La degradación educativa

en Aromo/El Aromo n° 115/Novedades

La Universidad Obrera es una iniciativa de Razón y Revolución cuyo objetivo es acercar el conocimiento científico al conjunto de los trabajadores. Para lograrlo la Biblioteca de la UNI acercará periódicamente libros que abordarán temas de la historia argentina y mundial, problemas económicos, sociales y políticos contemporáneos, pinceladas del mundo en que vivimos y queremos transformar. En un formato accesible para todo aquel que quiera nutrirse de una mirada crítica de la sociedad actual. Intentamos con esto hacer una pequeña contribución para revertir la degradación educativa a la que nos somete el capitalismo, porque necesitamos conocer el mundo para poder transformarlo. Para contribuir a esta tarea El Aromo publica la introducción de uno de los últimos libros publicados por Ediciones RyR. Se trata de “La degradación educativa” de Romina De Luca. Proponemos así conocer y debatir uno de los temas que ocupan y preocupan a los trabajadores argentinos, le educación, tanto aparece en los debates como problema, como se la menciona como solución. Proponemos comenzar por entender que es lo que realmente sucede con la educación desde hace décadas, para dilucidar que tareas nos exige el presente, y que perspectivas nos abre el futuro.

Romina De Luca GES-CEICS

Introducción

Hablar de degradación educativa implica ubicarnos dentro de un proceso histórico y reflexionar sobre la educación que reciben millones de trabajadores. Implica entender por qué hoy la escuela es una fábrica de embrutecimiento. En un sentido amplio, cuando hablamos de degradación nos referimos al debilitamiento en las cualidades de la educación brindada a los trabajadores. En términos simples: por qué hoy la educación que reciben nuestros hijos es peor a la de nuestros padres o abuelos.

La educación transmite de generación en generación conocimientos acumulados y herramientas intelectuales, habilidades. Pero los empresarios no están dispuestos a pagar ni un peso más de lo estrictamente necesario para la precisa función de cada futuro obrero. Por eso, la degradación educativa habla del desarrollo de las relaciones sociales capitalistas y de su descomposición. Habla también de la descalificación del trabajo y de la consolidación de una población que le “sobra” a este sistema social y, por eso, a los patrones su educación les importa poco. Centralmente, este libro habla de cómo se expresa este problema en Argentina. Entenderlo implica pensar cómo salimos del atolladero, una vez que veamos por qué nos quieren brutos y baratos.

La degradación educativa no está asociada a un partido político, a una corriente ideológica o a un tipo de gobierno. A lo largo de la segunda mitad del siglo XX, peronistas, radicales, conservadores, liberales, demócratas, laboristas, civiles y militares, todos abonaron ese proceso de erosión. Los organismos internacionales hicieron lo suyo. La degradación educativa no es propia de algún nivel educativo particular. La escuela primaria, la secundaria, la formación superior, la propia formación docente están atravesadas por ese proceso. Siempre detrás de la degradación educativa se encuentran los patrones. La burguesía como clase social, los dueños de los medios de producción -de fábricas, tierras, transportes- logran imponer su voluntad sobre el sistema educativo tanto en su fase de ascenso como en su declive. Y nuestra educación queda sujeta a sus necesidades y demandas. Al menos, hasta que logremos dar vuelta la taba.

Nuestro segundo hogar

La degradación educativa es inevitable bajo el sistema de relaciones sociales que impone el capitalismo. Sin embargo, no es un destino inexorable: otro sistema social ubicará a la educación en el lugar que le es propio, el pleno desarrollo de todas las potencias humanas. Pero para entender esta posible paradoja entre lo inevitable/evitable debemos caminar un largo camino en este libro. Tenemos que responder una serie de preguntas antes. Primero, ¿por qué la burguesía educa? Y luego, ¿por qué la educación se degrada bajo el capitalismo? Porque en definitiva fueron los patrones los que decidieron crear un sistema de escolarización masivo y son ellos mismos los que decretan su creciente inutilidad.

La educación a través de un dispositivo específico -como la escuela- y la obligatoriedad de incorporarse en esa maquinaria son una creación moderna. Cuando decimos moderna estamos diciendo que no fue así siempre. Claro está, existían procesos de educación formales e informales previamente, a través de los cuales se transmitían conocimientos de generación en generación. Pero fue la escuela burguesa la que logró que “su” proceso de escolarización sea visto casi como la única instancia de educación posible. Desplazó los procesos de alfabetización en el seno familiar, en los templos, y todos aquellos lugares que, en etapas anteriores, estaban dirigidos a grupos específicos de la población, a determinadas clases. En perspectiva histórica esta novedad es una conquista porque saca a la mayoría de la población del “reino de las tinieblas” y las acerca al mundo letrado. Como vamos a ver, la escuela es una maquinaria de reproducción ideológica, sí, pero que el conjunto de la población pase por sus aulas habilita a la disputa de lo que allí se imparte.

La escuela burguesa tiene ciertas características muy útiles para la burguesía. Es un mundo de orden y jerarquías, de subordinación y normalización. Pensemos, si no, la cantidad innumerable de rituales que realizamos desde nuestra tierna infancia sin encontrar mucho sentido. Formamos fila, saludamos a la bandera. Respetamos las directivas de aquellos que nos dicen cómo ordenarnos, sentarnos, cuándo y cómo hablar. Se aprende lo que nos dicen que hay que aprender. La mayoría pasó por la escuela, así que fácilmente puede reconocer esos rituales. Porque la escuela es un poderoso agente de socialización de la sociedad capitalista. Durante, por lo menos, cuatro horas al día, cinco días a la semana, entre 180 y 190 días al año, durante largos doce años como mínimo, la escuela ejerce su influjo. La escuela se nos aparece como un pequeño mundo donde hay un orden y una jerarquía y ciertas reglas por cumplir. Por ejemplo, la secuencia de tiempos de estudio y de recreos separados por un timbre. Nadie nos preguntó cómo debía ser la escuela. Simplemente vamos.

La escuela tiene, en principio, una jerarquía (“como una gran familia”) que va desde el director (o la directora), los maestros y profesores, los preceptores o celadores y finalmente, el alumno, carente de luz al que se nutrirá con los conocimientos. Si ya traíamos la jerarquía y el orden de casa, en la escuela aprendemos que jerarquías y rutinas no necesitan justificarse. Nadie nos pregunta cómo debe ser la escuela. La escuela es. El timbre nos adiestra sobre las acciones a seguir. Timbre, a formar. Timbre, a jugar; timbre, a estudiar; timbre, la libertad. La escuela, como el mundo, es un orden. Y punto. El proceso implicó la creación de un sujeto específico, eso que solemos denominar “infante”, estructurado en grupos homogéneos, antaño dividido por sexos (hoy eso solo persiste para algunas actividades específicas). Un cuerpo de especialistas como los maestros, nutrirá a los escolares de toda una serie de instrucciones imprescindibles, a través de eso que llamamos currículum escolar.

En efecto, la burguesía debe educar porque necesita un mínimo de conocimientos en la cabeza de los obreros y del resto de la población, aunque más no sea para controlarla y explotarla mejor. Puede hacerlo porque los explotados aceptan el orden social, sujetos que son considerados “libres”, e “iguales”, y la escuela juega un rol clave en esa aceptación. Por eso decimos que la escuela, en términos universales, va a ser la encargada de crear los atributos técnicos y morales de la futura fuerza de trabajo. Es decir, otorga atributos formales, capacitaciones prácticas y conocimientos actitudinales útiles para el posterior desempeño laboral. Por eso, la escuela se parece mucho a una fábrica. También proporciona un corpus de ideas, más o menos coherentes, a partir del cual la clase explotada se explica el funcionamiento de la sociedad, naturaliza esa dinámica y acepta su lugar en el mundo. Parte de la construcción de que algunos nacen con estrellas y otros estrellados. De allí la similitud que puede encontrarse en la universalidad y uniformidad de las materias que componen el currículum escolar a lo largo del mundo -saberes considerados elementales- incluyendo materias vinculadas a la construcción de “ciudadanía”. Estudiamos la historia de la patria, la geografía de la patria, la música de la patria y el lenguaje de la patria, que como la escuela funciona como una gran familia es la “lengua madre”. La misma construcción a lo largo y ancho del mundo. La adquisición de todo ese conocimiento debe ser validado, certificado y acreditado por la escuela. Esta tarea puede implicar muchos pasos intermedios: la autorización y selección de libros escolares, la difusión de materiales, la fijación de pautas para la evaluación de años y ciclos, el otorgamiento de un diploma reconocido por las autoridades oficiales de la patria, etc.

A través de todo ese proceso, la escuela opera como un gigantesco aparato de selección. Esa “cultura del esfuerzo” se construye para convencer a unos de su condición de triunfadores y a los otros, la amplia mayoría, de que en última instancia el resultado final depende de sus escasas luces. El mito de la nivelación escolar encubre el hecho de que los niños obreros llegan a la escuela con escasos recursos culturales en comparación con sus compañeritos burgueses. En su casa, un hogar obrero, no hay libros, no hubo lecturas de mamá, ni inicio en las primeras letras de forma temprana. La lectura es un hábito lejano, de otros. Existen, además, otros obstáculos. La ausencia de zapatillas puede hacer que un alumno deje la escuela. En cambio, a los hijos de la burguesía o de la pequeño burguesía (eso que comúnmente llamamos clase media) la escuela los convence de que están destinados a un futuro prometedor. La escuela les habla en su lenguaje y, por eso, sus trayectorias escolares suelen ser más sencillas, se adaptan mejor o como dijo algún filósofo hace décadas, son “los herederos” de ese sistema social que los beneficia. Los que abandonan la escuela, los que repiten y fracasan son los hijos de los obreros, los obreritos. Y aunque la universidad sea gratuita difícilmente lleguen a poner un pie allí. Si bien las casas universitarias tienden cada vez más a “proletarizarse”, la cursada de un estudiante de extracción obrera será muy diferente a la de un hijo de burgués: tendrá menos lecturas, lo que quiere decir menos capital cultural y por eso, probablemente, se sienta más ignorante. Tendrá que trabajar para costear sus estudios y por eso demorará más en egresar. Ingresará, si tiene suerte, con más años a trabajar de su profesión.

Como decíamos más arriba, la burguesía creó la escuela como uno de sus agentes de socialización más amplios y profundos. Lo hizo en su fase de ascenso como clase. Que buena parte de lo dicho más arriba parezca cosa del pasado, habla de la degradación de la escuela. Que el docente haya pasado de agente inmaculado del saber a ser objeto de hostigamiento, habla de ese proceso. Seguramente, un docente estará pensando de qué jerarquías, de qué orden o de qué disciplina me hablan. Tenemos que avanzar para llegar a ese punto. Pero algo más, antes de seguir. Es cierto, la escuela es una fantástica máquina al servicio de la burguesía. Aunque también, si somos conscientes de lo que allí está en juego y damos la batalla correcta, podemos ponerla a nuestro servicio. En definitiva, la escuela trabaja con las mentes y consciencias de los seres humanos. Es, por lo tanto, un campo de batalla. Es muy importante recordar este punto para no sacar conclusiones equivocadas y arrojar al niño con el agua sucia, como suelen concluir los pedagogos desescolarizantes.

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