Entregados. Sobre la mentada central nuclear con los chinos y el papel del sector científico argentino

en Aromo/El Aromo n° 113/Novedades

En 2014, la Argentina firmó un acuerdo con China para la construcción de dos centrales nucleares, con financiamiento del país oriental. Con ello, se pretendía ampliar en poco menos de diez años la cantidad de centrales, que ahora son tres, a cinco. Bajo el gobierno de Macri, el acuerdo sufrió una serie de revisiones, renegociación de costos y, finalmente, cuando el anterior gobierno debió acudir al FMI por la crisis económica el avance se frenó. Ahora, el gobierno de los Fernández lo reactiva. A cambio de ello, los chinos promoverían la exportación de soja, limones y carne de cerdo. Es decir, las típicas actividades primarias que históricamente ha producido el país. Repasemos la historia del desarrollo nuclear en el país y veamos qué consecuencias tendría este acuerdo.

Damián Bil / Ianina Harari – CEICS

Las capacidades históricas del sector nuclear argentino

En la inmediata posguerra, ante un escenario de hipotético conflicto nuclear a nivel mundial, varias naciones comenzaron a explorar la energía nuclear como parte de la estrategia de defensa. En el caso argentino, la primera experiencia se dio bajo el gobierno de Perón, que promovió el ingreso de científicos nazis. Así, se encargó al científico austríaco Ronald Richter el “Proyecto Huemul”, para lograr en poco tiempo el control de la fusión nuclear para generación de energía. Este episodio culminó en un fracaso escandaloso, cuando una comisión integrada entre otros por el mismo Balseiro demostró que los supuestos avances de Richter no existían ni eran teóricamente posibles.[i] Al mismo tiempo que se desarrollaba este proyecto, se formó en paralelo la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) en 1950. En 1955 se conformó el Instituto de Física, hoy denominado Balseiro, desde donde se enviaron científicos a formarse en el exterior y se recibieron visitas de prestigiosos investigadores.

Hacia inicios de los ‘60, se realizaban desde la CNEA investigaciones en diversas áreas. Se crea por ese entonces la División Metalurgia, y se inició la investigación sobre combustibles nucleares. Desde esta división se formaron laboratorios para resolver obstáculos con el procesamiento de uranio y utilización de materiales como zirconio, aluminio, manganeso, sodio, potasio y otros. Con estos avances, en 1961 se conforma el Servicio de Asistencia Técnica a la Industria Metalúrgica (SATI) que prestará servicios a las empresas metalúrgicas nucleadas en ADIMRA. En 1972, se creó el Instituto Nacional de Ensayos no Destructivos para el control de centrales en operación. Se logró también producir o mejorar equipos diversos que se utilizaron en estas actividades.

A su vez, se inició el desarrollo en radioisótopos,[ii] donde pronto se descubrieron nuevos. Desde 1958, con el reactor RA-1, se comenzó a producir en volumen en la sede Constituyentes. En la década posterior, se incrementó la capacidad con un nuevo reactor y una planta moderna (1967-1971) en el Centro Atómico Ezeiza, con el objetivo de cubrir la demanda nacional de radioisótopos de uso médico. Para los años ’80, se cubría casi el 90% de la demanda interna y se exportaba a la región. Estos avances permitieron luego la exportación de reactores y plantas completas de radioisótopos y radiofármacos desde la empresa INVAP en asociación con CNEA. Esta tecnología también se implementó en la industria, por ejemplo en conservación de alimentos (1957), radiografías industriales (desde 1959), trazadores radioactivos (1961) y servicios para empresas de materiales médicos descartables con irradiación de cobalto-60 (1970).

En 1965, se decidió instalar una central eléctrica nuclear.  Se adjudicó a Siemens “llave en mano”. En 1974 entró en operación Atucha I, con 330 MW de potencia neta y del tipo de recipiente a presión, en la localidad de Lima. Tuvo una participación del 40% de su valor de parte de proveedores locales. En 1973 se concedió a un consorcio ítalo-canadiense el diseño de una segunda central en Embalse, con reactor de tipo Candu, con tubos de presión. Esta central se conectó a la red eléctrica en 1984, con un 51% de valor nacional en su construcción.

La política nuclear también contempló la producción local de combustible. En 1952 se inició la extracción de uranio en Malargüe, con la que se proveía a plantas experimentales de tratamiento en Córdoba y Ezeiza. Más tarde, se modernizaron las instalaciones, se erigieron nuevas de concentración de uranio por lixiviación de pilas en Chubut, Córdoba, Mendoza y San Luis y una de dióxido de uranio en Córdoba. En 1979 se estableció el Plan Nuclear, que contemplaba la puesta en funcionamiento de cuatro centrales más para 1997, junto a una instalación para producir agua pesada, que fue instalada por la suiza Sulzer recién en 1994 (con 200 toneladas anuales de capacidad); y con el incremento de la capacidad y conocimiento de la ingeniería e industria local. A su vez, se creaba un consorcio con Siemens para conformar la Empresa Nuclear Argentina de Centrales Nucleares (ENACE), para hacerse cargo del diseño de los próximos complejos. También se asignaron recursos para el dominio del ciclo de combustible, incluida la instalación de una planta secreta para el enriquecimiento de uranio en Río Negro, donde participó la empresa INVAP, que se había constituido en 1976. En este período se lograron fabricar los elementos combustibles para Atucha y se completó el desarrollo local de tecnología para fabricar el combustible del reactor Candu de Embalse. En 1982, en Ezeiza se producían los elementos combustibles para ambas centrales, con capacidad operativa para abastecer a una tercera. En ese año se realizaron experimentos con plutonio para mejorar el rendimiento del combustible, pero a partir de la crisis económica, por la caída del consumo energético y el descubrimiento de nuevas fuentes de gas, el plan nuclear comenzó a ser relegado.

A pesar de la crisis, se siguieron desarrollando actividades como la construcción de materiales aleados para elementos combustibles, investigación sobre el concentrado de uranio, laboratorios para elementos combustibles (circuitos de pruebas, celdas para inspección de elementos irradiados), avances en la producción de esponja de circonio, planta piloto en Atucha para producir agua pesada, y otros varios experimentos. En el transcurso, la CNEA adquirió habilidades para la producción de elementos básicos de centrales nucleares. En Embalse, montó la calandria, canales de combustibles, los mecanismos de reactividad y el sistema de transferencia de combustible. En 1988, se hizo cargo de reparar defectos en el canal para el elemento combustible en Atucha I, e inició el diseño y fabricación del reactor de media potencia CAREM (Central Argentina de Elementos Modulares). A su vez, permitió la conformación de una red privada de proveedores. Por caso, una misma empresa local produjo los dos generadores de vapor, los tres enfriadores del moderador y el presurizador para la central Atucha II.

En los ’90, aún con la disminución del presupuesto y los intentos de privatización parcial del sector nuclear, continuaron los avances en radioisótopos y en medicina nuclear, con la creación de una Escuela de la especialidad y con la construcción de tomógrafos y otros equipos; además de una planta de producción de molibdeno-99 (1995). En 2002 se adoptó una tecnología original de CNEA a partir de la irradiación de blancos de uranio de bajo enriquecimiento, que permitió ampliar la producción para satisfacer demanda local y exportar a otros países como el Brasil.

En 2006 se reactivó el proyecto de Atucha II, a cargo de Nucleoeléctrica Argentina (que a mediados de los ’90, con la reorganización del sector, pasó a controlar las centrales operativas y a diseñar las proyectadas). Como Siemens se había retirado de la actividad nuclear, se negoció el traspaso de propiedad intelectual de la ingeniería de centrales de uranio natural, para la cual no había otros fabricantes. En este proyecto, con 88% de producción local, participaron más de 50 constructoras (entre otras, IECSA y Techint) y metalúrgicas, con insumos provistos por asociadas de la CNEA (FAE, CONUAR, ENSI, Dioxitek), mientras que INVAP proveyó máquinas de soldaduras y el sistema de seguridad. La central entró en “criticidad” (primera reacción controlada) en 2014 y se sincronizó a la red eléctrica, con una potencia de 745MW.[iii]

Como consecuencia de esta trayectoria, la Argentina domina el ciclo del combustible basado en uranio natural. Hoy, Dioxitek produce 150 toneladas al año de dióxido de uranio en Córdoba. Además, la CNEA controla la planta de conversión de Pilcaniyeu, con capacidad para producir 60 toneladas al año. Firmas controladas por CNEA producen revestimiento de combustible, mientras que los conjuntos son provistos por CONUAR, el consorcio donde participa Pérez Companc ubicado en el Centro Atómico Ezeiza. ENSI, empresa propiedad de la provincia de Neuquén y de la CNEA, produce el agua pesada en la localidad de Arroyito. La capacidad de producción de este refrigerante excede el uso interno, por lo que se exporta un porcentaje.[iv]

A su vez, se generaron capacidades tecnológicas e innovativas que permitieron a INVAP exportar equipos y tecnología reconocidos por su confiabilidad en el mundo. INVAP instaló reactores de investigación en varios países: el RP-0 experimental (1978) y un centro atómico llave en mano con reactor de investigación y producción (denominado RP-10, 1988) con su planta para producción de radioisótopos médicos en Perú, este último por valor de 110 millones de dólares; un reactor experimental NUR y fábrica de elementos combustibles en Argelia (1989); una planta de producción de radiofármacos en Cuba; un reactor de investigación y producción de radioisótopos de 20MW (ETRR) con planta de molibdeno-99 de fisión en Egipto (1997) por 100 millones de dólares; un reactor de investigación y de producción de última generación (OPAL) con planta de molibdeno-99 de fisión en Australia (2000) por 180 millones de dólares; y otros proyectados en los Países Bajos, Arabia Saudita y Brasil. Para varios de estos proyectos, la misma empresa capacitó en la Argentina a los técnicos nucleares de esos países. Además, exportó equipos de telecobaltoterapia a Brasil, Colombia, Bolivia, Egipto, la India, Vietnam y Venezuela. Asimismo, se exportan desde hace años radioisótopos como molibdeno-99, yodo-131 y cobalto-60 principalmente a países de la región.

De todas formas, cabe señalar que a pesar de la reputación internacional, la Argentina es un participante menor en el mercado mundial de la energía y los productos nucleares. En radioisótopos para uso médico ha logrado exportar regularmente a la región (Sud y Centro América) e incluso envía partidas de cobalto-60 a los Estados Unidos, China y Reino Unido. Pero está lejos de los líderes mundiales: en 2017, Kazajstán exportó por valor de 1.440 millones de dólares, Canadá por 1.250 millones y la Argentina apenas por 6,9 millones (en el puesto 20). En reactores y sus partes se encuentra lejos de los países que dominan la tecnología en el mundo, como Rusia (1.300 millones de dólares en 2017), Suecia (683 millones) o los EE.UU. (448 millones). La Argentina registró en este apartado exportaciones por 1,7 millones de dólares durante ese año. 

Apéndice chino

El acuerdo con China consiste en la construcción de dos centrales nucleares: Atucha III y IV. Serían la cuarta y quinta central en el país que ya cuenta con Atucha I y II (en Lima, provincia de Buenos Aires) y Embalse (provincia de Córdoba). Originalmente, el acuerdo consistía en un préstamo que China otorgaría a la Argentina para la construcción de las centrales por 12.000 millones de dólares, pero el gobierno de Macri lo renegoció y lo bajó a 9.000 millones. El préstamo se gestionaría a través el ICBC, sería a 20 años y financiaría el 85 por ciento de las obras.

Argentina tiene una matriz energética fuertemente volcada a los fósiles: un 61% se genera de esta forma, mediante el gas como combustible. El 27% proviene de fuentes hidráulicas, mientras que el 12% restante se divide en partes casi iguales entre la nuclear y otras renovables. Con la instalación de las centrales previstas, se elevaría la participación de la energía nuclear al 10%, que es la media mundial.[v]

Originalmente, se planteó Atucha III en Zárate, dentro del mismo complejo que la I y la II, con tecnología ya conocida en el país. Se trata de un reactor de uranio natural y agua pesada, de tecnología Candu (Canadian Deuterium Uranium). La central tendría un 62 por ciento de componentes de origen argentino y 38 por ciento de origen chino. El agua pesada se produce en Argentina y si bien el uranio se importa, debido a las normas ambientales que prohíben su extracción en el país, el proceso de fabricación de los elementos combustibles se realiza localmente en forma íntegra. Varios componentes de la central podrían elaborarse en el país. Por ejemplo, la empresa Combustibles Nucleares Argentinos (Conuar), un consorcio entre CNEA y el Grupo Perez Companc, puede fabricar algunos de los componentes. Sin embargo, hay ciertos insumos que deberían ser importados, varios de los cuales podrían ser provistos por empresas chinas.

La quinta central, Atucha IV, inicialmente se pensaba ubicar en Río Negro. El proyecto quedaría a cargo de la empresa China National Nuclear Corporation (CNNC). Esta central utilizaría la tecnología china Hualong One, que se provee de uranio enriquecido y agua liviana como elementos combustibles, mientras que la Argentina domina el ciclo de combustible basado en uranio natural y agua pesada. Según los especialistas, la ventaja de la primera combinación es que provee más energía por unidad de inversión y al ser los elementos más utilizados a nivel mundial, las soluciones de ingeniería a inconvenientes o para mejoras están bien exploradas. La segunda opción (uranio natural y agua pesada) es la que se utiliza en Argentina desde los ’60, cuando se iniciaron los estudios para el funcionamiento de centrales locales, por lo que se cuenta con integración local y conocimientos avanzados sobre esta combinación. Esto tuvo diferentes motivos: al proyectarse Atucha I, los EEUU eran los únicos proveedores de uranio enriquecido, y aquí ya se estaban desarrollando avances con el uranio natural. Cuando se proyectó Atucha II, a finales de los ’70, se prefirió esta tecnología de elemento combustible, ya que se contaba con cierto entramado de proveedores locales (sobre todo en reactores a tubos de presión), conocimiento del know how, posibilidad de alcanzar el dominio completo del ciclo (y la autosuficiencia tecnológica) en un plazo relativamente breve por la capacidad instalada, y porque en ese momento no se tenía al alcance la capacidad de enriquecer uranio, aunque más adelante se desarrolló.[vi] El inconveniente se da con la tecnología Hualong One: esta variante de reactor que funciona con agua a presión, construido a partir de modelos patentados por los franceses en la década de los ’80, no está operable aún. Hay seis centrales en construcción de este tipo (en China y Pakistán), pero sin funcionar por el momento. Es decir, no es una tecnología ya probada. En este proyecto la participación de la industria nacional es menor dado que no se cuenta con la capacidad productiva para este tipo de centrales. A diferencia del uranio natural que se procesa en el país, el abastecimiento de combustible de uranio enriquecido y su tecnología dependen de la importación.

El plan original era hacer primero la central Candu, pero el gobierno decidió invertir el orden y arrancar por la Hualong One. Según explicó Rubén Quintana, director de Nucleoeléctrica Argentina (NASA), la empresa estatal operadora de las centrales nucleares, para poder construir una central Candu en un lugar en el que ya hay dos centrales, debía encarar 70 modificaciones costosas con contratos en el exterior. En cambio, Ricardo Bernal Castro, titular de la Cámara de Fabricante de Tubos y Caños de Acero, presidente de la Comisión Nuclear Metalúrgica de ADIMRA y ex jefe del Laboratorio de Ensayos Mecánicos de la CNEA, plantea que esas modificaciones serían sencillas y que podrían llevarse adelante a partir de un acuerdo entre la Argentina y Canadá. Evidentemente, hay enojo por parte de los proveedores de las centrales por el cambio en el orden de construcción de las mismas. Al punto que Bernal afirmó que “si no hay un reactor CANDU sería preferible no avanzar con China”.

Argentina no tiene la capacidad técnica para diseñar centrales nucleares de alta potencia. Solo podría planear unas de baja y media potencia, como el prototipo CAREM. En cambio, sí es líder en tecnología de reactores de investigación que tienen uso en ciencia y tecnología, y los cuales Argentina exporta. El reactor de tipo CANDU resultaría adecuado con un país con escaso desarrollo de la industria pesada, que se requiere para fabricar recipientes de presión, un reactor de agua presurizada (PWR), como los que llevan los chinos. El Candu, en cambio, usa tubos de presión, que se pueden fabricar con menor capacidad industrial.

Si bien el acuerdo original y su revisión bajo el gobierno de Macri estipulaban la participación de empresas argentinas, en este proyecto “llave en mano” la integración local según especialistas sería del 40%, que es lo que tuvo Atucha I, hace casi cincuenta años.[vii] Algunos como Bernal Castro señalan que una central Candu sería posible de realizar con alta integración local; mientras que el “rebote” tecnológico de la tecnología china en el país será casi nulo.[viii] Evidentemente, hay malestar entre los proveedores de las centrales que por esta decisión quedarían fuera del negocio, o con una participación muy reducida, de allí la recomendación mencionada del empresario: no avanzar con los chinos si no se incorpora un reactor Candu. Pero lo cierto es que la Argentina no cuenta con la industria básica para producir los componentes principales de una central del tipo Hualong One, puesto que implica un desarrollo muy elevado. El acuerdo implica para China la posibilidad de que Argentina actúe en el mediano plazo como “plataforma tecnológica”, proporcionando a otros países de la región tecnología nuclear que incorpore bienes y servicios de origen oriental.

La situación presenta un problema para el sistema científico. Si bien la central implicaría un incremento del 2,6% en la generación eléctrica, al no utilizar las capacidades instaladas por el país en setenta años, y sobre todo desde la puesta en funcionamiento de Atucha I, se desprecia todo el background tecnológico erigido en el país, quedando sujeta a las provisiones de los chinos. En este punto, impide el desarrollo de toda una red de proveedores con capacidades y sobre todo recursos humanos probados, formados con calidad en el país. En otras palabras, lo que se hace es desperdiciar las fuerzas productivas generadas por la ciencia y la tecnología local, que quedan en este proyecto sin utilidad.[ix]

Así, un gobierno que se llenó la boca hablando de la “soberanía” alimentaria con el caso Vicentín, y que antes había prometido potenciar al sector científico local, le entrega “llave en mano” un negocio a los chinos con el agregado de que buena parte de la tecnología para su funcionamiento deberá ser provista desde afuera. La tecnología y el aprendizaje generados en las décadas previas, bien gracias. Quienes se supone que defienden la industrialización del país, reemplazan lo más avanzado que se consiguió en el desarrollo local por productos importados de China. Paradojas del peronismo: de esta forma, como con el caso de las megagranjas para criar cerdos, un movimiento que se suponía pugnaba por la soberanía y la independencia nacional, reconstruye de forma perversa la relación que tenía la Argentina con Inglaterra a fines del siglo XIX – comienzos del XX. En esta ocasión, solo para profundizar su decadencia.

Los trabajadores del sector debemos exigir que todo proyecto genuino en el campo de la ciencia y la técnica donde haya avances nativos de calidad, en este caso en la matriz energética, sea realizado utilizando los recursos materiales y humanos existentes en el sistema científico-tecnológico nacional. De esta forma, se podrán consolidar mejoras reales en el campo, con científicos formados y ocupados en el país, y no rifar las fuerzas productivas generadas.


[i]Mariscotti, Mario: El secreto atómico de Huemul, Planeta, Buenos Aires, 1985.

[ii]Los radioisótopos se utilizan en medicina tanto para el diagnóstico como para el tratamiento de enfermedades. En diagnóstico, se usan en tomografías computadas y resonancias magnéticas. En tratamiento, se usan para combatir el cáncer, artritis, enfermedades tiroideas, entre otras.

[iii]Por su parte, en el reacondicionamiento de Embalse para expandir su vida útil CONUAR fabricó los componentes internos e IMPSA (Pescarmona) los generadores de vapor para producir electricidad, mientras que INVAP servicios de ingeniería y montaje.

[iv]“Nuclear Power in Argentina”, World Nuclear Association, Abril de 2020. https://tinyurl.com/y235vpth.

[v]CNEA: Síntesis del mercado eléctrico mayorista de la República Argentina, Año XIX, n° 227; e INVAP: Quinta Central Nuclear Argentina. Preguntas Frecuentes, https://tinyurl.com/y3p3a9hd.

[vi]Orstein, Roberto: “El desarrollo nuclear argentino: 60 años de una historia exitosa”, en Revista CNEA, Año 10, número 37/38, enero – junio 2010; y Peano, Martín: La CNEA Residual. Análisis comparativo de las capacidades y funciones de la Comisón Nacional de Energía Atómica dentro del sector nuclear en los períodos 1995-1999 y 2007-2011, Maestría en Sociología Económica, UNSAM, 2018.

[vii]EconoJournal, 17/8/2020, https://tinyurl.com/yyfxu2dj.

[viii]TSS – UNSAM, 30/6/2020, https://tinyurl.com/y6sv9qxc.

[ix]Ver una crítica similar en “No hay futuro en abandonar nuestra historia nuclear”, 6/8/2020, Agendar, https://tinyurl.com/y2v7y88n.

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