Las recientes declaraciones de Soledad Acuña hicieron indignar a buena parte de la sociedad. No es para menos. Sus dichos fueron un ataque discriminador y persecutorio contra la docencia que viene cargando el peso de una educación en tiempos de pandemia a la que ningún gobernante la dio pelota. Todo eso con salarios de miseria y condiciones de trabajo degradadas que se arrastran de décadas.
Pero dentro de las indignaciones, las hay sinceras y las hay actuadas. Incluso sobreactuadas. La tropa K, por ejemplo, parece olvidar que “la jefa” se cansó de atacar a los docentes durante su gestión. A eso nos vamos a dedicar en esta nota. Dejamos para otro momento la larga lista de políticas kirchneristas que precarizaron la docencia (Plan Fines), el invento de la “gratuidad” de los estudios que deja afuera a los obrero que no pueden vivir con becas de miseria, la degradación por la vía de la promoción directa, etc. Todo lo que hace que hoy de 10 que empiezan la secundaria, solo 5 lleguen al último año y se reciban entre 3 y 4.
Fue Cristina quien se encargó de construir el relato sobre los docentes: aquellos que ganan más que el resto y, de todos modos, cada inicio de clases toman de rehenes a los alumnos para discutir el salario, aquellos cuya jornada de trabajo es la mitad de la del trabajador promedio, aquellos que toman licencias, aquellos que tienen mucho tiempo de ocio y vacaciones.
En 2008 ante la apertura de sesiones del Congreso, como señora indignada de Recoleta, atacó a los docentes por haber sostenido casi 250 días de huelga entre 2004 y 2007. Y dijo: “¿Qué quiero decir con esto? ¿Invalidar el derecho de los trabajadores de la educación a defender sus derechos? No. Sí a encontrar mejores instrumentos. Porque no hay peor educación que la que no se imparte.” En la apertura del ciclo lectivo 2010, les pidió a los docentes que garanticen los 180 días de clases obligatorios que se habían fijado para ese año. Un año más tarde, en 2011, recordaba la necesidad de cumplir con los días obligatorios para “dar el salto en calidad educativa”.
Al finalizar el 2011, en la asunción de su segundo mandato, CFK pidió, una vez más, que se hiciera un esfuerzo colectivo para garantizar los días de clase y deslizó una amenaza: “la evaluación no solamente debe ser de los alumnos, sino también tiene que ser la evaluación de los docentes. Es un imperativo que debemos hacer y que le debemos a nuestros hijos”.
A partir de 2012 la cosa se puso pesada. Primero dijo que los docentes cobran buenos salarios y acumulan cargos: “Quiero también decir que el salario mínimo lo cobra solamente el 9 por ciento de los docentes. ¿Por qué? Porque una cosa son la cantidad de docentes y otra cosa son los cargos docentes. Hay aproximadamente 998.000 docentes físicos, personas físicas, pero hay aproximadamente 1 millón y medio, 1 millón 600 mil cargos.” Siguió atacando las licencias: “Un cuarto de la masa salarial que se paga en la República Argentina en materia de docentes, se paga 2 veces. ¿Se entiende? Porque le estoy pagando al que está en el cargo y al suplente.” Y finalmente, los acusó de vagos y privilegiados: “trabajadores que gozan de estabilidad frente al resto de los trabajadores, (…) por el tiempo que también tienen de cuatro horas frente a la jornada laboral obligatoria de ocho horas para cualquier trabajador; frente a la suerte también, (…) de tres meses de vacaciones”.
Un año más tarde, le apuntó, una vez más, al presentismo docente. Defendió que las paritarias ese año incorporaran en el salario testigo el rubro presentismo: “¿es justo que el que va todo el año, que el que se pela el que te dije para estar sentado frente al grado con todos los deberes, cobre lo mismo que el que va cada muerte de obispo o agarra cuanta licencia tiene a mano? Yo creo que no.”
Este recorrido nos muestra que los ataques de Cristina a los docentes no tienen nada que envidiarle a los de Acuña. Ambas consideran a los trabajadores de la educación como irresponsables, chantas y privilegiados. Ambas fueron parte de políticas que degradaron no solo las condiciones de trabajo de los docentes sino el conjunto de la educación. Es decir, atacaron a todos los laburantes y a sus hijos. Ambas, como buenos exponentes de su clase, merecen el más profundo repudio de todos los trabajadores.
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