Esta semana, con el triunfo de Boric en Chile, se empezó a imaginar una Latinoamérica más a la “izquierda”. Esta idea de que se viene una oleada en los próximos años de gobiernos progres con Boric, Lula, Arce y Cristina o Alberto.
Este lunes se cumplieron 20 años del estallido del 2001 y esto hace que uno vuelque la mirada sobre ese pasado. Se torna necesario realizar un balance y esto también implica analizar lo que acaba de pasar en Chile que, actualmente, parece dirigirse a una especie de “kirchnerismo soft a la chilena”, incluso menos audaz que Cristina y mucho más institucionalizado.
Chile no es el reino de las actividades autónomas, por más que el candidato provenga de una izquierda que se definía como autonomista. Boric, en su corta vida política, proviene de una izquierda estudiantil del autonomismo (lo que acá podríamos identificar tenuemente como un Zamora) que se fue haciendo paso por un conjunto de agrupamientos que dicen ser de izquierda. Cuando uno revisa esa trayectoria, es difícil encontrar algo que se parezca a “la izquierda”.
Entonces, lo que está ocurriendo en Chile es un proceso que de izquierda tiene muy poco, es decir, es un giro a la izquierda simplemente porque se lo mide en relación a cuán a la derecha estaba este país, nada más. Básicamente, está región se centra en el cobre y en el disciplinamiento total. El pinochetismo fue mucho más eficiente que la dictadura argentina en disciplinar a la clase obrera. La masacró y la dominó con mayor eficacia ordenando una salida mucho más favorable para la fuerza de derecha.
Por su parte, el contrincante de Boric, Kast el candidato filo fascistoide no llega a ser un Bolsonaro, pero sacó el 40% de los votos y ganó en la Araucanía, que es la región más pobre de Chile. De modo tal que este país se ha corrido milímetros a la izquierda, en realidad, el ahora nuevo presidente es casi la reconstrucción de la vieja coalición que llevó a Bachelet al poder, nada más que con una cara nueva.
Boric es la principal expresión del progresismo, que logró capitalizar la pérdida de apoyo del Partido Socialista y el Partido Comunista de Chile. Su programa no es diferente a lo que ya hemos visto en otros países de la región: críticas al “neoliberalismo”, demandas de participación, políticas de identidad y algunas muy moderadas reformas sociales. Además del respeto a las “diversidades”, las comunidades “indígenas” y el apoyo a las pequeñas empresas, Boric propone algunas medidas cuya “radicalidad” sólo llama la atención porque se lo compara con el discurso extremadamente moderado del viejo progresismo.
No hay nada nuevo bajo el sol. Lejos de expresar las políticas inapelables de una eventual gestión, los aspectos más reformistas de su programa – como el aumento del salario mínimo a 500 mil pesos, la reforma del sistema jubilatorio y el fortalecimiento de la salud pública- solo constituyen las típicas promesas de un partido burgués que nunca ha llegado al gobierno. Y si ese discurso ganó cierta credibilidad, se debe, antes que nada, a los antecedentes relativamente “limpíos” que tienen los partidos del Frente Amplio, que nunca han controlado el Poder Ejecutivo nacional. Bastará que lleguen a la presidencia para que terminen de enterrar su moderada perspectiva reformista.
Recordemos que Boric firmó el “Acuerdo por la paz social y la nueva constitución” junto con todos los partidos del régimen, buscando descomprimir el clima de protestas en noviembre de 2019. Además, en contra de quienes participaron de las movilizaciones y saqueos de ese año, votó la “Ley Anticapuchas” junto al gobierno y, como si fuera poco, recientemente advirtió que no piensa apoyar el indulto de las personas que fueron encarceladas en aquellas jornadas. Luego de que se conocieran los resultados de la primera vuelta, el candidato no solo templó su discurso, también hizo sucesivas referencias al “diálogo” con otros sectores que precisará su futuro gobierno. Estos elementos demuestran las similitudes que comparte Boric con el resto del personal político, así como la farsa que se está construyendo en torno a su candidatura.
La única forma de enfrentar esta situación es la construcción de un partido revolucionario, una organización que concentre el poder la clase obrera e imprima la dirección correcta a sus luchas. En este sentido, el primer paso es delimitarse de todas las variantes políticas de la burguesía. Tenemos que recorrer nuestro propio camino.