En una entrega anterior nos referimos a la ley universitaria de Perón de 1947. Explicamos el carácter represivo de la misma hacia los estudiantes. Unos años después, el peronismo iría con otra medida que dejaría totalmente descolocado al movimiento estudiantil. Nos referimos al decreto de 1949 con el cual se eliminaban los aranceles universitarios. A esto se sumó la eliminación de los exámenes de ingreso luego de una protesta estudiantil.
Esta medida tiene varios aspectos que podríamos examinar, pero en esta ocasión solo mencionaremos dos: el contenido de la propaganda del gobierno y sus resultados.
En cuanto a la propaganda oficial, el gobierno construía un mito que hasta hoy es moneda corriente entre las agrupaciones estudiantiles peronistas: que hasta 1949 la universidad era un espacio oligárquico. Al margen de si es conceptualmente correcto o no el uso de esa categoría, ya desde antes de la Reforma de 1918 el sistema universitario argentino estaba poblado mayoritariamente por miembros de la pequeñaburguesía, lo que se conoce como “clase media”. De hecho, la Reforma Universitaria fue la expresión de esos cambios y la forma en que esos sectores medios obtuvieron el control de los órganos políticos de las universidades. Estos sectores no eran necesariamente los mejor “acomodados”: desde el 18 hasta, incluso, la huelga de 1946 podemos ver que entre las reivindicaciones estudiantiles estaban las exenciones arancelarias y casas estudiantiles, solo por mencionar algunas. Rara esta oligarquía que tenía problemas hasta para pagar un arancel.
La otra cara de esa propaganda supone que con esta medida la Universidad se habría llenado de hijos de obreros. En realidad vamos a tener que esperar hasta fines de siglo para que eso suceda. Incluso, cuando la clase obrera se active políticamente luego del Cordobazo y se consolide la alianza obrero-estudiantil, las filas de estos últimos están conformadas con elementos pequeñoburgueses. Por ahora, la ampliación de la matrícula quedará restringida a los círculos de “clase media”.
La otra cuestión que debemos plantear es la efectividad de estas medidas a la hora de incorporar a grandes sectores de la población al sistema universitario. Hay números que evidencian un crecimiento importante en la cantidad de estudiantes. Se pasa de 51.272 estudiantes en 1947 a 143.542 en 1955, incluyendo a los alumnos libres. Evidentemente, es un crecimiento importante. Sin embargo, estos números ocultan un problema común a todos los gobiernos posteriores y que ya referimos cuando hablamos de la universidad durante el kirchnerismo. Detrás de la fachada democratista, se esconde el bajo porcentaje de estudiantes que llegan a graduarse. En el período 1947-1955, de cada 10.000 habitantes accedían a la universidad 80 jóvenes, de los cuales se recibían 5. Esto sucedía porque así como le abrían las puertas de la Universidad a toda la población, una vez adentro se encontraban con obstáculos insalvables para la mayoría de los estudiantes: materias filtro, horarios discontinuos, costo alto de los materiales, presupuestos insignificantes que determinan falta de aulas, malas condiciones edilicias, hacinamiento, etc. Problemas muy intensos durante todo el peronismo pero que se agravaron con la reducción presupuestaria posterior a 1950.
Empezar una carrera y no poder terminarla pueden ser un valor para un gobierno que necesita inflar las estadísticas pero no para aquellos que necesitamos recibirnos para trabajar. Los estudiantes no tenemos que conformarnos con “estar” en la universidad. Tenemos que luchar para mejorar las condiciones en las que nos formamos intelectualmente. Eso implica arrancarle al Estado los fondos necesarios para conquistar becas por montos que cubran la totalidad de nuestros gastos, comedores, guarderías y residencias estudiantiles.
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