La esperanza. Las expectativas del comunismo argentino ante la caída del peronismo – Rosana López Rodríguez

en El Aromo nº 72

esperanza

Tal como habíamos anticipado, nuestra editorial, Ediciones ryr, publicó Los que no mueren, la segunda novela de Andrés Rivera, reeditada por primera vez luego de tantos años. Un relato que reconstruye la historia de la clase obrera desde 1935 a 1955 e intenta recuperar el sentido revolucionario del comunismo argentino. Aquí, un extracto del prólogo.

Rosana López Rodriguez
Antes y después

El presente de Los que no mueren se ubica en el momento inmediatamente posterior a la caída de Perón. La novela traza una genealogía de la clase obrera que va desde 1935 hasta 1955. En esa serie, los diferentes personajes que la componen traducen pasos en la evolución de la conciencia obrera.
El padre fundador de la serie es Luján, el tejedor de los dos perfiles, aquél que es tan violento como “vital y lozano”, que tanto puede “romperle el alma a patadas a un carnero” como destruir a pedradas los vidrios de una fábrica o esperar el amanecer al lado de una bandera roja que ha desplegado durante la noche. El discurso indirecto libre del narrador, que plasma los pensamientos de Demetrio, el discípulo de Luján, se muestra perplejo ante esta dualidad: “¿Cómo conciliar a un Luján y a otro? ¿Quizá como se conciliaban los dos perfiles, partes inescindibles de un solo cuerpo y de un impulso unitario y tenaz?” Ciertamente, Demetrio expresa algo que él mismo apenas sospecha: si el proletariado pretende para sí la vida, debe ejercer la violencia contra la clase que lo explota. Por lo tanto, mientras que el personaje de Luján presenta la dicotomía vida-muerte (violencia) de manera aparente, por el contrario, la novela toda está vertebrada por esos dos campos semánticos antagónicos, pero irreconciliables.
Ahora bien, ¿por qué Demetrio representa en la vida de su discípulo Carlos, en particular, y en la historia de la clase obrera argentina, en general, la inercia que lleva a la destrucción y a la muerte? A Demetrio la violencia le desagrada, por eso, cuando Luján decide ir a luchar a Brasil, sumarse a la experiencia de Prestes, no sólo no lo acompaña, ni siquiera se le ocurre hacerlo. No puede dar el paso, no puede seguir al compañero, no se anima a la lucha. Construirá una vida con esa negación, que le será reprochada por sus compañeros. Resignación, repetición, muerte: Demetrio, que ha compartido las horas de gloria de la lucha del PC del período clase contra clase, parece haberse ido durmiendo junto con un partido al que no sabemos si perteneció pero que indudablemente, a través suyo, está siendo examinado por Rivera.
Demetrio solo tenía la explotación; carecía de toda relación que, teniendo los mismos intereses que él, pudiera sostenerlo. Y ello porque él mismo lo había elegido así, porque él había aceptado ese programa. Así es como él siente esta última etapa de abandono de la vida: “Y Demetrio, enfermo, conservaba la dignidad de no gritar su miedo; y porque el hombre gusta, en ciertas oportunidades, la morbosidad de perderse, de perderse solo, Demetrio no acudió a los suyos.” Cierto es también que “los suyos”, temerosos ante el cambio de la situación política, no acuden a él, no paran la fábrica, apenas se animan a ir al Ministerio de Trabajo, donde aceptan mansamente la respuesta de las nuevas autoridades.
Carlos, que ha sido iniciado en el oficio por Demetrio y va “siguiendo fielmente los pasos” de su maestro, declara al comienzo de la novela, apenas conocida la novedad del despido de su compañero, que la única regla que tienen como trabajadores es la de “aguantar”. Carlos no es muy diferente de Demetrio, salvo por el hecho de que confía en el peronismo. Es la generación joven que ha recibido, sin lucha, los beneficios de la situación. Pero en Carlos se va a desatar una crisis de conciencia causada por los acontecimientos políticos más generales (la Revolución Libertadora) pero también por la constatación del oportunismo y la traición de los burócratas sindicales. Hay un episodio en la novela que reproduce un hecho destacado de la biografía de Rivera, cuando se produce el bombardeo en Plaza de Mayo, poco antes de la caída de Perón. Los obreros de la fábrica no saben qué hacer, algunos van al sindicato en busca de armas y lo encuentran cerrado. Terminan yéndose a sus casas sin mayor perspectiva. El programa de Carlos, el programa de la conciliación peronista, entra en crisis:

“yo, un hombre tranquilo, fui en busca de un fusil –ahora lo sé- para cortarle, de un golpe, el gesto satisfecho a un tipo que se preparaba a decirnos jodan, a ver jodan, jodan que se les terminó el dulce, y con eso obtener que Demetrio pudiera seguir, en paz, junto a nosotros, y algunas otras cosas, muy pocas, que un hombre levanta o hereda a lo largo de su vida.”

Pero no. El propio sindicalismo peronista, que ya ha declinado toda defensa de los intereses de clase bajo el peronismo, será, tras la caída, parte del funcionariado del nuevo gobierno.
Ni Demetrio ni la burocracia sindical pueden constituirse en guías de la nueva etapa de su vida. Pero hay otro modelo en el pasado de Carlos: Guido Fioravanti, el sindicalista que no abandonó ni al compañero ni la lucha por un mundo mejor. El padre de Carlos era albañil, probablemente simpatizante comunista y compañero de Fioravanti. El legendario líder de la huelga de la construcción, que ya aparece en El precio con el mismo carácter paradigmático, representa a los que no mueren, es decir, los que luchan siempre. Es el Luján de Carlos. Superadas la negación, la duda, la culpa y el miedo, llega al fin a la conciencia renovada: la acción directa, con toda la violencia que implica, es la estrategia que debe darse la clase obrera post-peronista. Así lo expresa cuando llama a sus compañeros a parar la fábrica, luego de la muerte de Demetrio: “Y yo, que no sería nunca más un tipo tranquilo y que maté al viejo Demetrio con mi impotencia y mi silencio, (…) había elegido, no me entregaba.”
La genealogía, que tiene como eslabones las historias de Luján, Demetrio y Carlos, viene a cerrarse con el joven Antonio Ruiz, a quien ya han despedido de una fábrica textil por sostener una huelga “más de lo debido”. Con su perfil quebrado, Ruiz, que viene “a aprender el oficio”, es en realidad el retorno de Luján. Esta vez, Carlos, que ocupa ahora el lugar del maestro, está preparado para acompañar y ser acompañado en la lucha.

Las mujeres

Un párrafo aparte merece el papel de las mujeres en la novela. No representan roles activos ni construyen historias autónomas o conflictos particulares. Cumplen, sin embargo, una función significativa, relacionada con el desarrollo de los conflictos de los varones con quienes se relacionan. En 1928, cuando Demetrio tiene veinte años, inicia una relación con Emma, con quien nunca forma una pareja estable. Ella, finalmente, lo abandona, dice el narrador con los pensamientos de Demetrio: “supo que Emma se había casado. Emma sentando cabeza; Emma mujer de su casa.” No cuesta nada vincular a esta Emma con la protagonista de la novela de Flaubert, aquella que habiendo cifrado expectativas fabulosas en torno a la realización del amor, se encuentra con que las relaciones burguesas son bastante más prosaicas que lo esperado. Este conflicto entre la ideología del amor y la realidad de la clase dominante crea un nuevo tópico en la literatura, tópico que aqueja particularmente a las mujeres que creen que el amor es un cuento de hadas: el bovarismo.

Una lectura de la historia

Los que no mueren es, entonces, una lectura de la historia reciente escrita desde el inmediato postperonismo. Publicada en 1959, su autor parece encontrar, para el comunismo al que todavía pertenece, una vía de retorno a su hora de gloria, el PC “clase contra clase”, el de la huelga de la construcción, el de la huelga general del ’36. Parece constituir la superación del Frente Popular con el que el comunismo terminará engendrando, al mismo tiempo que destruido por, el peronismo. Es también un punto de partida nuevo para la propia clase: el retorno a la acción directa, a la lucha, a la ruptura de esa muerte a cuotas que es la conciliación peronista. Repasemos un poco de la historia política del movimiento revolucionario de la época.
Se conoce como “período clase contra clase” la estrategia estalinista que ordenaba rechazar cualquier alianza con organizaciones burguesas o reformistas, lo que llevó a igualar al conjunto con el fascismo. Así, todos, menos los comunistas, eran fascistas, desde los fascistas stricto sensu hasta los socialdemócratas y los liberales. Es la época en la que se acuña la expresión “socialfascismo” para designar a los socialistas reformistas, a los que se concebía como antesala del fascismo. La estrategia llevó, en Europa, a la división de la clase obrera frente al nazismo, facilitando el ascenso de Hitler. En Argentina, la misma estrategia tuvo el efecto contrario, en tanto le permitió al PC romper el impasse en que se encontraba el conjunto del movimiento obrero tras la derrota de 1918-21. Se implementó desde 1929 a 1935 y constituyó al PC en el partido dominante del período, gracias a su participación y dirección en las grandes huelgas de la etapa, en particular, la gran huelga de la construcción de 1935 y su colofón, la huelga general del ’36. Es a comienzos de este último año que se lanza la nueva estrategia, la del Frente Popular, que consiste en una alianza con fracciones burguesas liberales y con el reformismo obrero. Se trata de una conciliación generalizada con la burguesía y la apertura de los contingentes revolucionarios conquistados a la influencia del reformismo. En este sentido, el PC prepara el advenimiento del peronismo y se transformará en su primera y más importante víctima cuando, siguiendo al Frente Popular se alinee con la Unión Democrática, conformada por el Partido Socialista y el radicalismo. El PC será vaciado por el peronismo, entre otras cosas, porque la estrategia del Frente Popular lo arrastra fuera de la clase obrera, que entiende su alineamiento en el ’45 como una traición. Los comunistas reconsiderarán su posición en relación al peronismo, pero sin retornar al período clase contra clase.
La novela que analizamos parece abogar por una renovación en ese sentido. De alguna manera, Rivera también piensa en sí mismo cuando confía en que la nueva generación obrera será la que logre esa superación. Se trata, probablemente, de una reflexión autobiográfica ligada a sus propias expectativas con el PC postperonista. Expectativas defraudadas que llevarán al autor a abandonar el partido o, mejor dicho, a ser expulsado. Las vicisitudes de las jóvenes generaciones obreras que se debaten entre el peronismo y la nueva izquierda, hallarán correlato en el abandono del PC por Rivera, en un escenario político con final abierto, menos esperanzador que el que se esboza en el final de Los que no mueren.

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