La estrategia de la clase obrera. Enero de 1936

en Revista RyR n˚ 6

El siguiente texto corresponde a partes de la Introducción y al primer capítulo del libro La estrategia de la clase obrera. Enero de 1936 próximo a ser publicado por la editorial La Rosa Blindada en coedición con el PIMSA (Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina).

Por Nicolás Iñigo Carrera (historiador y director del PIMSA)

Introducción

            El 7 de enero de 1936 se produce la primera huelga general de los años ’30 con repercusión nacional. Han pasado nueve años desde las últimas huelgas gene­rales, acatadas parcialmente, que el 15 de julio, 5 y 6 de agosto, 10 de agosto y 22 y 23 de agosto 1927 declararan la Confe­deración Obrera Argentina, la Unión Sindical Argentina y la Fede­ración Obrera Regional Argen­tina como parte de una campaña mun­dial para evitar la ejecución de Sacco y Vanzetti en Estados Unidos. Han pasado doce años desde la huelga general del 3 al 8 de mayo de 1924, declarada por la Unión Sindical Argentina y sindi­ca­tos autónomos contra la sanción de la ley de jubilaciones 11.289 y en cuyo desarrollo se producen choques callejeros entre huelguistas y policías. Han pasado trece años desde la reali­za­ción de la ante­rior huelga con movilización declarada por la Unión Sindi­cal Argen­tina y la Federación Obrera Regio­nal Argen­tina en repudio por el asesi­nato del obrero anar­quista Kurt Wil­kens, preso en la Peniten­ciaría Nacional, desarro­llada entre el 17 y el 21 de junio de 1923 y en la que los choques callejeros con la policía dejaron varios muertos de ambas partes[1]. Pero, para encontrar un hecho comparable con la huelga gene­ral del 7 y 8 de enero de 1936, el diario Crítica debe remontarse más atrás, a la Semana de Enero de 1919, la llama­da «Semana Trágica».

            Sin embargo, a pesar de la envergadura del hecho mismo, de la extensión del paro, de las movilizaciones y choques callejeros, y del hecho de que la policía debió abandonar las calles de los barrios del noroeste porteño a los manifestantes, ni en el análisis de la historia del movimiento obrero ni en el de la década del ’30 se le ha dado a esta huelga general mayor importancia[2]. ¿Cómo se construye y perpetúa ese “desconocimiento”?

(…)

            La respuesta remite a las concepciones teórico metodológicas dominantes entre quienes investigan la historia. Las concepciones expuestas, formuladas de diversas mane­ras, a veces articuladas o combinadas entre sí, tienen en común el descartar en la ob­ser­vación de la realidad que pretenden conocer los procesos sociales que objetivamen­te se desarrollan en una formación social específica: los procesos de génesis, formación, desarrollo (y a la vez de descomposición y recomposición) de las distintas fracciones y clases sociales. Se observan las resultantes de esos procesos (por ejemplo los sindi­catos o las distintas líneas políticas presentes en el movimiento obrero) pero no los procesos de donde se generan, es decir la lucha misma, los intereses que confrontan y cuáles se realizan en cada momento histórico.

(…)

            Pero este trabajo no tiene como objetivo la búsqueda y rescate para la historia de hechos ignorados. No se trata simplemente de completar una cronología de hechos, sino de conocer el desarrollo de la clase obrera argentina, intentando plantear y resolver los problemas que ese conocimiento presenta. Y, al mismo tiempo, mostrar cómo una descripción de la realidad que no soslaye la observación de los enfrenta­mientos sociales permite hacer observables procesos que permanecían encubiertos. Es por ello que hemos tomado como soporte empírico: 1) un hecho producido en un período presunta­mente «sin lucha y de negociación»; 2) observando lo que los sujetos objetivamente hacen y no lo que piensan de sí; 3) foca­lizando la mirada no sólo en el sistema institu­cional sino en los enfren­tamientos sociales, lo que remite al proceso histórico mismo.

            Este trabajo presenta los resultados de una investigación que, como se expondrá en el capítulo siguiente, pretende conocer cuál es la estrategia de la clase obrera argentina, en un momento determinado de su proceso de desarrollo: el que recorre en el lapso comprendido entre 1930 y 1946.

            La investigación fue iniciada hace algo más de diez años en el Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (CICSO) y buena parte del armamento teórico-metodológico y conceptual aplicado en este trabajo es resultado de los seminarios que se dictaron allí desde mediados de los ’70. Hacia fines de los ’80 habíamos finalizando con Jorge Podestá una investigación acerca del movimiento agrario chaqueño que se expresó organizativamente en las Juntas de Defensa de la Producción y de la Tierra[3], y nos parecía importante conocer los procesos de génesis de un período histórico cuyo desarrollo estabamos todavía viviendo. A partir de 1993, y centrada ahora en conocer la estrategia de la clase obrera argentina, la investigación se desarrolló en el marco del Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA), donde encontré el medio de discusión científica e intelectual necesario para completar el trabajo.

El problema

            Como ya se dijo, este trabajo pretende contribuir al conocimiento de la estrategia de la clase obrera argentina en un momento determinado de su historia: el período comprendido entre 1930 y 1946. Es éste el problema que se pretende abordar. Sin embargo, en el desarrollo de la investigación, este problema no constituyó el punto de partida inicial sino el punto de llegada de una larga etapa, en la que el interrogante estuvo (mal) formulado en otros términos. Referirme, brevemente, al proceso de formulación del problema permitirá, a la vez, exponer los instrumentos teórico-metodológicos con que se ha realizado la investigación.

            Uno de los rasgos más destacados en la historia de la clase obrera de esa década y media lo constituye su participación mayo­ritaria en dos grandes alianzas que toman forma política sucesiva­mente en la segunda mitad de los ’30 y a mediados de los ’40.

            La primera de estas alianzas emergió a la escena políti­ca en la gran manifestación del 1º de mayo de 1936, convoca­da por la Confederación General del Trabajo, con la adhesión de los princi­pales partidos políticos (Radical, Socialista, Demócrata Progresista) que constituían en ese momento la oposición ofi­cial al gobierno de la Concordancia y de otros, exclui­dos del poder político (como el ilegal partido Comu­nista). En sus orígenes constitu­yó un frustrado intento por formar en la Argentina un Frente Popular. Tuvo su continuidad en los sucesivos intentos fracasados, diferentes entre sí tanto por su composición como por sus metas, por formar una Unión Democrática contra el fascis­mo pero más aún contra el gobierno de la Concordancia. Finalmente, una parte de ella se realizó como alianza política y electoral en 1946, contra el naciente peronismo. Aunque modificada en su composición y en sus metas, no hay duda de que de ella surgió la alianza política y social que, a lo largo de más de 30 años participó de la lucha política sin un nombre que la identificara mejor que el de antiperonismo.

            La segunda de estas alianzas políti­cas emergió a la escena política en las jornadas de octubre de 1945 y tomó la forma política de peronismo. Una parte mayoritaria de ella, y esto se hace evidente si se observa la trayectoria de muchos de los cuadros político-sindicales que le dieron origen, provenía de la otra alianza a que hemos hecho referencia, lo que señala el proceso de destrucción y recomposición de alianzas políticas que se produjo entre 1943 y 1945.

            La participación mayoritaria de la clase obrera sucesivamente en estas dos alianzas, o dicho en otros términos, el paso de la mayo­ría de los obreros de una a otra alianza política, ha dado lugar a numerosos trabajos y constituyó uno de los interrogantes más frecuentemente abordados no sólo por sociólogos e historiadores sino también por políticos. Particu­larmente desde posiciones políticas de izquierda fue planteado en términos de por qué la mayoría de los obreros abandonó su alineamiento con los socialistas y comunistas y pasó a formar parte de un movimiento político que aparecía postulando la conciliación entre las clases, el humanismo cristiano y lo nacional frente al internacio­na­lismo proletario.

            Las primeras explicaciones de este hecho basadas en un cambio en la composición y reclutamiento de los obreros (viejos trabajadores frente a nuevos trabajadores; inmigrantes europeos frente a migrantes del interior del país) o en un reemplazo de los dirigentes sindicales como resulta­do de la polí­tica gubernamental después del golpe de estado de 1943 (burocratización de los sindicatos, sindicalismo estatal) han tenido que ser abandonadas o relativizadas por sucesivas investi­gaciones que mostraron que las continuidades entre el momento anterior a 1945 y el posterior eran al menos tan importantes como las rupturas que podían señalarse[4].

            Pero, en general, tanto los primeros trabajos como los poste­riores, centraron su mirada en las formas institucionales, ya sea en los alineamientos políticos de los sindicatos y de los dirigen­tes, ya en la legislación obrera, o en los estatutos sindica­les en los que cristaliza­ron las formaciones ideológicas. Por lo general, no se intentó analizar la lucha misma de los obreros[5].

            Como ya quedó dicho, el interrogante que constituyó el punto de partida de esta investigación fue el paso de la mayo­ría de los obreros de una a otra alianza política. Pero, en el desarrollo de la línea de investigación sobre luchas popula­res en los años ’30[6], y, fundamentalmente, al avanzar en el planteo del problema éste fue modificándose, precisándose.

            En un primer momento podría haberse formulado en los siguien­tes términos: ¿por qué la mayoría de la clase obrera que en los años ’30 y comien­zos de los ’40 formaba parte (e incluso se postu­laba como dirigen­te) de una alianza social cuya expresión política eran los parti­dos de izquierda, incluyendo los intentos por cons­tituir un Frente Popu­lar, pasó en la segunda mitad de los ’40 a formar parte de otra alianza social, cuya conducción también disputó, pero que, al menos en apariencia, se encontraba en las antípodas de la ante­rior? Esta primera aproximación a plantear el problema de los ali­nea­mientos políticos de la clase obrera argentina en las décadas de 1930 y 1940 fue intentar conocer por qué «los obreros cambiaron de bando». Sin embargo, este abordaje no sólo «cosificaba» a los obreros e impedía observar los hechos en proceso (en esa perspectiva existían dos posiciones y los obreros, mayoritariamente, pasaban de una a otra) sino que la observación quedaba centrada más en las alianzas políticas que en las luchas de la clase obrera. En una segunda formulación el problema central de esta investigación se planteó en términos de intentar hacer observable cómo fue que se produjo ese pasaje.

            En las dos formulaciones del problema estaba implícita la presunción de que en ese pasaje había sido fundamental la meta que la clase obrera argentina tenía en ese momento y cuál de las dos alianzas políticas le permitía aproximarse más a ella. Hacer explícita esa presunción permitió llegar a una tercera formulación del proble­ma que centra la observación en el sujeto y sus acciones. El problema que ordena la línea de investigación de la que este trabajo forma parte, es conocer cuál fue la estrategia de la clase obrera en ese momento de su historia.

            ¿Cómo abordar el tema de la participación de los obreros en las alianzas políticas desde una perspectiva que centre la mirada en las luchas observando desde la clase obrera y no desde el sistema institucional?

            En primer lugar, partiendo de que el sujeto colectivo de la historia son las clases sociales que actúan y cuyas metas, en cada momento histórico, están vinculadas con los grados de conciencia que tienen de sí, de las otras clases y de las relaciones entre ellas; grados de conciencia que hacen al momento que transitan en su constitución como clases sociales. Por lo tanto, que los hechos históricos no son simplemente resultantes de la acción individual de algunos dirigentes o grupos sindicales o políticos, de su mayor o menor capacidad para evaluar el momento histórico y desplegar una estrategia, sino de un proceso que involucra al conjunto de cada clase social, cuyo grado de conciencia esos grupos y/o dirigentes pueden estar expresando en mayor o menor medida[7].

            Y si se trata de analizar las acciones de una clase social (o al menos de la mayoría de los miembros de esa clase que se ponen en acción), deberíamos tener presente el hecho de que las clases sociales se constituyen como tales en el enfren­tamiento con otras clases[8]. Y que su constitución como clase social es un proceso que se desarrolla en el tiempo, y que, obvia­mente, no es lineal. En síntesis, que las clases se constitu­yen en el proceso de la lucha, proceso que está constituido por enfrenta­mientos sociales. Por lo tanto, debemos comenzar por observar esa misma lucha y no comenzar por lo que son resultantes de ese proceso: las formas institucionales que asume el resultado de la lucha (sindica­tos, partidos, las mismas alianzas políticas).

            Cada uno de los enfrentamientos sociales se va combinando con otros para alcanzar el objetivo de la lucha. Pero si se trata de analizar procesos de enfrentamientos sociales o procesos de lucha (observando qué meta se proponen, a quién constituyen como su enemigo en esa lucha, con quién se alían), uno de los elementos que debería observarse es cuál es el ordenamiento en que se dan estos enfrentamientos sociales, es decir, las estrate­gias que se dan, en un momento determinado de la historia de una sociedad, las distintas clases sociales[9].

                 El objetivo, entonces, debería ser descubrir en las acciones (los enfrentamientos sociales) la existencia de una estra­tegia. En este caso, observando las acciones de la clase obrera argentina encontrar la estrategia que está llevando adelante en las décadas de 1930 y 1940.

            Podría objetarse que al plantear de esta manera la existencia de estrategias que ordenan los enfrentamientos, se está haciendo referencia, implícitamente, a que en todo momento existe algún tipo de conducción de la lucha, lo que, en apariencia, contradiría la afirmación anterior acerca de que el desarrollo de la lucha no es producto de ninguna voluntad individual. Pero no hay tal contradicción: siempre hay alguna conducción de la lucha, conducción que no es individual. Encontrar el ordenamiento en los enfrentamientos sociales sólo nos estará señalando la meta y el camino para alcanzar esa meta que se ha dado una clase social en determinado momento histórico. Sólo es posible plantear que no hay estrategia si se piensa en cada enfrentamiento como hecho único y aislado, y si bien existen hechos de ese tipo, justamente son los que no constituyen lucha[10].

            También puede objetarse que se está atribuyendo a las clases sociales una conciencia de sí que no necesariamente tienen en todo momento histórico. Sin embargo, debe tenerse presente que no hay actividad humana, y menos aún una lucha, que no pase por la conciencia de los que la protagonizan. Los que la llevan a cabo intervienen en ella con una determinada conciencia de sí y del mundo que los rodea. En este sentido, (al pasar por la conciencia del sujeto colectivo que es la clase social) toda estrategia es consciente: «no se puede en modo alguno evitar que todo cuanto mueve al hombre tenga que pasar necesariamente por su cabeza”[11] y “nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado”[12]. Pasa por la conciencia de cada uno de los que interviene y da como resultado colectivo el “paralelogramo de fuerzas” a que hace referencia Engels, que es algo más que la suma algebraica de las conciencias o voluntades individuales: es un producto social, tiene un “plus” social, analógico al que señala Marx cuando se refiere a la potenciación de la fuerza productiva del trabajo por la cooperación entre los trabajadores[13].

            Descubrir cuál sea esa forma determinada de conciencia, determinar qué grado de autoconciencia y organización ha alcanzado una fracción o una clase social, lo que se expresa en el interés que defiende y en la meta que se propone, es parte del problema a resolver en la investigación de cada hecho o proceso de luchas.

            Cabría plantear aquí, tal como se hace desde las ideas dominantes en la actual historiografía liberal, la necesidad de referirse a la “cultura” más que a la conciencia, no necesariamente excluyentes en esa concepción, pero a las que se atribuye un peso distinto, claramente a favor de la “cultura”. Sin embargo, el uso de “cultura” que se hace en esa concepción resulta tan abarcador y deliberadamente poco preciso, que diluye el hecho de que los seres humanos actúan en situaciones a las que perciben y caracterizan o conceptualizan de determinada forma para poder actuar sobre ellas, y esa es la forma de su conciencia de la situación[14]. En esa forma de conciencia pueden prevalecer distintos aspectos de la situación en que se encuentran (es decir, que prevalecen unas u otras de las relaciones sociales en que están insertos). Por ejemplo, puede prevalecer su aspecto de “asalariados”, tomar conciencia de esa situación de aparentes propietarios de una mercancía (la fuerza de trabajo), y tratar de mejorar su situación en tanto tales; o bien puede prevalecer su aspecto de expropiados de sus condiciones materiales de existencia, explotados, y tratar de eliminar la explotación. Por lo tanto, grados de conciencia que se vinculan con aspectos parciales o totalizadores de su situación, y por eso con intereses inmediatos parciales o intereses que hacen a su totalidad como seres humanos[15]

            Esto se vincula al problema de conocer en qué medida un hecho es “espontáneo” o “consciente”, o, más precisamente, conocer el grado de conciencia para sí que pueda tener una clase en un momento histórico determinado. Sabiendo que ese grado es también un producto histórico, fruto de su experiencia de lucha (y en este sentido diferente de lo que plantea E.P. Thompson[16] como experiencia).

            En primer lugar hay que tener presente que lo “espontáneo” y lo “consciente” constituyen un desarrollo[17], en que el primero es forma embrionaria del segundo, y en el que lo que en un momento constituyó una forma consciente con relación a una forma espontánea preexistente, puede adquirir la condición de espontánea con relación a una forma consciente, más desarrollada[18]. Y también que “no existe en la historia la espontaneidad ‘pura’, pues coincidiría con la mecanicidad ‘pura’. En el movimiento ‘más espontáneo’, los elementos de ‘dirección consciente’ son simplemente incontrolables, no han dejado evidencias comprobables”[19].

            El movimiento “espontáneo” es la estrategia que se da “naturalmente” la clase obrera y un momento necesario en su proceso de formación. Desconocer su existencia como momento necesario, como parte del proceso en que la clase obrera se va constituyendo es desconocer la historia real de una clase obrera determinada; en el caso que nos ocupa, de la clase obrera argentina. La imagen del “mate vacío” utilizada por un caricaturista representando al trabajador peronista, prejuicio presente en muchos historiadores hoy, es la más clara expresión de ese desconocimiento: no tratan de conocer cuál es la estrategia de la clase obrera, simplemente se niega su existencia[20]

            El problema que debe plantearse es saber cuál conciencia es, en qué grado de su constitución como clase está. El problema que debe plantearse es, pues, saber cuál es la estrategia que se hace observable en los enfrentamientos sociales que libra la clase obrera. Cuando el capital concen­tra en un mismo sitio a una masa de individuos cuyos in­tereses indivi­duales están divi­didos por la compe­tencia, la defen­sa del salario, que constituye el interés común a to­dos ellos frente a su patrón, los une en una idea común de resisten­cia, formando asociacio­nes que tienen como doble fina­lidad acabar con la compe­ten­cia entre los obreros para poder hacer competencia general a los capita­lis­tas. Si el primer objetivo de la resisten­cia se reducía a la defensa del salario, a medida que los capi­talistas se asocian movidos por la necesidad de imponer sus condiciones a los obreros, las asocia­ciones obreras, en un prin­cipio aisladas, forman grupos, y la defensa por los obreros de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para e­llos más necesario que la defen­sa del salario[21].

            En la Argentina, lo mismo que en cual­quier sociedad capita­lista, el desarrollo del capital tiene como condi­ción necesaria la exis­tencia de una masa de desposeídos de sus condiciones materia­les de existencia, a los que la dominación del capital ha colo­cado en una situa­ción común -sólo pueden obte­ner sus medios de vida bajo la forma del salario- creándoles intereses comunes y consti­tuyén­dolos como clase para el capital. Es en la lucha por esos intereses comunes que la clase de los desposeídos, de los prole­tarios, se consti­tuye como clase para sí, confrontando con la clase de los propietarios (no sólo de condiciones de existencia sino de los mismos medios de vida de los proletarios). Pero esa lucha de clase contra clase constituye una lucha polí­ti­ca[22].

            En esta lucha, que Marx caracteriza como «verda­dera guerra civil», la coali­ción obrera toma carácter polí­ti­co[23], pasándose de la defensa de los intereses económi­co-corpora­tivos que ha­cen al «grupo profesional» (sindicato), a los del «grupo social» como intere­ses políticos (parti­do)[24].

            La construcción de esa conciencia “para sí” misma de la clase obrera, a partir de su constitución como clase por el capital, es un proceso que va pasando por distintos momentos, en que los obreros van tomando conciencia de los intereses que los unen a otros obreros y, por tanto van constituyendo grados de unidad de la clase obrera. Un proceso (no lineal) que va recorriendo distintos momentos, en que los trabajadores van pasando de la competencia entre individuos, primero, a percibir sus intereses como fracciones (y/o capas), hasta tomar conciencia del conjunto de los asalariados, en tanto tales. Es decir, todavía como personificación de capital, como relación capital – trabajo asalariado, sin concebir como realizable otra forma de organización social que no se base en esa relación. Es decir, van tomando conciencia de sus intereses como individuo asalariado, como conjunto de individuos asalariados reunidos por un capital, como conjunto de asalariados de una rama, como conjunto de todos los asalariados en una formación social específica, para llegar a tomar conciencia como clase obrera, cuyos intereses son antagónicos con los de la clase de los propietarios del capital, y que por tanto, se plantea como meta otra forma de organización social.

            Cada una de estos momentos (que se presentan simultáneamente si observamos una clase obrera determinada, en este caso la argentina, en un momento determinado) requiere de una estrategia para realizarse y tiene su manifestación en las distintas formas de conciencia de las distintas fracciones y capas obreras, del conjunto de los asalariados y de la clase misma.

            De manera que si bien en definitiva sólo puede haber dos formas de conciencia: socialista o burguesa, dentro de ésta última hay grados: aunque la tengan como clase para el capital, no es lo mismo la competencia entre los individuos que la competencia de las fracciones, ni concebir a la totalidad de la clase como un todo que tiene derechos por ser asalariados.

            Es por eso que, cuando hablamos de estrategia podemos estar refiriéndonos a dos procesos distintos, aunque relacionados entre sí: 1) el que hace a los enfrentamientos que va librando una clase social y cuya meta puede conocerse observando esos enfrentamientos; 2) las distintas alternativas políticas que proponen a esa clase los distintos cuadros políticos que actúan en la sociedad, y que expresan los intereses de distintas clases o fracciones sociales[25].

            Aquí es necesario precisar que cualquiera sea la estrategia que se plantee la clase obrera en un determinado momento histórico, en ella está presente la necesidad de establecer alianzas con fracciones sociales no proletarias. Si son las clases las que tiene una estrategia, en tanto tienen un interés que buscan realizar, para realizarlo necesitan constituir fuerza social y ésta es la alianza[26]. Por eso, las clases sociales fundamentales, cuando llegan a determinado momento de su desarrollo, plantean su interés de manera tal que pueda ser aceptado como su propio interés por fracciones sociales de otras clases[27]. Se forman las alianzas sociales, que son las que se enfrentan en la lucha. En la fuerza social cada fracción o clase puede tener su estrategia pero la fracción o clase dirigente de la alianza es dirigente porque ha logrado presentar su interés como el interés del conjunto. Y según la fracción o clase dirigente en la alianza será el interés que se realice. Lo que, a la vez, en el caso de la clase obrera, se vincula a la conciencia de su situación y cómo resolverla (apuntando a los efectos o a la raíz del problema) que tenga en determinado momento histórico. Según cuál sea la meta así será la alianza.

            Partimos, pues, de la noción teórica de que las clases socia­les se constituyen en un proceso histó­rico, y que ese proce­so está constituido por enfrentamientos sociales, es decir que las clases sociales se constituyen en procesos de enfrentamientos socia­les. Y que esos enfrenta­mientos se orde­nan siguiendo una estra­tegia, no importa el grado de desarrollo de la conciencia que se tenga de ella. Salta a la vista que, si lo que se pretende conocer es la estrategia de la clase obrera argentina, lo que debería observarse son los enfrenta­mientos sociales del período en los que tomó parte.

            Entre 1930 y 1945 los obreros argentinos protagonizaron todo tipo de confrontaciones utilizando distintos medios de lucha: huelgas, manifestaciones, voto, conspiraciones, etc. Algunas de ellas han sido descriptas, en mayor o menor medida. Resul­ta por eso curioso que una de las formas más propias de la lucha de la clase obrera, la huelga general, no haya merecido demasiada atención.

            En el análisis clásico se considera que los medios de lucha utiliza­dos por el proletariado, en especial los que llegan a constituirse en las formas que toma esa lucha, pueden ordenar­se en una escala en la que la huelga general ocupa un lugar particular. Clásicamente, se ha considerado que esta escala de las formas de lucha de la clase obrera recorre desde los motines primitivos hasta la insurrección armada del pueblo[28], formas que existen también en sociedades asentadas en otros modos productivos. La huelga, en cambio, es propia del capitalismo en general, constituye la primera forma de lucha sistemática de la clase obrera y la forma más simple, la unidad, en que se descompone analíticamente la lucha entre capitalistas y obreros. Es inherente al sistema asalariado, vigente en el modo productivo y régimen social del capital en general, y constituye la “guerra de guerrillas” [29] de los trabajadores contra los efectos del sistema existente.

            Clásicamente se ha establecido que la lucha de los obreros comienza cuando, reunidos por un mismo capitalista, dejan de lado la competencia entre ellos para unirse contra ese capitalista, teniendo como meta obtener un mejor precio por su fuerza de trabajo[30], y, en su desarrollo, la defensa de su organización para sostener esa lucha[31]. El desarrollo de ese antagonismo hace que los trabajadores se unan con otros trabajadores del ramo productivo y/o de la localidad contra los capitalistas del ramo o del lugar para, finalmente, coligarse el conjunto de los obreros contra el conjunto de los capitalistas. En ese mismo proceso histórico se van constituyendo la organización en sindicatos que agrupan a los obreros de una unidad productiva, de una rama o región y finalmente al conjunto de los trabajadores, para llevar adelante su lucha contra los efectos del sistema social vigente.

            Cuando el conjunto de los obreros se enfrenta con el conjunto de los capitalistas es el momento de la huelga general, que es también el momento en que el conjunto de los obreros se encuentra con el gobierno del estado, sea porque éste expresa el poder de los capitalistas en un conflicto determinado, sea porque los obreros se proponen establecer o defender una legislación favorable a sus intereses inmediatos, sea por ambas razones. La huelga general es, pues, una lucha política, lo que nada nos dice acerca de la forma de conciencia de su situación y como superarla (reformista o revolucionaria) que tienen los obreros.

            En la medida en que en la huelga general el conjunto de los obreros se enfrenta al conjunto de los capitalistas y al gobierno del estado, se expresa potencialmente en ella, no importa la conciencia que de ello tengan sus protagonistas, la lucha contra la forma de organización social vigente basada en la relación capital – trabajo asalariado, es decir, contra el capitalismo mismo. Pero esa lucha sólo deja de existir en potencia y alcanza su forma desarrollada cuando toma lo esencial de la política: la organización del poder del estado, y, cuando alcanza ese momento la forma que toma ya ha superado la huelga general. A partir de cierto momento del desarrollo histórico, la huelga deja de ser la forma fundamental o principal de la lucha de la clase obrera para devenir forma auxiliar o subordinada.

            En el desarrollo histórico concreto de la huelga gene­ral y de la lucha de la clase obrera surgieron distintas formas del movimiento huelguístico, como la huelga económica, la huelga política, la huelga demos­tra­ción, la huelga política de masas, la huel­ga insu­rrec­ción. Pero, a la vez, la penetración de las luchas de la clase obrera en el sistema institucional jurídico y político, tuvo como resultante la creciente institucionalización de formas de organización, como el sindicato, y de lucha, como la huelga.

            Librada al desarrollo del “curso natural de las cosas”, la lucha económica práctica, y su expresión política, tiene como meta conseguir condiciones ventajosas de venta de la fuerza de trabajo, mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los obreros, para lo cual es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno la promulgación de determinadas leyes, sin proponerse modificar de raíz el sistema social vigente sino simplemente incorporarse a él (lo que por cierto implica una modificación, parcial, no de raíz). En esas condiciones, la huelga puede, incluso, derivar en instrumento de una alianza entre capitalistas y obreros, contra otras fracciones sociales, incluso contra otras fracciones del pueblo, como por ejemplo contra los consumidores.

            Es por eso que la función o papel de una huelga sólo puede apreciarse en relación con un proceso histórico determinado por el período (revolucionario o contrarrevolucionario), incluyendo las fases que contenga, y el momento (ascendente o descendente) en que se produce, y por la forma (ofensiva o defensiva) y el signo (política positiva o negativa) de la lucha de la clase obrera.

            Es a partir de estas referencias teórico metodológicas que la investigación comenzó a centrarse en el análisis de las huelgas generales: ese momento en que el conjunto de los asalariados se enfrenta al conjunto de los patrones y al gobierno del estado, y potencialmente, al capitalismo mismo.

            Esto requirió como primer paso, determinar cuáles fueron las huelgas generales realizadas en el período. La primera refe­rencia es en diciembre de 1932[32], cuando la Federación Obrera Regional Argentina (que agrupaba a organiza­ciones gremiales de oficios, que adherían al anarquismo, y que estaba muy debilitada por la persecución a que fue sometida por el gobierno del Gral. Uriburu y por los cambios que se estaban produ­ciendo en la actividad produc­ti­va), con el apoyo del Comité de Unidad Sindical Cla­sista, y sin apoyo de la CGT, convoca a una huelga general contra la acción de bandas armadas que ataca­ban actos obreros. Esta huelga general, que se produce en el primer momento de ascenso del movimiento huelguís­tico en el nuevo ciclo de la lucha de la clase obrera que se está iniciando, tuvo muy escasa repercu­sión: sólo adhirieron conduc­tores de taxis, algunas líneas de colectivos, portua­rios de la Boca y Barracas y pocos obreros industriales.

            La prime­ra huelga general que tiene repercu­sión nacional, aunque sólo se lleva a cabo en la Capital y Gran Buenos Aires, donde estaba locali­zada la mayor parte de la produc­ción indus­trial, es la del 7 y 8 de enero de 1936, que, como veremos, se da en un nuevo momento de ascenso del movi­miento huelguístico[33].

            También en 1936, el 21 de septiembre, se produce otro paro general por 24 horas, decretado por el Comité Intersindical contra el monopolio del transporte y otras organizaciones directamente afectadas por la sanción de las leyes de “coordinación del transporte”, en primer lugar los colectiveros. Si bien éstos extienden la huelga por varios días, sus locales son cerrados por la policía y la CGT apoya con una declaración el día 26, no hay lucha en las calles, ni paro de otros gremios, por lo que prácticamente es una huelga de la rama más que huelga general. En conclusión, la huelga general más importante de la década de 1930 es la que se desarrolla los días 7 y 8 de enero de 1936, en la que centramos la investigación.

            Pero para pasar al análisis de la huelga general de enero de 1936, intentando conocer la estrategia de la clase obrera, y por lo tanto sus metas, debemos tener presente que la humanidad (y las clases sociales fundamentales) sólo se plan­tea metas que puede alcanzar[34] (y en ese sentido, el desarrollo de una sociedad determinada en un momento determinado es el desarrollo de la estrategia de una clase social), y que «nosotros hacemos nues­tra historia, con premisas y condicio­nes muy determinadas»[35].

            Por eso debemos referirnos aunque sea brevemente a la historia de la clase obrera argentina y a las condiciones materiales en que se desarrolla su existencia en la década del ‘30, es decir al momento del desarrollo del capitalismo argentino.


Notas:

[1]Marotta, Sebastián: El movimiento sindical argentino, Buenos Aires, Editorial Calomino, 1970. Iscaro, Rubens: Historia del Movimiento Sindical Argentino, Buenos Aires, Editorial Funda­mentos, 1973.

[2]Sólo Alfredo López (Historia del movimiento social y de la clase obrera argentina, Bs. As., Ed. Programa, 1971, p. 325-6), la señala como «la más cabal revela­ción del estado de la con­ciencia obrera luego de cinco largos años de discreciona­lismo político y abusos patronales». La descripción más completa es la de Rubens Iscaro (Breve historia de la lucha, organización y unidad de los trabajadores de la construcción, Bs. As., s/e, 1940), que también se refiere a ella en su Historia del movimiento sindical (tomo II, Bs. As., Ed. Fundamentos, 1973, p. 226-28) lo mismo que Pedro Chiarante (Ejemplo de dirigente obrero clasista. Memo­rias, Bs. As., Ed. Fundamentos, 1976, p. 102-1030) y Domingo Varone (La memoria obrera. Testimo­nios, Bs. As., Cartago, 1989). Los tres participaron de ella, pero no la consideran un hecho en sí mismo, sino un momen­to en el desarrollo de la huelga de la construc­ción que se prolongó desde octubre de 1935 hasta enero de 1936. Celia Durruty (Clase obrera y peronismo, Córdoba, Pasado y Presente, 1969) hace referencia a la huelga general y a que «adquiere contornos singularmente violentos, reproduciéndose el espectáculo, común en las primeras décadas del siglo, de com­bates calleje­ros entre la policía y los huelguistas», pero también la considera sólo como momento de la huelga de la cons­trucción. Lo mismo que Carlos Echagüe (Las grandes huelgas, en La Historia Popular Nº31, Bs. As., CEAL, 1971), que, sin embargo, resalta el hecho de ser la primera huelga general de la década. Ignoran su existencia Jacinto Oddone, (Gre­mialismo Proletario Argentino, Buenos Aires, La Vanguar­dia, 1949); Julio Godio (El movi­miento obrero argentino (1930-43). Socialis­mo, comunismo y nacio­nalismo obrero, Bs. As., Legasa, 1989) -en la que sólo está citada en la foto de unos rompehuelgas que aparece en la tapa- y Hiroshi Matsushita (Movimien­to obrero argenti­no, Bs. As., Hyspamérica, 1986). Sebastián Marotta (El movimiento sindical argentino. Su génesis y desarrollo, tomo III, Bs. As., Calomino, 1970) sólo hace refe­rencia a su exis­tencia.

[3]Iñigo Carrera, Nicolás y Jorge Podes­tá: La alianza de obreros y campesinos en la emergencia de un movi­miento social, Chaco 1934‑ 1936, Buenos Aires, CEAL, 1991.

[4]Durruty, Celia: Clase Obrera y peronismo, Córdoba, Pasado y Presente, 1969. Murmis, Miguel y Portantiero, Juan Carlos: Estudios sobre los orígenes del peronismo, Bs. A., Siglo XXI, 1971. Torre, Juan Carlos (comp): La formación del sindicalismo peronista, Bs. As., Legasa, 1988. Torre, Juan Carlos: La vieja guardia sindical y Perón, Bs. As., Sudamericana, 1990. Torre, Juan Carlos (comp): El 17 de octubre de 1945, Bs. As., Ariel, 1995, Del Campo, H.: Sindicalismo y peronismo, Bs. As., Clacso, 1983.

[5]Incluso James (James, Daniel: Resistencia e Integración, Bs. As., Sudame­ricana, 1990), que se plantea «explorar la experiencia histórica de los traba­jadores argentinos» y en ese sentido parece querer ir más allá que los que han estu­diado los alineamientos sindicales, no ve la exis­tencia de una estrategia de la clase obrera. Aunque acierte en su crítica a los historiadores porque «la clase trabajadora aparece generalmente como una cifra, casi como una construcción ideal al servicio de diferentes paradigmas ideológicos”, y a Germani y la sociología de la modernización donde «encontramos las masas urbanas pasivas y manipuladas que resultan de un proceso de modernización incompleto”, la distancia que toma de los instrumentos teóricos y de las explicaciones que apuntan a la totalidad, le impiden ver que la clase obrera tiene una estrategia; es por eso que aunque entiende por qué la clase obrera se incorpora mayoritariamente a la alianza que toma la forma política de peronismo, no termina de ver que eso tenía que ver con una políti­ca como clase y concluye que Perón constituyó a la clase obrera argentina.

[6]En el desarrollo de esa línea de investigación se inscriben los trabajos publicados sobre el movimiento agrario chaqueño en colaboración con Jorge Podestá, Alianza de obreros y campe­sinos en los enfrentamientos de 1934 y 1936 (Elementos para su análisis), Buenos Aires, Cuadernos de Cicso ‑Serie estudios N° 39- y  La alianza de obreros y campesinos en la emergencia de un movi­miento social, Chaco 1934‑ 1936, Bs. As., CEAL, 1991. Y las ponencias «Un momento en el proceso de formación de la clase obrera en la Argentina: la huelga general de masas de enero de 1936» presenta­da en las Segundas Jornadas Interescuelas y/o Departa­mentos de Historia (Rosario, 1989), y «La lucha democrática de la clase obrera (Argentina 1936‑19­45)», presentada en las III Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia (Buenos Aires, 1991). Posteriormente, los artículos “La lucha democrática de la clase obrera en las décadas de 1930 y 1940”, en Crítica de Nuestro Tiempo, Año II, Nº6, Bs. As., julio-septiembre de 1993. “La huelga general de masas de enero de 1936: un hecho borrado de la historia de la clase obrera argentina”, en Anuario del Institu­to de Estudios Histórico Sociales Nº9, Fac. de Cs. Huma­nas, Univ. Nac. del Centro, Tandil, 1994. Y las ponencias «Formas de lucha de la clase obrera y organizaciones políticas en la Argentina de los ’30», presentada en el II Encuentro Chileno Argentino de Estudios Históricos, Santiago de Chile, 16 al 19 de abril de 1997; y «Alternativas estratégicas de la clase obrera y organizaciones políticas en la Argentina de mediados de los ’30», presentada en el II Congreso de Historia del Movimiento Obrero Argentino, organizado por la Confederación General del Trabajo (CGT) y la Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 10 y 11 de septiembre de 1998.

[7]«(…) la historia se hace ella misma de tal modo que el resultado final proviene siempre de conflictos entre gran número de voluntades individuales, cada una de las cuales está hecha a su vez por un cúmulo de condiciones particulares de existencia. Hay pues innumerables fuerzas que se entrecruzan, una serie infinita de paralelogramos de fuerza que dan origen a una resultante: el hecho histórico. A su vez, éste puede considerarse como producto de una fuerza que, tomada en su conjunto, trabaja inconsciente e involuntariamente. Pues el deseo de cada individuo es obstaculizado por el de otro, de lo que resulta algo que nadie quería. Así es que la historia se realiza a la manera de un proceso natural, sujeta también ella esencialmente a las mismas leyes del movimiento. Pero (…) cada una contribuye a la resultante, y en esa medida está incluida en ella» (Engels, F.: Carta a Bloch, en Marx, C y Engels, F,  Correspondencia).

[8]«Los diferentes individuos sólo forman una clase en cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase…» (Marx, C.: Ideología Alemana, Montevideo, Edic. Pueblos Unidos, p. 60-61). «La dominación del capital ha creado a esta masa [de trabajadores] una situación común, intereses comu­nes. Así pues esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha … se constituye como clase para sí». (Marx, C.: Miseria de la Filosofía, Bs. As., Siglo XXI, 1975, p. 158).

[9]Si recordamos que el desarrollo de esa lucha ha sido considerado “el desarrollo de la guerra civil”, siguiendo la teoría clásica podemos considerar que la estrategia es el uso de los en­cuentros para alcanzar el objeti­vo de la guerra.

[10]Un ejemplo de este tipo de hechos lo constituye la revuelta de 1989/90 en Argentina. Cfr. Iñigo Carrera, N: Cotarelo, M.C., Gómez, E., Kindgard, F.: La Revuelta. Argentina 1989/90, PIMSA, Documento de Trabajo N°4, 1995.

[11]“(…)hasta el comer y beber, procesos que comienzan con la sensación de hambre y de sed y terminan con la sensación de satisfacción, reflejadas todas ellas en el cerebro. Las impresiones que el mundo exterior produce sobre el hombre se expresan en su cabeza, se reflejan en ella bajo la forma de sentimien-tos, de impulsos, de actos de voluntad; en una palabra, de «corrientes ideales», convirtiéndose en «facto-res ideales» bajo esta forma”. (Engels, F.: Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana).

[12]Idem.

[13]Marx, Carlos: El Capital, tomo I, capítulo 11.

[14]Marx, Carlos: Contribución a la Crítica de la Economía Política. Prólogo.

[15]Ver Marx, Carlos: Manuscritos económico filosóficos. El Trabajo Alienado. Y también El Capital: tomo I, capítulos 1 y 23.

[16]Thompson, E. P.: The Making of the English Working Class. Diferente, quizás no tanto en relación a cómo lo expone en el Prefacio de esa obra sino en cómo lo lleva a la práctica en la obra misma.

[17]Teniendo presente que lo espontáneo constituye una “forma embrionaria de lo consciente” (Lenin: ¿Qué hacer?).

[18]Resulta útil, en ese sentido, la distinción entre “ideas inherentes” y “teoría” que postula George Rudé (Revuelta y conciencia de clase).

[19]Gramsci, A.: Espontaneidad y dirección consciente, en Obras, México, Juan Pablos, 1990, t. 5, p. 73.

[20]“la concepción popular tradicional del mundo, muy pedestremente denominada ‘instinto’, la cual, no es sino una adquisición histórica primigenia y elemental” (Gramsci. Espontaneidad y dirección consciente (en Cuadernos de la Cárcel, Tomo 5, Pasado y Presente, P. 75).

[21]Marx, Carlos: Mise­ria de la filoso­fía.

[22]. Marx, Carlos: Mise­ria de la filoso­fía.

[23]«(…) las condi­ciones econó­micas, transformaron prime­ro a la masa de la población en trabaja­dores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situa­ción común, intereses comunes. Así, pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí. En la lucha, (…) esta masa se une, se consti­tuye como clase para sí. Los intere­ses que defiende se convierten en intere­ses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha políti­ca» Marx, Carlos: Mise­ria de la filoso­fía.

[24]Gramsci, Antonio: La política y el estado moderno.

[25]Esta distinción remite también al análisis del “movimiento molecular”, distinguible del análisis de los partidos, como lo señala Gramsci: “Se podría estudiar en concreto la formación de un movimiento histórico colectivo, analizándolo en todas sus fases moleculares, lo que habitualmente no se hace porque tornaría pesado el análi­sis. Se toman en cambio las corrientes de opinión ya constituidas en torno a un grupo o a una personalidad dominante» (Gramsci, Antonio: La política y el estado moderno).

[26]Recuérdese las referencias de Marx y Engels a la imposibilidad de la revolución proletaria en Francia y Alemania sin el apoyo de los campesinos, que constituían la masa del pueblo.

[27]Gramsci, Antonio: La política y el estado moderno.

[28]No corresponde hacer aquí una enumeración ni análisis de las formas que toma esa lucha ni de las que se han desarrollado en el siglo XX (como la guerra revolucionaria), combinándose con las ya existentes.

[29]Marx, Carlos: Salario, precio y ganancia.

[30]Aunque aparezcan diferentes metas de la huelga (monto del salario, condiciones de trabajo, duración de la jornada de trabajo) todas ellas pueden reducirse al precio de la fuerza de trabajo: lo que está en disputa es el desgaste de la fuerza de trabajo (por la duración de su uso y las condiciones en que se la usa) en relación con el precio que se paga por ella.

[31]Marx, Carlos: Miseria de la Filosofía.

[32]Marotta, S.: El movimiento sindical argentino, Calomino, tomo III, p. 330, hace referencia a la existen-cia de varias huel­gas generales de muy escasa repercu­sión declaradas por la FORA entre 1930 y 1932.

[33]Cfr. Del Campo, Hugo, op. cit..

[34]Marx, Carlos: Contribución a la crítica de la economía política. Prólogo.

[35]Engels, F.: Carta a Schmidt, en Marx, C y Engels, F, Correspondencia.

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