Tiempo de canallas. El macartismo contra Lillian Hellman y Lillian Hellman contra el macartismo

en Arte, Literatura y Cine/Historia Mundial (del Paleolítico al Capitalismo)

Introducción para docentes:

La Segunda Guerra Mundial fue el último episodio del proceso de construcción del imperialismo estadounidense. A partir de ese momento, el enemigo inmediato de los Estados Unidos ya no era una burguesía que se pudiera localizar geográficamente (e invadir militarmente), sino la URSS y una contradicción enérgicamente dispuesta en el centro del imaginario colectivo y en el centro del debate político: la contradicción entre el capital y el trabajo. El temor al comunismo ya no era el miedo a un fantasma vagabundo y europeo sino el terror a la clase obrera en territorio soviético y, fundamentalmente, al poder de la propia clase obrera norteamericana.

El macartismo cobra sentido, pues, en el marco de una reconstrucción general de la ideología dominante en Estados Unidos ante la configuración de un nuevo enemigo. Rusia aliada hasta hace poco en el combate contra Hitler se transforma, de un momento a otro, en el principal enemigo. Los muchachos que hasta hace poco sostenían el frente oriental deben ser considerados de golpe por la opinión pública los aviesos comunistas que quieren infiltrar la sociedad norteamericana. Este viraje requería una política específica y un fenómeno cultural de gran alcance, la actividad de un órgano especial del Congreso norteamericano y una suerte de histérica paranoia anticomunista cuya expresión cinematográfica más elocuente tal vez sea La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), dirigida por Don Siegel.

Ese órgano especial del Congreso es el Comité de Actividades Anti-norteamericanas del Senado, integrado por un grupo de políticos hasta entonces de segunda línea, como Joseph McCarthy y Richard Nixon, cuyo propósito era eliminar la infiltración comunista en la vida cultural estadounidense, primero, y luego en todas las demás instancias de la vida social. En septiembre de 1947 fueron citados intelectuales y artistas, particularmente del rubro cinematográfico, para prestar testimonio ante la comisión de sus actividades políticas, con enfática atención en las relaciones con el Partido Comunista (PC). La comisión pretendía, además, que los testigos aportaran nombres de quienes pudieran pertenecer o haber pertenecido al PC. Es decir que no sólo había que declararse anticomunista sino también colaborar y delatar a otros. Entre las intelectuales citadas estuvo Lillian Hellman.

Lillian Hellman (1905, Nueva Orleans – 1984, Oak Bluffs) escribió novelas, obras de teatro, guiones para cine y una autobiografía, con la que proponemos trabajar.

Entender el macartismo nos permite reflexionar sobre la relación entre arte y la política. No hay obra artística que no contenga un programa político y señale una acción política particular o sea ella misma una acción. El productor de esa obra puede no alcanzar plena conciencia de ese proceso, pero ello da cuenta de la intensa batalla cultural que se libra todos los días. De maneras más sutiles, implícitas o de manera más abierta como durante el marcartismo. Se trata de la lucha cultural, de la lucha por la cabeza de las personas, por su conciencia. Ese proceso cotidiano corre por dos carriles que se cruzan: el consenso y la coerción. El consenso es cotidiano, en pequeñas dosis, procede por acostumbramiento inconsciente, por naturalización. Hay que hacer un esfuerzo para desmontar esa construcción. La escuela construye ese consenso todos los días pese a que los funcionarios políticos lo nieguen. El proceso de “desideologización” implica pasar de “descubrir” la mentira al momento positivo: preguntarse entonces cómo es la realidad. Por eso, es necesaria la lucha cultural cotidiana, la crítica permanente. Es esto lo que le molesta a cierta ministra: el cuestionamiento de las bases que sostienen esta sociedad.

Actividad 1. Escritura y política.

Reunirse en pequeños grupos y leer cómo empieza Tiempo de canallas:

He intentado ya dos veces escribir sobre lo que ha llegado a conocerse como la era de McCarthy, sin que me acabe de gustar lo que he escrito. Las razones por las cuales no me he sentido capaz de relatar mi participación en este periodo triste, cómico a la vez desdichado de nuestra historia, eran sencillas para mí, aunque algunas personas han llegado a convencerse de que si yo no lo hacía era por motivos misteriosos. No había tal misterio. Tenía extrañas obsesiones, obsesiones que siempre son difíciles de explicar. Ahora me digo que al hacerles frente, acaso de me sea más fácil sobreponerme a ellas.[1]

a) ¿A quién o quiénes se imaginan que van dirigidas esas palabras? ¿Qué sentidos del texto permiten decir que esas palabras van dirigidas a ese quién o esos quiénes?

b) ¿Han experimentado ustedes algún «período triste, cómico a la vez que desdichado» de su historia? ¿A quién o a quiénes se lo han contado o se lo contarían? ¿Qué medios serían los más apropiados para ello, (cuento, película, historieta, charla, meme, etc?)

c) ¿Por qué la autora insiste en escribir, aunque le resulte tan difícil? Según lo que puede leerse en ese comienzo, ¿de qué le sirve escribir?

Actividad 2. La verdad, el temor y los tiempos

Reunirse en pequeños grupos y leer este pasaje:

Había vivido convencida, hasta fines de la década de los cuarenta, de que la gente culta, los intelectuales, vivían de acuerdo con lo que predicaban: la libertad de pensamiento y expresión, el derecho de cada cual a sus propias convicciones y algo más que un compromiso implícito de ayudar a quienes se vieran perseguidos. Pero sólo un pequeño número se dignó mover un dedo cuando McCarthy y sus chicos aparecieron en escena. Casi todos, por lo que hicieron o por lo que dejaron de hacer, contribuyeron al macartismo corriendo tras esa carreta de feria que no se había molestado en detenerse para dejarlos subir.

Sencillamente, entonces como ahora, me siento traicionada por la aberración en la cual había creído. No tenía ningún derecho a pensar que los intelectuales estadounidenses eran gente que lucharía por algo si el hacerlo los perjudicaba…[2]

Responder:

a) ¿Alguna vez les pasó que, tras poner en común quejas grupales, hicieron un reclamo colectivo ante alguna autoridad y el resto del grupo no apoyó el reclamo? ¿Sucede siempre, a veces, nunca? ¿Por qué creen que sucede?

b) Lillian Hellman dice «No tenía ningún derecho a pensar que los intelectuales estadounidenses eran gente que lucharía por algo si el hacerlo los perjudicaba». Pero Hellman también era una intelectual estadounidense. ¿Por qué no se sentía parte de ese grupo?

c) ¿Hay que luchar por lo que consideramos justo si esta lucha nos perjudica? ¿Por qué? ¿Y en qué sentidos hablamos de «luchar», «lo que es justo», «lo que perjudica»?

Actividad 3. No estamos solos, no estamos solas.

Reunirse en pequeños grupos y leer este pasaje en el que Lillian Hellman comparece ante el Comité de Actividades anti-norteamericanas y narra:

Sentía sudor en la cara y en los brazos y supe que muy pronto algo malo iba a sucederme, algo que no podría remediar. Me volví hacia Joe para recordarle mi posible visita al «tocador», y vi en el reloj que habían transcurrido tan sólo 16 minutos; el Comité aún no había comenzado a disparar su artillería pesada. No me quedaba más remedio que esperar.

¿Era miembro del Partido Comunista? ¿Lo había sido alguna vez? ¿En qué año había dejado de serlo? ¿De qué manera podía yo perjudicar a alguien como Martin Berkeley admitiendo que lo conocía? Y otras preguntas semejantes. A veces me fue imposible seguir su lógica, otras veces me di perfecta cuenta de que, al negarme a responder preguntas sobre pertenencia al Partido Comunista, estaba dando la sensación de que en efecto había pertenecido a él.

En medio de una de estas preguntas sobre mi pasado, sucedió algo tan extraordinario que hasta el día de hoy estoy convencida de que el caballero desconocido que habló en aquellos momentos cambió definitivamente el curso de mi vida. Hacía tres o cuatro minutos que una voz se había venido destacando sobre las demás, separándose del murmullo general. (Para entonces, creo que la gente de la prensa ya había terminado de leer mi carta y habían comenzado a discutirla.) Una voz menos fuerte respondió a la primera voz y fue imposible distinguir el sentido de las palabras. De pronto se escuchó que la voz dijo claramente: «Gracias a Dios que por fin alguien tuvo las agallas para hacerlo.»[3]

a) ¿Qué fue eso «extraordinario» que sucedió según el texto? ¿En qué sentido Lillian Hellman dice que aquello «cambió definitivamente el curso de mi vida»?

b) ¿Alguna vez vieron un acto de valentía que les dio ánimo para hacer cosas que antes no podían? ¿Alguna vez inspiraron a alguien a hacer algo que no se animaba a hacer?

c) Hay un antiguo saber que sostiene: Divide y reinarás. ¿Qué significa y qué relación guarda con todo lo conversado hasta acá?

A modo de cierre:

El macartismo es un fenómeno histórico caracterizado por la persecución ideológica y cultural de todo cuanto se considere comunista o «de izquierda»; la exigencia de delatar amigos, familiares, compañeros de trabajo o de estudio, etc.; el aislamiento de quienes se resistan a este proceso que divide a la clase dominada para que reine la clase dominante; todo con el fin de provocar un cambio profundo en los hábitos morales e intelectuales de una sociedad para hacerla más temerosa, más paranoica, más desconfiada con respecto a sus pares, más sumisa en relación a sus gobiernos. Como fenómeno así caracterizable podemos echar mano de él para pensar situaciones similares en otros lugares, en otros tiempos, incluso aquí y ahora.

El libro de Lillian Hellman, su testimonio literario, prueba que siempre hay un margen para decir «¡No!», para decir «¡Basta!», y mirar alrededor en busca de otras voces indignadas y valientes, de otras escrituras difíciles y necesarias.

Material complementario:

Sobre el macartismo, la película Trumbo (2016), dirigida por Jay Roach, protagonizada por Bryan Cranston, Diane Lane y John Goodman.

Sobre la paranoia anticomunista, La invasión de los usurpadores de cuerpos, de 1956, dirigida por Don Siegel. Y su remake, igualmente estupenda, de 1978, dirigida por Philip Kaufman bajo el mismo título que la original.


[1] Hellman, L., Tiempo de canallas, trad. Rosario Ferré, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2011, p. 29.

[2] Ob. Cit., p. 32.

[3] Ob. Cit., pp. 102-3.

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