CICSO: Marxismo, Historia y Ciencias Sociales en la Argentina

en Revista RyR n˚ 6

Por Agustín Santella y Eduardo Sartelli

Introducción (larga) para historiadores (por Eduardo Sartelli)

Suele suceder de vez en cuando, sólo de vez en cuando, que se pasa un punto en el que uno siente que ha cumplido una etapa. Es bueno, entonces, resumirla, asimilarla, criticarla y seguir adelante. Fue en ocasión del número 1 de RyR que sentí algo así. Se trataba de un artículo dedicado a lo que, en ese entonces, estaba de moda en el reducido y claustrofóbico ambiente de Filosofía y Letras, lo que en ese pequeño mundo se discutía como “la crisis de la historia”. Allí me dedicaba a criticar, con cierta impaciencia, lo que yo consideraba manifestaciones de esa crisis: la incapacidad de continuar una experiencia que se agotaba (Lobato-Suriano-Cibotti); la no menor incapacidad para reconocer los cambios en el panorama historiográfico (Salas, Pozzi); el delirio místico como forma de evitar un análisis realista de la situación (Lewkowics). En ese texto destacaba que el malestar reinante no era un resultado de la “crisis de la historia” o de “las ciencias sociales” sino de la historiografía socialdemócrata (más aún, de la intelectualidad socialdemócrata) que había hablado por boca de su segunda línea. Esa historiografía, decía yo, estaba inhibida para validar su lectura del pasado con una imagen coherente del presente y, por lo tanto, estaba agotada. No podría suplantarla un thompsonismo populista ni, mucho menos, el señor Alain Badiou y sus feligreses anonadados. Concluía con la necesidad de construir un programa de investigación estrictamente marxista para la historia argentina y reivindicando los textos de Nicolás Iñigo Carrera.

Las ciencias sociales en la Argentina continúan dominadas por ese eclecticismo empirista filo-weberiano con toques foucaultianos, adornado con las guirnaldas del “marxismo inglés”. Dado que la preocupación por la teoría es más bien escasa, estas influencias intelectuales son el resultado de la absorción por ósmosis más que de la reflexión atenta. El resultado no hace juicio a los intelectuales involucrados: por mucho que uno pueda criticar a Weber, Foucault, Giddens, Habermas o el mismo Thompson, no puede medirse su estatura por quienes hablan en prosa sin saberlo… Tampoco ha abandonado las ciencias sociales el delirio místico (¿alguien recuerda el “Manifiesto de Octubre”?  Yo todavía guardo la crítica que escribí para El Ojo Mocho, que se negó a publicarla, mostrando que es más fácil el autobombo hipercrítico que aceptar las reglas del juego intelectual y político…). Ni ha desaparecido la “tabla de salvación thompsoniana”, repitiendo la receta acostumbrada. La solución, sin embargo, no consiste en tirar por la borda a Edward Thompson, Eric Hobsbawn o Raymond Williams porque haya quienes menten su nombre en vano (con Badiou et. al. haga el lector lo que quiera, es todo suyo). Es necesario criticar estos y aquellos “usos”. Pero para los marxistas no alcanza la crítica, es imprescindible la construcción de un programa propio. Una corriente historiográfica no se suprime, se supera. Es decir, se hace su balance pero también la reconstrucción histórica que se supone explica mejor la realidad. Que es, en última instancia, la verdadera crítica.

Muchas de estas preocupaciones desembocaron en este dossier. El proyecto original, en lo que a mí concierne, consistía en una evaluación de conjunto de la que, me parece hoy, es la más interesante de las “tradiciones” marxistas a mano y una de las posibles vías de superación del thompsonismo. Me refiero a la experiencia del CICSO, una reflexión profunda sobre la teoría marxista a partir de los textos clásicos que no desdeña, sin embargo, la incorporación de otros ajenos a la propia tropa (Clausewitz o Foucault, por ejemplo) pero siempre en el marco de una sistemática coherente, no ecléctica. Es también una “tradición” que surge de y para el estudio de la historia argentina, razón más que válida para prestarle la debida atención.

Tenía en mente, en principio, tratar toda la producción de CICSO y el “cicsismo” como si fuera un solo texto, pasando, primero, por encima de las indudables diferencias entre los autores, buscando el denominador común, para luego bucear en el interior de esas diferencias. ¿Qué supongo que dice ese texto? Lo siguiente: la Argentina es una sociedad capitalista dependiente. Por ende es deformada y atrasada. Los conflictos y la lucha política no se dan en ella como en los modelos clásicos analizados por Marx (Murmis). El análisis de su sector agrario revela estas presencias deformantes y devela las causas del atraso (Pucciarelli, Colman) y el de la estructura de clases contemporánea constata su persistencia (Villarreal). Hacia los ’70 se encuentra en crisis en medio de su etapa de capitalismo monopólico-financiero, crisis que va a desembocar en Guerra Civil en la que la clase obrera va a organizarse como fuerza social de carácter popular (Balvé). Esa disputa terminó en derrota por no haber comprendido el carácter militar de la etapa que se avecinaba, hecho comprobado por el análisis de bajas que cada fuerza sufría (Marín). La consecuencia es el aislamiento y aniquilamiento de los componentes de la fuerza derrotada (Izaguirre), la transformación completa de las relaciones de fuerza entre las clases (Iñigo Carrera, Podestá) y la aparición de una nueva cúpula dominante (Asborno). El cuadro se completa con estudios de momentos parciales del proceso histórico (Nievas, Bonavena, Crenzel, Aufgang, Cotarelo, Fernández), de momentos anteriores (Iñigo Carrera, Pérsico y Ramil Cepeda) y posteriores (Iñigo Carrera, Podestá, Klachko, Gómez y Kindgard). Razones de orden personal me impidieron desarrollar la idea siquiera en forma parcial. Queda para el futuro.

Lo que sí quisiera remarcar es en qué sentido Cicso puede ser una alternativa al thompsonismo. Comenzando por explicar suscintamente qué es el “thompsonismo”. Como tal, no se confunde, necesariamente, con la propia obra de Thompson. Entre otras cosas, porque abarca un conjunto de historiadores vagamente agrupados como “marxismo inglés” e institucionalmente ubicados como ex miembros del History Group of  the Communist Party: Thompson, Hobsbawn, Hilton, Hill, Kiernan, Ste Croix y otros. Sin embargo, también suele adosarse a esta “corriente” historiadores que no compartieron esas experiencias pero que, por simpatía, resultan asimilados a veces como la expresión del “radicalismo” americano, desde Montgomery hasta Davis, pasando por quien es considerado cuasi co-fundador de la “escuela” thompsoniana, Eugene Genovese. Se incorporan también intelectuales “cercanos” en cuanto a experiencia e ideas, como Raymond Williams o Richard Hogart. La descendencia legítima e ilegítima de esta mezcla no del todo apropiada, es tan vasta como ambigua: desde los estudiosos de los “sectores populares” en Argentina, hasta el grupo de estudios de clases subalternas hindú, pasando por toda la variedad que quepa imaginar, variedad que incluye adoradores del zapatismo, filósofas notables como Ellen Meiksins Wood e historiadores no menos notables como Robert Brenner.

Ahora bien, ¿qué es lo que pareciera unificar semejante conjunto? Hasta cierto punto, una obsesión por recortar al sujeto, incluso hasta el punto de que en ese recorte no quede nada: desde la afirmación políticamente positiva de reivindicar la “agencia humana” hasta la más sospechosa (por no decir reaccionaria) de negar la posibilidad del conocimiento histórico, como puede verse en toda la producción del post-estructuralismo-postmodernismo histórico-antropológico (desde James Scott hasta Florencia Mallon). El punto que unifica a ambos extremos es la negación de las determinaciones estructurales, concebidas como muerte del sujeto o como creadoras de construcciones necesariamente mistificadoras en tanto toda realidad es construcción y, por ende, mistificación.

En sus orígenes el “thompsonismo” surgió como una protesta airada contra la sociología funcionalista y la historiografía “oficial” británica: la clase obrera existió, existe y existirá y toda su historia puede leerse como la lucha irredenta contra la ideología burguesa y el sistema capitalista. Una extensión de esta idea era la consecuencia de trasladar a otras clases subalternas esta concepción de autonomía y resistencia, visibles primero en los campesinos y artesanos ingleses y luego, virtualmente a cualquier clase subalterna de cualquier lugar del mundo y de la historia. Los conceptos claves del primer “thompsonismo” eran tanto la noción no demasiado articulada de “experiencia” como la “lucha de clases”.

Como subproducto de esta concepción aparecía una ambigua definición de clase social, concebida originalmente para disputar con la estadigrafía burguesa pero que desembocó en bandera del antiestalinismo, sobre todo de lo que el propio Thompson veía como su versión más sofisticada, el estructuralismo althusseriano. Aquí comienza la segunda etapa del “thomp-sonismo”, virtualmente convertido en un representante político e ideológico de la “Nueva Izquierda”, sobre todo en su momento tardío, el movimiento antinuclear. Comienza a aparecer un concepto (ya presente en el thomponismo original) que será el eje de la tercera etapa, la “resistencia”.

Efectivamente, este concepto permea toda la bibliografía posterior al ’89 y que es hija (o tal vez nieta) del reflujo generalizado tras la caída del Muro de Berlín. Aquí comienza la transmutación del thompsonismo al compás del giro lingüístico, el post-estructuralismo y la deconstrucción derridiana. Transmutación que será impulsada desde los más diversos campos, desde el feminismo hasta la antropología, haciendo particular furor en los estudios literarios y culturales en general. La experiencia se diluye en “resistencia” y la lucha de clases, con las clases, se definan como se definan, han desaparecido. En cualquier caso y en cualquiera de los momentos que se trate, el “thompsonismo” hace eje en la noción de experiencia-resistencia. Mientras la primera etapa reivindicaba la existencia de las clases, su evolución última exalta el último término del eje mencionado. La noción de resistencia es aislada como la forma de acción por excelencia de las clases subalternas, al mismo tiempo que desgajada de toda determinación estructural: las clases subalternas resisten, todo es resistencia; la resistencia es omnipresente, se resiste a todo.

Dos consecuencias se derivan de este punto de llegada, consecuencias que marcan los límites últimos del “thompsonismo”: 1. Si todo es resistencia, nada lo es: la acción de las clases subalternas es limitada a contrarrestar, defender, disputar todo, menos el poder mismo. El conflicto, palabra preferida ahora a “lucha de clases”, no alcanza nunca a eliminar la causa que lo produce, entre otras cosas porque no hay “una” causa sino una pluralidad de ellas. La explosión del sujeto es paralela a la de los “conflictos” y las “identidades” en un mundo sin eje ni centro. El resultado paradójico es que esto nos lleva de vuelta a la sociología funcionalista, que concebía al conflicto como parte de la reproducción más que de la ruptura. Metodológicamente, esta omnipresencia de la “resistencia” genera una poco sutil, por no decir grosera, forma de examinar la experiencia histórica de las clases subalternas ya que todas las acciones se reducen a una: es lo mismo un chiste por lo bajo sobre un patrón ridículo que la Revolución Rusa. No existe la más mínima intención de jerarquizar el tipo de acciones posibles de las clases subalternas ni la de evaluar trayectorias históricas en el desenvolvimiento de la experiencia histórica. Cada conflicto se explica en sí mismo y forma parte de su propia historia, que comienza y concluye con él. 2. Consecuente con todo lo anterior, la creencia en que es posible examinar el “conflicto” y la “resistencia” en forma desgajada de todo elemento estructural, lleva a la imposibilidad de explicar y, de allí, a la descripción y al análisis puramente lingüístico de fenómenos del lenguaje, en tanto que la realidad misma como hecho objetivo se ha evaporado. No hay explicación, no hay tampoco historia: la idea de que existen multitud de conflictos no jerarquizables (y no uno sólo, sintetizado en la expresión “lucha de clases”) lleva a preferir la enumeración de “hechos” de lenguaje desarticulados, frente a la explicación de trayectorias históricas de procesos originados en contradicciones básicas. La historia ha sido reducida a migajas inexplicables. No hay eclecticismo en la explicación porque no hay explicación y porque no hay incoherencias que salvar entre escuelas rivales, reducidas a enunciados fácilmente moldeables. Así es posible, entonces, el disparate de mezclar Derrida, Foucault y Gramsci o, como señala Florencia Mallon, de cabalgar, al mismo tiempo, dos caballos que corren en sentidos opuestos.

Contra esto, en el ámbito de la historia, contra el thompsonismo en cualquiera de sus fases, es que, creo, puede examinarse la tarea del CICSO: como escuela de análisis de la lucha de clases que explica trayectorias históricas a partir de determinantes estructurales rescatando como eje de la investigación la lucha y la formación de los sujetos en la dialéctica compleja entre unas y otras. Espero que este dossier ayude a la tarea de recuperar lo que, creo, nuevamente, puede ser reconocido como “marxismo clásico”, es decir, como ciencia social sin más, como Historia.

Conclusión (breve) para Sociólogos (por Agustín Santella)

El eclecticismo, relativismo, la variación de los conceptos y temas de acuerdo a las modas, son todos «males» que aquejan a las ciencias sociales, y tanto como a éstas en su conjunto, a la sociología argentina. Eclecticismo, relativismo, snobismo académico atentan contra la profundización de los programas de conocimiento a través del tiempo. Muy posiblemente las contribuciones brindadas en este dossier aporten «a torcer un poco la vara» de este rumbo, que a muchos, seguramente a la mayoría, se le impone como natural. Presentamos un conjunto de materiales que muestran al marxismo como ciencia social. Esto importa señalarlo frente a los Profesores que aún hablan del marxismo, de Marx mismo, como el exponente arquetípico de «profecía autocumplida». Sin vergüenza, frente a cientos y cientos de estudiantes, al principio y al final de la carrera. Creemos, entonces, que en la última contraposición se puede encontrar el sentido buscado a la recopilación de este conjunto de trabajos sobre «marxismo, historia y ciencias sociales en la Argentina». 

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