Entre Franco y Perón. Un comentario sobre las memorias de Nicolás Sánchez-Albornoz

en El Aromo nº 69

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Entre Franco y Perón
Un comentario sobre las memorias de Nicolás Sánchez-Albornoz
 
A continuación, presentamos un comentario a la edición de las memorias de Nicolás Sánchez-Albornoz, bajo el título Cárceles y exilios (Anagrama, 2012), donde relata su exilio en Buenos Aires. Se puede observar allí, la política de Perón hacia la izquierda en general y hacia los exiliados republicanos en particular.
Francisco Martínez Hoyos
Colaborador
 
No es inevitable que las guerras civiles tengan que acabar con el enemigo en la cárcel o en el paredón. En España, la primera guerra carlista concluyó con el Abrazo de Vergara, localidad vasca donde el general liberal y el general carlista se fundieron en un saludo. Por desgracia, un siglo después, el general Franco no mostraría la misma amplitud de miras tras aplastar a los republicanos. Para escapar de la muerte, miles de ellos emprendieron el camino del exilio, con lo que el país se vio privado de algunas de sus mejores cabezas en el terreno político o cultural. Argentina fue un punto privilegiado de destino, pese a las restricciones de su gobierno, dividido entre el deseo de favorecer la llegada de emigrantes y su rechazo a los “revolucionarios”. Todo lo contrario que México, cuyo presidente, Lázaro Cárdenas, no dudó en proteger a los izquierdistas.
En Buenos Aires, como dice el historiador Tulio Halperín Donghi en sus memorias, estos españoles ejercieron una influencia que, sin llegar a ser dominante, estaba presente en todos los ámbitos de la vida intelectual porteña [1]. No en vano, en Argentina hallamos a escritores de primerísima fila, el poeta Rafael Alberti entre ellos, o a pensadores como Ortega y Gasset.  Que estos y otros destacados autores eligieran para establecerse el Río de la Plata no obedece, ni mucho menos, a la casualidad, puesto que la más culta de las repúblicas sudamericanas les ofrecía múltiples oportunidades [2].  
Así, el mundo universitario se vio enriquecido con académicos como Claudio Sánchez-Albornoz, que crearía escuela con discípulos como Reyna Pastor de Togneri. Su enseñanza aportó aires renovadores, al incitar a reflexionar sobre aspectos sociales, económicos y culturales, frente la vieja historia basada en recopilaciones de acontecimientos. Por otra parte, consiguió adquirir cierta notoriedad con sus colaboraciones periodísticas. Precisamente por esta fama nunca fue bien visto por el personal diplomático franquista, para el que era un elemento peligroso. Un rojo, lo peor que se podía ser. Sus convicciones católicas y moderadas no contaban, por lo visto. 
El hijo de Claudio, Nicolás Sánchez-Albornoz, que se dedicaría a su mismo oficio, llegó al país tras protagonizar una rocambolesca fuga del Valle de los Caídos, un mausoleo faraónico para Franco construido a costa del trabajo forzado de los prisioneros políticos. En su caso, la condena se debía a su activismo estudiantil. Suerte que la normativa de reagrupación familiar le permitió reunirse con su padre, al que no había visto en ocho años. Cárceles y exilios (Anagrama, 2012), un reciente libro de memorias, da cuenta de este genero de experiencias, demasiado presentes en la trayectoria de un hombre famoso por sus trabajos de historia social e historia económica.
Su autobiografía supera con mucho el testimonio personal. Se nota que el autor es un profesional entrenado en el análisis del pasado, ya que, además de no pretender que creamos algo solamente porque él lo dice –ahí está la documentación de archivo o la bibliografía-, se dedica a contextualizar detalladamente los acontecimientos. A incitar al lector con agudas reflexiones comparativas,  que le llevan a interrogarse sobre las semejanzas y las diferencias entre el sistema penitenciario de Franco y el de Hitler. Mientras el alemán se basaba en unas medidas de seguridad a toda prueba, con alambradas y perros feroces, el español ofrecía múltiples lagunas en este sentido. A veces… ¡ni siquiera disponía de suficientes guardias! Pero nadie se preocupó nunca de remediar tales carencias. Porque hubiera sido demasiado caro y porque, en el fondo, tampoco hacía falta. Sin documentación y sin apoyo exterior, los presos no tenían donde ir, de manera que la mayoría terminaban detenidos de nuevo.  
El capítulo dedicando a Argentina resulta, sin duda, uno de los más apasionantes. Nicolás llegó a Buenos Aires comisionado por la UFEH (Unión Federal de Estudiantes Hispanos) para constituir una célula de esta organización, a partir de los exiliados, y recaudar fondos con destino a España. Preveía entonces una estancia corta, sin imaginar que su permanencia se iba prolongar casi veinte años. En su nuevo hogar se encontró, por suerte, con una legislación que le permitía la estancia en el país sin ninguna restricción temporal. Aunque con una limitación: perdió la condición de refugiado político, que le había conferido Francia, al no existir una distinción entre éstos y los emigrantes comunes. Se enfrentó también al inconveniente de no poder convalidar sus estudios, por lo que debió superar un examen de bachillerato en el que acreditó su conocimiento de la historia y la geografía argentinas. Fue un empezar de cero, señala él mismo. 
Nuestro hombre, por desgracia, iba a encontrar aspectos que le recordaron a la España que había dejado atrás. Constató, por ejemplo, una similar obsesión castrense por privar de autonomía a las universidades. Los profesores de convicciones democráticas, fueran progresistas o conservadores, se vieron despojados de sus puestos, a favor de incondicionales del régimen. Porque la lealtad política, no el mérito científico, pasó a ser el criterio determinante. La esposa de Sánchez-Albornoz lo experimentó en sus propias carnes cuando, tras ganar una cátedra, no fue nombrada por carecer del carnet del Partido Justicialista. 
Entre los depurados se hallaban figuras tan relevantes como Bernardo Houssay, premio Nobel de Medicina. La purga supuso una auténtica catástrofe para el tejido intelectual del país, al afectar a un tercio de los docentes de las facultades. Unos, los de más edad, optaron por la empresa privada, mientras los más jóvenes se aventuraron a aceptar ofertas en el extranjero. Se inició entonces una fuga de cerebros hacia otras naciones latinoamericanas o hacia Estados Unidos.  
Como en España, el poder se ocupó de mantener desactivado el movimiento estudiantil. A Nicolás Sánchez-Albornoz, por su calidad de extranjero, la policía le advirtió que no se mezclara en los asuntos políticos internos si no quería terminar deportado. 
A lo largo del libro, Perón aparece retratado en términos fuertemente críticos. Autoritario por encima de todo, conservaba la suficiente cintura política para manejar a sus contrincantes a su antojo. Su secreto consistía en mantener una fachada de democracia, en el que las opciones más contrapuestas estaban permitidas, no importa que fueran comunistas o fascistas, siempre que acataran sin reparos su liderazgo. Mientras tanto, la represión se encargaba de mantener a raya a los disidentes, con actos como el incendio de la Casa del Pueblo bonaerense. Perón, sin embargo, no llegó al extremo de abolir los partidos. Tampoco la Constitución, todo lo contrario de lo que había sucedido en España con la ruptura de la legalidad republicana y la violencia dantesca contra las izquierdas. 
Respecto al exilio hispano, la actitud del peronismo fue de hostilidad, para contentar así a Franco, aunque sin llegar al extremo de la persecución abierta. Por eso, los republicanos se vieron obligados a mantenerse en una especie de hibernación: el gobierno les exigía no relacionarse con las fuerzas opositoras, a la vez que les colocaba todo tipo de obstáculos para desarrollar sus actividades, por ejemplo en el terreno editorial. 
En un sugestivo paralelismo, Sánchez-Albornoz plantea que el mandatario argentino se parecería un monarca medieval, tolerante con la diversidad pero exigente a la hora de reclamar obediencia. El dictador hispano, en cambio, recordaría a los Reyes Católicos, de similares políticas excluyentes: expulsar a los judíos, proceder a la unificación ideológica de sus reinos… 
Seguramente, el lector echará de menos que el historiador español no aporte confesiones privadas, ni semblanzas de las personalidades a las que trató. Sin embargo, su objetivo no es ese, sino ofrecer una disección de la evolución de la cultura en Argentina, con el transfondo político de un periodo turbulento. Su valoración del peronismo refleja los problemas de muchos de sus compatriotas, gentes de izquierdas, ante una realidad muy difícil de interpretar desde parámetros europeos. Para ellos -apunta la historiadora Dora Schwarzstein [3]- resultaba poco menos que incomprensible que aquella especie de dictadura fascista gozara, sorprendentemente, del apoyo de las organizaciones obreras. Sin embargo, Sánchez-Albornoz, pese a su evidente disgusto con un estilo a todas luces autoritario, lo prefería claramente al franquismo, mucho más extremista e inhumano a la hora de cargar contra sus rivales.  
 
NOTAS:
[1] Halperín Donghi, Tulio. Son Memorias. Buenos Aires, Siglo XXI, Buenos Aires, 2008, p. 111. 
[2] Crespo MacLennan, Julio: Imperios. Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2012, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012, pp. 353-54.
[3]  Schwarzstein, Dora. Entre Franco y Perón. Barcelona. Crítica, 2001.

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