimiento Quinta República (MVR) respaldado por militares y sectores de centroizquierda, fue la herramienta con la cual logra hacerse con el poder por la vía electoral en 1998.

¿Qué tiene de socialista el chavismo?

La respuesta es sencilla. Nada. Ni bien asumió, Chávez buscó cerrar la crisis de la cual su gobierno era origen. Convocó a una Asamblea Nacional Constituyente que entregó concesiones simbólicas a las capas obreras, pero también consolidaba el poder del Presidente. Se reservó la capacidad de disolver la Asamblea Nacional, restó competencias a gobernadores, eliminó el control parlamentario de los ascensos militares, y estableció un vínculo directo con los consejos comunales.

Como parte de este proceso, Chávez avanzó en la búsqueda de organizar a una burguesía propia. De allí la sanción de 48 leyes en el 2001, muchas de beneficio para el pequeño capital y principalmente para hacerse con el control de PDVSA. En el medio, se enfrentó a la corporación empresarial más importante del país, FEDECAMARAS, y a la central sindical, la CTV, históricamente alineadas con AD. Sufrió un golpe de Estado, y fue la propia clase obrera, principalmente sus capas más pauperizadas, la que lo terminó devolviendo al Palacio de Miraflores. El chavismo volvía al poder, pero ya tenía que responder ante una población obrera movilizada.

¿Qué hizo entonces? Como inició un doble proceso de cooptación y represión de la clase obrera. Gracias a los altos precios del petróleo pudo llevar adelante un plan de asistencia social, que recibió el nombre de Misiones Sociales. Con todo, no logró solucionar los problemas de fondo. Duplicó el déficit habitacional con el que llegó, colocó la pobreza en los niveles previos al Caracazo, y no modificó los índices de informalidad. Es decir, con ingresos petroleros récord no realizó ninguna transformación estructural de las condiciones de vida de la clase obrera.

Pero por otra parte, se encargó de reprimir política y materialmente a la clase obrera. Multiplicó la cantidad de sindicatos y de trabajadores informales adheridos a cooperativas que reportaban directamente con el Poder Ejecutivo. Dividió las centrales sindicales en 3 (CTV, UNT, CBT) e impulsó el paralelismo sindical que derivó en la aparición del sicariato, problemática que el chavismo jamás se encargó de atender. En total, con Chávez fueron asesinados 425 trabajadores. Además desarrolló la represión directa a las manifestaciones con un saldo de 41 muertes y miles de denuncias por ejecuciones extrajudiciales.

Para llevar adelante la represión, el chavismo se recostó sobre las Fuerzas Armadas y sobre organismos paraestatales. A las primeras, las dotó de un gran poder de fuego aumentando la cantidad de miembros, armas y presupuestos. Pero también, las centralizó bajo su mando controlando los ascensos, y permitió la militarización interna a través de la regulación del “Sistema Defensivo Territorial”. Esto posibilitaba el desembarco de alguna fuerza militar en el interior del territorio creando un poder paralelo al poder estadual, municipal, o parroquial. Con los años, las Fuerzas Armadas se irían haciendo cargo de las empresas públicas, inclusive PDVSA. Junto a esto, desarrolló un sistema represivo paraestatal, a través de los colectivos, los motorizados, y bandas de lúmpenes organizadas en las cárceles por la ministra de Cárceles, Iris Varela.

Como vemos, el chavismo no le entregó grandes concesiones a la clase obrera. Todo lo contrario hizo con la burguesía, tanto nacional como transnacional. El Estado controló más del 90% de los dólares que ingresaban al país por la exportación de petróleo, pero el 70% de las importaciones las hizo el sector privado. ¿Cómo se explica esto? Fácil. El chavismo vendió dólares subsidiados a la burguesía importadora, que luego comercializaba al precio del dólar paralelo en el mercado interno. Eso siempre y cuando las importaciones se realizaran, ya que parte de ese dinero iba a parar a empresas de maletín que declaraban importaciones que nunca realizaban. En total, entre 1999 y 2012 se entregaron 180.567 millones de dólares mediante este mecanismo. Al mismo tiempo, permitió el ingreso de capitales privados en asociación con PDVSA, donde han participado 45 empresas como socias. ¿El balance? Para 1998, los activos privados en el extranjero eran de 18.898 millones de dólares, y en 2008 esa cifra era de 102.807 millones, aumentando proporcionalmente más que los activos públicos en el extranjero.

Eso ha sido el “chavismo con Chávez”. Un régimen que se encargó de cooptar y reprimir a la clase obrera, al mismo tiempo que financió a la burguesía, especialmente a la boliburguesía. Esta capa se compone de aquellos que se han hecho ricos de la noche a la mañana gracias a su vínculo estrecho con el gobierno, como proveedores o testaferros de funcionarios. En esta línea encontramos tanto a la pequeña burguesía nucleada en FEDEINDUSTRIA hasta los Wilmer Ruperti, Diego Salazar Carreño, Fernández Barrueco, Alex Saab, entre muchos otros. Estos constituyen la burguesía más lumpen de América Latina. Una capa social que solo puede subsistir gracias a vínculos estrechos y espurios con el Estado y sus funcionarios.

Ya con Maduro asistimos a la descomposición de lo que Chávez creó. La caída del precio del petróleo desde el 2013, sumado al gran nivel de endeudamiento tenido por PDVSA y el gobierno nacional, derivó en un ajuste brutal sobre la clase obrera. El salario terminó rondando los 5 dólares mensuales, la pobreza y la informalidad superando el 70%, el éxodo de 5 millones de obreros venezolanos, y en una de las 10 peores hambrunas del mundo. Lógicamente, la clase obrera salió a responder con lo que pudo. Maduro respondió igual que Chávez, con represión. 159 sicariatos sindicales, por lo menos 268 manifestantes asesinados, la implementación de las OLP y las FAES que actúan como escuadrones de la muerte, y el encarcelamiento de dirigentes obreros. Maduro convirtió al régimen en una dictadura brutal, con el cierre del Parlamento, la proscripción de partidos políticos, la prohibición de hecho de la actividad sindical, la represión y las torturas en las cárceles.

Las tareas de la izquierda

La llegada de Chávez al poder hizo creer al autonomismo y al progresismo, que se iniciaba un camino de reformas hacia el socialismo. Para el troskismo, era una oportunidad de hacer entrismo, desarrollar las contradicciones del movimiento y desembocar en el socialismo. Pero Chávez no fue un Kerensky sino un Perón. Es decir, no fue parte de una revolución burguesa para completar las tareas nacionales, sino que venía a controlar a la clase obrera que se había levantado contra su burguesía nacional. Estamos entonces frente al ascenso de un régimen bonapartista, producto de una crisis política que derivó en un empate entre las clases, cuya función era evitar el avance de la clase obrera.

Su desarrollo posterior mostró aún más las limitaciones del grueso de la izquierda que ha oscilado entre el “chavismo crítico” y un sindicalismo ramplón. Sin embargo, cada vez que se denunció un supuesto ataque imperialista, esa izquierda ha ido al pie del chavismo, postergando la lucha contra el gobierno de Maduro para un futuro, porque primero habría que derrotar al imperialismo.

El problema de Venezuela no es el imperialismo. Incluso el chavismo se ha mantenido en pie por sus lazos con países imperialistas como China o Rusia. No hay por delante ninguna liberación nacional. El problema venezolano es su burguesía nacional que se ha venido devorando al país durante las últimas décadas. El chavismo es la expresión más lumpen de esta burguesía. Por eso, la tarea por delante es clara. Quitarse de encima a esa burguesía y a su expresión política actual. Ni el chavismo con su alianza chino-ruso, ni la oposición con el apoyo de Trump tienen un atisbo de progresismo. Se impone la consigna central “Fuera Maduro y la Asamblea Nacional. Por una Asamblea Nacional de Trabajadores”. Es esta la única alternativa realmente independiente de ambas alianzas en pugna. Esta debe ser la orientación política que todos los revolucionarios de América Latina debemos llamar a construir en Venezuela.

Revista Confrontaciones

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