A nadie escapa que la reforma laboral es una de las herramientas más importantes con las que la burguesía intenta golpear al conjunto de la clase obrera argentina. Se trata de una ofensiva que no comenzó hoy ni en el momento de la asunción de Macri, sino que es una estrategia de larga data que cobró un fuerte impulso con las reformas menemistas, se profundizó con los Kirchner y a la que Mauricio busca darle otra vuelta de tuerca. Si bien hasta ahora había dosificado el ataque, con los resultados de octubre, Macri se sabe más fuerte para ir a fondo con lo que la burguesía reclama: nos quieren más baratos.
Para ello, el gobierno cuenta (como lo hizo hasta ahora) con varios cómplices. Por un lado, los gordos de la CGT con quienes acuerda en varios puntos como el blanqueo y la “limpieza” de sindicatos que escapan a su control. Por otro lado, el sindicalismo kirchnerista que solo se dedicó a hacer campaña por el retorno de Cristina sin tomar una sola medida que enfrente al gobierno. A esto se suma la pasividad de la CTA Autónoma y ATE, que han dejado pasar sin pena ni gloria los convenios estatales. Mientras la CGT discute artículos pero no la naturaleza de la reforma, Yasky promete una marcha “cuando la reforma ingrese al Congreso”. O sea, cuando todo esté cocinado. Mientras tanto, varias reformas avanzaron por sector: por caso, ATILRA que integra la Corriente Ferderal (Kirchnerista) acaba de entregar el convenio lácteo. Como se ve, es imposible que un plan de lucha brote de estos sectores. A esto se suma que Macri instaló la amenaza latente de sacar carpetazos contra los sindicalistas, algo que ya comenzó tibiamente y que el kirchnerismo está sintiendo.
La izquierda, por su parte, se encuentra totalmente atomizada. Hasta hoy, la estrategia central ha consistido en reclamar a las centrales el paro general y el plan de lucha. Para ello ha impulsado algunas movilizaciones aisladas, muchas de ellas vinculadas a conflictos particulares (una fábrica aquí, otra por allá). En su conjunto, esta estrategia no ha permitido mayor coordinación. El resto: parlamentarismo y elecciones. Ello nos lleva a encontrarnos ante la reforma laboral sin una organización real fuerte. Quienes han tenido en sus manos la responsabilidad de impulsar encuentros del clasismo y el sindicalismo combativo, o congresos o asambleas de trabajadores, no lo han hecho. Quienes poseían un capital político y una para nada despreciable inserción en el movimiento obrero, que posibilitaba potenciar la lucha, no asumieron ningún rol como alternativa de dirección. Hoy pagamos las consecuencias.
¿Y ahora?
En el día de ayer, los trabajadores de Pepsico y el PTS convocaron a una reunión en la carpa ubicada en Congreso. Allí, la propuesta del PTS –secundada por MST, NMAS, IS, entre otros- volvió sobre lo mismo: debemos impulsar reuniones con sectores de la burocracia que “se hayan pronunciado en contra de la reforma”, para imponer en la más amplia unidad el paro general. Es decir, el plan de lucha debe supeditarse a pedir a quienes no quieren luchar y a quienes son agentes ejecutores de los planteos patronales, que luchen. Pareciera que armar el Frente Anti-Macri es la única alternativa política (como planteó pioneramente la TPR). Mientras tanto, hacemos algunos cortes o medidas aisladas. ¿Las razones de todo esto? A) Los trabajadores deben supuestamente hacer “la experiencia”, B) nosotros no conducimos el movimiento obrero. En sí mismo, se trató de una reedición de la discusión en ocasión del acto del 22 de agosto. En aquella ocasión, el PTS pretendía solicitarle a la CTA de Yasky que marchara compartiendo cabecera con Pepsico. El acuerdo CGT-CTA de organización del acto (y de silencio por el paro general) expuso que el planteo no tenía mayor sentido, más que el de confundir a los trabajadores.
La realidad es que la clase obrera ya hizo su experiencia con la burocracia. Los resultados están a la vista: despidos, paritarias a la baja y convenios flexibilizados. ¿Cuál es la vara de medida por la cual el PTS y compañía asumen que la “experiencia” no está hecha? ¿Hace 70 años que experimentan la dirección de la burocracia peronista, cuánto más quieren esperar? Por otro lado, el PTS confunde interpelar a las bases con entrevistarse con la burocracia. ¿Qué garantía podría darle Palazzo de lucha? ¿Qué impacto real podría eso tener en las bases? ¿Si vamos con Palazzo, quién creen que tendrá la dirección del movimiento? Cuando el tiempo es tirano, el PTS debería hacer expeditivamente un balance serio de esta política, que al día de hoy no ha llevado más que a derrotas.
El Partido Obrero, por su parte, impugna la estrategia del PTS en sus prensas y señala correctamente que pedirle luchar a la Corriente Federal es pedirle peras al olmo (aunque era la estrategia que tuvieron en AGR). Sin embargo, al mismo tiempo se reúne con Cachorro Godoy (Prensa Obrera 9/11) por cuenta propia. Así, ayer concurrió a la carpa a “informar” de su agenda de reuniones con sindicatos. Como se ve, en lugar de discutir un plan conjunto con las fuerzas de la izquierda, con la que comparte frentes en los sindicatos y en las urnas, el PO prefiere jugar a cortarse solo para tener la primicia de la convocatoria (y por lo tanto, de ser un socio menor de su dirección). El PO parece no entender la necesidad de actuar en unidad con la izquierda y el clasismo. Para colmo, la declaración emitida llama a una campaña de agitación por una movilización… ¡el 6 de diciembre! Es decir, mientras los tiempos apremian, pateamos cualquier iniciativa por un mes. Ni Yasky se anima a tanto.
Por una Asamblea Nacional de Trabajadores
En el fondo, estamos ante un serio problema político. Por supuesto que no es incorrecto exigir el paro nacional. Pero no podemos supeditar a eso toda nuestra política. Tampoco al parlamentarismo. De hecho, los compañeros caracterizan que en el movimiento obrero hay cierto descontento ante las reformas, pero no sacan las conclusiones del caso. Si hay descontento, pero nadie procesa el reclamo, significa que hay cierta vacancia de dirección. En principio, por responsabilidad de la burocracia, ya que es cómplice del asunto. Pero sobre todo, por responsabilidad de la izquierda, que prefiere mediar con la burocracia. De este modo, no existe en la izquierda vocación de poder. Incluso siendo minoría en el movimiento obrero, una verdadera alternativa de dirección se define por la audacia de asumir un rol de conducción, en el lugar y momento preciso. Significa tener la claridad para marcar un camino independiente para el conjunto de la clase, en el momento que las papas queman. Hoy la izquierda no pasa esa prueba.
Pongamos un ejemplo no menor para explicar mejor el asunto. Hace menos de un mes, en ocasión de la aparición del cuerpo de Santiago Maldonado, tomamos en nuestras manos el reclamo por el esclarecimiento del caso sin esperar al kirchnerismo que se quedó en su casa. Con límites en las consignas de convocatoria, sí, pero llenamos la plaza. Como se ve, no necesitamos de ninguna burocracia ni del kirchnerismo. Fue un acto independiente y generamos un hecho político. Con ello, arrastramos a las masas atrás nuestro. Tuvimos sentido de oportunidad y de lo que se estaba dirimiendo allí. Tenemos que tomar ese mismo camino estratégico y ponernos a la cabeza del reclamo contra la reforma. Ser minoría en el movimiento obrero no nos exime de ser audaces. En más, es nuestra obligación si queremos abandonar el lugar minoritario, en lugar de construir a nuestro oponente al ir tras de él.
Por eso, en lo inmediato tenemos que preparar una movilización del sindicalismo combativo a Plaza de Mayo. Pero no solo eso: nuestro horizonte tiene que ser poner en pie una Asamblea de Trabajadores Ocupados y Desocupados. Debemos reagrupar a toda la vanguardia y ponernos a la cabeza de la lucha de la clase obrera. Para ello, la Asamblea es una herramienta histórica con la cual podríamos impulsar un verdadero plan de lucha contra la política patronal del gobierno y la oposición. Solo con una instancia semejante, podremos tomar el futuro en nuestras manos.