En la mesa del patrón. La Iglesia, la olase obrera, y la “caridad”

en El Aromo n° 33

Por Silvina Pascucci – La ayuda a los más necesitados, la caridad y la defensa de los pobres, ha sido siempre una bandera levantada por la Iglesia. Con un discurso más o menos hipócrita, más o menos creíble y más o menos comprometido, es innegable que esta institución ha destinado buena parte de sus recursos humanos a empresas cuyo objetivo era, al menos aparentemente, la lucha contra las “injusticias” sociales. Los Institutos de Beneficencia proliferaron sobre todo en las primeras décadas del siglo XX1, junto con organizaciones mutuales, colectas y círculos de obreros. Supuestamente expresaban su intención de extender la fe católica, así como también de mejorar las penosas condiciones de vida de la clase obrera. Sin embargo, un estudio profundo de estas organizaciones, de las declaraciones de sus dirigentes y de los hechos concretos, nos muestra los verdaderos intereses puestos en juego.

En efecto, y como demostraremos a continuación, la Iglesia ha dado una feroz batalla, en primer lugar, por constituirse en Partido, es decir consolidar una organización centralizada, jerárquica y eficaz que opere sobre la realidad bajo un programa. En segundo lugar, ese programa, detalladamente debatido y precisado, ha tenido como principal eje la defensa de la propiedad privada y del Estado capitalista y, por consiguiente, el enfrentamiento a muerte con otros programas que amenazaran estas sacrosantas instituciones, en particular el anarquismo y el socialismo.

El padre, el hijo y la propiedad privada

La intervención de la Iglesia en este campo, durante el período mencionado, no fue para nada azarosa ni librada a la libre voluntad de los cristianos. Por el contrario, desde 1884 se realizaron numerosos Congresos donde se debatía, organizada y aguerridamente, los objetivos, fines y medios de la llamada “acción social católica”. Al mismo tiempo, se publicaron centenares de libros y folletines y se dictaron cantidad de charlas y seminarios en donde se propagaban las acciones a realizar. Llama la atención, de la lectura de las fuentes, la sinceridad y claridad con las que se enunciaban los objetivos de su intervención. En efecto, en aquella época eran conscientes de que la necesidad de una intervención más decidida en el ámbito de la “cuestión social” estaba empujada, más que por una sensibilidad con el sufrimiento de los pobres, por el avance del peligroso fantasma rojo:

“El avance evidente de las doctrinas socialistas y del movimiento ácrata impulsaron a los católicos franciscanos a estrechar filas para entrar en la lucha, yendo directamente al pueblo a exponerle las suyas de redención, de fraternidad y de paz.”2

Esta necesidad de acción frente al enemigo queda de manifiesto también en la insistencia con que la Iglesia exhortaba a la burguesía para que apoyara su causa, advirtiéndola de los peligros que corría su régimen, por el avance del movimiento revolucionario

“… que lo arrasará todo y que destruirá hasta los cimientos de la cristiana civilización si los católicos, despertando del profundo letargo en que los ha sumido la falsa tranquilidad de su estado de posesión tradicional y su vana esperanza en la eficacia de los medios coercitivos no se lanzan (…) a intervenir en la marcha y dirección de este poderosísimo movimiento.”3

A los propietarios, entonces, van dirigidas estas palabras, estos consejos de clase. Pero si queda alguna duda de los intereses que pretende defender la Iglesia con su acción social, veamos una de las resoluciones del I Congreso de los Católicos Sociales de América Latina, en 1919:

“Y como es lógico, los católicos quieren asimismo que esa organización del proletariado no surja como una amenaza al orden social cristiano, sino como una fuerte y segura garantía del mismo –de la familia, de la patria y de la propiedad– limitada esta última a proporciones razonables y prudentes.”4

Cuáles son esas proporciones razonables y prudentes no se aclara. Pero lo que esta frase deja en claro es, en primer lugar, que el mayor compromiso de la Iglesia es con el capitalismo, no con la clase obrera, ni con los pobres y necesitados. En segundo lugar, demuestra un profundo desconocimiento de las leyes que rigen la economía capitalista, porque al defender dicho sistema, se defiende, necesariamente, su tendencia a la concentración y centralización de la propiedad, es decir, a la expropiación progresiva de la masa de la humanidad en manos de un puñado de personas, algo que hoy vemos como una realidad innegable pero que ya Marx había explicado cincuenta años antes de la celebración de este Congreso. Este desconocimiento de las consecuencias del desarrollo capitalista también se evidencia en las consideraciones de los militantes católicos respecto a las condiciones de vida de la clase obrera. En el segundo Congreso Nacional de los Católicos Argentinos (1907) el diputado cristiano Santiago O´Farrell enunciaba los problemas de salario, vivienda, sobreexplotación y largas jornadas laborales de los trabajadores. Pero suponía que esto era consecuencia de un “fenómeno curioso”:

“a medida que las naciones se agigantan, haciendo inconmensurables la columna de sus riquezas, se arruinan los individuos que ven con desesperación ahondarse su pobreza.”5

En realidad, no son las naciones las que se enriquecen, sino la burguesía; del mismo modo, no son todos los individuos los que se empobrecen, sino, precisamente, los trabajadores. Esta ley, la de la pauperización relativa de la clase obrera, es el resultado inexorable del funcionamiento del capitalismo. Lo que O´Farrell no quiere aceptar es la existencia de clases sociales cuyos intereses son irreconciliables. Por ello, y “para negar al socialismo sus atribuidos títulos de descubridor y posible remediador de la miseria”6, el diputado propone como solución a estos problemas, una legislación laboral que pueda contener los abusos de los “patrones deshonestos” y garantizar un nivel de vida más humano a los trabajadores. Sin embargo, esta legislación, que ha sido conquistada por años de esfuerzo de la clase obrera, pocas veces era cumplida, y no logró, al menos en este período, mejorar de manera sustantiva sus condiciones laborales. Además, debemos añadir que las leyes laborales, aun cuando se cumplan, sólo pueden servir para que la fuerza de trabajo sea vendida en mejores condiciones, pero de ninguna manera anulan la explotación, es decir la existencia de trabajo enajenado y apropiado por la burguesía. Aquí radica la “injusticia” más grande del capitalismo. “Injusticia” que, por lo visto, la Iglesia pretendía mantener. Tal vez por ello el II Congreso Terciario Franciscano de las Repúblicas de Argentina y del Uruguay (1906) expresaba, en una de sus resoluciones, que los católicos

“deberán prevenir a los obreros contra las ilusiones socialistas, hacerles ver la necesidad de limitar sus pretensiones a lo justo, a cuyo efecto será conducente fomentar la obra de los Círculos de Obreros Católicos, en donde se enseña la buena doctrina social y se vinculan obreros y patrones.”7

El mensaje de la Iglesia es claro y contundente: la burguesía debería entender que tiene que ceder algo para no perderlo todo. Y en cuanto a los obreros, que sepan que tienen derecho a pelear por no vivir como animales, por no trabajar 18 horas diarias, por vivir en casas y no en la calle, por vestirse mínimamente y calzarse y llegar con su salario a comprar un poco de comida. Pero deben limitarse a exigir “lo justo”. Que no piensen que pueden luchar por la abolición de la propiedad privada, ni por la erradicación de la sociedad de clases. Eso, Dios no lo permita.

Construirás tu Partido

Para llevar adelante su programa burgués de conciliación de clases, la Iglesia comprendió, desde los comienzos de su acción social, que debía organizarse. Para ello se convocaron importantes congresos en donde las diferentes órdenes y los miembros de organizaciones políticas y sociales católicas, se reunían para discutir las líneas generales de su programa, las tareas a realizar y la forma más eficaz de garantizarlas. Es decir, se planteaban la organización de un Partido y la formulación de un plan de lucha. Como se resolvía en el Segundo Congreso Nacional de los Católicos Argentinos (1907):

“Somos diferentes cuerpos de un mismo ejército: la vanguardia coadyuva a la acción del centro, y éste afianza los avances de aquella. Los hombres de los Círculos de Obreros, los de la Liga Democrática Cristiana y los de las sociedades de socorro mutuo del interior, marchamos hoy completamente unidos y la unión duplicará la fuerza y la eficacia de nuestra acción.”8

En todas las declaraciones de los Congresos, charlas y escritos, se observa la importancia que se le asignaba al carácter centralizado y jerárquico que debía tener la organización católica. En el Tercer Congreso Nacional de los Católicos Argentinos (1908), se tomaba como ejemplo el Volksverein (una institución católica alemana), alabada por establecer:

“una rígida centralización, que es indispensable para defenderse de los socialistas y demás contrarios en todos los puntos de ataque. Gracias a ella da impulso a un trabajo enérgico, positivo, incesante (…) Así las fuerzas de la liga no se dispersan, no se desvirtúan y son aprovechadas en todos los detalles.”9

Esta centralización debía darse también en el aspecto económico. En efecto, se regimentaba, a partir de los Estatutos de los Círculos de Obreros, que cada uno debía contar con una caja manejada por el Consejo Directivo, pero que además debían derivar parte de la recaudación a la Junta de Gobierno de la Federación.
Se hacía hincapié, asimismo, en la necesidad de cobrar cuotas altas para aumentar los recursos:

“Más puede una Caja fuerte que cien cajas que cuenten con pocos recursos. (…) El espíritu sindical y el sentido práctico deben mostrarse haciendo los mayores esfuerzos para que las cuotas sean lo más altas posibles.”10

La Iglesia también era consciente de que un Partido necesita buenos dirigentes, y que a esos dirigentes hay que formarlos:

“Es más fácil llegar a formar diez obreros de valer que sean capaces de dirigir un Sindicato nacional o una Federación general, que encontrar cien operarios que sin formación puedan llevar medianamente el sindicato local de un oficio”11

Por ello insistían permanentemente en la necesidad de la instrucción, educación y formación de los católicos, para que estén capacitados para realizar activas tareas de propaganda e “irradiación”. Además, advierten sobre la importancia de realizar estudios científicos de la realidad social que garanticen una adecuada acción sobre ella. Como si hubieran leído y aprendido de Lenin, los católicos también defendían la importancia de rentar dirigentes que se especializaran en su cargo:

“La masa obrera católica no debe ver con malos ojos que haya en nuestro campo quienes mediante una remuneración se consagren al trabajo social y sindical a las órdenes de las Federaciones o de los Secretariados Generales.”12

La disciplina era otros de los baluartes necesarios para garantizar la efectividad de la acción, razón por la cual cabía la expulsión de aquellos que no cumplieran con este precepto: “los sindicatos u obreros que no reconozcan o no acaten la autoridad (…) deberán ser expulsados de la Confederación.”13

Como ha quedado demostrado, la Iglesia era consciente de que su propósito era vencer, con su programa reformista, a los programas revolucionarios que, en un contexto mundial particular, iban ganando terreno entre los trabajadores. Era consciente, entonces de la lucha de clases en la que estaba inmersa y de que necesitaba su partido para dar la batalla. Pero en esa batalla no peleaba por los intereses de la clase obrera sino por la defensa del capitalismo. Como bien lo ha dicho Atahualpa, si Dios vela o no por los pobres no es demasiado importante, porque ya sabemos en qué mesa almuerza.


Notas

1 Hemos estudiado el trabajo realizado en los talleres productivos de estos Institutos y sus consecuencias sobre el desarrollo del capitalismo, en “Caridad y explotación”, Razón y Revolución nº 10, primavera de 2002.
2 Boletín del Departamento Nacional del Trabajo (BDNT) nº 46, marzo 1920, p. 62
3 Palau, Gabriel: Las señoras ante la sindicación obrera femenina, Bs. As., 1922
4 BDNT, op. cit., p. 108.
5 BDNT, op. cit., p. 85.
6 Ibídem.
7 BDNT, op. cit., p. 72.
8 BDNT, op. cit., p. 75.
9 BDNT, op. cit., p. 100.
10 BDNT, op. cit., p. 122
11 Ibid
12 BDNT, op. cit., p. 123.
13 BDNT, op.cit., p. 128.

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