“La fragmentación de España no sería progresiva para los trabajadores”
Entrevista al economista español Juan Pablo Mateo Tomé
¿Cuál es la causa de la crisis económica en Europa?¿Cómo se desenvuelve en España? ¿Cuál es la perspectiva de los indignados? ¿La izquierda debe apoyar el separatismo catalán y vasco? Para discutir estos problemas, hemos entrevistado a Juan Pablo Tomé, economista español, quien desarrolla aquí sus opiniones sobre estos temas.
Juan Kornblihtt
OME-CEICS
Juan Pablo Mateo Tomé es economista y militante español. Se especializó en el estudio de la tasa de ganancia y su medición a partir del estudio del caso mexicano para su tesis doctoral. Tiene una vasta producción de análisis de la crisis mundial. En esta entrevista, analiza las causas de la crisis, polemiza con quienes tienen esperanzas en una salida keynesiana y crítica con crudeza a la izquierda marxista que apoya los movimientos independistas en Cataluña y el País Vasco.
¿Cuáles son las principales causas de la crisis de la zona Euro?
Hablar de las causas de la crisis en un espacio económico determinado requiere antes ubicarlo en el conjunto del sistema. Considerando, como es mi caso, que la crisis que estalla en 2007 es una crisis general del sistema capitalista, las causas deben responder a las pautas básicas de funcionamiento de este sistema. Existen, no obstante, ciertas particularidades por cuanto no ha existido una fase álgida de acumulación, pues los niveles de inversión y de mecanización del proceso productivo han estado relativamente estancados. Además, se ha apoyado en una burbuja especulativa en el ámbito inmobiliario, en mi opinión explicado a partir de la existencia de grandes volúmenes de beneficios en busca de inversión rentable. Lo cual, por extensión, no es independiente del estancamiento de los salarios reales y la caída de la participación de los salarios en la renta nacional. Ahora bien, esta crisis se manifiesta con especial virulencia y con ciertos rasgos específicos en la eurozona. En este sentido, aludir a las causas de la crisis en esta región significa más bien explicar los aspectos que determinan la forma que la crisis general del sistema adopta en esta área. En mi opinión, se relaciona con la arquitectura de la unión monetaria, en la cual se integran economías con niveles de desarrollo productivo desiguales, sin establecer mecanismos de redistribución. Y por si fuera poco, las paridades con las que entran los países menos avanzados ya eran de por sí algo apreciadas, esto es, niveles elevados que, en principio, perjudican la competitividad externa. A esto le añadimos que Alemania, el país central, ha conseguido reducir los costes productivos, fundamentalmente, mediante un estancamiento de los salarios, en parte con las reformas introducidas y también con la reorganización de su proceso productivo industrial aprovechando la ampliación de Europa hacia el Este, y por ello ha sido el país menos inflacionario.
En consecuencia, en Europa la crisis adquiere esta gravedad debido a que los países periféricos, como Portugal, España, Grecia e Irlanda, pero también Italia, han tenido un crecimiento económico muy distorsionado en virtud de los bajos tipos de interés y de los déficits comerciales, generando burbujas especulativas a partir de un elevado endeudamiento del sector privado y con mayor inflación. Cuando estas burbujas estallan, el mecanismo de ajuste debe recaer sobre una caída de los precios que solucione el problema de la apreciación real de su tipo de cambio, dada su mayor inflación, ya que es imposible devaluar la moneda. Lo que significa que en el marco de esta unión monetaria, es preciso que los salarios desciendan. Y en esas estamos, con
una eurozona dividida en dos, en la que Alemania y sus vecinos quieren mantener a toda costa la ortodoxia monetarista, descargando los costes de la crisis sobre quienes no han sido sus responsables, los trabajadores.
¿Y en España?
Igualmente, la crisis de España responde a los extraordinarios costes que un país menos avanzado sufre al formar parte de esta unión monetaria. Esta crisis se relaciona con los desequilibrios de la fase de expansión. Las ramas más dinámicas han sido aquellas más sensibles a los tipos de interés, artificialmente bajos por la existencia del euro. Si tenemos en cuenta aspectos propios del país (nuestra tradición de ladrillo), el poder histórico de la banca y la orografía, junto a las leyes de liberalización del suelo implementadas por el Partido Popular (la derecha), y le añadimos un problema de competitividad externa, el resultado no puede ser otro que un crecimiento sustentado en la burbuja inmobiliaria. En la cual, y es importante tenerlo presente, los salarios han permanecido estancados en lo que podemos denominar el ciclo largo de expansión, entre 1995 y 2007, además de que el déficit del sector público fue disminuyendo hasta lograr superávit un poco antes de que estallara la crisis. Estas consideraciones son pertinentes a la luz del discurso de los medios afines a la patronal, buscando los culpables en el gasto estatal y en la rigidez del mercado laboral. Sin embargo, aquí la recesión implica un elevado endeudamiento de la banca, atrapada en el colapso de la vivienda, y esos denominados activos tóxicos, préstamos que no puede cobrar y pisos que ahora valen una parte de lo que antes costaban. De hecho, unas tres cuartas partes de la deuda corresponde al sector privado, siendo la gran mayoría del ámbito empresarial, y más en concreto los bancos. El endeudamiento de las familias es más bien de las de mayor renta, y en cuanto al resto de hogares, desde luego bastante endeudados, se corresponde con un gasto para acceder a una vivienda, lo cual es diametralmente opuesto al endeudamiento de quien busca rentabilidad. Pero el Estado ha utilizado sus recursos, que provienen por otra parte fundamentalmente de los trabajadores, para socializar las pérdidas del sector bancario, el cual hace negocio tomando prestado del Banco Central Europeo
para adquirir deuda pública, especulando para que suba la prima de riesgo y obligar al gobierno a hacer más ajuste en contra de los trabajadores. Desde luego, un círculo infernal digno de una película de terror.
¿Cuáles son las perspectivas de salida de la crisis europea a corto y mediano plazo que parecen más factibles?
En el marco actual las perspectivas son ciertamente negativas. El camino de la austeridad emprendido por la troika, lógica por otra parte desde los fundamentos del euro, que no son otros que competir con Estados Unidos y lograr que la moneda única se convierta en la principal divisa de referencia mundial, resulta inviable para los países menos avanzados. La perspectiva es un estallido social de proporciones inmensas. Pero no deja de ser una posibilidad que nos lleve por una senda como la de Japón, avanzando en el ajuste y manteniendo un estancamiento económico crónico. Otra posibilidad es que la unión monetaria se rompa. Y ahí subyace muchos de los debates que tiene la izquierda en Europa, que se debate entre la idea del euro sí o no. Por eso es importante tener en cuenta la relación de fuerzas que exista en la sociedad. Si el movimiento obrero es débil, la alternativa de regresar a las monedas nacionales significaría continuar con el ajuste salarial por otros medios. En definitiva, llevaría a una huida de capitales y una gran depreciación del tipo de cambio de la nueva moneda, por lo que el escenario tendría elementos similares a la crisis de la deuda en América Latina en los años ochenta, con la necesidad de reducir salarios y generar excedentes para devolver una deuda incrementada, puesto que estaría denominada en euros. Pero si la clase trabajadora es quien comanda el proceso de salida del euro, el escenario deseable sería considerar una cierta integración de los países periféricos para fortalecer su posición en un contexto muy adverso. Una cuestión irrenunciable sería auditar la deuda, porque gran parte no es responsabilidad de los trabajadores, o directamente decidir de manera unilateral denominarla en la nueva moneda, llevando a una extraordinaria quita para los acreedores, estableciendo controles a los movimientos de capitales y procediendo a nacionalizar al menos los sectores estratégicos de la economía. Lamentablemente,
por ahora estamos lejos de este escenario. Si al menos la coalición de izquierda Syriza hubiera vencido en las últimas elecciones de Grecia, con el apoyo del KKE (el Partido Comunista de Grecia), hubiera sido un punto de inflexión para la lucha en la periferia europea, pero no fue así. De todas formas, estamos en una dinámica de acumulación de fuerzas, pero inmersos en el ajuste permanente.
Gran parte de la crítica, incluso de sectores de izquierda marxista, apela a la necesidad de una mayor intervención estatal y a una mejora en la distribución del ingreso sin cuestionar al capitalismo, ¿ve viable esta perspectiva keynesiana para Europa y España en particular?
Efectivamente, en España una gran parte de la izquierda mantiene vivo el sueño nostálgico del capitalismo de posguerra. Se condena el neoliberalismo, con su correlato de desmadre financiero y de ataque a las conquistas históricas materializadas en el Estado del bienestar, si bien en España no han alcanzado los niveles de nuestros vecinos del norte. Pero falta un cuestionamiento integral del capitalismo. Sin embargo, considero que es una ilusión -y por tanto, un error- creer que se pueda reformar el sistema. Ahora mismo es inviable un capitalismo regulado como el de la etapa de Bretton Woods, tanto por el contexto de relación de fuerzas entre las clases sociales como por el hecho de que, no olvidemos, el primer fundamento de la expansión económica de posguerra fue la existencia de tasa de beneficio empresarial en niveles muy elevados, sin paragón casi en la historia. Una nueva fase de crecimiento requiere que la crisis realice su papel, que como explicara Marx, pasa por una selección de capitales y una caída de salarios. El primer elemento no se ha llevado a cabo, tanto por la fortaleza de ciertos capitales como por los riesgos que comporta para el propio sistema, de ahí que las políticas keynesianas sean contraproducentes desde una perspectiva de largo plazo, pues no contribuyen a reanudar las condiciones de valorización. Por otra parte, esta unión monetaria, y más en general, la Unión Europea es absolutamente irreformable, pues constituye el mecanismo construido por el capital para llevar a cabo el programa neoliberal o de ajuste económico. Los trabajadores no pueden depositar ninguna esperanza en cambios del marco institucional actual.
¿Qué opina del movimiento de indignados y qué perspectivas políticas ve para la izquierda en España?
El movimiento de indignados ha significado un soplo de aires fresco que, en su momento, nos encontró a todos descolocados. Cuando España era noticia por la calma social, de repente ha demostrado que existía un conflicto social latente, pero que no se expresaba por los medios tradicionales. En este sentido, ha sido un avance el hecho de poder superar diferencias partidarias para unirse en torno al rechazo de la ofensiva patronal que sufrimos. Por otra parte, sin duda existen limitaciones. Y las de este movimiento son las normales en una sociedad en la que la izquierda ha sufrido no sólo derrotas electorales, sino la de sus valores de referencia. Y añado un elemento más: en España, la dinámica de crecimiento basada en la construcción ha fomentado cambios decisivos en la composición de la clase trabajadora, con la proliferación de los autónomos, una segmentación del mercado laboral debido a las reformas impuestas, expectativas de ascenso personal en función del alza del precio de los activos, pérdida de la importancia de la industria y de las consiguientes aglomeraciones obreras, etc., lo que cual ha tenido repercusiones negativas sobre la conciencia política. Esto se refleja es cierta inmadurez del movimiento y limitaciones en sus reivindicaciones, ya que falta un análisis de clase, pero hay que tener en cuenta que va aprendiendo. Los procesos sociales requieren tiempo para madurar.
En España, la crisis ha vuelto a despertar con fuerza las reivindicaciones de autonomía regional en particular en Cataluña y el País Vasco, incluso con apoyo de sectores de la izquierda. ¿Existen elementos progresivos para la clase obrera en esa lucha?
La cuestión nacional es una de las particularidades de España y la izquierda política, que posiblemente sea de lo más difícil de entender desde fuera. Y una de las razones radica en el posicionamiento de la izquierda transformadora, que demuestra a su vez su derrota intelectual y la ausencia de capacidad para realizar ahora mismo una propuesta anticapitalista. El discurso de los revolucionarios, mayoritariamente, defiende el derecho a la autodeterminación de lo que considera nacionalidades históricas, en algunos casos abogando abiertamente por la independencia en dicha elección. La justificación se basa en una
oposición al discurso nacionalista español tradicional que ha manejado la derecha, como sucedió durante la dictadura franquista y la consideración de que es un derecho democrático. Es una auténtica paranoia, en la que no se analiza en términos de clase. Estos nacionalismos son profundamente regresivos, pues emanan de las regiones históricamente más avanzadas y contribuyen a dividir y quebrar la unidad del sujeto social transformador. En términos democráticos, se arrogan la soberanía para decidir, excluyendo el resto de españoles, y falsifican la historia para crear artificialmente una propia que no existe más que en las mentes de los promotores de los nacionalismos vasco y catalán, por otra parte profundamente reaccionarios. En la coyuntura actual, el nacionalismo es funcional al sistema ya que cumple el papel de canalizar el descontento de manera “adecuada”, como también lo cumple el discurso antipolítico que se dice eso de “que se vayan todos” y habla de la clase de los políticos y de que son todos iguales. En este sentido, hablar en Cataluña del expolio que supone la mayor contribución fiscal de esta comunidad permite culpar a Madrid de todos los males. Y lo que resulta asombroso es que todavía la izquierda hable de derechos y opresión de los pueblos, curiosamente, de los que tienen el mayor PIB per cápita, lo que constituye un discurso muy insolidario con las regiones menos avanzadas. Por ello, la posición de los comunistas, que son internacionalistas, debe ser la defensa de la unidad y la soberanía nacional, que es la unidad de la clase trabajadora, la inmensa mayoría de la población, para denunciar que la dominación del capital exige vaciar de contenido esta soberanía tanto por abajo, mediante la descentralización y el localismo, lamentablemente impulsado por la izquierda, como por arriba, delegando marcos de decisión en instituciones supranacionales sin legitimidad democrática, como la Unión Europea. Sin embargo, la izquierda en España tiene alergia a pronunciar siquiera la propia palabra España, prefiere eso del “Estado español y los pueblos que la componen”, lo que constituyen divagaciones abstractas, propias de una izquierda premarxista, peor que los socialistas utópicos y reaccionarios que ya denunciara Marx en el Manifiesto. Por tanto, no creo que la fragmentación del país sea un paso adelante para los trabajadores, como tampoco lo ha sido en el Este de Europa, sino una ocasión para que los países más poderosos se beneficien de esta atomización de la clase obrera.